Considero que la deidad de Jesucristo es una doctrina revelada claramente en las santísimas Escrituras, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, cuando se examinan los pormenores relativos a Su ser. Procederé a analizar y demostrar la deidad de Cristo a través de los siguientes puntos:
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Honores**: Jesús recibe los honores que son debidos únicamente a Dios. Ésto atestigua Su divinidad.
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Atributos**: Jesús ostenta los atributos que son propios de la naturaleza divina.
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Nombres**: Jesús posee los nombres que tradicionalmente se asignan a Dios. Ésto constituye una señal inequívoca de Su identidad como Dios.
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Hechos**: Jesús realiza los mismos actos que se atribuyen únicamente a Dios. Ésto evidencia Su poder y autoridad divinos.
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Trono**: Jesús comparte el asiento del trono eterno de Dios. Ésto demuestra Su soberanía divina y eternidad en el reino celestial.
La Biblia Hebrea y el Nuevo Testamento aluden la existencia de deidades (heb. *elohim*) 'menores' o 'divinidades subordinadas', las cuales encuentran la sede de su autoridad en las naciones adyacentes al pueblo de Israel. Dichas figuras se entienden como las entidades rebeldes del consejo divino: siguiendo el ejemplo de la insurrección de Satanás contra la autoridad suprema de Dios, estos seres (''demonios'') se presentaron como deidades, fomentando el pecado de la idolatría entre los pueblos vecinos del Pueblo de Dios (Deut. XXXII:8-9; comp. Dan. X:13). En otras circunstancias, el término designa a seres celestiales que integran el consejo divino, es decir, los miembros del séquito celestial que asisten a la voluntad divina (Job. I:6; 1 R. XXII:19; Miqueas I:12).
En este contexto, las Escrituras establecen una distinción inequívoca entre las entidades que culturalmente se denominan 'dioses', como las deidades del panteón egipcio (Éxodo XII:12; Salmo LXXVIII:51), y el ser supremo conocido como el *Dios de dioses*, YHWH (Deuteronomio X:17; Salmo CXXXVI:2). Los siguientes textos bíblicos evidencian que YHWH se diferencia claramente de las deidades paganas en el marco cosmológico bíblico (comp. Éxodo XV:11; Isaías XLVI:9).
> Y el SEÑOR será rey sobre toda la tierra; aquel día el SEÑOR será uno, y uno su nombre. (Zacarías XIV:9)
> Pero al fin de los días, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo, y recobré mi razón, y bendije al Altísimo y alabé y glorifiqué al que vive para siempre;
> porque su dominio es un dominio eterno,
> y su reino permanece de generación en generación. (Daniel IV:34)
> Así les diréis: Los dioses que no hicieron los cielos ni la tierra, perecerán de la tierra y de debajo de los cielos. (Jeremías X:11)
> Pero el SEÑOR es el Dios verdadero;
> Él es el Dios vivo y el Rey eterno.
> Ante su enojo tiembla la tierra,
> y las naciones son impotentes ante su indignación. (Jeremías X:10)
> Así dice el SEÑOR, el Rey de Israel,
> y su Redentor, el Señor de los ejércitos:
> «Yo soy el primero y yo soy el último,
> y fuera de mí no hay Dios. (Isaías XLIV:6)
> Porque el SEÑOR vuestro Dios es Dios de dioses y Señor de señores, Dios grande, poderoso y temible que no hace acepción de personas ni acepta soborno. (Deuteronomio X:17)
> Acordaos de las cosas anteriores ya pasadas,
> porque yo soy Dios, y no hay otro;
> yo soy Dios, y no hay ninguno como yo, (Isaías XLVI:9)
Por ende, la indagación acerca de la deidad de Cristo postula que Él sea YHWH, consustancial a la Persona divina de YHWH, en perfecta correspondencia con la doctrina de la Trinidad.
En la construcción de mi argumentación, me concederé la licencia de invocar o utilizar razones previamente articuladas por eruditos trinitarios y autores apologetas para enriquecer el acceso a datos pertinentes hacia una comprensión más profunda y certera de la verdad bíblica.
Comenzaré, pues, con la sección de
# *H*ONORES
Bowman, R. M., y Komoszewski, J. E., en su obra *Putting Jesus in His Place: The Case for the Deity of Christ* (2007; p. 300), elaboran una distinción conceptual de los honores divinos conferidos a nuestro Señor Jesucristo de la siguiente manera:
1. El Hijo debe ser honrado de la misma manera que honramos al Padre;
2. Se le confiere gloria en doxologías que imitan las doxologías del Antiguo Testamento dirigidas a Dios;
3. Él es el objeto de adoración a través de referencias de la Biblia Hebrea que aluden a la adoración de YHWH, o en escenas celestiales en las cuales toda la creación adora a Cristo junto a Dios en el reino celestial;
4. Escucha y responde a oraciones que claman por la salvación, la protección del espíritu en el tránsito final, y diversas necesidades humanas;
5. Se entonan cánticos religiosos en su honor;
6. Él es objeto de fe religiosa con la misma intensidad con la que se entiende a Dios el Padre; y
7. Debemos temerle o reverenciarle, servirle y amarle con la misma profundidad y dedicación con que lo hacemos hacia Dios.
