Re: La doctrina de los 144000 desde la perspectiva de los TJ
TERCERA PARTE Y FINAL.
A principios del siglo IV, después de convertirse en emperador del Imperio romano, Constantino el Grande trasladó su capital de Roma a la ciudad griega de Bizancio, situada a orillas del estrecho del Bósforo, y le cambió el nombre al de Constantinopla, la actual Estambul (Turquía). Este cambio de ubicación de la capital tenía el propósito de unir un imperio amenazado por la desmembración. En realidad, ya en la segunda mitad del siglo II, “por borroso que estuviese, se había dibujado el boceto del proyecto de un imperio dividido”, indica The New Encyclopædia Britannica.
Como el cristianismo se había diseminado más deprisa y con más facilidad por la parte oriental del imperio que por la occidental, Constantino consideró que una religión universal (católica) sería una fuerza hacia la unidad que uniría ambas partes. Pero la religión, al igual que el imperio, en el fondo estaba dividida. La Iglesia de Oriente era mucho más conservadora que la que tenía su centro en Roma, y resistía las innovaciones teológicas ofrecidas desde esta ciudad. “Hasta el mismo siglo XII habría muchas disputas políticas y teológicas entre las dos iglesias”, dice The Collins Atlas of World History.
La desunión se hizo más obvia cuando en el año 476 E.C. desapareció el Imperio de Occidente y dio comienzo la Edad del Oscurantismo, un período que para el cristianismo verdaderamente supuso una era de oscuridad e ignorancia intelectual. La oscuridad de la cristiandad había eclipsado por el momento la luz evangélica del cristianismo.
La oscuridad religiosa no conduce a la unidad. Herbert Waddams, anterior canónigo de Canterbury dijo: “Los diversos sectores del mundo cristiano estaban buscando constantemente una unidad que nunca se alcanzó”. También comentó que “no fue un caso de unidad completa que luego se rompió”, y añadió: “La idea de que en su día la cristiandad fue una gran Iglesia unida es producto de la imaginación”.
En realidad, el nombre “Imperio romano” era una designación errónea, puesto que el grueso de su territorio —la actual Alemania, Austria, Checoslovaquia occidental, Suiza, Francia oriental y los Países Bajos— quedan fuera de Italia, y además predominaban los países y los gobernantes germánicos. Por todo esto su nombre oficial se cambió al de Sacro Imperio Romano Germánico.
El imperio mezcló la religión con la política. La Collier’s Encyclopedia explica que se creía que “debía haber un solo cabeza político en el mundo que trabajara en armonía con la Iglesia universal, cada uno con su campo de acción y autoridad recibidos de Dios”. Pero la línea de demarcación no siempre estuvo clara, y eso fue la causa de que surgieran disputas. En particular entre mediados de los siglos XI y XIII la Iglesia y el Estado contendieron por el liderazgo de Europa. Hay quienes creen que la intromisión de la religión en la política fue un acto altruista y justificado, pero como admite Waddams, “no hay mucha duda de que la ambición papal por el poder desempeñó un papel importante en esta actuación”.
Mucho antes de que terminase lo que ni era un imperio ni era santo y apenas era romano, “se implantó en lo más profundo del corazón de los cristianos de Oriente un legado de odio de cristianos a otros cristianos”, dice el clérigo anglicano Waddams. Ciertamente, el pecado de “cristianos” que odiaban a “cristianos”, aunque se cometiese en la oscuridad, no pasó desapercibido en el cielo, sino que fue tan patente como llamaradas de fuego.
Además, este pecado de la división tampoco pasó desapercibido en la Tierra. Por ejemplo: Waddams dice que cierto árabe destacado del siglo VII E.C. que “conocía bastante el cristianismo debido a sus viajes y a personas con las que tenía estrecha relación” no estaba favorablemente impresionado por “las disputas que observaba entre los cristianos”. Este hombre buscó una vía o camino mejor que el que ofrecía la desunida cristiandad. ¿Lo halló? Todavía como en 1989, defiendía su causa por lo menos el 17% de la población mundial.
