Re: La Biblia y la Tradicion
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Una pregunta para un hermano evangélico serio
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El P. Juan Carlos Sack es un sacerdote católico misionero en Rusia, actualmente cursando sus estudios exegeticos en Roma. Contestará gustoso a sus preguntas o sugerencias. Su dirección de e-mail es
Juan_Carlos@bigfoot.com
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[Juan Carlos] Es por todos conocido el hecho que tantas religiones y movimientos religiosos evangélicos veneran las Sagradas Escrituras con una reverencia y amor encomiables. De ellos, creo yo, bien pueden aprender tantos católicos que, por un motivo u otro, no llevan a la practica aquellas palabras del último Concilio Universal de la Iglesia, a saber, el Concilio Vaticano II, cuando nos enseña que "es tan grande el poder y la fuerza de la palabra de Dios, que constituye sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual… Los fieles deben tener fácil acceso a la Sagrada Escritura" (DV 21 y 22).
Ahora bien, también es conocido por todos el rechazo que estos hermanos nuestros manifiestan, en general, por todo aquello que no se contiene explícita o, al menos, implícitamente en las Sagradas Escrituras.
[Jetonius] Este “rechazo” no es generalizado ni indiscriminado, sino que se refiere a considerar en pie de igualdad con las Sagradas Escrituras doctrinas o prácticas que, como correctamente dices, no se contienen explícita o implícitamente en aquéllas.
[ Juan Carlos] Es decir, coincidimos con estos hermanos nuestros en el amor y la veneración a las Sagradas Escrituras, pero diferimos cuando ellos dicen que solo aquello que se encuentra en las Sagradas Escrituras es digno de ser tomado como mensaje cierto de Dios para nuestra salvación. El católico afirma que la Palabra de Dios escrita se contiene, si, exclusivamente en las Sagradas Escrituras, pero que la Palabra de Dios no es solo aquella que se puso por escrito en las Escrituras, sino que la Palabra de Dios excede las Escrituras: la prueba esta en que Jesús, el gran revelador del Padre, "hizo y dijo muchas otras cosas que no se encuentran escritas en este libro", y que, obviamente, podemos considerar como Palabra de Dios, aunque no escrita, sino oral.
[Jetonius] No puede negarse que la Palabra de Dios exceda las Escrituras, ni tampoco que existan muchas otras cosas que hizo y dijo Jesús que no se hallan en el Evangelio según San Juan (obviamente, “este libro” no se refiere a todo el Nuevo Testamento). En realidad, muchas de estas otras cosas se encuentran en los Evangelios sinópticos, a los cuales Juan complementa, y en datos dispersos en los Hechos, las Epístolas y el Apocalipsis. Sin embargo, nadie en su sano juicio afirmaría que allí está absolutamente todo lo que Dios ha dicho y hecho.
Lo que el evangélico serio se pregunta y le pregunta a su no menos serio hermano católico es: ¿Hasta qué punto pueden ser relevantes para la doctrina y la práctica las cosas que los autores del Nuevo Testamento, inspirados por el Espíritu Santo, declinaron incluir en sus escritos?
Una segunda pregunta estrechamente relacionada sería ¿cuáles fueron los criterios que guiaron a los autores del Nuevo Testamento para la selección del material proveniente de la revelación divina que finalmente incluyeron?
Otra pregunta más que el evangélico se hace es: ¿con qué criterio habrá de extraerse de la tradición oral, lo que realmente corresponde a las enseñanzas de Jesús y de sus Apóstoles de adiciones posteriores o extrañas? Simplemente para dar un ejemplo, Ireneo y otros autores citan dichos de Papías de Hierápolis que supuestamente se remontan a los Apóstoles, pero que casi ciertamente son erróneos (por ejemplo, sobre la muerte de Judas Iscariote, Felipe y sus hijas, o el reino milenario).
[Juan Carlos] Esta Palabra de Dios trasmitida por Jesús y los Apóstoles oral y literalmente es llamada técnicamente Tradición, escrita aquí a propósito con mayúscula, para diferenciarla de lo que entendemos habitualmente por "tradiciones", es decir, costumbres de origen más o menos desconocido que se van repitiendo de generación en generación, y cuya sola autoridad es "que así se hace", y basta. Semejantes "tradiciones", cuando son de carácter religioso, pueden ser buenas o malas, pueden cambiar o permanecer, pueden aumentar o disminuir, pueden desaparecer.
La Tradición (con mayúsculas) de la Iglesia tiene su origen en Jesucristo y los Apóstoles y se entrega de generación en generación por medio de la predicación y la celebración de los misterios de salvación, bajo la guía del Espíritu Santo. La palabra "tradición", como se sabe, viene del latín "tradere", que significa "entregar". En este sentido las Sagradas Escrituras son parte de la Tradición que hemos recibido de nuestros antepasados en la fe; es decir, la Biblia es un mensaje que ha sido "entregado" de generación en generación, bajo la guía del Espíritu Santo.