### 1. El Hijo debe ser honrado de la misma manera que honramos al Padre
> Además, el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo ha delegado en el Hijo, para que todos honren al Hijo como lo honran a él. El que se niega a honrar al Hijo no honra al Padre que lo envió. (Juan V:22-23)
Asociar el honor debido a Dios con el honor conferido a otra persona de tal manera era, en efecto, sin precedentes en las Escrituras Hebreas. La reclamación del honor divino por parte de Jesús es manifiesta en el contexto circundante en este capítulo. Jesús ha afirmado con rotundidad que realiza las obras del Padre (v. 19) y que "da vida a quien Él quiere" (v. 21). El Padre, por su parte, ha delegado en el Hijo la suprema responsabilidad de juzgar a todas las almas en la eternidad (v. 22). Específicamente, el Padre ha conferido esta autoridad al Hijo con el fin de que todos honren al Hijo de la misma manera que honran al Padre (v. 23). Así, el imperativo es claro: debemos conferir a Jesús el honor correspondiente a aquel que detenta el poder sobre el destino eterno de cada ser, el Señor que gobierna sobre la vida y la muerte.
¿Cuál es, entonces, el grado de honor que debemos rendir a Jesús? En verdad, no existe un límite para tal honra. La Epístola a los Hebreos nos instruye que Jesús "es digno de mayor gloria que Moisés, así como el que construye una casa tiene mayor honor que la casa misma" (III:3). Consideremos la profundidad de esta afirmación: Moisés, en relación con Jesús, es como una casa en relación con su constructor. En otras palabras, Moisés forma parte de la creación, la "casa," mientras que Jesús es descrito como el "constructor de la casa," es decir, el arquitecto y responsable de la creación. "Toda casa es construida por alguien, pero el que construye todas las cosas es Dios" (v. 4). Por ende, la Epístola nos exhorta a honrar a Jesús como honraríamos al "constructor" de toda la creación, al mismo Dios.
### 2. Se le confiere gloria en doxologías que imitan las doxologías del Antiguo Testamento dirigidas a Dios
En Hebreos III:3, se emplea un vocablo que alude a un concepto intrínsecamente vinculado con el de honor: "gloria" (*δόξα* en griego). La gloria es una respuesta apropiada de alabanza y adoración ante la deslumbrante naturaleza de Dios; en este sentido, es, en efecto, un sinónimo de honor. Así, una de las respuestas pertinentes hacia Dios es glorificarlo (comp. Sal. XXIX:1-3; Mt. V:16; Rm. XV:6-9).
En el discurso bíblico, una manifestación típica de la exhortación a glorificar a Dios se encuentra en una forma litúrgica conocida como doxología. Las doxologías son oraciones estilizadas de exaltación que reconocen y proclaman la gloria y el honor que Dios merece. Aunque es posible que un autor bíblico irrumpa en una doxología espontánea, la mayoría de estas se encuentran meticulosamente ubicadas al principio o al final de un salmo, o bien al cierre de un sermón o epístola.
A continuación, se presentan algunos ejemplos de doxologías que dirigen la gloria al Dios Altísimo:
> Bendito eres, oh SEÑOR, Dios de Israel, nuestro padre por los siglos de los siglos. Tuya es, oh Señor, la grandeza y el poder y la gloria y la victoria y la majestad, en verdad, todo lo que hay en los cielos y en la tierra; tuyo es el dominio, oh SEÑOR, y tú te exaltas como soberano sobre todo. (1 Crónicas XXIX:10-11)
> Bendito sea el Señor Dios, el Dios de Israel,
> el único que hace maravillas.
> Bendito sea su glorioso nombre para siempre,
> sea llena de su gloria toda la tierra.
> Amén y amén. (Salmo LXXII:18-19)
> Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén. (Romanos XI:36)
> ... conforme a la voluntad de nuestro Dios y Padre, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Romanos I:4b-5)
> A nuestro Dios y Padre sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Filipenses IV:20)
El Nuevo Testamento tiene doxologías como estas a Dios el Padre en las cuales la gloria es atribuida a Jesucristo:
> Y el Dios de paz, que resucitó de entre los muertos a Jesús nuestro Señor, el gran Pastor de las ovejas mediante la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para hacer su voluntad, obrando Él en nosotros lo que es agradable delante de Él mediante Jesucristo, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén. (Hebreos XIII:20-21)
> para que en todo Dios sea glorificado mediante Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén. (1 Pedro IV:11b)
La Epístola de 1 Pedro IV:11 afirma de manera categórica que Dios debe ser glorificado a través de Jesucristo, estableciendo así que la glorificación de Cristo debe realizarse de manera que refleje y magnifique la gloria divina de Dios (compárese con Romanos XVI:27 y Judas 25). No obstante, ambos pasajes otorgan gloria eterna a Jesucristo usando un lenguaje que es indistinguible del que se emplea en otras doxologías bíblicas que confieren gloria eterna a Dios. Un documento posterior del Nuevo Testamento contiene una doxología que concede gloria eterna a Cristo sin una mención explícita de Dios o del Padre.
> antes bien, creced en la gracia y el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria ahora y hasta el día de la eternidad. Amén. (2 Pedro III:18)
El libro del Apocalipsis también se distingue por la inclusión de himnos doxológicos que rinden alabanza a nuestro Señor Jesucristo, quien es allí simbolizado por el Cordero, en paralelo con los himnos doxológicos que están dirigidos a Dios mismo. En otras palabras, el Cordero es adorado en términos equivalentes a Dios.
