Re: Las 70 semanas
EL CUMPLIMIENTO DE LAS SETENTA SEMANAS (CUARTA PARTE)
En el planteamiento adventista, existe una íntima conexión entre los capítulos 8 y 9 de Daniel. Según tal planteamiento, Daniel queda, basándose en Dan. 8:27, Daniel no entendió algo de lo que se le había mostrado (aunque el texto bíblico no dice qué era ese supuesto “algo”), los adventistas se apresuran a acudir en “auxilio” del neófito y aseguran que lo que no entendió era lo de las “2300 tardes y mañanas”, porque, “claro”, según ellos, Daniel habría interpretado que eso quería decir 2300 años y tal lapso le parecía prolongadísimo. Por supuesto, este escenario es puramente imaginario, y no tiene nada que ver con la exégesis ni de Daniel 8 ni de Daniel 9. Prosigamos con el cuento. Entonces, dada la tremenda preocupación de Daniel, algún tiempo después (los adventistas son reacios a especificar que el tiempo transcurrido es de aproximadamente una docena de años [!]), Daniel, recuperado de su desmayo del capítulo 8 (no debía de haber muy buenos médicos por entonces, porque, ¡caramba!, estar desmayado tanto tiempo podría incluso haber perjudicado la carrera funcionarial del Daniel historicista), eleva a Dios una oración para poder entender tan hondos misterios (aunque la Biblia no dice que estuviese preocupado por las “2300 tardes y mañanas” (eso es un puro invento adventista), sino por la profecía de los setenta años de Jeremías. Y entonces, según toda esa confusa explicación historicista, aparece Gabriel, raudo y veloz, para explicarle lo de las “2300 tardes y mañanas”. ¿Y cómo se lo explica? ¿Hablando de las “2300 tardes y mañanas”? No, en absoluto. Esa deducción quedó suspendida en el éter para que algunos individuos dotados de poderes extrasensoriales pudieran proponer que las setenta semanas están “cortadas” (aunque lo de “cortadas” solo es cierto en hebreo medieval, no en hebreo antiguo) de algo. Y, ¿qué puede ser ese “algo”? “Naturalmente”, una “profecía temporal”. Y, ¿qué “profecía temporal” puede ser esa? ¿La de las “2300 tardes y mañanas”? ¡Bingo!, dice el historicista embelesado, sin percatarse siquiera que todo su escenario es una cadena de despropósitos, del primero al último. Nada de ello tiene el más leve apoyo exegético. Todo el escenario es una superestructura ajena inyectada en la Biblia pervirtiendo su mensaje.
En primer lugar, no dice que las setenta semanas estén “cortadas” de nada, pero, aun en el supuesto caso de que los historicistas pudieran probar que lo de “cortadas” era más antiguo que el hebreo medieval, podrían estar “cortadas” de los eones de la historia y punto, porque no se puede ir más allá con el texto sagrado que tenemos. Que no significa “cortadas” se intuye hasta con el texto de las propias setenta semanas, pues se dice que un ungido iba a ser “cortado” tras 62 semanas, y son palabras distintas en hebreo.
En segundo lugar, la relación existente entre las “2300 tardes y mañanas” y las setenta semanas es imposible que sea la de un comienzo simultáneo. ¿Por qué? Muy sencillo. Las setenta semanas comienzan con una orden para restaurar Jerusalén (Dan. 9:25), lo cual es motivo de alegría para un judío. En cambio, las “2300 tardes y mañanas” comienzan con un sacrilegio en el santuario y con la matanza de personas inocentes (Dan. 8:11 y siguientes).
En la entrega anterior ya vimos que el adventismo recurre al subterfugio de decir que ellos lo interpretan así porque quieren respetar lo de 8:13, que habla de la visión. Ello es un subterfugio por el siguiente motivo. Si de verdad quisieran afirmar que las “2300 tardes y mañanas” empiezan a contar en el momento representado por el inicio de la visión del capítulo 8, no dirían luego que empieza el séptimo año de Artajerjes, porque 8:2 habla de una época en que del carnero “persa” se dice que “tenía dos cuernos; y aunque los cuernos eran altos, uno era más alto que el otro, y
el más alto creció después”. Dado que la visión se inicia
con anterioridad a ese crecimiento posterior del cuerno persa sobre el medo, cosa que ocurrió, precisamente, al comienzo mismo del gobierno de Ciro. Así que es totalmente falsa la excusa historicista al respecto.