[Jetonius] En mi opinión, la distinción debe trazarse entre una tradición doctrinal y una tradición interpretativa y usual, es decir, entre lo que constituye la enseñanza inspirada por el Espíritu Santo (sería la Tradición con mayúscula) y lo que es la forma de interpretarla y la manera en que se hacen las cosas (costumbres). La Biblia es, para todos los cristianos, el depósito de la Revelación, la verdadera y segura Tradición de la Iglesia de Jesucristo. Todo lo demás puede tenerse en cuenta –por ejemplo, los escritos de los Padres primitivos- pero debe ser juzgado a la luz de la Escritura.
[Juan Carlos] Pero, según hemos dicho, los cristianos así llamados "evangélicos" niegan que debamos prestar oído a cualquier otra "Tradición" que no sea esta Tradición escrita, o sea la Biblia. La Iglesia Católica, en cambio, sostiene que aquella Sagrada Tradición (o "enseñanza de salvación entregada") que debemos mantener y conservar es más amplia que la Sagrada Escritura, y, digámoslo desde ya, no se opone a ella ni la contradice, ya que se trata de una misma Tradición que se "entrega" bajo dos formas distintas: escrita y oral.
[Jetonius] Cualquier grupo humano desarrolla cierta tradición y es natural y lógico que así sea. Esta tradición se transmite de generación en generación, en general modificándose a través de desarrollos y adiciones.
El problema que un evangélico serio ve aquí es que los cristianos así llamados “católicos” consideran a la supuesta Tradición oral como una fuente de revelación divina a la par de la Palabra Escrita de Dios, “recibidas por los Apóstoles de boca de Cristo mismo, o por los mismos Apóstoles bajo la inpiración del Espíritu Santo transmitidas como de mano en mano...”
Esta doctrina comenzó a enseñarse con claridad, por influencia de Cirilo de Alejandría, en el II Concilio de Constantinopla de 553, es decir, algunos siglos después de la época apostólica. Se reafirmó en el II de Nicea (787) y en el IV de Constantinopla (869). Se enseña en el Símbolo de León IX (1053) y en una carta de Gregorio IX , entre otros documentos papales. El Concilio de Trento ratificó la doctrina en la Sesión IV (8 de abril de 1546), en el I Vaticano (1870) y recientemente en el II Vaticano, que concluye que “se sigue que la Iglesia no deriva solamente de la Sagrada Escritura su certeza acerca de todas las verdades reveladas. Por eso se han de recibir y venerar ambas con un mismo espíritu de piedad.” (Const. Dogm. Dei Verbum, II,9).
Un evangélico serio no cree en realidad que no deba prestársele atención a toda tradición extraescritural. En cambio cree que toda supuesta tradición debe examinarse a la luz de lo revelado por escrito. En este sentido, simplemente sigue el ejemplo del Señor Jesús, para quien la declaración “Está escrito” concluía una discusión con sus discípulos, con los fariseos, con los saduceos y con el mismo Satanás (Mateo 4 y paralelos). Es la misma actitud que tenían los de Berea cuando, luego de escuchar la enseñanzas del mismísimo San Pablo y de Silas, “estudiaban cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así”. San Lucas elogia esta actitud (Hechos 17: 10-12).
[Juan Carlos] Creo que no hay mejor manera de decirlo que como lo dijo el mismo San Pablo: "hermanos: estad firmes y mantened las tradiciones que habéis recibido como enseñanza ya sea de palabra ya sea por nuestras cartas" (2 Tes. 2,13). Algunas traducciones de este pasaje, dicho sea de paso, vierten la palabra del texto original "paradoseis" como "doctrinas", lo cual es perfectamente licito en caso de no tratarse de una traducción tendenciosa: no se debe olvidar que la palabra "paradosis" significa inequívocamente "tradición" (al margen del significado de "traición", "arresto" que no aplica aquí), de la raíz verbal "para-didomi", y que es la misma palabra que usa Jesús al decirle a los fariseos: "Así habéis invalidado la palabra de Dios por causa de vuestra tradición (paradosis)".