> Digno eres, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria y el honor y el poder, porque tú creaste todas las cosas, y por tu voluntad existen y fueron creadas. (Apocalipsis IV:11)
> El Cordero que fue inmolado digno es de recibir el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza. (Apocalipsis IV:12)
> Al que está sentado en el trono, y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. (Apocalipsis IV:13)
Al elaborar doxologías que glorifican a Dios y a Cristo conjuntamente, o incluso exclusivamente a Cristo, los autores del Nuevo Testamento no sólo están elevando a Jesucristo al nivel divino, sino que inscriben a Cristo en una equivalencia de gloria con Dios.
### 3. Él es el objeto de adoración [a través de referencias de la Biblia Hebrea que aluden a la adoración de YHWH, o en escenas celestiales en las cuales toda la creación adora a Cristo junto a Dios en el reino celestial]
> Efesios es la segunda carta (véase 2 Cor. 1:3) que comienza con una *berakah*, una ofrenda de alabanza a Dios, en lugar del agradecimiento y la oración más comunes por los destinatarios. Así:
>
> Efesios 1:3: Εὐλογητὸς __ὁ Θεὸς καὶ Πατὴρ__ **τοῦ Κυρίου ἡμῶν,** Ἰησοῦ Χριστοῦ, __ὁ εὐλογήσας__ ἡμᾶς...
>
> 2 Corintios 1:3: Εὐλογητὸς __ὁ Θεὸς καὶ Πατὴρ__ **τοῦ Κυρίου ἡμῶν Ἰησοῦ Χριστοῦ,** __ὁ Πατὴρ τῶν οἰκτιρμῶν__...
>
> [...]
>
> La diferencia con 2 Corintios es que aquí la *berakah* está seguida también por el agradecimiento y la oración más tradicionales, ambos con el objetivo singular de alentar a los lectores gentiles de Pablo respecto a su lugar en el esquema general de las cosas. El resultado teológico es que Dios el Padre, quien es el sujeto gramatical de la mayoría de los verbos en la *berakah*, recibe la alabanza; sin embargo, la alabanza es por lo que el Padre ha hecho a través del Hijo, resultando en la adoración del Hijo como el contenido principal de ambos pasajes (1:3-14, 15-23), con la redención tanto de judíos como de gentiles como su contenido secundario.
―Fee, G. D. (2013b). *Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study*. Baker Academic. (p. 343)
> La devoción a Cristo, entendida como "adoración", adopta diversas formas en las cartas de Pablo, principalmente como resultado de la devoción temprana de la iglesia hacia el Cristo resucitado, que se desarrolló en torno a la Mesa del Señor. Tres expresiones de dicha devoción, que tienen implicaciones cristológicas, se mencionan brevemente aquí: la Mesa del Señor; el canto de himnos dirigidos a Cristo y sobre Cristo; y la oración dirigida a Cristo.
>
> 1. Para los propósitos de este estudio, el papel (aparentemente) central que la Mesa del Señor asumió en la iglesia primitiva constituye una innovación cristológica sumamente notable. Curiosamente, esto es algo que conocemos en las iglesias paulinas únicamente debido a un abuso en Corinto; por lo tanto, se menciona o se alude a ello únicamente en 1 Corintios dentro de todo el corpus, y aquí no menos de cuatro veces (10:2-3, 16-17; 11:17-34; 5:8). La primera de estas referencias (10:2-3) alude a la mesa cristiana mediante la analogía con el alimento y la bebida divinamente proporcionados a Israel en el desierto. Casi con seguridad, esto anticipa lo que Pablo dirá en 10:16-17, donde utiliza la Mesa del Señor como la comida exclusivamente cristiana, lo cual prohíbe la participación en las comidas en los templos de los ídolos-demonios. Israel, señala Pablo, tenía su propia forma de alimento y bebida divinamente suministrados, sin embargo, eso no los "aseguró" con Dios; y debido a sus idolatrías, fueron derrotados en el desierto (10:3-10). Al mismo tiempo (v. 17), Pablo interpreta el pan en relación con la iglesia como el cuerpo de Cristo, y de este modo anticipa el tema de la unidad y la diversidad que será abordado en los capítulos 12-14. Todo esto enfoca la comida cristiana directamente en el Señor Jesucristo.
> Por razones evidentes, el interés subsecuente en lo que Pablo dice acerca de lo que vino a llamarse la Eucaristía se ha centrado en el problema y la corrección que él aborda en el tercer pasaje, donde (aparentemente) los ricos están abusando de los pobres en la Mesa del Señor al convertirla en su propia comida privada que excluye a "los que no tienen nada". Para corregir este abuso, él les recuerda las palabras de la institución, que son casi idénticas a las que se encuentran en el Evangelio de Lucas. Nuestro interés actual (cristológico) en este pasaje es señalar nuevamente [...] que es muy poco cuestionable que esta es la versión cristiana de una comida en honor a una deidad. Esto se expresa de varias maneras en el pasaje.
