Re: Analizando la primera visión de Elena White
Estimado Ernesto Gil. Saludos cordiales.
Tal como hemos comentado, el mensaje de Miller es verdadero, ya que así estaba estipulado por la profecía que debía ocurrir, ¡con un chasco!.Leamos:
"Tardándose, pues, el esposo, cabecearon todas, y se durmieron. Mas a la media noche fue oído el grito: ¡He aquí que viene el esposo! ¡salid a recibirle! Entonces todas aquellas vírgenes se levantaron y aderezaron sus lámparas." Mateo 25:5-7. En el verano de 1844, a mediados de la época comprendida entre el tiempo en que se había supuesto primero que terminarían los 2300 días y el otoño del mismo año, hasta donde descubrieron después que se extendían, el mensaje fue proclamado en los términos mismos de la Escritura: "¡He aquí que viene el Esposo!"
Lo que condujo a este movimiento fue el haberse dado cuenta de que el decreto de Artajerjes en pro de la restauración de Jerusalén, el cual formaba el punto de partida del período de los 2300 días, empezó a regir en el otoño del año 457 ant. de J. C., y no a principios del año, como se había creído anteriormente. Contando desde el otoño de 457, los 2.300 años concluían en el otoño de 1844.
Los argumentos basados en los símbolos del Antiguo Testamento indicaban también el otoño como el tiempo en que el acontecimiento representado por la "purificación del santuario" debía verificarse. Esto resultó muy claro cuando la atención se fijó en el modo en que los símbolos relativos al primer advenimiento de Cristo se habían cumplido.
La inmolación del cordero pascual prefiguraba la muerte de Cristo. Pablo dice: "Nuestra pascua, que es Cristo, fue sacrificada por nosotros." 1 Corintios 5:7. La gavilla de las primicias del trigo, que era costumbre mecer ante el Señor en tiempo de la Pascua, era figura típica de la resurrección de Cristo. Pablo dice, hablando de la resurrección del Señor y de todo su pueblo: "Cristo las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida." 1 Corintios 15:23. Como la gavilla de la ofrenda mecida, que era las primicias o los primeros granos maduros recogidos antes de la cosecha, así también Cristo es primicias de aquella inmortal cosecha de rescatados que en la resurrección futura serán recogidos en el granero de Dios.
Estos símbolos se cumplieron no sólo en cuanto al acontecimiento sino también en cuanto al tiempo. El día 14 del primer mes de los judíos, el mismo día y el mismo mes en que quince largos siglos antes el cordero pascual había sido inmolado, Cristo, después de haber comido la pascua con sus discípulos, estableció la institución que debía conmemorar su propia muerte como "Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo." En aquella misma noche fue aprehendido por manos impías, para ser crucificado e inmolado. Y como antitipo de la gavilla mecida, nuestro Señor fue resucitado de entre los muertos al tercer día, "primicias de los que durmieron," cual ejemplo de todos los justos que han de resucitar, cuyo "vil cuerpo" "transformará" y hará "semejante a su cuerpo glorioso." 1 Corintios 15:20; Filipenses 3:21.
Asimismo los símbolos que se refieren al segundo advenimiento deben cumplirse en el tiempo indicado por el ritual simbólico. Bajo el régimen mosaico, la purificación del santuario, o sea el gran día de la expiación, caía en el décimo día del séptimo mes judío. (Levítico 16:29-34) cuando el sumo sacerdote, habiendo hecho expiación por todo Israel y habiendo quitado así sus pecados del santuario, salía a bendecir al pueblo. Así se creyó que Cristo, nuestro Sumo Sacerdote, aparecería para purificar la tierra por medio de la destrucción del pecado y de los pecadores, y para conceder la inmortalidad a su pueblo que le esperaba. El décimo día del séptimo mes, el gran día de la expiación, el tiempo de la purificación del santuario, el cual en el año 1844 caía en el 22 de octubre, fue considerado como el día de la venida del Señor. Esto estaba en consonancia con las pruebas ya presentadas, de que los 2300 días terminarían en el otoño, y la conclusión parecía irrebatible.