En el año 1095, el papa Urbano II hizo un llamamiento a los católicos europeos para empuñar la espada literal. Había que expulsar al islam de los Santos Lugares (Oriente Medio), una zona sobre la que la cristiandad afirmaba tener los derechos exclusivos. La idea de una guerra “justa” no era nueva. Ya se había invocado, por ejemplo, en la lucha librada contra los musulmanes en España y Sicilia, y según Karlfried Froehlich, del seminario teológico de Princeton (E.U.A.), el papa Gregorio VII “había concebido la idea de una militia Christi para la lucha contra todos los enemigos de Dios y ya había pensado enviar un ejército a Oriente” por lo menos una década antes del llamamiento de Urbano.
La acción de Urbano se debió en parte a una petición de ayuda del emperador bizantino Alejo. Además, como parecía que mejoraban las relaciones entre las partes oriental y occidental de la cristiandad, puede que la posibilidad de volver a unir las iglesias hermanas desavenidas también le impulsara a acceder a dar ayuda. Sea como fuere, convocó el Concilio de Clermont, donde se declaró que a los que quisieran participar en esta “santa” empresa se les concedería una indulgencia plenaria (la remisión de todas las penas debidas por los pecados). La respuesta fue inesperadamente positiva. “Deus volt” (“Dios lo quiere”) se convirtió en el lema bajo el que se reunieron tropas en Oriente y Occidente.
“Aunque las cruzadas iban dirigidas directamente contra los musulmanes de Oriente —dice The Encyclopedia of Religion—, el celo de los cruzados se enfocó en los judíos de los países de donde se reclutaba a los cruzados, es decir, de Europa. Un fin común de todos los cruzados era vengar la muerte de Jesús, y los judíos se convirtieron en las primeras víctimas. La persecución de los judíos comenzó en Ruán en 1096, seguida rápidamente por masacres en Worms, Maguncia y Colonia.” Esto no fue más que un preludio del espíritu antisemítico de los días del Holocausto en la Alemania nazi.
Las cruzadas fortalecieron la posición de liderazgo del papado tanto en el campo religioso como en el político. Según el historiador John H. Mundy, “dieron a los Papas autoridad para controlar la diplomacia europea”. Al poco tiempo “la Iglesia era el mayor gobierno de Europa [...], [capaz de] ejercer más poder político que cualquier otro gobierno occidental”.
Esta subida al poder se hizo posible tras la caída del Imperio romano de Occidente, ya que entonces la Iglesia quedó como el único poder unificador en Occidente y empezó a desempeñar en la sociedad un papel político más activo que la Iglesia de Oriente, la cual en aquel tiempo todavía estaba bajo un fuerte dirigente seglar: el emperador bizantino. Esta preponderancia política de la Iglesia de Occidente dio crédito a su afirmación de la primacía papal, una idea rechazada por la Iglesia de Oriente, que aunque aceptaba que el Papa merecía honra, no concordaba en que fuese la máxima autoridad en cuestiones de doctrina o de jurisdicción.
El Fundador del cristianismo mandó a sus seguidores que hiciesen discípulos, pero no les dijo que utilizasen para ello la fuerza física; es más, les dio la advertencia específica de que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. De manera similar, tampoco mandó a sus seguidores que dieran maltrato físico a los que no estuviesen favorablemente dispuestos. El principio cristiano que había que poner en práctica era: “El esclavo del Señor no tiene necesidad de pelear, sino de ser amable para con todos, capacitado para enseñar, manteniéndose reprimido bajo lo malo, instruyendo con apacibilidad a los que no están favorablemente dispuestos”.
Al recurrir a la espada literal de la guerra, así como a las espadas simbólicas de la política y la persecución, es evidente que la cristiandad no siguió la dirección de Aquel que, según ellos, era su Fundador. La cristiandad ya se había venido abajo por causa de la desunión, y ahora estaba amenazada de ruina total. El catolicismo romano era “Una religión que necesitaba con urgencia una reforma”. Pero, ¿vendría la reforma? En caso afirmativo, ¿cuándo?, y ¿procedente de quién? En nuestro número del 22 de agosto se nos darán más detalles.
