LOS NUEVOS JUDAIZANTES VUELVEN A COLOCAR EL YUGO SOBRE LOS HOMBRES.

LA ARDILLA:

Cuidado con lo que dices. Jesus se fijo mucho en la vestimenta de los hombres de su epoca. Notalo aqui:

"Habia un hombre rico, QUE SE VESTIA DE PURPURA Y DE LINO FINO" (Lucas 16: 19), como lo hacian los fariseos para impresionar al pueblo, PERO SU RIQUEZA MATERIAL NO ERA COMPARTIDA CON LOS POBRES, por lo cual Jesus ALERTO a tener cuidado con quienes asi se vestian.

Y de "LOS ESCRIBAS Y LOS FARISEOS", Jesus dijo lo siguiente:

"ENSANCHAN SUS FILACTERIAS, Y EXTIENDEN LOS FLECOS DE SUS MANTOS". "HACEN TODAS SUS OBRAS PARA SER VISTOS POR LOS HOMBRES" (Mateo 23: 2 y 5).

En su Palabra, el Senor tomo el tiempo para decirnos hasta como se vestia "JUAN EL BAUTISTA": "JUAN ESTABA VESTIDO DE PELO DE CAMELLO, Y TENIA UN CINTO DE CUERO ALREDEDOR DE SUS LOMOS" (Mateo 3: 4).

Por supuesto que Dios se fija mucho en la manera como vestimos y la intencion que tenemos cuando asi lo hacemos: sea buena o mala.

Patricio Cespedes Castro.
Discipulo de Jesus.
muy de acuerdo Patricio. Al Señor le sigue importando la forma de vestir. Jesús no vestía ropas viejas, rotas o frugales, vestía muy bien, tanto que los soldados bajo la cruz echaron suertes para ver quien se quedaba con su ropa. Un cumplimiento profético.

El es nuestro ejemplo, debemos vestir bien para agradar Dios y no al ojo humano, por supuesto, depende de la economía de cada quien.

Por el otro lado, el creyente debe cuidar no mostrar su desnudez, dentro y fuera de la iglesia. Y el cómo se recuerda en Éxodo 28:42

Aunque la norma de Dios viene más atrás de la Ley, antes que me acusen de judaizante. El Señor mismo sacrificó animales para cubrir con pieles a Adán y a Eva. El mismo les confeccionó tunicas. Genesis 3:21

No creo que Eva anduviera enseñando demás. Le quedó claro como cubrir la desnudez.

Los diseñadores de ropa hoy la mayoría son perversos.
 
Sigamos...

Quiero centrarme en la diferencia que existe entre "encarnación" y "venir en carne".
Vamos a ver como pasajes clave como Juan 1:14 y 1 Juan 4:2-3, describen el hecho de que el Verbo tomó constitución humana sin introducir la idea de "encarnación", como posesión de un cuerpo o como una unión de dos naturalezas separadas.

La Biblia nos habla de Jesucristo como Dios viniendo a ser verdaderamente humano, usando expresiones como “fue hecho carne” o “venido en carne”, en lugar de términos teológicos posteriores como encarnación.

Analicemos cuatro pasajes clave para entender qué significa “venir en carne” según la Escritura, y cómo difiere de la idea de simplemente poseer un cuerpo o de unir dos naturalezas separadas.

Veamos como la Biblia describe al Verbo haciéndose verdaderamente hombre (con carne y huesos reales), sin dejar de ser quien era, pero sin introducir un lenguaje ajeno a la Escritura.