Y, ¿qué decir del enlace que propugnan los historicistas entre Daniel 8 y 9, la historia esa de que hubo cosas que Daniel no entendió de la visión del capítulo 8 y que fue necesario un apéndice doce años después para supuestamente aclararle lo que no entendió (el tiempo)? Bueno, eso es otro cuento muy chusco. Resulta que las traducciones habituales de 8:27 ponen algo así como: “Yo Daniel, me sentí agotado y enfermo algunos días. Después me levanté y atendí los asuntos del rey; pero yo estaba espantado a causa de la visión, y no había nadie que la interpretara” (LBA). Ahora bien, según tal traducción, Daniel habría estado comentando el contenido de esa visión con varias personas que su confianza, que, como él, no la habrían comprendido. ¿Puede ser válida esa interpretación?
Si lo fuera, entonces habría que concluir que Daniel DESOBEDECIÓ la orden divina que le dijo: “Y la visión de las tardes y de las mañanas que ha sido relatada, es verdadera; pero tú, guarda
en secreto la visión, porque se refiere a muchos días aún lejanos” (8:26, LBA). Entonces, si Daniel cumplió la orden, la tuvo que guardar en secreto, y no tendría sentido que dijese que no había quien la entendiese. ¿Qué dice realmente el texto hebreo en 8:27? Dice esto:
we´en mebin (transcripción aproximada). Significa “y nadie sabiendo”, es decir, “sin saber[lo] nadie”. Entonces, ¿cuál es el
único significado real de 8:27 que no contradice la orden de 8:26? Es este: “Yo Daniel, me sentí agotado y enfermo algunos días. Después me levanté y atendí los asuntos del rey; pero yo estaba espantado a causa de la visión, sin saberlo nadie”. Lo más probable es que lo que diga Daniel es que su enfermedad y malestar pasó desapercibido para todo el mundo, no que fuera por ahí proclamando lo que se dijo que guardase porque era para tiempos lejanos. Grave, muy grave se pone esto para las pretensiones historicistas.
Lo que ya es demencial es la noción de que Daniel 9 “explique” Daniel 8, porque a Daniel se le había dicho, como acabamos de ver que lo de las “2300 tardes y mañanas” había de guardarse “en secreto” (LBA) porque era para “muchos días aún lejanos”. ¿Es que esos “muchos días aún lejanos” llegaron en vida del profeta? Entonces, ¿qué credibilidad tiene que llegase un ángel a explicar algo que, por decreto divino, había de permanecer oculto hasta “muchos días aún lejanos”? Señores historicistas, su credibilidad está bajo mínimos.
Pese a lo anterior, sí es cierto es que las setenta semanas y las “2300 tardes y mañanas” tienen una relación, porque
acaban a la vez. ¿Por qué? Muy sencillo. Las “2300 tardes y mañanas” acaban con la purificación del santuario (8:14), mientras que tras las setenta semanas se produce la unción del santo de los santos, es decir, del lugar santísimo del santuario (completamente terrenal, desde luego) (9:24). Las “2300 tardes y mañanas” o 1150 días de sacrilegio, son el lapso final de las setenta hebdómadas.
Y ahora, señores, vamos al jueguecito del
troll “humillado”. Ese sujeto, que JAMÁS responde una sola pregunta de los demás, y que es totalmente incapaz de refutar nada, me hizo la DOBLEMENTE imprecisa pregunta de “quién es la abominación asoladora de Daniel 9:27”. La primera imprecisión es usar el interrogativo personal “quién”, pues la “abominación desoladora” no es una persona, sino una cosa. La segunda es que la expresión “abominación desoladora” no aparece, como tal, en las traducciones habituales de 9:27. Donde sí lo hace es en 11:31: “Se levantarán sus tropas, que profanarán el santuario y la fortaleza, quitarán el sacrificio continuo y pondrán la abominación desoladora”, dice el texto, hablando del malvado rey del norte (que, según el ángel intérprete, NO es Roma). No obstante, el parecido de las tres expresiones hebreas que aparecen en 9:27; 11:31 y 12:11 permite aceptar que se habla de lo mismo: un sacrilegio puesto en el santuario por las fuerzas militares del cuerno pequeño o rey del norte.
Desveladas, pues, las dos imprecisiones del
troll “humillado”, queda por mencionar la intencionalidad de su torpe pregunta. Él contaba con que, al declarar yo la respuesta lógica a su pregunta según lo que vengo exponiendo, él contaría con el supuesto “as en la manga” del texto referido por ELG (Mat. 24:15) en el sentido de que tal abominación fuese aún futura en los días de Cristo. Ahora bien, como yo no nací ayer, la pueril intencionalidad del
troll no pasó desapercibida para mí, le respondí esto:
Me comprometo a contestártela cuando tú me contestes a esta otra:
¿A quiénes se refería Dios cuando, al encomendar el oficio profético a Isaías, dijo las siguientes palabras?
"Y dijo: -- Anda, y dile a este pueblo: 'Oíd bien, y no entendáis; ved por cierto, pero no comprendáis". Embota el corazón de este pueblo, endurece sus oídos y ciega sus ojos, para que no vea con sus ojos ni oiga con sus oídos ni su corazón entienda, ni se convierta y haya para él sanidad'" (Isa. 6:9, 10).