En la parábola de Mateo 25, el tiempo de espera y el cabeceo son seguidos de la venida del esposo. Esto estaba de acuerdo con los argumentos que se acaban de presentar, y que se basaban tanto en las profecías como en los símbolos. Para muchos entrañaban gran poder convincente de su verdad; y el "clamor de media noche" fue proclamado por miles de creyentes.
Como marea creciente, el movimiento se extendió por el país. Fue de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo y hasta a lugares remotos del campo, y consiguió despertar al pueblo de Dios que estaba esperando. El fanatismo desapareció ante esta proclamación como helada temprana ante el sol naciente. Los creyentes vieron desvanecerse sus dudas y perplejidades; la esperanza y el valor reanimaron sus corazones. La obra quedaba libre de las exageraciones propias de todo arrebato que no es dominado por la influencia de la Palabra y del Espíritu de Dios. Este movimiento recordaba los períodos sucesivos de humillación y de conversión al Señor que entre los antiguos israelitas solían resultar de las reconvenciones dadas por los siervos de Dios. Llevaba el sello distintivo de la obra de Dios en todas las edades. Había en él poco gozo extático, sino mas bien un profundo escudriñamiento del corazón, confesión de los pecados y renunciación al mundo. El anhelo de los espíritus abrumados era prepararse para recibir al Señor. Había perseverancia en la oración y consagración a Dios sin reserva.
Dijo Miller al describir esta obra: "No hay gran manifestación de gozo; no parece sino que éste fuera reservado para mas adelante, para cuando cielo y tierra gocen juntos de dicha indecible y gloriosa. No se oye tampoco en ella grito de alegría, pues esto también está reservado para la aclamación que ha de oírse del cielo. Los cantores callan; están esperando poderse unir a las huestes angelicales, al coro del cielo.... No hay conflicto de sentimientos; todos son de un corazón y de una mente." - Bliss, págs. 270, 271.
Otra persona que tomó parte en el movimiento testifica lo siguiente: "Produjo en todas partes el mas profundo escudriñamiento del corazón y humillación del alma ante el Dios del alto cielo.... Ocasionó un gran desapego de las cosas de este mundo, hizo cesar las controversias y animosidades, e impulsó a confesar los malos procederes y a humillarse ante Dios y a dirigirle súplicas sinceras y ardientes para obtener perdón. Causó humillación personal y postración del alma cual nunca las habíamos presenciado hasta entonces. Como el Señor lo dispusiera por boca del profeta Joel, para cuando el día del Señor estuviese cerca, produjo un desgarramiento de los corazones y no de las vestiduras y la conversión al Señor con ayuno, lágrimas y lamentos. Como Dios lo dijera por conducto de Zacarías, un espíritu de gracia y oración fue derramado sobre sus hijos; miraron a Aquel a quien habían traspasado, había gran pesar en la tierra, . . . y los que estaban esperando al Señor afligían sus almas ante el." - Bliss, en Advent Shield and Review, tomo 1, pág. 271 (enero de 1845).
Entre todos los grandes movimientos religiosos habidos desde los días de los apóstoles, ninguno resultó mas libre de imperfecciones humanas y engaños de Satanás que el del otoño de 1844. Ahora mismo, después del transcurso de muchos años, todos los que tomaron parte en aquel movimiento y han permanecido firmes en la verdad, sienten aún la santa influencia de tan bendita obra y dan testimonio de que ella era de Dios. *Esto se escribía hacia 1885.
Al clamar: "¡He aquí que viene el Esposo! ¡salid a recibirle!" los que esperaban "se levantaron y aderezaron sus lámparas;" estudiaron la Palabra de Dios con una intensidad e interés antes desconocidos. Fueron enviados ángeles del cielo para despertar a los que se habían desanimado, y para prepararlos a recibir el mensaje. La obra no descansaba en la sabiduría y los conocimientos humanos, sino en el poder de Dios. No fueron los de mayor talento, sino los mas humildes y piadosos, los que oyeron y obedecieron primero al llamamiento. Los campesinos abandonaban sus cosechas en los campos, los artesanos dejaban sus herramientas y con lágrimas y gozo iban a pregonar el aviso. Los que anteriormente habían encabezado la causa fueron los últimos en unirse a este movimiento. Las iglesias en general cerraron sus puertas a este mensaje, y muchos de los que lo aceptaron se separaron de sus congregaciones. En la providencia de Dios, esta proclamación se unió con el segundo mensaje angelical y dio poder a la obra.