Como se ve, la palabra "tradición" puede ser tomada como sinónimo de la doctrina de Jesús y de los apóstoles y también como sinónimo de las doctrinas de los fariseos o de sus antepasados. En una palabra, el termino "tradición" puede usarse en un sentido positivo y también en un sentido más peyorativo, de donde no tiene lugar el escandalizarse cuando en la Iglesia se habla de Tradición, como hablaba San Pablo. (En 2 Tes 3,6 también se usa el termino griego "paradosin", que, otra vez, en algunas versiones españolas se traduce como "doctrinas": "…conforme a las doctrinas que recibieron de nuestra parte" - Reina de Valera -; también vale aquí lo que dijimos para 2,13: si, podemos traducir "paradosin" como "doctrina", pero no perdamos de vista que lo que dice el texto original es: "…conforme a la tradición que recibieron de nuestra parte"; podríamos agregar que el texto de Mt 15,3 y 6, donde tenemos en el original la misma palabra que en 2 Tes 3,6, es decir, "paradosin", es traducido por casi todas la versiones españolas - incluso la Reina de Valera - como "tradiciones". Nos preguntamos: ¿porqué no traducir aquí "paradosin" como "doctrinas", como se traduce 2 Tes 3,6, que hace referencia a una realidad similar - enseñanzas, tradiciones, doctrinas -? Ciertamente la sospecha de imparcialidad de la traducción no es del todo infundada: parecería que cuando el termino "paradosin" aparece para indicar la enseñanza de Jesús o de los Apóstoles se lo traduce como "doctrinas", mientras cuando se trata de las enseñanzas y preceptos humanos de los judíos se lo traduce como "tradiciones". Repetimos una vez más que, si bien el traductor puede elegir los sinónimos que él crea conveniente, sin embargo en este caso me parece que se cumple el dicho "traduttore tradittore", pues puede llevar a los lectores sencillos a pensar que "tradición" es una suerte de "mala palabra" que hace alusión a las tradiciones humanas, en contra de la doctrina de Jesús, cuando de hecho en el texto original se trata de una misma palabra, la cual cobra su valor positivo o negativo según el "contenido" de la mencionada tradición. Sin embargo no es tanto sobre cuestiones de exégesis que quería atraer la atención del lector, sino más bien sobre cuestiones de historia de la doctrina cristiana en sus primeros pasos, apenas recibido el Espíritu Santo en Pentecostés.
[Jetonius] Sin duda, la palabra “tradición”puede tomarse en sentido positivo, peyorativo o neutro. La traducción Reina-Valera es –como lo reconoce Menéndez y Pelayo y cualquiera que aprecie el castellano- una joya del siglo de oro de la literatura española. Casiodoro de Reina y Cipriano de Valera (ninguno de ellos se llamaba “Reina de Valera” como das a entender) optaron efectivamente por traducir “tradición” en ciertas partes y “doctrina” en otras tal vez como resultado de la controversia originada en la Reforma del siglo XVI y su respuesta romana en Trento, que ratificó la validez de las presuntas revelaciones extrabíblicas recibidas por tradición oral. Habría que añadir que a pesar de alguna elección discutible –que todas las versiones las tienen- en materia de traducir al español la Biblia a partir de las lenguas originales y ponerlas al alcance de la gente, los cristianos protestantes les sacaron algunos siglos de ventaja a los cristianos católicos.
Retornando al problema principal, Efesios 2: 19-22 y otros pasajes nos enseñan que:
1. Jesucristo es la Piedra angular
2. Los Apóstoles y los Profetas son el cimiento
3. Los demás creyentes son el edificio que, sobre dicha Piedra angular y Cimiento, se levanta como “templo santo al Señor”.
Los Apóstoles insisten una y otra vez en la conservación de sus enseñanzas y en la fidelidad a ellas. Algunos ejemplos:
“habéis obedecido de corazón a aquel modelo de doctrina al que fuisteis entregados” (Rom 6:17)
“Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis, por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano” (1 Cor 15:1-2)
“Vivid, pues, según Cristo Jesús, el Señor, tal comolo habéis recibido” (Col 2:6)
“Por lo demás, hermanos, os rogamos y os exhortamos en el Señor Jesús a que viváis como conviene para agradar a Dios, según aprendisteis de nosotros, y a que progreseis más “ (1 Tesal 4:1, cf. 2:13)
“Todo cuanto habéis aprendido y oído y visto en mí, ponedlo por obra, y el Dios de paz estará con vosotros” (Filip 4:9)
“Pues más les hubiera valido no haber conocido el camino de la justicia que, una vez conocido, volverse atrás del santo precepto que les fue transmitido” (2 Ped 2:21)
Es claro que los Apóstoles deseaban que lo que ellos enseñaban, tanto oralmente como por escrito, fuese recibido por los cristianos. Entre Pentecostés y la primera de las Epístolas transcurrieron por lo menos 15 años, y hasta donde sabemos en este período la predicación apostólica se propagó de manera exclusivamente oral, con el apoyo, desde luego, de las Escrituras del Antiguo Testamento. Hay que admitir asimismo que hasta la recolección del grueso del corpus que hoy constituye el Nuevo Testamento, probablemente en la primera mitad del siglo II (Clemente de Roma cita 1 Corintios e Ireneo considera axiomática la existencia de cuatro Evangelios), predominó la transmisión oral de la enseñanza característicamente cristiana.