Me interesa sobremanera que especifiques lo mejor que puedas el momento histórico por el que pasaban los individuos que escucharon ese encargo de Isaías y, a poder ser, alguna fecha orientativa.
Posiblemente esté valorando en exceso la capacidad cognitiva del
troll “humillado”, pero sospecho que cuando le hice esa pregunta captó perfectamente que yo no me iba a dejar enredar por sus sofismas. Resulta que las palabras citadas de Isa. 6:9, 10 son el mensaje inicial que Dios encomendó a Isaías para que se lo transmitiese a sus paisanos, “en el año que murió el rey Uzías” (Isa. 6:1), hacia mediados del siglo VIII a.C. Ahora bien, nuestro Señor Jesucristo afirmó sobre sus incrédulos contemporáneos lo siguiente: “Por eso les hablo por parábolas: porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden. De manera que
se cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: ‘De oído oiréis, y no entenderéis; y viendo veréis, y no percibiréis, porque el corazón de este pueblo se ha entorpecido, y con los oídos oyen pesadamente, y han cerrado sus ojos; para que no vean con los ojos, ni oigan con los oídos, ni con el corazón entiendan, ni se conviertan y yo los sane’” (Mat. 13:13-15).
Entonces, señores, ocurre algo bien sencillo aquí, que sabe cualquiera que haya leído mínimamente el Nuevo Testamento con una pizca de sentido común: los autores neotestamentarios y el propio Jesucristo APLICAN a sus propios días pasajes del Antiguo Testamento sin que ello tenga que constituir exégesis. Una
aplicación NO es una
explicación. Por eso, si Jesucristo pudo decir que lo ya cumplido antaño en los días de Isaías se aplicaba a sus propios días (de hecho, él dice que “se cumple en ellos la profecía de Isaías”), entonces lo que él dijera sobre una futura “abominación desoladora” aplicada al ejército romano NO NIEGA que tal abominación desoladora haya tenido un cumplimiento totalmente literal ANTES de los días del propio Cristo. El torpe plan del
troll humillado queda efectivamente desenmascarado y reducido a ceniza, pues era paja.
Pero las cositas no quedan ahí para esta pandilla de ineptos tergiversadores de la Biblia. Resulta que, según los historicistas, dado que el libro de Daniel no se iba a entender hasta el “tiempo del fin” (Dan. 12:9), y ellos, gracias a su imaginario “principio” día-año, ya han “determinado” que el “tiempo del fin” empezó en 1798 (!), entonces el libro de Daniel no se pudo entender hasta que, tras 1798, gracias a la acción de “brillantes” expositores de la talla de William Miller, Joseph Bates, John N. Andrews, James White o Uriah Smith, ha podido ser, por fin un libro abierto para las masas. ¡Qué disparate! En primer lugar, el Apocalipsis de Juan, que expande ciertos motivos daniélicos, jamás fue cerrado (22:10), pues, a diferencia del de Daniel, que era una predicción para tiempos lejanos, el Apocalipsis era una predicción para tiempos
cercanos (versículo citado y pássim). Entonces, si el Apocalipsis, que está basado en parte en Daniel, no se cerró jamás, ¿cómo puede decir alguien que el de Daniel permaneció cerrado diecisiete siglos más? Además, los descerebrados historicistas ni siquiera se dan cuenta de lo que implican las palabras de Jesucristo de Mat. 24:15: “… cuando veáis en el Lugar santo la abominación desoladora de la que habló el profeta Daniel —
el que lee, entienda—…” ¿Hemos leído bien? En el siglo I de nuestra era ya era perfectamente posible leer, y entender el libro de Daniel. No estaba cerrado, como afirman ilusamente los historicistas. No era necesario esperar a que el adventismo desentrañase sus secretos. Cualquiera lo podía entender perfectamente. Y, en efecto, sabemos que Flavio Josefo lo interpretaba muy bien.
Históricamente, la abominación desoladora fue el sacrilegio obrado por Antíoco Epífanes en el templo de Jerusalén, al que convirtió en un burdel, con una estatua que lo representaba a él como a Zeus Olímpico, con la prohibición de adorar a Dios bajo pena de muerte, sacrificando cerdas en el altar del templo de Jerusalén y masacrando a la población fiel a Dios y a las costumbres patrias (a los observadores del sábado, de la circuncisión, etc.). La purificación del santuario fue la limpieza (hecha con una carretilla) y la reconsagración del templo para su uso sagrado. Los judíos de todo el mundo (incluido Jesucristo) han celebrado desde entonces la fiesta de
Hanukkah o de la Dedicación desde aquel 14 de diciembre de 164 a.C.
(CONTINUARÁ).