Juan 1:14 – “Y aquel Verbo fue hecho carne…”​

En Juan 1:1–3, el apóstol identifica al “Verbo” (Logos) como divino y eterno (“el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios”). Luego, en Juan 1:14 afirma: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros…” (Juan 1:14 RVR1960 - Y aquel Verbo fue hecho carne, y - Bible Gateway).
¿Qué significa este “fue hecho carne”? En términos estrictamente bíblicos, indica que el Verbo de Dios se convirtió en un ser humano real.
Decir que el Verbo “se hizo carne” implica más que tomar una apariencia; significa que el Ser divino se hizo verdaderamente hombre.
El Verbo no “poseyó” un cuerpo ajeno, ni simplemente se metió en un hombre existente, sino que Él mismo asumió nuestra humanidad. Juan añade que “habitó entre nosotros”, es decir, vivió como uno de nosotros en este mundo, de forma tangible.
Los testigos oculares “vieron su gloria” en ese estado humano (Juan 1:14 RVR1960 - Y aquel Verbo fue hecho carne, y - Bible Gateway), lo que muestra que aunque se hizo plenamente hombre, seguía siendo quien era (el Verbo de Dios), ahora velando su gloria divina en la carne.
Importante: la frase es “fue hecho carne” y no “unió su ser divino a un cuerpo” – el énfasis recae en que el mismo Verbo divino pasó a existir como un hombre de carne y hueso.

1 Juan 4:2-3 – “Jesucristo ha venido en carne…”​

El apóstol Juan, en sus epístolas, retoma este concepto para combatir falsas enseñanzas. En 1 Juan 4:2-3 escribe: “Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios; y todo espíritu que no confiesa que Jesucristo ha venido en carne, no es de Dios…” (1 Juan 4:2-3,Apocalipsis 1:10 RVR1960 - En esto conoced el Espíritu de Dios: - Bible Gateway). Aquí Juan emplea la expresión “ha venido en carne” como prueba de la verdad doctrinal.
¿Por qué usa esta terminología? Porque en la época surgieron falsos maestros (protognósticos o docetas) que negaban la realidad física de Jesús – afirmaban que Cristo era un ser espiritual que solo aparentó tener cuerpo. Juan refuta esas ideas enfatizando que Jesucristo vino realmente en un cuerpo humano. Notemos que no dice simplemente “Jesús nació” o “se hizo hombre” (aunque es verdad), sino “ha venido en carne”, subrayando tanto la procedencia divina (él vino de Dios al mundo) como la realidad corpórea de su venida (vino “en carne”, es decir, en una constitución humana genuina).
Esta frase implica que el Verbo preexistente se presentó en nuestra historia en una auténtica humanidad.
Juan utiliza exactamente esta expresión porque encapsula la fe cristiana: Jesús es el Dios verdadero hecho verdadero hombre.
Cualquier enseñanza que lo presente como un espíritu sin cuerpo o una deidad disfrazada es anticristiana según Juan (1 Juan 4:2-3,Apocalipsis 1:10 RVR1960 - En esto conoced el Espíritu de Dios: - Bible Gateway).
Vemos entonces que “venir en carne” es lenguaje bíblico que declara la humanidad plena de Cristo (incluyendo su nacimiento, vida y muerte física), en contraste con ideas de mera apariencia.
Juan tampoco habla de “unión de naturalezas” ni de “posesión”; simplemente confiesa que el Verbo, vino a nosotros como ser humano real.
Y esto era y es tan esencial, que confesarlo correctamente distingue al espíritu de Dios del engaño.

Filipenses 2:6-8 – “Se despojó a sí mismo… tomando forma de siervo”​

El apóstol Pablo también describe la venida de Cristo al mundo en términos que resaltan su decisión voluntaria de hacerse hombre. En Filipenses 2:6-8 dice de Cristo Jesús: “el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte…” (Filipenses 2:6-11 RVR1960 - el cual, siendo en forma de Dios, no - Bible Gateway).