> Primero, el lenguaje de Pablo para la comida en este caso es κυριακὸν δεῖπνον (1 Cor 11:20), un término que solo aparece aquí en el NT y probablemente es una construcción paulina, deliberadamente elegida en contraste con ἴδιον δείπνον (su propia comida privada) de los corintios adinerados. Aquí, el adjetivo κυριακὸν puede significar tanto "perteneciente a" (por lo tanto, "en honor de") el Señor como "propio de", en el sentido de una comida específicamente instituida por él. Pero en ambos casos, pone énfasis en el hecho de que esta comida está exclusivamente relacionada con "el Señor," en cuyo nombre y honor se come. Así, al igual que la Pascua en Israel, que esta comida reemplaza, esta es la única comida singularmente cristiana, y el enfoque y honor pertenecen al "Señor", no a Dios el Padre.
> Segundo, según Pablo, esta comida fue instituida por Cristo en el contexto de una comida de Pascua. Pablo expresa esto de dos maneras: (a) por su afirmación previa (en 5:8) de que "Cristo, nuestra Pascua, fue sacrificado; por tanto, celebremos la fiesta sin la levadura de malicia y de perversidad" (así sin la presencia del hombre incestuoso); esto solo puede ser una alusión a la Mesa del Señor y, por lo tanto, a su comprensión de la conexión entre lo que hizo Cristo y la "celebración" cristiana de su propia "fiesta"; (b) por el uso de la frase introductoria (en 11:23) "en la noche en que fue entregado", una alusión a la institución de esta comida por Jesús en el contexto de la Pascua. El punto, por supuesto, es que en la comunidad cristiana la comida de Pascua, comido anualmente en honor a Yahvé y en recuerdo de su liberación de su pueblo de Egipto, ahora se come regularmente (¿semanalmente?) exclusivamente en honor a Cristo como la deidad cristiana y, por lo tanto, en recuerdo de su liberación de su pueblo de la esclavitud a Satanás.
> Tercero, en el pasaje anterior en el cap. 10, Pablo deliberadamente presenta la "comida en honor del Señor" como la alternativa cristiana a las comidas en los templos, a las que algunos de los corintios estaban insistiendo en asistir, ya que "no hay Dios sino uno"; y por lo tanto, en su opinión, las comidas paganas, aunque en honor a una deidad, en realidad no están en honor a una deidad, ya que el "dios" no existe realmente. Y aunque Pablo les concede eso, él identifica a los "dioses" como demonios. Así, la clara presentación por parte de Pablo de la Mesa del Señor como la alternativa cristiana a estas comidas paganas asume que Cristo es la deidad cristiana que es honrada en su comida. Tal comida sería simplemente impensable como en honor de un mero ser humano que se sacrificó en nombre de otros, y que fue por lo tanto altamente honrado por Dios a través de la resurrección.
―Fee, G. D. (2013b).
Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study. Baker Academic. (pp. 523-525)
En la Epístola a los Hebreos, el autor establece una correlación entre el Salmo XCVII:7 LXX y el mandato divino dirigido a la asamblea celestial de ángeles en relación con el "Primogénito" (nuestro Señor Jesucristo), formulado en los términos siguientes:
> adórenle todos los Ángeles de Dios (I:6)
Ahora bien, este pasaje, en su contexto literario, es una ordenanza de rendir adoración a YHWH, y no a un soberano subalterno. La adoración atribuida a Dios en el Salmo XCVII:7 se extiende legítimamente a Cristo.
No obstante, una considerable mayoría de académicos contemporáneos sostiene que la cita proviene, en realidad, de una versión particular de Deuteronomio XXXII:43 (LXX), que se presenta como sigue:
> καὶ προσκυνησάτωσαν αὐτῷ πάντες οἱ υἱοὶ τοῦ θεοῦ
Nótese la inclusión de este cántico en las Odas (II:43), una colección litúrgica añadida a los Salmos (véase Kraus, H. J. *Psalms 60–150*; Rahlfs, A. *Septuaginta*). La tendencia a tratar el Canto de Moisés en Deuteronomio XXXII como un salmo podría explicar por qué el autor de Hebreos lo citó en una colección de textos de prueba que se extraen casi en su totalidad de los Salmos. Además, el autor de Hebreos cita claramente el Canto de Moisés más adelante en el libro (Heb. X:30, citando Dt. XXXII:35-36).
Considerando que ambos textos, en su contexto original, aluden a ángeles que adoran a YHWH, el escritor de Hebreos, al aplicar esta cita a Jesús, está explícitamente afirmando que Dios ha ordenado a sus ángeles rendir adoración a Jesús.
Pablo concluye épicamente su credo cristológico en Filipenses 2 en los términos siguientes (II:9-11):
> Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le confirió el nombre que es sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús SE DOBLE TODA RODILLA de los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Una lectura *a prima vista* del pasaje entiende que el autor está asertivamente proclamando que todos los seres —''[de] los que están en el cielo, y en la tierra, y debajo de la tierra''— se inclinarán en adoración ante Jesucristo, postrándose reverencialmente ante Él. Sin embargo, entiendo que esta afirmación no es suficiente para este argumento. Permítaseme, por ende, remitir al pasaje al cual el autor hace referencia, a saber, Isaías XLV:23, que se expresa de la siguiente manera:
> Por mí mismo he jurado,
> ha salido de mi boca en justicia
> una palabra que no será revocada:
> Que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua jurará lealtad.
En Romanos XIV:11, Pablo parafrasea las palabras del escrito divino de la manera siguiente:
> Porque está escrito:
>
> VIVO YO —DICE EL SEÑOR— QUE ANTE MÍ SE DOBLARÁ TODA RODILLA,
> Y TODA LENGUA ALABARÁ A DIOS.
