Antes que nada debo prevenirles que no se extrañen que en todos los epígrafes que se propone este tema, terminen desertando del debate los machistas de pura cepa que propagan sus argucias para que las hermanas permanezcan enclaustradas en la desobediencia mientras ellos se ufanan en seguir dando la gloria a Cristo con su cabeza descubierta.
¿Nunca les llamó la atención a ustedes que los mismos predicadores que les pretextan sus falacias para que no se preocupen por tal detalle, son incapaces de enseñar y orar en la iglesia de sombrero o gorro puesto?
Invítenlos a que así como sus maestros lograron hace apenas medio siglo cambiar una práctica casi bimilenaria en el cristianismo, cambien ellos también ahora y así como tanto gustan de introducir la liturgia davídica en las iglesias, de una buena vez permanezcan tan cubiertos en el culto como los rabinos en las sinagogas. Al fin de cuentas, no quedan sin pecado con su aparente testimonio al orden de Dios en su iglesia cuando conspiran para que las hermanas no tengan tal privilegio.
El ver que la generalidad de las hermanas ya no guardan esta práctica no prueba que estén acertadas. Tal como el dicho “Mal de muchos, consuelos de tontos”, así tiempo vendrá también que en la Anti – Iglesia los muchos de los todavía llamados “cristianos” lucirán en su diestra o en la frente la marca de la bestia. Ellos argumentarán entonces con los verdaderos hijos de Dios:
- Todos los cristianos la llevamos pues queremos contribuir al nuevo orden mundial. Si te rehúsas a ser marcado no podrás comprar ni vender, y hasta tu propia vida correrá peligro. Sé como nosotros todos, ¿qué ganarás con ser diferente?
Las hermanas que quieran leer una excelente exposición bíblica sobre este tema pueden buscar el capítulo respectivo en el libro “Consejos sobre la Vida Cristiana” de Watchman Nee, Editorial CLIE.
Finalmente, quisiera abordar con ustedes una última cuestión:
Este asunto dista mucho de ser un nimio detalle que queda librado al arbitrio de cada cual. Reconocemos que es algo materialmente pequeño y liviano; pero espiritualmente representa un principio muy grande y de mucho peso: Dios ha establecido un modelo y orden para su iglesia y la identidad de ésta depende de su identificación con él. O sea, cualquier iglesia podrá hacer lo que mejor le parezca ante sus propios ojos (Jueces 21:25), pero ya habrá dejado de ser la iglesia que Cristo edifica (Mt.16:18) para pasar a ser la iglesia del Pastor Fulano o de la Congregación Mengana.
Al principio ocurría lo mismo. Desconocemos como era el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, pero no necesitaba ser tan grande como una sandía. No podemos decir que ese árbol con sus frutos fuesen malos, porque todo lo que Dios creó “era bueno en gran manera”. Ni el árbol ni su fruto eran malos, sino que lo malo estaba en la desobediencia del hombre caso que no se abstuviera de comerlo. La prueba está que mientras que leemos que Adán y Eva fueron expulsados del Edén, jamás leemos que el árbol con sus frutos fuese desarraigado, quemado o secado por el juicio de Dios. Nótese que Adán, Eva y la serpiente son penalizados; mas el árbol no, como un agente meramente pasivo. En sí mismo, aquel fruto podría ser tan pequeño y liviano como para ser sostenido en la mano de Eva, y no dejaba de ser un fruto más entre los muchísimos que colgarían de los árboles frutales del Paraíso.
- ¿Y por tan poca cosa podría Dios enojarse? – preguntará algún maestro conformista.
Como sabemos, la aseveración de Dios “Moriréis” fue desdecida luego por la mentira de la serpiente: “No moriréis”. Al sabor del primer mordiscón siguieron otros hasta haber ingerido el fruto prohibido. Una breve acción con algo que cabía en la palma de la mano bastó para que el hombre perdiera todo. Lo tan poco implicaba lo muy mucho.
Por lo menos Adán fue solidario: si Eva (aunque engañada) comió; él no sería diferente.
Nuestros varones algo aprendieron y son más cautos: podrán ser testigos conscientes o no de la desobediencia de sus hermanas, pero ellos mismos no se atreverán (por ahora) a incurrir en tal desacato predicando y orando de sombrero puesto.
Tan poca cosa es para nosotros los varones no poner nada sobre nuestras cabezas al tiempo de la oración y predicación, como para nuestras hermanas una mantilla, velo, pañuelo o sombrero cubriendo las suyas.
Sin embargo, en cuanto a este tema somos reprendidos por los criados de Naamán llamándonos a la realidad: - Están dispuestos a hacer lo difícil ¿y lo sencillo no?
Hasta los buenos musulmanes están dispuestos, vivan donde vivan, a lo menos una vez en la vida peregrinar hasta La Meca. ¡Costoso y complicado viaje! A nosotros, en cambio, nuestro Dios nos ha simplificado todo al máximo: salvación sólo por gracia, por Cristo, por fe; las ordenanzas del bautismo (en un océano, mar, lago, río o pileta); la Cena del Señor (de un pan y una copa de vino), y demás instrucciones como las que Pablo recuerda a los corintios (1Co.11:2). De tan sencillas que Dios nos ha hecho las cosas queremos complicarlas para ver si en la confusión que creamos zafamos de su obligación. Por eso está vigente la advertencia: “Mas temo que como la serpiente engañó a Eva con su astucia, sean así corrompidos vuestros sentidos en alguna manera, de la simplicidad que es en Cristo” (2Co.11:3-RVR1909). Mucho de la teología, doctrina y práctica contemporánea está saturada de este afán por dificultar las cosas. Así, todo es posible, permisivo y factible, de modo que el camino a la gran apostasía ya está preparado.
Queridas hermanas: pongan a sus esposos y pastores entre la espada (de la Palabra) y la pared: que expliquen convincentemente esa dualidad de criterio para un mismo pasaje, en que aplican para sí mismos al pie de la letra la doble descobertura que les enseña Pablo, mientras inducen a las hermanas a que hagan como mejor les parezca. Sin embargo, esta última tolerancia cambiará rápidamente en intolerancia no bien una tímida pero decidida hermanita se resuelva a poner algo sobre su cabeza en la próxima reunión. Entonces su propia esposa será la primera en molestarse, y luego seguirán otras, las que harán todo lo posible por hacerle sentir a la hermanita como una santurrona chapada a la antigua que pretende con su actitud mostrarse más santa y espiritual que las demás. Probablemente la presión no cese hasta que definitivamente emigre.
Es así como la auténtica fe cristiana ha degenerado hasta convertirse en una religión acomodaticia, ni mejor ni peor que el resto de las conocidas.
Quedo dispuesto a escuchar a las hermanas que tengan algo para decir.
Afectuosos saludos.
Ricardo.