El 31 de octubre de 1517, Lutero hizo arder el mundo religioso al atacar la venta de indulgencias en la lista de 95 tesis de protesta que clavó en la puerta de la iglesia de Wittenberg. La venta de indulgencias se originó durante las Cruzadas, cuando estas se concedían a los creyentes que estaban dispuestos a arriesgar su vida en una guerra “santa”. Más tarde se otorgaban a las personas que ofrecían apoyo económico a la Iglesia. Pronto se convirtieron en un método práctico de reunir dinero para la construcción de iglesias, monasterios y hospitales. “Los monumentos más nobles de la Edad Media se financiaban de esta manera”, dice el profesor de Historia Religiosa Roland Bainton, quien llamó a las indulgencias “el bingo del siglo XVI”.
Con su característica mordacidad, Lutero preguntó: “Si el Papa tiene el poder de librar a cualquiera del purgatorio [sobre la base de las indulgencias], ¿por qué no deja salir a todos en el nombre del amor y así acaba con él?”. Cuando se le pidió que contribuyese dinero para un proyecto de construcción en Roma, Lutero replicó que el Papa “haría mejor si vendiese la [basílica] de San Pedro y diese el dinero a los pobres del pueblo a los que están desplumando los vendedores de indulgencias”.
Lutero también atacó el antisemitismo católico, y aconsejó: “No deberíamos usar con los judíos la ley del Papa, sino la ley del amor de Cristo”. También puso en ridículo la adoración de reliquias, al decir: “Hay quien afirma que posee una pluma de un ala del ángel Gabriel y el obispo de Maguncia tiene una llama de la zarza ardiente de Moisés. Y ¿cómo es posible que en Alemania estén enterrados dieciocho apóstoles cuando Cristo solo tuvo doce?”.
La Iglesia respondió a los ataques de Lutero con la excomunión. Carlos V, emperador del Sacro Imperio Romano, cedió a la presión papal y proscribió a Lutero. Esto creó tal controversia que en 1530 se convocó la Dieta de Augsburgo para discutir el asunto. Fallaron los esfuerzos para un entendimiento, y entonces se promulgó una declaración básica de la creencia doctrinal luterana llamada Confesión de Augsburgo, que supuso el nacimiento de la primera Iglesia protestante.
Muchos eruditos ven a Calvino como el mayor de los reformadores. Aunque insistió en que la Iglesia volviese a los principios originales del cristianismo, una de sus principales creencias, la predestinación, recuerda las enseñanzas de la antigua Grecia. Según los estoicos, Zeus determinaba todas las cosas y los hombres debían resignarse a lo inevitable. Es patente que esta doctrina no es cristiana.
Los protestantes franceses, a los que en los días de Calvino se llegó a conocer como hugonotes, fueron víctimas de una feroz persecución. Comenzando el 24 de agosto de 1572, con la matanza de la noche de San Bartolomé, las fuerzas católicas de Francia dieron muerte a miles de ellos, primero en París y luego en todo el país. Pero los hugonotes también tomaron la espada y mataron a muchos durante las sangrientas guerras de Religión, que tuvieron lugar en la última parte del siglo XVI. Decidieron pasar por alto la instrucción de Jesús: “Continúen amando a sus enemigos y orando por los que los persiguen”. (Mateo 5:44.)
Sin embargo, otros llevaron adelante la Reforma, y en Alemania y Escandinavia el luteranismo se esparció rápidamente. En 1534 Inglaterra rompió con el control papal, y Escocia, bajo el reformador John Knox, pronto le siguió. En Francia y Polonia el protestantismo halló reconocimiento legal antes del fin del siglo XVI. Sí, como había dicho Voltaire con tanto acierto, “todo abuso debería ser reformado”. Pero añadió estas palabras: “A menos que la reforma sea más peligrosa que el abuso en sí”.