Veamos las frases clave:
  • “Siendo en forma de Dios” – Antes de venir al mundo, Cristo existía en la forma o condición propia de Dios (es decir, con la gloria, dignidad y atributos divinos). Esto coincide con Juan 1:1 acerca del Verbo divino.
  • “No estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse” – No consideró su igualdad con Dios como algo a explotar o retener egoístamente; es decir, no se aferró a sus privilegios celestiales.
  • “Se despojó a sí mismo” – Aquí Pablo describe la auto-humillación voluntaria de Cristo. “Despojarse” no puede significar jamás el dejar de ser Dios, sino que siendo en forma de Dios puso a un lado su forma, gloria y privilegios por amor.
    Literalmente, se vació a sí mismo en el sentido de asumir una posición mucho más baja.
  • “Tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres” – Esta es la definición paulina de cómo se despojó: asumió la “forma” de un siervo, es decir, la condición de un ser humano humilde. Forma de siervo contrasta con forma de Dios: así como era verdaderamente Dios, decidió ser verdaderamente un siervo humano. Hecho semejante a los hombres significa que se hizo como nosotros en todo lo esencial de la humanidad. No fue una apariencia momentánea; Él fue hecho como los hombres, participando de carne y sangre.
  • “Estando en la condición de hombre” – Una vez en el mundo, se halló como hombre y vivió como tal. Jesús experimentó todo lo propio de la existencia humana (cansancio, hambre, dolor, etc., aunque sin pecado).
    Incluso sufrió la muerte humana – “obediente hasta la muerte, y muerte de cruz” – lo que demuestra hasta qué punto era realmente un hombre (Dios, en su divinidad impasible, no muere; pero en la carne que asumió, pudo y murió por nosotros).
En este pasaje, Pablo muestra con palabras diferentes la misma verdad que Juan: Cristo, que es Dios, se hizo verdaderamente hombre.

“Se despojó… tomando forma de siervo” equivale a decir que dejó su posición exaltada para nacer como un hombre humilde. Fíjese que Pablo no dice “entró en un hombre” ni “se unió a una naturaleza humana existente”, sino que el mismo Cristo asumió (tomó) la condición de siervo.

Así, Filipenses 2 describe la venida en carne desde la perspectiva de la humildad de Cristo: Él se anonadó a sí mismo para ser uno de nosotros.
Esto difiere de la mal llamada "encarnación" que enfatiza una suerte de mezcla extraña de dos seres, por la bien dicha "venida en carne" que por el contrario enfatiza la asunción del Verbo en una constitución plenamente humana.

Lucas 24:39 – “Un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo”​

Por último, consideremos cómo Jesús resucitado se refiere a su propia corporeidad. Tras la resurrección, los discípulos pensaban que veían un fantasma cuando Jesús se les apareció. Jesús los corrige diciendo: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo (Lucas 24:39 RVR1960 - Mirad mis manos y mis pies, que yo - Bible Gateway).
Aquí Jesús enfatiza que incluso resucitado él poseía un cuerpo físico real, identificable por las heridas en sus manos y pies.
La frase “carne y huesos” es una manera contundente de describir una naturaleza humana tangible.
Jesús quiere dejar claro que no es una aparición incorpórea, sino un verdadero hombre.
Esto refuerza el significado de “venir en carne”: Jesús no solo tuvo carne durante su vida terrenal y luego la descartó; aun después de vencer la muerte, sigue siendo humano en cuerpo resucitado.
Sus discípulos pudieron tocarlo y Él comió con ellos (Lucas 24:41-43), demostrando la continuidad de su realidad corporal.
Este pasaje descarta cualquier noción de que la presencia humana de Cristo fuese ilusoria o temporal.
No: Él realmente tuvo y tiene carne. Así, la Biblia muestra que la humanidad de Cristo es permanente y genuina, distinta de la idea pagana de dioses que toman forma humana solo por un rato. Cuando Jesús dice “soy yo mismo” (Lucas 24:39 RVR1960 - Mirad mis manos y mis pies, que yo - Bible Gateway), afirma que el mismo que estaba con ellos antes de morir está ahora con ellos en cuerpo resucitado – su identidad incluye esa naturaleza humana real.