El mensaje: "¡He aquí que viene el Esposo!" no era tanto un asunto de argumentación, si bien la prueba de las Escrituras era clara y terminante. Iba acompañado de un poder que movía e impulsaba al alma. No había dudas ni discusiones. Con motivo de la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, el pueblo que se había reunido de todas partes del país para celebrar la fiesta, fue en tropel al Monte de los Olivos, y al unirse con la multitud que acompañaba a Jesús, se dejó arrebatar por la inspiración del momento y contribuyó a dar mayores proporciones a la aclamación: "¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!" Mateo 21:9. Del mismo modo, los incrédulos que se agolpaban en las reuniones adventistas - unos por curiosidad, otros tan sólo para ridiculizarlas - sentían el poder convincente que acompañaba el mensaje: "¡He aquí que viene el Esposo!"
En aquel entonces había una fe que atraía respuestas del Cielo a las oraciones, una fe que se atenía a la recompensa. Como los aguaceros que caen en tierra sedienta, el Espíritu de gracia descendió sobre los que le buscaban con sinceridad. Los que esperaban verse pronto cara a cara con su Redentor sintieron una solemnidad y un gozo indecibles. El poder suavizador y sojuzgador del Espíritu Santo cambiaba los corazones, pues sus bendiciones eran dispensadas abundantemente sobre los fieles creyentes.
Los que recibieron el mensaje llegaron cuidadosa y solemnemente al tiempo en que esperaban encontrarse con su Señor. Cada mañana sentían que su primer deber consistía en asegurar su aceptación para con Dios. Sus corazones estaban estrechamente unidos, y oraban mucho unos con otros y unos por otros. A menudo se reunían en sitios apartados para ponerse en comunión con Dios, y oíanse voces de intercesión que desde los campos y las arboledas ascendían al cielo. La seguridad de que el Señor les daba su aprobación era para ellos mas necesaria que su alimento diario, y si alguna nube obscurecía sus espíritus, no descansaban hasta que se hubiera desvanecido. Como sentían el testimonio de la gracia que les perdonaba anhelaban contemplar a Aquel a quien amaban sus almas.
Pero un desengaño mas les estaba reservado. El tiempo de espera pasó, y su Salvador no apareció. Con confianza inquebrantable habían esperado su venida, y ahora sentían lo que María, cuando, al ir al sepulcro del Salvador y encontrándolo vacío, exclamó llorando: "Se han llevado a mi Señor, y no sé dónde le han puesto." Juan 20:13.
Un sentimiento de pavor, el temor de que el mensaje fuese verdad, había servido durante algún tiempo para refrenar al mundo incrédulo. Cumplido el plazo, ese sentimiento no desapareció del todo; al principio no se atrevieron a celebrar su triunfo sobre los que habían quedado chasqueados; pero como no se vieran señales de la ira de Dios, se olvidaron de sus temores y nuevamente profirieron insultos y burlas. Un número notable de los que habían profesado creer en la próxima venida del Señor, abandonaron su fe. Algunos que habían tenido mucha confianza, quedaron tan hondamente heridos en su orgullo, que hubiesen querido huir del mundo. Como Jonás, se quejaban de Dios, y habrían preferido la muerte a la vida. Los que habían fundado su fe en opiniones ajenas y no en la Palabra de Dios, estaban listos para cambiar otra vez de parecer. Los burladores atrajeron a sus filas a los débiles y cobardes, y todos éstos convinieron en declarar que ya no podía haber temor ni expectación. El tiempo había pasado, el Señor no había venido, y el mundo podría subsistir como antes, miles de años.
