Mirada divina, mirada humana
                               
                                                          
                 Es necesario reconfigurar nuestra mirada en  la línea de los valores del Reino: Los últimos, los primeros. Esa es la  orientación de la mirada divina.
                  02 DE JULIO DE 2012
                                                                        
 Recordad la historia de la ofrenda de la viuda pobre.  Estoy seguro que Jesús se debió entristecer mucho viendo el espectáculo  de los ricos echando, de forma ostentosa y prepotente, en el arca de las  ofrendas sus donativos seleccionados de entre lo que les sobraba. La de  Jesús era mirada divina. 
    
     Allí había dos miradas: la de Jesús que observaba no sólo el  exterior, sino también el interior, y la de las personas que sólo se  quedaban con el exterior, en la superficie de lo que alcanzaban a ver.  Dos perspectivas diferentes . Para comprender el Evangelio, hay que pedir ayuda al Señor para poder mirar con su mirada. Jesús dijo: 
 “En  verdad os digo que esta pobre viuda echó más que todos. Porque todos  echaban de lo que les sobraba; mas ésta, de su pobreza echó todo el  sustento que tenía” (Ver Lucas 21:1-4).  
    
     Mirada divina que invierte los valores del mundo . Si  no hacemos una inversión de los valores, aceptando y poniendo en  práctica los valores del Reino, no vamos a entender ni el relato de la  ofrenda de la viuda, ni el Evangelio. Nos quedaremos en la religión de  cumplimiento y de ritual muy lejos de la mirada del Señor.
    
    Mirada de Dios. La mirada de Jesús denunciadora, triste y de reproche a  los enriquecidos del mundo que daban sólo de lo sobrante de forma  ostentosa e hipócrita.
    
    
 Mirada de hombre. Miradas de admiración, deslumbrados al ver  caer el dinero de los ricos y valorando la riqueza como prestigio humano .
    
    Mirada de Dios en cuanto a la viuda: la mirada de Jesús atenta y  entusiasmada ante alguien que, en necesidad de sustento, daba todo lo  que tenía.
    
    Mirada de hombre en el mismo caso: indiferente ante una viuda a la que  no daban valor ninguno, o de reproche al ver la miseria de la ofrenda de  una pobre viuda que, humillada y buscando anonimato, se volcó sobre el  arca dándolo todo. Sólo Jesús percibió que junto a sus dos blancas,  derramó también su corazón…
    
    
 Es necesario reconfigurar nuestra mirada en la línea de los  valores del Reino: Los últimos, los primeros. Esa es la orientación de  la mirada divina.  
    
    El rostro de Dios, su mirada aprobadora y de acogida, se muestra más y  se detiene de una forma misericordiosa en muchos sencillos y anónimos,  en muchos condenados sociales y no valorados ni siquiera por los  cristianos y, siguiendo los parámetros del Evangelio a los pobres, los  pone por encima de los redimidos del sistema social injusto que aplica  la ley del mérito humano.
    
    En la mirada de Dios, el mérito para Jesús no es algo cuantitativo,  máxime cuando los que más tienen ponen en sus mesas la escasez del  pobre. Muchos pueden poner en las ofrendas incluso de lo robado, de lo  defraudado y, además, de lo que les sobra. Ponen más, según la mirada  del hombre, pero no hay mérito para Dios. El mérito que se les da es  sólo humano, un mérito manchado y podrido.
    
    
 La mirada del hombre no es misericordiosa . La lógica  de la ley del mérito que aún se aplica en el mundo hoy, incluso en el  seno de las iglesias, no tiene nada de misericordia gratuita, no tiene  ojos misericordiosos. La ley del mérito que estaba vigente tanto en los  tiempos de Jesús como en muchos ambientes del mundo hoy, no puede ni  sabe valorar la ofrenda de la viuda pobre, lo que esta ofrenda implicaba  para esta mujer cuya escasez engordaba las mesas de los ricos que  estaban ofrendando.
    
    En las iglesias debemos tener cuidado en la valoración de a quién  concedemos el mérito, no sea que caigamos en el error de darlo a los que  acumulan, sea esta acumulación de dinero, de poder, de inteligencia, de  capacidades físicas. Ley del mérito humano. Mirada humana confusa,  equivocada.
    
    
 Ante la mirada de los hombres, en la ofrenda de la viuda no había mérito humano valorable .  Quizás una pequeña molestia de esta viuda que se acerca al arca de las  ofrendas entre los ricos del sistema, con la mirada en tierra, sin  considerarse ni siquiera digna de acercarse al arca del templo entre los  ostentosos potentados, echa en el arca todo, aunque algunos sólo vieron  o, sólo alcanzaron a ver, dos blancas. ¡Qué pobreza de mirada tiene la  humana! Los que miran desde esta sequedad, desde esta mísera mirada  humana, jamás van a entender el Evangelio que irrumpe en nuestra  historia con la figura de Jesús.
    
    Las palabras de Jesús: 
 “En verdad os digo, que esta viuda pobre  echó más que todos. Porque todos aquellos echaron para las ofrendas de  Dios de lo que les sobraba; más ésta de su pobreza echó todo el sustento  que tenía” , deberían resonar no solamente cuando pasamos la  ofrenda entre los bancos de las iglesias, sino en el mundo llamando a un  compartir y a una búsqueda de justicia
    
    
 Recordemos que hoy, al igual que siempre, el arca de las ofrende para Dios no está sólo en los templos .  El arca de las ofrendas de hoy se encuentra en medio de los campos de  marginación y pobreza, entre los gritos de los marginados y crucificados  del sistema. Aquellos que ponen en estas arcas hasta que les duela y, a  su vez, son denunciadores como los profetas y buscadores de justicia,  lo hacen por Él, por el Señor. Por aquél que se mostró no como un héroe  humano, sino como el antihéroe más cercano a la viuda pobre que a los  ricos ostentosos que se acercaban al arca de las ofrendas del templo.  Por aquél que nos predicó un Evangelio para todos, pero que sólo nombró a  un grupo específico: los pobres.
    
    
 Señor, ayúdanos a mirar con tu mirada y nos quedemos en la  infravida de los que su mirada se deslumbra ante las riquezas y sólo  confían en el dinero.                      
                 
                                                       Autores:  Juan Simarro Fernández
                                                                                                        ©Protestante Digital 2012