Re: Analizando la primera visión de Elena White
Continuación.
"Un sentimiento de pavor, un temor de que el mensaje fuese verdad, había servido durante algún tiempo para refrenar al mundo incrédulo. Cumplido el plazo, ese sentimiento no desapareció del todo: al principio no se atrevieron a celebrar su triunfo sobre los que habían quedado chasqueados; pero no se vieron señales de la ira de Dios, se olvidaron de sus temores y nuevamente profirieron insultos y burlas. Un número notable de los que habían profesado creer en la próxima venida del Señor, abandonaron su fe. Algunos que habían tenido mucha confianza, quedaron tan hondamente heridos en su orgullo, que hubiesen querido huir del mundo. Como Jonás, se quejaban de Dios, y habrían preferido la muerte a la vida. Los que habían fundado su fe en opiniones ajenas y no en la Palabra de Dios, estaban listos para cambiar otra vez de parecer. Los burladores atrajeron a sus filas a los débiles y cobardes, y todos éstos convinieron en declarar que ya no podía haber temor ni expectación. El tiempo había pasado, el Señor no había venido, y el mundo podría subsistir como antes, miles de años.
Los creyentes fervientes y sinceros lo habían abandonado todo por Cristo, y habían gozado de su presencia como nunca antes. Creían haber dado su último aviso al mundo, y, esperando ser recibidos pronto en la sociedad de su divino Maestro y de los ángeles celestiales, se habían separado en su mayor parte de la multitud incrédula. Habían orado con gran fervor: "ven, Señor Jesús, y ven rápidamente." Pero no vino. Reasumir entonces la pesada carga de los cuidados y perplejidades de la vida, y soportar las afrentas y escarnios del mundo, constituía una dura prueba para su fe y paciencia.
Con todo, este contratiempo no era tan grande como el que experimentaran los discípulos cuando el primer advenimiento de Cristo. Cuando Jesús entró triunfalmente en Jerusalén, sus discípulos creían que estaba a punto de subir al trono de David, y de libertar a Israel de sus opresores. Llenos de esperanza y de gozo anticipado rivalizaban unos con otros en tributar honor a su Rey. Muchos tendían sus ropas como alfombra en su camino, y esparcían ante él palmas frondosas. En su gozo y entusiasmo unían sus voces a la alegre aclamación: "¡Hosanna al Hijo de David!" cuando los fariseos, incomodados y airados por esta explosión de regocijo, expresaron el deseo de que Jesús censurara a sus discípulos, él contestó, "Si éstos callan, las piedras clamarán." (S. Lucas 19:40.) Las profecías deben cumplirse. Los discípulos estaban cumpliendo el propósito de Dios, sin embargo un duro contratiempo les estaba reservado. Pocos días pasaron antes que fueran testigos de la muerte atroz del Salvador y de su sepultura. Su expectación no se había realizado, y sus esperanzas murieron con Jesús. Fue tan sólo cuando su Salvador hubo salido triunfante del sepulcro cuando pudieron darse cuenta de que todo había sido predicho por la profecía, y de "que era necesario que el Cristo padeciese, y resucitase de los muertos." (Hechos 17:3.) De la misma manera la profecía del mensaje del primer y segundo ángel, se habían entregado en el tiempo preciso, y cumplieron la obra que Dios les diseñó para cumplir.
El mundo había estado observando, y creía que todo el sistema Adventista seria abandonado en caso de que pasase el tiempo sin que Cristo viniese. Pero aunque muchos, al ser muy tentados, abandonaron su fe, hubo algunos que permanecieron firmes. No podían descubrir error alguno en el cómputo de los períodos proféticos. Los más hábiles de sus adversarios no habían logrado echar por tierra su posición. Verdad es que no se había producido el acontecimiento esperado, pero ni aun esto pudo conmover su fe en la Palabra de Dios. Cuando Jonás proclamó en las calles de Nínive que en el plazo de cuarenta días la ciudad sería destruida, el Señor aceptó la humillación de los ninivitas y prolongó su tiempo de gracia; no obstante el mensaje de Jonás fue enviado por Dios, y Nínive fue probado por la voluntad divina. Los Adventistas creyeron que Dios les había inspirado de igual modo para proclamar al mundo el aviso del Juicio, y a pesar de su desilusión, estaban seguros que habían alcanzado una crisis más importante.