En otras palabras, el apóstol Pablo está asertivamente proclamando que el momento en el que toda rodilla se incline en adoración a Jesucristo, es precisamente cuando Dios está recibiendo adoración.
¡Todos debemos adorar a Jesucristo!
El quinto capítulo del Libro del Apocalipsis según Juan concluye con la siguiente afirmación:
> Y los cuatro seres vivientes decían: Amén. Y los ancianos se postraron y adoraron.
Los ancianos dirigieron su adoración hacia el objeto de su doxología, que en este contexto es Dios el Padre y nuestro Señor Jesucristo. La acción de los ancianos en rendir homenaje tanto a Dios como a Cristo implica que toda la asamblea que participa en la doxología, la cual abarca "toda cosa creada que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que en ellos hay" (v. 13). Este pasaje, por ende, proyecta la visión de innumerables criaturas celestiales y terrenales (v. 11) inclinándose ante Dios y Cristo.
El Cordero recibe adoración al igual que Dios, compartiendo el trono y distinguiéndose claramente de todas las criaturas como el único merecedor de tal culto. La intención no es que Jesús sea un segundo objeto de adoración. Más bien, como lo expone Peter Carrell en su disertación *Jesus and the Angels: Angelology and the Christology of the Apocalypse of John* (1997), «Jesús está unido con Dios de tal manera que juntos forman un único objeto de adoración.... No se da aliento a quienes están inclinados a creer que Jesús es un segundo dios. Más bien, hay una estricta adhesión al monoteísmo, pero un monoteísmo que permite que Jesús sea incluido con Dios como el objeto de adoración y que contempla a Jesús compartiendo el trono divino con Dios.»
### 3. Escucha y responde a oraciones que claman por la salvación, la protección del espíritu en el tránsito final, y diversas necesidades humanas
> En no menos de cuatro ocasiones en 1-2 Tesalonicenses, Pablo informa a los creyentes cómo está orando por ellos (1 Tes 3:11-13; 2 Tes 2:16-17; 3:5; 3:16). En cada caso, utiliza el modo optativo—lo que los gramáticos en tales casos llaman una "oración de deseo", que es simplemente una forma de indirecta, indicando a otros el contenido de la oración hecha a Dios en su nombre. Lo más notable acerca de estas cuatro oraciones es cómo se dirige a la Deidad en cada caso.
> En la primera (1 Tes 3:11), Dios el Padre es mencionado primero y intensificado por medio del término αὐτός (*él* *mismo*), con el Señor Jesucristo en la segunda posición, lo que a su vez es seguido por un verbo en singular, indicando que ambos están siendo dirigidos juntos. Esto es luego seguido en los vv. 12-13 por una oración dirigida *solo al Señor*, pidiéndole favores divinos que solo Dios mismo podría conceder: que su amor aumente y abunde para unos y para todos con el objetivo de que sus corazones sean "fortalecidos" en santidad para que sean irreprensibles ante Dios el Padre en la Parusía de Cristo. Así, aunque uno podría evitar las implicaciones naturales de las dos personas divinas siendo dirigidas con un verbo en singular, el informe de oración de seguimiento hace que esto sea casi imposible.
> En el segundo informe de oración (2 Tes 2:16-17) todo esto se presenta al revés. La oración aún está dirigida a ambas personas divinas, pero comienza en este caso como una oración dirigida a "el Señor Jesucristo" (*él* *mismo*), mientras que la elaboración que sigue tiene que ver con el Padre. No obstante, los dos verbos reales que forman el contenido de la oración se utilizan en otras partes de estas cartas en relación con la obra del Padre ("anima vuestros corazones") y del Hijo ("fortaleceos"). Así que ambas oraciones parecen estar intencionalmente dirigidas tanto a Dios el Padre como al Señor Jesús.
> Pero aún más notables son las dos oraciones finales, ambas dirigidas solo a "el Señor" (2 Tes 3:5, 16). Primero, con lo que parece ser un eco deliberado de la oración en 1 Tes 3:11, pero ahora utilizando el lenguaje de la oración de David en 1 Crón. 29:18, Pablo dirige su oración a Aquel que ha recibido "el Nombre", para que el Señor (Jesús) dirija los corazones de los creyentes hacia el amor de Dios y la paciencia de Cristo. En el segundo caso, y como conclusión formal de la carta, Pablo pide a Cristo, "el Señor de paz", que les conceda su *shalom*. Todo esto refleja una apelación y prerrogativa divina ahora dirigida al Señor resucitado. Negar que estas dos últimas oraciones sean realmente dirigidas a Cristo es o bien no entender el uso paulino del término "Señor" o es en sí mismo un ejercicio de prejuicio teológico. Podría quizás decirse que si las dos oraciones hubieran sido dirigidas a Dios el Padre, no se habría dicho nada en contrario, y el intento de algunos de hacer que "el Señor" aquí se refiera a Dios el Padre es una prueba evidente de cómo estas son verdaderamente oraciones a una deidad.
> [...] Pablo está dirigiendo oración, una prerrogativa que los judíos reservaban solo para Dios, al Señor reinante presente, Jesucristo. Y que haga esto de manera tan natural sugiere que esto ha sido durante mucho tiempo una parte de su vida de devoción.