[Juan Carlos] Es un hecho obvio y aun registrado en las Sagradas Escrituras que "hay muchas otras cosas que hizo Jesús que, si se escribieran una por una, pienso que no cabrían ni aun en el mundo los libros que se habrían de escribir" (Jn 21,25). Jesús pasó los años de su vida publica predicando y obrando el bien, cosa que luego hicieron también los Apóstoles del Señor, que son considerados por todas las iglesias cristianas como fuentes de la Revelación, es decir, la Revelación publica del misterio de Jesucristo culmina con la muerte del ultimo de los Apóstoles, que fue Juan.
[Jetonius] Un evangélico serio se preguntaría aquí por qué citas otra vez el mismo versículo de la Biblia (Juan 21:25) en favor de la posición que defiendes, como si no hubiera otro del cual aferrarse. En realidad, este versículo, probablemente una adición editorial a lo escrito por el discípulo amado, puede interpretarse cabalmente a la luz de Juan 20: 30-31,
“Hizo además Jesús muchas otras señales en presencia de sus discípulos, las cuales no están escritas en este libro. Pero estas se han escrito para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.”
Si vamos al caso, ni la Biblia ni la tradición oral puede agotar lo que Dios ha hecho, hace y hará. De hecho, esta línea de argumentación tiene un doble filo. Por ejemplo, algunos grupos cristianos marginales y también sectas derivadas del cristianismo (como los mormones) apelan a un razonamiento similar para enseñar que Dios sigue revelándose hasta hoy a través de sus “profetas”. El punto es que no necesitamos –ni podríamos- saber todo lo que Dios ha dicho y ha hecho. La Escritura es altamente selectiva, y tiene en su conjunto el mismo propósito que Juan: dar testimonio de Jesucristo y llevarnos a la salvación en Su santo nombre.
[Juan Carlos] Nadie puede decir basado en ningún texto bíblico que los autores de los textos del Nuevo Testamento quisieron limitar la enseñanza de Jesús o de los Apóstoles a lo que ellos estaban escribiendo. O puesto de otra manera, ni a Mateo, ni a Marcos, ni a Lucas, ni a Juan, ni a Pedro, ni a Pablo, ni a Santiago, ni a Judas ni a ningún otro que haya podido formar parte de los autores del Nuevo Testamento jamás se les ocurrió poner por escrito todo lo que Jesús enseñó, pues eso hubiese sido algo de nunca acabar, como lo dice Juan (21,25). Jesús tampoco les había mandado escribir nada. Ni siquiera todos los Apóstoles escribieron algo, sino solo cinco, alguno de los cuales escribieron apenas dos o tres paginas (ver la carta de Judas, o de Santiago; de Pedro tenemos dos cartas).
[Jetonius] Me parece que no has leído con atención lo que San Juan escribió al final del Apocalipsis: “Yo advierto a todo aquel que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguno añade a estas cosas, Dios traerá sobre él las plagas que están escritas en este libro. Y si alguno quita de las palabras del libro de esta profecía, Dios quitará su parte del libro de la vida y de la santa ciudad y de las cosas que están escritas en este libro.” (Apocalipsis 22:18-19).
Esto significa que, en contra de lo que dices, al menos un autor bíblico, y uno muy importante, consideró apropiado restringir taxativamente los límites de esta revelación. Claro está que en sentido estricto esta advertencia solamente es válida para el Apocalipsis, pero por otra parte el hecho de haber sido probablemente el último libro bíblico en escribirse, y que la Iglesia primitiva haya considerado apropiado ubicarlo al final de la Biblia no puede pasarse livianamente por alto.
[Juan Carlos] Jesús, sin embargo, les dio a sus Apóstoles el mandamiento de ir por todo el mundo anunciando el Evangelio a toda la creación, "enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado" (Mt. 28,20). Los Apóstoles y también los otros discípulos del Señor, una vez recibido el Espíritu Consolador, cumplieron con lo que el Señor les había ordenado y predicaron día y noche, aun a precio de su Sangre, lo que ellos habían "visto y oído" acerca de Jesús. Ahora bien, como queda claro los Apóstoles hicieron esto predicando, es decir, entregando oralmente el misterio de la Salvación, ya que, como dijimos, solo algunos de los Apóstoles, pasado ya mucho tiempo de predicación, y sin pretender resumir en sus escritos aquel "todo" que Jesús les había mandado (ver arriba la cita de Mt. 28,20) escribieron algo de lo que predicaban (notemos que muchos de los escritos del Nuevo Testamento son cartas circunstanciales). Con esto queremos decir que:
1.A ninguno de los Apóstoles se le ocurrió jamás limitar las enseñanzas de Jesús a lo que estaban escribiendo en ese momento;
2.La comunidad cristiana del comienzo no se fundó sobre los escritos del Nuevo Testamento, sino sobre la enseñanza oral de los Apóstoles y discípulos del Señor; 3.Miles de cristianos de la primitiva Iglesia nunca leyeron ningún texto del Nuevo Testamento.
