Re: REFLEXIONES .....
Eduardo Marquina
El sendero
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Selecciona: Isabel Pavón.
29 DE OCTUBRE DE 2011
Tú, que andas este sendero,
conmigo, hijo mío,
tan suave y tan hacedero
en el soto umbrío,
con el humilde madero
del puente, en el río,
que va al molino harinero
desde el caserío,
¿no piensas en el primero
que lo abrió, hijo mío?
Fue un mozo que pasaría por aquí, saltando;
las yerbas no miraría
que aplastaba andando;
la guija, que se salía
de sus pies botando,
o el césped, donde se hundía
su pisada en blando,
¡le eran igual aquel día
que pasó, saltando!
Fue un tiempo en que tuvo amores
el mozo, hijo mío;
quería llegar con flores
hasta el caserío;
buscó los sitios mejores
en el soto umbrío;
ya ellos le eran guiadores
y no su albedrío,
¡y así empezaron amores
la senda, hijo mío!
Fue un tiempo en que los deberes
a su paso acuciaron,
y al ir para sus quehaceres,
sus plantas buscaron
la horma aquella en que placeres
de amor le empeñaron;
ocasos y amaneceres
pasar le miraron,
y así afanes y deberes
la senda trillaron.
Fue aquel tiempo en que los años
pesan, hijo mío;
cuidados y desengaños
menguaron su brío;
el viejo, en días huraños
de un diciembre frío,
tendió un puente en que, sin daños,
traspasar el río;
¡y así acabaron los años
la senda, hijo mío!
Tú, que andas ese sendero
de mi mano, cuida
de pensar en el primero
que le dio medida;
viejecito molinero,
la harina molida
que te cayó del harnero,
no será perdida:
la encuentro en este sendero,
que es toda una vida.
Hijo mío, espera bueno
y suelta mis manos,
anda que en todo terreno
hay dejos humanos;
recorres un mundo lleno
de muertos hermanos;
buscan tu mano, en su seno,
millares de mano.
Porque esta tierra, en contienda
con lo violento,
recoge como una ofrenda
todo humilde aliento;
los imperios de leyenda
tragó en un momento;
¡pero conserva esta senda
como un monumento!
Busca, hijo mío, la fuente
de las maravillas;
aprende a inclinar la frente,
a hincar tus rodillas,
y Dios quiera, en su poniente
de hojas amarillas,
que tus manos –o tu mente-
las tablas sencillas
puedan colocar, de un puente
entre dos orillas. Autores: Eduardo Marquina
©Protestante Digital 2011
Eduardo Marquina
El sendero
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Selecciona: Isabel Pavón.
29 DE OCTUBRE DE 2011
Tú, que andas este sendero,
conmigo, hijo mío,
tan suave y tan hacedero
en el soto umbrío,
con el humilde madero
del puente, en el río,
que va al molino harinero
desde el caserío,
¿no piensas en el primero
que lo abrió, hijo mío?
Fue un mozo que pasaría por aquí, saltando;
las yerbas no miraría
que aplastaba andando;
la guija, que se salía
de sus pies botando,
o el césped, donde se hundía
su pisada en blando,
¡le eran igual aquel día
que pasó, saltando!
Fue un tiempo en que tuvo amores
el mozo, hijo mío;
quería llegar con flores
hasta el caserío;
buscó los sitios mejores
en el soto umbrío;
ya ellos le eran guiadores
y no su albedrío,
¡y así empezaron amores
la senda, hijo mío!
Fue un tiempo en que los deberes
a su paso acuciaron,
y al ir para sus quehaceres,
sus plantas buscaron
la horma aquella en que placeres
de amor le empeñaron;
ocasos y amaneceres
pasar le miraron,
y así afanes y deberes
la senda trillaron.
Fue aquel tiempo en que los años
pesan, hijo mío;
cuidados y desengaños
menguaron su brío;
el viejo, en días huraños
de un diciembre frío,
tendió un puente en que, sin daños,
traspasar el río;
¡y así acabaron los años
la senda, hijo mío!
Tú, que andas ese sendero
de mi mano, cuida
de pensar en el primero
que le dio medida;
viejecito molinero,
la harina molida
que te cayó del harnero,
no será perdida:
la encuentro en este sendero,
que es toda una vida.
Hijo mío, espera bueno
y suelta mis manos,
anda que en todo terreno
hay dejos humanos;
recorres un mundo lleno
de muertos hermanos;
buscan tu mano, en su seno,
millares de mano.
Porque esta tierra, en contienda
con lo violento,
recoge como una ofrenda
todo humilde aliento;
los imperios de leyenda
tragó en un momento;
¡pero conserva esta senda
como un monumento!
Busca, hijo mío, la fuente
de las maravillas;
aprende a inclinar la frente,
a hincar tus rodillas,
y Dios quiera, en su poniente
de hojas amarillas,
que tus manos –o tu mente-
las tablas sencillas
puedan colocar, de un puente
entre dos orillas. Autores: Eduardo Marquina
©Protestante Digital 2011