Fue “falsedad organizada” porque el protestantismo prometió una reforma doctrinal que no llevó a cabo. Era la política de la Iglesia, no sus mentiras doctrinales, lo que provocaba la cólera de los reformadores. El protestantismo mantuvo la mayoría de las ideas y prácticas religiosas contaminadas de paganismo que había en el catolicismo. Un ejemplo sobresaliente de esto es la creencia en la doctrina de la Trinidad, el principal requisito para ser miembro de la organización protestante denominada Concilio Mundial de Iglesias. La adherencia a esta doctrina está muy arraigada, aunque The Encyclopedia of Religion admite que ‘exegetas y teólogos de hoy día concuerdan en que en ninguna parte de la Biblia se enseña de manera explícita’.
Hoy día, el protestantismo se ha desmenuzado en tantas sectas y confesiones que sería imposible determinar la cantidad total. Antes de que alguien terminase de contarlas, se habrían formado nuevos grupos u otros habrían desaparecido. Aun así, la World Christian Encyclopedia hace lo “imposible” y divide la cristiandad (a partir de 1980) en “20.780 confesiones cristianas distintas”, la inmensa mayoría de las cuales son protestantes. Entre estas se encuentran 7.889 grupos protestantes clásicos; 10.065 religiones indígenas no blancas, en su mayor parte, protestantes; 225 confesiones anglicanas, y 1.345 grupos protestantes marginales.
Al explicar cómo se produjo esta confusa diversidad, llamada “una señal de salud y de enfermedad” al mismo tiempo, el libro Protestant Christianity menciona que “puede que se haya producido debido a la creatividad y finitud humanas; más aún, puede que se haya debido a hombres orgullosos que piensan demasiado de su propio concepto de la vida”. No hay ninguna duda de que esto es cierto. Sin dar la suficiente consideración a la verdad divina, hombres orgullosos ofrecen nuevas alternativas para encontrar salvación, liberación o satisfacción. El pluralismo religioso no encuentra apoyo en la Biblia.
Al promover el pluralismo religioso, el protestantismo parece dar a entender que Dios no ha dejado directrices de acuerdo con las cuales se le tenga que adorar. ¿Concuerda semejante confusión organizada con un Dios de verdad, de quien la Biblia dice que “no es Dios de desorden, sino de paz”? ¿Es la mentalidad protestante de ‘acude a la iglesia que prefieras’ diferente del pensar independiente que condujo a Adán y Eva a una creencia errónea y a los subsiguientes problemas?
Analizando la historia es donde podemos esclarecer y comprender, en toda su plenitud, el alcance de la famosa parábola del Señor sobre el “trigo y la mala hierba” que ambos crecerían juntos hasta el tiempo de la siega. Tratar de justificar todo este desorden y claro desenvolvimiento de la apostasía en todos sus extremos, es como negarse a sí mismo y volverle la espalda a la cordura y a la razón, tanto así como al conocimiento histórico de esta verdad revelada.
Este breve recorrido por la historia real –faltan aun muchísimos más detalles que apuntar– es un simple repaso de lo que ha sido la religión para la humanidad. Pero el tiempo y el espacio apremian y creo que la lectura, ya de por sí aburrida y sin sentido para muchos foristas, aquí acérrimos defensores de su propia ideología cristiana, se volvería más que bochornosa y hasta ofensiva; no dejaría ningún espacio para siquiera comprender la magnitud del desastre histórico con el que nos enfrentamos hoy en el siglo XXI para entender, a su máxima capacidad, con qué clase de “hombre de desafuero” estamos lidiando.
Aunque no podemos definir ni asegurar cuántos de esos “sellados” continuaron siéndolo a través de los siglos de semejante apostasía declarada, tenemos al menos la certeza que la cantidad fue mermada casi hasta desaparecer por completo de la escena mundial hasta que llegara el tiempo de la “reconstrucción de todas las cosas que habló Dios por medio de sus profetas de tiempo antiguo”. Recordemos que la orden del Señor fue clara: “dejen que crezcan juntos hasta la siega”, ¿Por qué? Pues porque la similitud era tal, que sin una clara distinción había peligro de que al tratar de “cortar la mala hierba”, podíamos también cortar el verdadero “trigo”.
Gracias por su paciencia.
David, puedes continuar con el tema propuesto.