¿Podríamos concluir de esto que la comunidad de los primeros cristianos no conocía la Palabra de Dios? Claro que no. La conocía y muy bien, pero para ellos (y para muchas iglesias particulares durante siglos) la Palabra de Dios fue entregada de manera oral, al menos en su casi totalidad.
[Jetonius] Estos hechos ya han sido comentados. Aquí cabe recordar que los primeros cristianos –aún en la época Apostólica- poseían un conjunto de Escrituras que hoy llamamos Antiguo Testamento.
[Juan Carlos] He sentido decir por ahí que, llegado el tiempo, Dios hizo que se pusiesen por escrito las enseñanzas evangélicas, para que no fuesen tergiversadas por el correr de los años; hoy debemos quedarnos con lo que quedó escrito, que sin duda no contiene error, todo lo demás es peligroso, poco confiable.
Con respecto a esto digamos que tal afirmación queda aun por demostrarse: no se basa en ningún mandamiento - al menos que conozcamos - del Señor, ni en ninguna decisión de algún Concilio de la Iglesia (como por ejemplo el Concilio de Jerusalén, en Hch. 15, donde la Iglesia decide cuestiones que iban apareciendo y sobre las cuales Jesús, aparentemente, no había dejado una norma clara de comportamiento).
[Jetonius] Es un hecho que el concilio de Jerusalén que citas puso por escrito su decisión en lugar de confiar solamente en su transmisión oral, aun cuando la carta fue llevada por hermanos irreprochables con San Pablo a la cabeza:
“Por lo cual yo juzgo” –dice Santiago- “que no se inquiete a los gentiles que se convierten a Dios, sino que SE LES ESCRIBA que se aparten ...” (Hechos 15: 19-20).
“Entonces les pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir a algunos varones y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé; a Judas, que tenía por sobrenombre Barsabás, a Silas, hombres principales entre los hermanos, y ESCRIBIR por conducto de ellos ... [sigue el texto de la carta]. Así pues. Los que fueron enviados descendieron a Antioquía y, reuniendo a la congregación, entregaron LA CARTA. Habiéndola LEÍDO, se regocijaron por la consolación.” (Hechos 15: 22-23, 30-31).
[Juan Carlos] Es decir, la afirmación de que "Dios, viendo que algunas doctrinas corrían el riesgo de irse desviando, nos da los escritos del Nuevo Testamento" puede sonar muy bien para alguno, pero a menos que conozcamos los pensamientos de Dios directamente, no la podemos defender con ningún dato ni histórico ni bíblico, es una hipótesis. Yo podría decir, como hipótesis, que no, que ese no fue el pensamiento de Dios, que ese no fue el motivo por el cual aparecieron los escritos del Nuevo Testamento, y ¿quién me podría decir que me equivoco?.
[Jetonius] Tu razonamiento puede dividirse en dos partes. Primero, los cristianos creemos que Dios actúa en la historia y la dirige hacia Sus propios fines. En este sentido, me parece que ningún cristiano cabal negaría que las Escrituras, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento, fueron providencialmente preservadas por Dios hasta nuestros días. La documentación textual de Biblia excede ampliamente en calidad y cantidad a la de cualquier otro documento de antigüedad comparable. Por otra parte, cabe preguntarse por qué Dios hizo esto. Allí sí hay lugar para las conjeturas. A mí me parece muy razonable eso que has “sentido decir por ahí” , a saber, que la conservación providencial tenía al menos como uno de sus objetivos preservar la enseñanza original libre de corrupción, adición o enmiendas. No niego que pueda existir una mejor explicación, pero todavía no la he escuchado.
[Juan Carlos] Sobre este punto podríamos aducir otros aspectos, pero no es lo que más nos concierne ahora.
Dejamos por asentado, pues, que Jesús y los Apóstoles dijeron e hicieron muchísimo más de lo que esta escrito, y que en la vida de los apóstoles se dieron hechos importantes que no quedaron por escrito (¿o acaso alguien puede pensar que la labor de los Doce se limita a lo poco que el libro de los Hechos de los Apóstoles relata, casi exclusivamente, sobre Pedro y Pablo?). Y dejamos por asentado también que si alguno piensa que lo único importante para nosotros es lo que quedo escrito, ese pensamiento no es ni bíblico - no esta en ninguna parte en la Biblia, ni siquiera insinuado, más bien al contrario; ni es tampoco histórico - nunca nadie penso así hasta los últimos siglos de nuestra era.