Conclusión: “Venir en carne” vs. conceptos ajenos de “encarnación”​

A la luz de estos pasajes, podemos definir bíblicamente qué significa “venir en carne” y en qué se diferencia de ideas no bíblicas de encarnación entendidas como “posesión de un cuerpo” o “unión de dos naturalezas separadas”:
  • “Venir en carne” en la Biblia: Significa que el Verbo eterno de Dios se hizo verdaderamente humano en la persona de Jesucristo. El Verbo divino “fue hecho carne” (Juan 1:14 RVR1960 - Y aquel Verbo fue hecho carne, y - Bible Gateway), Dios mismo “fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16 RVR1960 - E indiscutiblemente, grande es el - Bible Gateway), tomando todo lo que somos (espíritu, alma y cuerpo). Jesús nació, vivió, murió y resucitó en carne, mostrando en todo momento una plena naturaleza humana junto con su identidad divina. La Escritura presenta a Jesucristo como una sola persona con plena realidad divina y humana. No habla de “dos seres” unidos, sino de un solo Señor que pudo decir tanto “Yo y el Padre uno somos” como “tengo sed”. Por eso Juan insiste en que confesemos a Jesús venido en carne (1 Juan 4:2-3,Apocalipsis 1:10 RVR1960 - En esto conoced el Espíritu de Dios: - Bible Gateway) – confesando que el Mesías de Dios es verdaderamente hombre de carne, sin dejar de ser Dios.
  • Ideas erróneas de “encarnación” corregidas por la Biblia: A veces, fuera del lenguaje bíblico, la encarnación podría malentenderse como si una deidad solo habitara un cuerpo humano como en alquiler, o como si la divinidad y la humanidad de Jesús fueran dos entidades separadas pegadas. Estas nociones no corresponden al retrato bíblico. La Biblia no dice que Dios simplemente “usó” un cuerpo humano, ni que Cristo fuera una mezcla inestable de dos personas. En cambio, afirma que Dios mismo vino y nació como hombre (Juan 1:14, Mateo 1:23). “El Verbo” no tomó prestado un cuerpo: Él se hizo carne, indicando una unión completa y verdadera con nuestra humanidad. Tampoco vemos a Jesús dividido en dos; siempre actúa y habla como un solo Yo. Por ejemplo, cuando perdona pecados demuestra su autoridad divina, y cuando siente angustia en Getsemaní demuestra su verdadera humanidad – pero es el mismo Cristo obrando en ambos casos. La frase “unión de naturalezas separadas” no aparece en la Biblia; en vez de eso, encontramos expresiones como “forma de Dios” y “forma de siervo” en una misma persona (Filipenses 2:6-11 RVR1960 - el cual, siendo en forma de Dios, no - Bible Gateway). Esto sugiere que, aunque distinguimos la Deidad y la humanidad en Cristo, nunca están separadas, sino unidas en Él de manera perfecta y sin confusión (un misterio, como dice 1 Timoteo 3:16, “grande es el misterio… Dios fue manifestado en carne” (1 Timoteo 3:16 RVR1960 - E indiscutiblemente, grande es el - Bible Gateway)).
En términos bíblicos puros, “venir en carne” describe el acto por el cual el Verbo entró en nuestra realidad como verdadero hombre, con todo lo que ser humano implica (nacimiento, cuerpo físico, emociones, sufrimiento y muerte, y aún un cuerpo resucitado).
La Biblia define esta verdad sin recurrir a conceptos filosóficos: dice sencillamente que Dios se hizo carne en Jesús.
Esto difiere de cualquier concepto de encarnación entendido como solo habitar un cuerpo o combinar dos partes separadas, porque la Escritura muestra una identidad única: Jesucristo es Dios-con-nosotros en forma humana. “Venir en carne”, por tanto, significa un cambio de forma o de constitución. Dios con nosotros como hombre – sin añadir ideas extrañas. En resumen, el Verbo divino al hacerse carne no dejó de ser quien era aunque adoptó nuestra condición, la humanidad verdadera, de modo que el Cristo bíblico es plenamente Dios y plenamente hombre en una sola persona, y esta afirmación se hace con las palabras mismas de la Escritura (Juan 1:14 RVR1960 - Y aquel Verbo fue hecho carne, y - Bible Gateway) (1 Juan 4:2-3,Apocalipsis 1:10 RVR1960 - En esto conoced el Espíritu de Dios: - Bible Gateway). Cada uno de los pasajes analizados confirma esta realidad desde distintos ángulos, dándonos una comprensión completa: Jesucristo venido en carne es Dios hecho hombre, no en apariencia sino en verdad, según el testimonio unánime de la Biblia. (Lucas 24:39 RVR1960 - Mirad mis manos y mis pies, que yo - Bible Gateway)
 