Los creyentes fervientes y sinceros lo habían abandonado todo por Cristo, y habían gozado de su presencia como nunca antes. Creían haber dado su último aviso al mundo, y, esperando ser recibidos pronto en la sociedad de su divino Maestro y de los ángeles celestiales, se habían separado en su mayor parte de los que no habían recibido el mensaje. Habían orado con gran fervor: "Ven, Señor Jesús; y ven presto." Pero no vino. Reasumir entonces la pesada carga de los cuidados y perplejidades de la vida, y soportar las afrentas y escarnios del mundo, constituía una dura prueba para su fe y paciencia.
Con todo, este contratiempo no era tan grande como el que experimentaran los discípulos cuando el primer advenimiento de Cristo. Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, sus discípulos creían que estaba a punto de subir al trono de David y de libertar a Israel de sus opresores. Llenos de esperanza y de gozo anticipado rivalizaban unos con otros en tributar honor a su Rey. Muchos tendían sus ropas como alfombra en su camino, y esparcían ante el palmas frondosas. En su gozo y entusiasmo unían sus voces a la alegre aclamación: "¡Hosanna al Hijo de David!" Cuando los fariseos, incomodados y airados por esta explosión de regocijo, expresaron el deseo de que Jesús censurara a sus discípulos, el contestó: "Si éstos callaren, las piedras clamarán." Lucas 19:40. Las profecías deben cumplirse. Los discípulos estaban cumpliendo el propósito de Dios; sin embargo un duro contratiempo les estaba reservado. Pocos días pasaron antes que fueran testigos de la muerte atroz del Salvador y de su sepultura. Su expectación no se había realizado, y sus esperanzas murieron con Jesús. Fue tan sólo cuando su Salvador hubo salido triunfante del sepulcro cuando pudieron darse cuenta de que todo había sido predicho por la profecía, y de "que era necesario que el Mesías padeciese, y resucitase de entre los muertos." Hechos 17:3.
Quinientos años antes, el Señor había declarado por boca del profeta Zacarías: "¡Regocíjate en gran manera, oh hija de Sión! ¡rompe en aclamaciones, oh hija de Jerusalem! he aquí que viene a ti tu Rey, justo y victorioso, humilde, y cabalgando sobre un asno, es decir, sobre un pollino, hijo de asna." Zacarías 9:9. Si los discípulos se hubiesen dado cuenta de que Cristo iba al encuentro del juicio y de la muerte, no habrían podido cumplir esta profecía.
Del mismo modo, Miller y sus compañeros cumplieron la profecía y proclamaron un mensaje que la Inspiración había predicho que iba a ser dado al mundo, pero que ellos no hubieran podido dar si hubiesen entendido por completo las profecías que indicaban su chasco y que presentaban otro mensaje que debía ser predicado a todas las naciones antes de la venida del Señor. Los mensajes del primer ángel y del segundo fueron proclamados en su debido tiempo, y cumplieron la obra que Dios se había propuesto cumplir por medio de ellos.
El mundo había estado observando, y creía que todo el sistema adventista sería abandonado en caso de que pasase el tiempo sin que Cristo viniese. Pero aunque muchos, al ser muy tentados, abandonaron su fe, hubo algunos que permanecieron firmes. Los frutos del movimiento adventista, el espíritu de humildad, el examen del corazón, la renunciación al mundo y la reforma de la vida, que habían acompañado la obra, probaban que ésta era de Dios. No se atrevían a negar que el poder del Espíritu Santo hubiera acompañado la predicación del segundo advenimiento, y no podían descubrir error alguno en el cómputo de los períodos proféticos. Los mas hábiles de sus adversarios no habían logrado echar por tierra su sistema de interpretación profética. Sin pruebas bíblicas, no podían consentir en abandonar posiciones que habían sido alcanzadas merced a la oración y a un estudio formal de las Escrituras, por inteligencias alumbradas por el Espíritu de Dios y por corazones en los cuales ardía el poder vivificante de éste, pues eran posiciones que habían resistido a las críticas mas agudas y a la oposición mas violenta por parte de los maestros de religión del pueblo y de los sabios mundanos, y que habían permanecido firmes ante las fuerzas combinadas del saber y de la elocuencia y las afrentas y ultrajes tanto de los hombres de reputación como de los mas viles.”
Bendiciones.
Luego todo Israel será salvo