[Jetonius] Parece que Jesús, Pablo y el resto de los Apóstoles de hecho pensaron así con respecto al Antiguo Testamento –única Escritura en sus días- ya que no apelaron jamás a fuentes extrabíblicas para probar, explicar o enseñar acerca de Cristo.
El argumento de que Dios debe de haber hecho y dicho mucho más de lo que está escrito se aplica también al período mucho más extenso que la Era Cristiana de lo que Él hizo desde la creación del mundo hasta la época del Nuevo Testamento. De hecho, los hebreos poseían en tiempos de Jesús una amplia variedad de tradiciones orales, que algunas sectas como la de los fariseos, ponían a la altura de las Escrituras (de hecho, se decía que en el monte Sinaí Moisés había recibido tanto la Ley escrita como la Ley oral). Jesucristo no era al parecer de igual opinión. Para Él la tradición no podía ponerse a igual nivel, ni mucho menos por encima, de la Escritura. La tradición era subordinada, optativa; la Escritura era soberana y obligatoria. Ésta debía juzgar a aquélla.
Por lo tanto, el punto de vista evangélico ciertamente es bíblico. Lo que Jesús y los Apóstoles hicieron con respecto al Antiguo Testamento, los cristianos evangélicos lo aplicamos, por analogía, al Nuevo Testamento.
También es histórico. Se ha dicho que si se perdiesen todas las copias del Nuevo Testamento, se lo podría reconstruir sobre la base de las citas patrísticas. Los escritores cristianos primitivos, apologistas, pastores y teólogos de los primeros siglos, no apelaban a supuestas tradiciones doctrinales sino a las Escrituras. Es cierto que hallamos numerosas alusiones a la “regla de fe de la Iglesia” y a la “tradición eclesiástica”, pero no se trata de una tradición doctrinal aparte de las Escrituras, sino de la forma tradicional de interpretarlas y a los usos y costumbres. Para los Padres de los primeros siglos, la Sagrada Escritura es la tradición doctrinal de la Iglesia, y el auténtico registro de la tradición Apostólica. Así, Tertuliano (160-220) dice que a los herejes no debe concedérseles el uso de las Escrituras para redargüir, porque no les pertenece; las Escrituras son patrimonio de la Iglesia, base y fundamento de su doctrina (J. Quasten, Patrología I, p. 569). “Porque donde veamos ciertamente la verdad de la doctrina y de la fe cristianas, allí indudablemente se hallan también las verdaderas Escrituras, la verdadera interpretación, las verdaderas tradiciones cristianas.” (De Prescriptione Haereticorum, 20).
Por ejemplo, en los escritos conservados de Orígenes, hombre de vastísima erudición, no hallamos apelaciones a tradiciones doctrinales extrabíblicas, y eso que, dadas las especulaciones de este Padre, tales tradiciones podrían haber sido muy interesantes. Eusebio de Cesarea (Hist Ecl VI, 25:11-14) ha conservado las reflexiones de Orígenes a propósito del autor de Hebreos, y todas ellas se basan en evidencias internas de la epístola. Al parecer en su tiempo (segunda mitad del siglo III) no había tradición confiable al respecto.
Ireneo de Lion (ca. 140-205) escribió: “...las Escrituras son en verdad perfectas, siendo que ellas fueron habladas o dictadas por la Palabra de Dios y Su Espíritu...” (Adv Haer II, 28)
“No hemos aprendido de ningunos otros el plan de nuestra salvación, sino de aquellos por quienes el evangelio nos ha venido, el cual ellos en un tiempo proclamaron en público y, en un período posterior, por la voluntad de Dios, los transmitieron a nosotros en las Escrituras, para ser el fundamento y la columna de nuestra fe.” (Adv Haer III, 1,1).
Ireneo también tiene a la Iglesia como depositaria de las Escrituras y poseedora de un entendimiento correcto de éstas: “... pero mejor es que nos refugiemos en la Iglesia, seamos educados en su seno, y nos alimentemos de la Escritura del Señor.” (Adv Haer V,20:2).
En una carta a Florino conservada por Eusebio, Ireneo recuerda a Policarpo –según la tradición discípulo de San Juan Apóstol- y lo alaba porque “todo lo relataba en consonancia con las Escrituras” (Hist Ecl V, 20:6).
Todavía Juan Crisóstomo (347-407) escribió: “Las cosas que se inventan bajo el nombre de la tradición apostólica, sin la autoridad de las Escriuras, son castigadas por el estoque de Dios.” (Hom. Mat 49). Al parecer el insigne predicador no estaría de acuerdo contigo. Quasten recalca: “el mayor orador sagrado de la Iglesia antigua basa toda su predicación en la Escritura.” (o.c., p. 528).