Una “tercera posición” frente al calvinismo y el arminianismo.


El debate teológico entre el calvinismo y el arminianismo se centra en cómo Dios otorga la salvación: si es exclusivamente por la elección soberana de Dios (calvinismo) o si depende en parte de la respuesta humana en fe (arminianismo).
Se propone una “tercera posición” doctrinal que busca conciliar elementos de ambos sistemas y aportar un enfoque alternativo.
Esta tercera vía enfatiza la autoridad de Jesucristo (el Hijo) en el juicio final y en la decisión última sobre la salvación de cada individuo.
A continuación, analizamos cómo esta perspectiva aborda los puntos clave en disputa.

La total eficacia de la sangre de Cristo

La “tercera posición” sostiene que la muerte de Cristo realmente rescató a toda la humanidad del dominio de la muerte, colocándola bajo el señorío de Cristo, no solo a un grupo de elegidos.
Bíblicamente, sí vemos un alcance universal en la obra expiatoria de Jesús.
Se afirma que Cristo murió por todos, incluso por los que se pierden: Él es “el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y “la propiciación... por los pecados de todo el mundo”. Versículos como 1 Timoteo 2:6 dicen que Jesús “se dio a sí mismo en rescate por todos”, y Hebreos 2:9 añade que “gustó la muerte por todos”. Esto indica que su sangre tiene un valor infinito, suficiente para cada persona de la raza de Adán.
En la cruz, Cristo derrotó el poder de la muerte de una vez y para siempre, cumpliendo así la promesa de que “en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15:22).

Esta visión se alinea con las Escrituras, aunque va más allá de las formulaciones calvinista y arminiana tradicionales.
Sugiere que Jesús, con su sacrificio, compró a la humanidad entera para Dios – incluso a quienes luego lo rechazan – cumpliendo profecías como Isaías 53:6 (“Jehová cargó en él el pecado de todos nosotros”).
De hecho, Pedro habla de falsos maestros que niegan “al Amo que los compró”, lo cual implica que hasta ellos fueron adquiridos por la sangre de Cristo. Así, la expiación de Cristo es objetivamente suficiente y eficaz para salvar a cualquiera (“completa expiación de todo el pecado humano… suficiente para cada persona”); no hay ser humano fuera del alcance potencial de su sangre. Esto repercute en nuestra comprensión de la expiación: enfatiza un sacrificio ilimitado en valor y universal en ofrecimiento, que garantiza que el problema del pecado y la muerte fue resuelto de forma plena en Cristo. A diferencia del Calvinismo estricto (expiación limitada a los elegidos) o del Arminianismo clásico (expiación universal meramente potencial), aquí la sangre de Cristo logró verdaderamente una victoria sobre la muerte a favor de toda la raza humana, convirtiendo a Cristo en Señor de todos (Rom. 14:9).
Esa “eficacia total” no significa que todos se salven automáticamente (la respuesta humana sigue siendo necesaria), pero sí que el dominio de la muerte fue vencido objetivamente. En resumen, bíblicamente “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Rom. 5:20-21), mostrando que la obra de Cristo es más poderosa que la condena de Adán. Esto le da a la expiación un carácter triunfante y suficiente, ofreciendo una base sólida para que cualquiera pueda ser salvo por gracia mediante la fe.