―Fee, G. D. (2013b). Pauline Christology: An Exegetical-Theological Study. Baker Academic. (pp. 607-68)
Lucas informa que antes de elegir a un nuevo apóstol para reemplazar a Judas Iscariote, los discípulos en el Aposento Alto "oraron" de la siguiente manera:
> Y habiendo orado, dijeron: Tú, Señor, que conoces el corazón de todos, muéstranos a cuál de estos dos has escogido para ocupar este ministerio y apostolado, del cual Judas se desvió para irse al lugar que le correspondía. (Hechos I:24-25)
La expresión empleada por Lucas, "oraron", proviene del verbo griego *proseuchomai*, un ''un término técnico religioso para hablar con una deidad con el fin de pedir ayuda''. La certeza de que el "Señor" al cual los discípulos dirigieron sus plegarias era el Señor Jesús puede establecerse a partir de tres argumentos, que deben considerarse de manera acumulativa y correlativa:
1. Siguiendo el patrón de los otros escritores del Nuevo Testamento, Lucas emplea con mayor frecuencia el título "Señor" (*kurios*) para referirse a Jesús.
2. Segundo, Pedro había aludido anteriormente al "Señor Jesús" (Hechos I:21) antes de que el grupo elevara sus oraciones al "Señor".
3. Jesús escogió providencial y personalmente a los hombres que habrían de servir como sus apóstoles, incluyendo a Pablo y a otros elegidos post resurrección.
El verbo que Lucas utiliza en Hechos I:24 para el término "has elegido" (*exelexo*) coincide con la forma empleada previamente en el capítulo para describir la "elección" de los apóstoles por parte de Jesús (*exelexato*, I:2). En el Evangelio según Lucas, se observa otra variante del mismo verbo en relación con la selección de los doce apóstoles por Jesús (*eklexamenos*, Lucas VI:13), y se utiliza la forma sustantiva correspondiente para referirse a la "elección" de Pablo como apóstol (*ekloges*, Hechos IX:15).
Esteban también le ora a nuestro Señor Jesucristo mientras es apedreado por las autoridades farisáicas anticristianas:
> Y mientras apedreaban a Esteban, él invocaba al Señor y decía: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Y cayendo de rodillas, clamó en alta voz: Señor, no les tomes en cuenta este pecado. Habiendo dicho esto, durmió. (Hechos VII:59-60)
Este es, a mi parecer, el más evidente de todos.
Como último punto en esta sección de mi argumento, me gustaría que se leyera la siguiente apreciación:
> El Antiguo Testamento asume en todas partes que el Señor Dios es el único objeto adecuado de oración. Él es quien responde a la oración (Sal. 65:2). Isaías se burla del idolatra que hace un dios para sí mismo a partir de un trozo de madera y luego "le ora y dice, `¡Sálvame, porque tú eres mi dios!'" (Isa. 44:17). Son necios porque, por supuesto, están "orando a un dios que no puede salvar" (Isa. 45:20). Hay un vínculo estrecho y natural en el pensamiento bíblico entre oración y salvación. La oración es esencialmente un llamamiento a la deidad para obtener rescate, liberación o salvación en alguna situación de necesidad o peligro. Solo el Dios trascendente, omnisciente y omnipotente puede escuchar las oraciones de todas las personas y responder a ellas como Él elija. Dios puede optar por responder las oraciones a través de criaturas que actúan como sus agentes, pero eso es decisión suya. Dios es el Salvador; Dios es quien responde a la oración. Por lo tanto, Él es el único a quien debemos dirigirnos en oración.
―Bowman, R. M., & Komoszewski, J. E. (2007c). *Putting Jesus in His Place: The Case for the Deity of Christ.* (pp. 54)
### 5. Se entonan cánticos religiosos en su honor
El apóstol Pablo ordena explícitamente a los cristianos que canten himnos a Jesucristo:
> Y no os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución, sino sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre; (Efesios V:18-20)
Cómparece esta exhortación con Éxodo XV:21, Jueces V:3, 1 Crónicas XVI:23, Salmos VII:17, IX:11; 92:1; 95:1; 96:2; 104:33; e Isaías XLII:10.
El pasaje entero se desenvuelve bajo un patrón trinitario: "sed llenos del Espíritu... cantando y alabando al Señor en vuestros corazones... dando gracias a Dios el Padre" (Efesios V:18-20). La epístola a los Efesios atestigua que, menos de tres décadas tras la muerte y resurrección de Cristo, el acto de cantar a Jesús como "el Señor" era una práctica esperada y aceptada dentro de la vida cristiana, sin controversias que cuestionaran su legitimidad.
### 6. Él es objeto de fe religiosa con la misma intensidad con la que se entiende a Dios el Padre
En el Antiguo Testamento, YHWH es el objeto primario de la fe. La primera alusión a la fe en las Escrituras Hebreas proporciona un ejemplar modelo de confianza: Abram “creyó en el SEÑOR” (Gn. 15:6). El término hebreo *’aman* denota un acto de depositar confianza en alguien. Abraham optó por depender de la promesa del Señor, confiando en la veracidad de Su palabra y en Su capacidad para cumplir lo prometido. Otras figuras deben ser consideradas dignas de confianza en la medida en que actúan como siervos fieles de Dios. Cuando Israel contempló la destrucción del ejército egipcio en el Mar Rojo, el texto indica que “el pueblo temió al SEÑOR, y creyeron en el SEÑOR y en Moisés, su siervo” (Ex. XIV:31). Los israelitas debían confiar en Moisés únicamente porque Dios se manifestó a través de él. El Antiguo Testamento no designa a Moisés como un objeto legítimo de fe en sí mismo, sino como un siervo imperfecto, aunque comisionado por Dios. Cuando Moisés falló en su fidelidad a Dios, el pueblo, evidentemente, no estaba obligado a seguirle (Nm. XX:8-13; XXVII:12-14). Así, Dios sí que es el objeto primario de fe, el único en quien se debe depositar una confianza absoluta. A través del profeta Isaías, YHWH instruyó a Israel: “para que me conozcáis y creáis en mí, y entendáis que yo soy.” (Is. 43:10).