Por la misma época, Gregorio de Nisa (330-395) afirmó: “No nos está permitido afirmar lo que nos plazca. La Sagrada Escritura es, para nosotros, la norma y la medida de todos los dogmas. Aprobamos solamente aquello que podemos armonizar con la intención de estos escritos.” ; “hay algo más confiable que cualquiera de estas conclusiones artificiales, a saber, aquello que señalan las enseñanzas de la Sagrada Escritura; y así yo considero necesario averiguar, además de lo que se ha dicho [una discusión metafísica] hasta qué punto esta enseñaza inspirada armoniza con todo ello.” (De anima et resurr.)
Asimismo Jerónimo (345-419), traductor de la Vulgata y el más erudito de su tiempo, dijo: “Es una arrogancia criminal añadir algo a las Escrituras; lo que está escrito, créelo; lo que no está escrito, no lo busques.” (Adv Helv).
También el gran Agustín de Hipona (354-430) era del mismo parecer. El obispo puso fin a su controversia con los donatistas con el siguiente argumento: “ nada más queremos oír de «tú dices» y «yo digo», sino oigamos el «Así dice el Señor». Indudablemente existen Libros del Señor, a cuya autoridad ambos damos nuestro consentimiento, sumisión y obediencia; en ellos pues busquemos la iglesia, y en ellos discutamos nuestra disputa.” En sus Confesiones (VI, 5: 2-3) declara: “Me persuadiste de que no eran de reprender los que se apoyan en la autoridad de esos libros que Tú has dado a tantos pueblos, sino más bien los que en ellos no creen ... Porque en ese divino origen y en esa autoridad me pareció que debía yo creer ... Por eso, siendo yo débil e incapaz de encontrar la verdad con las solas fuerzas de mi razón, comprendí que debía apoyarme en la autoridad de las Escrituras; y que Tú no habrías podido darle para todos los pueblos semejante autoridad si no quisieras que por ella te pudiéramos buscar y encontrar...”
Los ejemplos podrían multiplicarse. De manera que los Padres a partir del siglo II basan sus doctrinas en las Escrituras y, aunque se muestran celosos de conservar la tradición interpretativa eclesiástica, no apelan a tradiciones orales doctrinales. De haber existido tal cosa, debería haber sido de naturaleza independiente y secreta; pero es precisamente este género de tradición el que Ireneo severamente condena, por su origen espurio (Adv Haer III, 3:1).
[Juan Carlos] Ahora bien, supongamos que en la comunidad cristiana del comienzo sucede un hecho que no quedó por escrito, y pongamos ya mismo un ejemplo para hacer la cuestión más practica y entendible: digamos que la Madre del Señor, conocida y querida por todos los Apóstoles, que había estado junto a Jesús durante toda su vida, llegado el día determinado por Dios murió, y que cuando fue visitada en su tumba por algunas personas, digamos para los ritos propios de los funerales judíos, se encontraron con que su cuerpo no estaba más. Este hecho, que los católicos toman por una "enseñanza entregada", una "Tradición" con mayúscula (la Asunción de la Virgen), lo tomamos acá pura y exclusivamente como una suposición, ya que, según hemos visto, ciertamente sucedieron cosas que no quedaron por escrito.
[Jetonius] Es un ejemplo muy interesante el que has elegido, ya que las doctrinas marianas son un tema que separa profundamente a católicos y evangélicos. Como bien sabes, la última vez que en el Nuevo Testamento se menciona a la Bienaventurada María es en Hechos 1:14, donde la hallamos orando con los demás discípulos antes de Pentecostés. Luego del “nacimiento”de la Iglesia en dicha ocasión, no se la menciona más por nombre. Nada se nos dice de sus hechos posteriores, ni mucho menos de su muerte o asunción. Pueden aducirse muchos razonamientos al respecto, y en lo que a mí concierne, si Enoc y Elías fueron arrebatados a los cielos, no veo por qué no pudiera serlo Santa María.
Sin embargo, lo que aquí se discute es la validez de la tradición que respalda este dogma. Si uno lee en el Denzinger la definición de la Asunción hecha en 1950 –tomó 19 siglos decidir que era un dogma de fe- notará que se recurre a los textos bíblicos e incluso a la más antigua tradición patrística (por ejemplo Ireneo) para justificar ciertos razonamientos, pero en modo alguno para demostrar con el testimonio de los Padres, que esta doctrina fuese creída por ellos o parte de la supuesta tradición extrabíblica conservada en la Iglesia.
Que no hay evidencia de que nadie supiese nada de la asunción corporal de María durante los primeros siglos es un asunto de todos reconocido; de hecho, esta noción aparece por vez primera en fuentes extremadamente dudosas, en las cuales no confiarían los católicos en otros respectos. En su Manual de Teología Dogmática dice Ludwig Ott: “ La idea de la asunción corporal de la Virgen se halla expresada primeramente en los relatos apócrifos sobre el tránsito de la Virgen, que datan de los siglos V y VI... El primer escritor eclesiástico que habla de la asunción corporal de María, siguiendo un relato apócrifo del Transitus B.M.V. es Gregorio de Tours (m. 594)...” (p. 328).