La parábola del sirviente malvado fue aplicada respecto a los que desearon posponer la venida del Señor: "Pero si aquel siervo malo dice en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comienza a golpear a sus consiervos, y a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor de aquel siervo el día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará muy duramente, y pondrá su parte con los hipócritas." (S. Mateo 24:48-51.)
Los sentimientos de los que toman firme la verdad del Advenimiento están expresados en las palabras de Guillermo Miller: "Si tuviese que volver a empezar mi vida con la mismas pruebas que tuve entonces, para ser de buena fe para con Dios y los hombres, tendría que hacer lo que hice." "Espero haber limpiado mis vestiduras de la sangre de las almas; siento que, en cuanto me ha sido posible, me he librado de toda culpabilidad en su condenación." "Aunque me chasqueé dos veces - escribió este hombre de Dios, - "no estoy aún abatido ni desanimado. .. .Mi esperanza en la venida de Cristo es tan firme como siempre. No he hecho más que lo que, después de años de solemne consideración, sentía que era mi solemne deber hacer. Si me he equivocado, ha sido del lado de la caridad, del amor a mis semejantes, y movido por el sentimiento de mi deber para con Dios." "Algo sé de cierto, y es que no he predicado nada en que no creyese; y la mano de Dios a estado conmigo, su poder se ha manifestado en la obra, y mucho bien se ha realizado." "A juzgar por las apariencias humanas, muchos miles fueron inducidos a estudiar las Escrituras por la predicación de la fecha del advenimiento; y por ese medio y la aspersión de la sangre de Cristo, fueron reconciliados con Dios." "Nunca he solicitado el favor de los orgullosos, ni temblado ante las amenazas del mundo. No seré yo quien compre ahora su favor, ni vaya más allá del deber para despertar su odio. Nunca imploraré de ellos mi vida ni vacilaré en perderla, si Dios en su providencia así lo dispone."
Dios no se olvidó de su pueblo; su Espíritu siguió acompañando a los que no negaron temerariamente la luz que habían recibido ni denunciaron el movimiento Adventista. El apóstol San Pablo, mirando a través de las edades, había escrito palabras de ánimo y advertencia para el puesto a prueba, en esta crisis esperada: "No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene gran galardón; porque tenéis necesidad de paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aún ha de pasar un poco de tiempo, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; Y si retrocede, mi alma no se complace en él. Pero nosotros no somos de los que retroceden para destrucción, sino de los que tienen fe para preservación del alma." (Hebreos 10:35-39.)
Los Cristianos a quienes van dirigidas esas palabras estaban en peligro de zozobrar en su fe. Habían hecho la voluntad de Dios al seguir la dirección de su Espíritu y de su Palabra; pero no podían comprender los designios que había tenido en lo que habían experimentado no podían discernir el sendero que estaba ante ellos, y estaban tentados a dudar de si en realidad Dios los había dirigido. Entonces era cuando estas palabras especialmente tenían su aplicación: "Mas el justo por la fe vivirá." Mientras la luz brillante del "clamor de medianoche" había alumbrado su sendero, y habían visto abrirse el sello de las profecías, y cumplirse con presteza las señales que anunciaban la proximidad de la venida de Cristo, adventistas habían andado en cierto sentido por la vista. Pero ahora, abatidos por esperanzas defraudadas, sólo podrían sostenerse por la fe en Dios y en su Palabra. El mundo escarnecedor decía: "Habéis sido engañados. Abandonad vuestra fe, y declarad que el movimiento Adventista era de Satanás." Pero la Palabra de Dios declaraba: "Si retrocediere, no agradará a mi alma." Renunciar entonces a su fe, y negar el poder del Espíritu Santo que había acompañado al mensaje, habría equivalido a retroceder así al camino de la perdición. Estas palabras de San Pablo los alentaban a permanecer firmes: "No perdáis, pues, vuestra confianza;" "tenéis necesidad de paciencia;" " Porque aún ha de pasar un poco de tiempo, y el que ha de venir vendrá, y no tardará." El único proceder seguro para ellos consistía en apreciar la luz que ya habían recibido de Dios, atenerse firmemente a sus promesas, y seguir escudriñando las Sagradas Escrituras esperando con paciencia y velando para recibir mayor luz.”
Bendiciones.
Luego todo Israel sera salvo