Distinción entre salir de la muerte y entrar en la vida eterna

Un aporte clave de esta tercera posición es diferenciar dos momentos en la obra redentora: (1) Salir de la muerte (ser liberados del poder/pena de la muerte) y (2) Entrar en la vida eterna (recibir la salvación plena). ¿Hace la Biblia tal distinción? Indicios sugerentes señalan que sí. Por ejemplo, 2 Timoteo 1:10 declara que Cristo Jesús “destruyó la muerte y sacó a luz la vida incorruptible mediante el evangelio”. Aquí vemos dos acciones: primero anular la muerte, luego manifestar la vida inmortal. Cristo, con su resurrección, venció a la muerte (quitándonos del “dominio de la muerte”) y, a través del evangelio, ofrece activamente vida eterna a quienes creen. De modo similar, Jesús afirma: “El que oye mi palabra y cree... ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). Aunque en la experiencia del creyente ambos aspectos ocurren juntos, teológicamente podemos distinguir el hecho objetivo de que Cristo quitó el “aguijón de la muerte” para la humanidad (1 Cor 15:55-57) – es decir, proveyó rescate del veredicto de condenación – del acto subjetivo de recibir la vida eterna por la fe.

La resurrección universal enseña algo parecido: “En Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Cor 15:22). Pablo inmediatamente añade “pero cada uno en su debido orden: Cristo las primicias; luego los que son de Cristo” (v.23), indicando que gracias a Cristo todos resucitarán (saldrán de la muerte física), pero solo los que pertenecen a Él gozarán de la vida eterna gloriosa. Jesús habló de una “resurrección de vida” y otra de “condenación” (Juan 5:28-29), implicando que todos saldrán de la tumba, pero no todos entrarán en la vida eterna con Dios. Así, salir de la muerte (ser librados de su poder final) es un paso necesario que Cristo ganó para todos – la tumba ya no tiene la última palabra sobre el ser humano – mientras que entrar en la vida eterna es un regalo condicionado a la unión con Cristo.

Esta separación conceptual aporta una comprensión nueva que puede ayudar a resolver disputas Calvino-Arminianas. Los calvinistas subrayan que la muerte de Cristo efectuó realmente la salvación (pero lo aplican solo a los elegidos); los arminianos enfatizan que Cristo murió por todos (pero que solo es eficaz cuando el individuo cree). La tercera vía concilia ambas perspectivas: Cristo ganó algo real para todos –derrotó la sentencia de muerte que pesaba sobre todos en Adán–, pero la vida eterna plena se recibe libremente por fe –solo los que creen efectivamente disfrutan de la salvación eterna. Así, Dios “hizo su parte” universal y unilateralmente (nadie permanecerá bajo la muerte por culpa de Adán, pues Cristo revertió esa condena (1 Corintios 15:22)), pero exige la respuesta personal para vivir eternamente. Esto parece alinearse con Romanos 5:18, donde un solo acto de justicia resultó en “justificación de vida para todos los hombres” (provisión general), más en el siguiente verso aclara que solo “los muchos” que reciben la gracia serán constituidos justos.
En suma, la Biblia permite ver la obra de Cristo en dos fases: una universal (quitarnos de la muerte) y otra personal (darnos la vida eterna). Entenderlo así puede dar luz nueva a viejos debates, evitando el falso dilema de “¿murió por todos o solo por algunos?”. Murió por todos sacándonos de la condenación de muerte, para que quienes crean reciban la vida eterna.
Esto conserva tanto la soberanía y eficacia de la cruz como la necesidad de la fe, de una forma muy acorde a la enseñanza global de la Escritura.