En el Nuevo Testamento, Dios continúa siendo el objeto primario de la fe. Jesús mismo exhortó a sus discípulos: “Tened fe en Dios” (Mr. XI:22). Uno de los principios fundamentales de la religión cristiana es “la fe hacia Dios” (Heb. VI:1). Una persona de fe “debe creer que [Dios] existe y que recompensa a los que lo buscan” (Heb. XI:6).
Sin embargo, en el Nuevo Testamento, Jesús se presenta repetidamente como el objeto de fe de una manera que lo distingue de Moisés, quien actuaba meramente como portavoz de Dios. Cuando los hombres ciegos se aproximaron a Jesús, Él les preguntó: “¿Creéis que puedo hacer esto?” (Mt. IX:28). Mientras que un simple siervo de Dios podría haber indagado sobre la fe en la capacidad divina, Jesús incita a las personas a depositar su fe directamente en Él.
La fe en Jesucristo es un tema central en el Evangelio de Juan. Este evangelio fue escrito “para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios; y para que al creer, tengáis vida en su nombre” (Juan XX:31). Aquellos que “creen en su nombre”—en el nombre de Jesús—se convirtieron en hijos de Dios (Juan I:12; comp. 1 Juan III:23; V:1, 10, 13). Dios envió a Jesús “para que todo aquel que cree, tenga en Él vida eterna” (Juan III:15; véase también III:16, 36; VI:40). “El que cree en Él no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios” (Juan III:18). Estas afirmaciones superan en intensidad cualquier declaración hecha acerca de Moisés o de cualquier otro individuo en las Escrituras. Juan instruye a sus lectores a depositar su fe en Jesucristo, el Hijo de Dios.
Basado en Su identidad divina, Jesús hizo promesas a sus seguidores, esperando que depositaran una fe incondicional en Él. Cuando Lázaro, el hermano de Marta, había fallecido, Jesús afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás” (Juan XI:25-26). A aquellos que estaban espiritualmente sedientos, Jesús prometió: “El que cree en mí nunca tendrá sed” (Juan VI:35; comp. VII:37-39). A los que lo rechazaron, Jesús advirtió: “Si no creéis que yo soy, moriréis en vuestros pecados” (Juan VIII:24). ¡Moisés nunca se expresó de tal manera!
La creencia en Jesús no suple la fe en Dios. Jesús indicó que quien acepta sus enseñanzas y “cree en el que me envió”, “tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida”. (Juan V:24). Esto esclarece sus palabras: “El que cree en mí, no cree en mí, sino en aquel que me ha enviado” (Juan XII:44). Jesús no invitaba a una fe en Él que sustituyera a la fe en Dios, sino que afirmaba ser un objeto de fe tan digno de confianza como Dios mismo: “Creed en Dios, creed también en mí” (Juan XIV:1). Esta invitación a creer en Él de la misma manera que se cree en Dios establece una unidad entre Jesús y el Padre como el objeto primario, supremo, de la fe.
Los apóstoles continuaron enseñando y ejemplificando esta fe en Jesús después de Su resurrección y ascensión. Tras la curación del cojo en la puerta del templo por parte de Pedro y Juan, Pedro negó explícitamente que el milagro se debiera a su “propio poder o piedad” (Hech. III:12). En lugar de ello, afirmó que “por la fe en su nombre, es el nombre de Jesús lo que ha fortalecido a este hombre” (v. 16). Pedro posteriormente dijo a Cornelio y su familia: “De este dan testimonio todos los profetas, de que por su nombre, todo el que cree en Él recibe el perdón de los pecados” (Hech. X:43). Pablo, quien previamente había “encarcelaba y azotaba a los que creían en” Jesús (Hech. XXII:19), se convirtió en apóstol y predicó el mismo mensaje de salvación: “Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y toda tu casa” (Hech. XVI:31; comp. XX:21; XXIV:24; XXVI:18). En su epístola a los Romanos, Pablo reconoció que Jesús era una piedra de tropiezo para muchos de sus compatriotas judíos, pero aplicó con confianza las palabras de Isaías 28:16 a Jesús: “TODO EL QUE CREE EN ÉL NO SERÁ AVERGONZADO” (Rom. X:11; cf. 9:33; de manera similar 1 Pedro 2:6). Tal como el apóstol Juan enseñaría en sus escritos, Pablo también afirmó que los cristianos “sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús” (Gál. III:26).