Es decir que en este caso, como en muchos otros en los que se apela a la tradición oral para fundamentar lo que hoy se cree, no existe un ápice de evidencia de que la información provenga de los Apóstoles. Es más, en algunos casos como el del ejemplo que escogiste, la evidencia disponible señala su origen marginal y extraapostólico, de escritos desprovistos de valor con respecto a los hechos del primer siglo. Si este criterio se aplicase consistentemente a toda la teología, y no selectivamente a parte de ella, quién sabe dónde estaríamos, doctrinalmente hablando.
[Juan Carlos] En este supuesto caso, y en todos los demás casos que ciertamente ocurrieron, es decir, en los miles de hechos acaecidos durante la vida de Jesús y de los Apóstoles, y en la extensísima enseñanza de Jesús y los Apóstoles que no quedó por escrito (que "no cabrían en el mundo los libros que se escribiesen" Jn 21,25) ¿qué cosa debía hacer la Iglesia, es decir, la comunidad de creyentes? ¿Olvidarse? ¿Porqué debía olvidarse, si su misión era precisamente transmitir todo lo que ellos habían visto y oído? ¿En qué momento de la historia de la Iglesia se tomó la decisión de "olvidar" los eventos que los autores sagrados no habían dejado por escrito?
Que debe hacer un creyente del siglo XX al leer 2 Tes 2,13-15?
"...así pues, hermanos, manteneos firmes y conservad las tradiciones que habéis aprendido de nosotros, de viva voz o por carta."
¿Basado en qué principio debo decir ahora que aquello que se enseñó "de viva voz" hay que olvidarlo y quedarse solo con lo que se entrego "por carta"?
¿No se dió cuenta San Pablo de lo "peligroso" que era decir que había que obedecer las tradiciones orales…?
Los católicos, por su parte, siguen manteniendo que hay que conservar ambas doctrinas, la que fue entregada por carta y la que fue entregada oralmente por los pastores de la Iglesia; "ambas" doctrinas que son una misma doctrina comunicada por distintos canales, pero que se complementan, se perfeccionan, se explican mutuamente. Así era en el comienzo y ellos no ven porqué ahora deban limitar la enseñanza a lo que quedo escrito. Si Dios así lo enseñase, por ejemplo a través de alguno de los Apóstoles, entonces habría que aceptarlo con gusto. Pero, como dijimos, no existe ningún motivo que nos permita pensar razonablemente que ahora debemos dejar de prestar atención a la Tradición oral.
¿En que consiste esa Tradición? En todo el mensaje evangélico de salvación que predicó la Iglesia comenzando con los Apóstoles a lo largo de los siglos a través de sus pastores, quienes deben predicar a toda la creación, "enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado; y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo", aun desaparecidos ya los Apóstoles del Señor, como por ejemplo en el siglo XX… También hoy Jesús esta con aquellos a los cuales los Apóstoles imponían las manos, obispos, presbíteros y diáconos (1 Tim 5:22; Tito 1,7; Fil 1,1), que tienen la obligación de predicar en nombre de Jesús, de tal modo que "quien a vosotros oye a mi me oye, y quien a vosotros rechaza a mi me rechaza, y rechaza a aquel que me envío" (Lc 10:16). Pero ese ya es otro tema, que con gusto
trataremos, si Dios quiere, en otro escrito.
[Jetonius] Para un evangélico serio, es llamativo que desde el establecimiento de la Iglesia de Roma como más que una “primera entre iguales” , no se haya delimitado, definido y expuesto claramente cuál es el contenido preciso de la presunta tradición doctrinal apostólica; es decir, cuáles son exactamente sus límites. Tal como se han dado las cosas, se han definido como parte de dicha tradición dogmas –como la inmaculada concepción de María o la infalibilidad papal- que no pueden trazarse claramente ni en las Escrituras ni en los Padres y que de hecho mucho antes de su definición, fueron objeto de amplia y animada discusión entre los propios teólogos católicos. El “depósito de la Tradición” oral permanece hasta hoy con límites difusos, y las pocas definiciones que sí se han hecho muestran cuán poco confiable es tal presunta tradición. Los evangélicos mostramos hacia ella la misma actitud que Jesús y los Apóstoles mostraron hacia las tradiciones orales de su tiempo. Creemos que la sucesión Apostólica se expresa en la conformidad con la doctrina de los Apóstoles, y ésta se halla expresada perpetuamente de modo confiable y cierto solamente en el Nuevo Testamento.
Bendiciones en Cristo,
Jetonius
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