### 7. Debemos temerle o reverenciarle, servirle y amarle con la misma profundidad y dedicación con que lo hacemos hacia Dios
Es fundamental para la religión bíblica que solo hay una deidad a la que los seres humanos deben temer o reverenciar. "Temerás al SEÑOR tu Dios" (Dt. X:20; comp. VI:13). El temor del Señor es un tema principal en el libro de Proverbios: "El principio de la sabiduría es el temor del SEÑOR" (Prov. IX:10; comp. I:7; II:5). Los profetas repetían el mismo tema:
> No digáis: «Es conspiración»,
> a todo lo que este pueblo llama conspiración,
> ni temáis lo que ellos temen, ni os aterroricéis.
> Al SEÑOR de los ejércitos es a quien debéis tener por santo.
> Sea Él vuestro temor,
> y sea Él vuestro terror. (Is. VIII:12-13)
En el Nuevo Testamento, los apóstoles instruyen a los seguidores de Jesús a temerle como su divino "Señor", en un lenguaje que claramente lo trata como Dios. Considera el siguiente pasaje de una de las epístolas de Pablo:
> Porque todos nosotros debemos comparecer ante el tribunal de Cristo, para que cada uno sea recompensado por sus hechos estando en el cuerpo, de acuerdo con lo que hizo, sea bueno o sea malo. Por tanto, conociendo el temor del Señor, persuadimos a los hombres, pero a Dios somos manifiestos, y espero que también seamos manifiestos en vuestras conciencias. (2 Co. V:10-11)
El significado evidente de estas declaraciones es que tememos al Señor porque debemos comparecer ante él (Cristo, que es el Señor) en el Día del Juicio. En otras palabras, "el Señor" en el versículo 11 es claramente el mismo que "Cristo" en el versículo 10.
Si eso no fuera lo suficientemente claro, en otro lugar Pablo dice a los cristianos: "sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo" (Ef. V:21). Incluso los esclavos deben prestar servicio como si sirvieran al Señor, no a los hombres, recordando "sabiendo que cualquier cosa buena que cada uno haga, esto recibirá del Señor, sea siervo o sea libre" (Ef. VI:7-8). La motivación para temer a Cristo aquí es la misma que en 2 Corintios V: enfrentaremos a Él en el Día del Juicio. Pablo hace el mismo punto en un lenguaje similar en Colosenses:
> Siervos, obedeced en todo a vuestros amos en la tierra, no para ser vistos, como los que quieren agradar a los hombres, sino con sinceridad de corazón, temiendo al Señor. Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien servís. Porque el que procede con injusticia sufrirá las consecuencias del mal que ha cometido, y eso, sin acepción de personas.
Si no está inmediatamente claro en el versículo 22 que "el Señor" es Jesús, esto se hace bastante explícito en el versículo 24, donde Pablo afirma: "Es el Señor Cristo a quien servís". Nuevamente, la motivación para hacer el trabajo responsablemente, incluso cuando no se está siendo supervisado, es que el Señor está observando y un día será nuestro juez. En Efesios, Pablo enfatiza que el Señor Jesús recompensará el bien que hagamos; en Colosenses, enfatiza que el Señor castigará el mal que hagamos. Ambos son motivos para "temerle", es decir, comportarse de maneras que respeten su asombrosa autoridad y poder como nuestro juez eterno y supremo.
El apóstol Pedro también enseñó que los cristianos deben temer a Cristo como Señor:
> Pero aun si sufrís por causa de la justicia, dichosos sois. Y NO OS AMEDRENTÉIS POR TEMOR A ELLOS NI OS TURBÉIS, sino santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones, estando siempre preparados para presentar defensa ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros, pero hacedlo con mansedumbre y reverencia; teniendo buena conciencia, para que en aquello en que sois calumniados, sean avergonzados los que difaman vuestra buena conducta en Cristo.
Como los comentaristas exegéticos señalan rutinariamente, Pedro está aquí aplicando a Cristo las palabras de Isaías VIII:12-13 (que cité anteriormente), que hablan sobre temer al Señor. Dada esta aplicación, deberíamos considerar la posibilidad de que el "temor" con el que Pedro dice que debemos presentar defensa por lo que creemos es el temor del "Señor", es decir, de Cristo.
En algunas traducciones (por ejemplo, la NIV) la palabra phobos al final del versículo 15 se traduce como "respeto", y esto se entiende como la actitud que deberíamos tener hacia los demás cuando estamos explicando nuestras razones para ser cristianos. Aunque este es un buen consejo, casi con seguridad no es lo que Pedro quiso decir. Pedro acaba de decir, citando Isaías 8:12, que no debemos "temer" (*phobethete*) a las personas que nos rodean. Sería extraño si en la siguiente oración dijera, usando el sustantivo relacionado, que deberíamos defender nuestras creencias con una actitud de "temor" (*phobou*), significando "respeto", hacia quienes preguntan.
La mejor interpretación es que "mansedumbre" describe la actitud que deberíamos tener hacia aquellos que nos preguntan sobre nuestras creencias, mientras que "temor" (o "reverencia") describe nuestra actitud hacia el "Señor" mientras defendemos nuestras creencias. Concluimos que aquí Pedro está diciendo a los creyentes que conduzcan su defensa de la fe con un espíritu de mansedumbre hacia los demás y de temor reverencial hacia el Señor Cristo.
@Biblia Ni siquiera es el argumento completo, tienes que mover bastante para concluir que Jesus no es Dios, desde las atestiguaciones explicitas hasta las deducciones.