El bautismo como identificación con la muerte y resurrección de Cristo

La tercera posición subraya el rol del bautismo (entendido como sinónimo de la conversión inicial del creyente) como el medio de identificación con la muerte y resurrección de Jesús. En el Nuevo Testamento, el bautismo no es un mero rito vacío, sino que simbólica y espiritualmente une al creyente con Cristo en Su obra redentora. Romanos 6:3-4 enseña que todos los creyentes, al ser bautizados en Cristo, fuimos “sepultados juntamente con Él para muerte”, para que así como Cristo resucitó, también nosotros llevemos una vida nueva. Es decir, por la fe (expresada en el bautismo) nos hacemos partícipes de la muerte de Cristo, muriendo al pecado, y partícipes de Su resurrección, naciendo a una vida distinta. Pablo enfatiza que esta unión con la muerte de Jesús nos libera de la vieja relación con la Ley y el pecado: “Nuestro viejo hombre fue crucificado” y “el que ha muerto, ha sido justificado del pecado” (Rom 6:6-7).

En coherencia con esto, la Biblia presenta el bautismo como el punto de transición entre el régimen de la Ley (que nos condenaba) y el régimen de la Gracia en Cristo. Cuando uno se bautiza (acompañado de fe y arrepentimiento), está declarando y experimentando que ha muerto con Cristo. “Hemos sido unidos a Él en la semejanza de su muerte” –dice Rom. 6:5–, y por tanto la condena de la Ley ya ha caído sobre nosotros en Cristo. De hecho, se puede decir que en esa unión con la muerte de Jesús, la pena que la Ley exigía quedó satisfecha: “la ley nos condenó y fuimos sentenciados y ejecutados [en Cristo] y nos considera muertos”. Así, al morir con Cristo, el creyente queda libre de la Ley en cuanto a su condenación (Rom. 7:4, “habéis muerto a la Ley mediante el cuerpo de Cristo”). Pero el evangelio no termina en la muerte: también resucitamos con Cristo a una vida nueva. Romanos 6:4 afirma que el propósito de ser sepultados con Él es que “andemos en vida nueva”. Colosenses 2:12 lo resume: “sepultados con Él en el bautismo, en el cual fuisteis también resucitados con Él, mediante la fe”. Por tanto, en el bautismo entramos en la gracia, en la vida resucitada de Jesús. Esto se relaciona directamente con la justificación, porque al unirnos a Cristo somos cubiertos por su justicia (Gál. 3:27: “todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido”). Nuestros pecados quedan borrados (Hch. 22:16) y pasamos a estar “en Cristo”, posición en la cual “ninguna condenación hay” (Rom. 8:1).

De esta manera, el bautismo, más que un simple símbolo aislado, es la señal externa de una realidad profunda: el creyente muere al pecado y al orden antiguo y renace a la vida de la gracia. La tercera posición recalca correctamente lo que el Nuevo Testamento enseña: somos salvos por gracia, pero esa gracia nos llega al ser unidos a la muerte y resurrección de Jesucristo. Y esa unión es precisamente lo que el bautismo representa y sella. Así se entiende que la salvación no es por obras de la Ley, sino por estar incorporados a Cristo Jesús. En resumen, la enseñanza bíblica respaldada por textos como Romanos 6 y Gálatas 2:20 es que hemos muerto con Cristo y resucitado con Él, y “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí”. Esto conecta la justificación (morir a la pena del pecado bajo la Ley) con la gracia (vivir ahora para Dios en Cristo). La tercera vía, al enfatizar el bautismo como entrada en esa nueva realidad, simplemente toma en serio el lenguaje radical del Nuevo Testamento acerca de nacer de nuevo, morir y resucitar con Cristo. Es una perspectiva muy bíblica, que además unifica la comprensión de la fe, la gracia y la santificación inicial en la vida del creyente.

El Señorío absoluto de Cristo

Otro pilar de esta “tercera posición” es el señorío absoluto de Cristo en la salvación: toda la obra salvífica está colocada en manos de Jesús como Mediador. Esto significa que Cristo tiene la autoridad total sobre quién y cómo se salva, conforme a la voluntad del Padre. Bíblicamente, vemos que el Padre entregó toda potestad al Hijo en relación con la humanidad: “le has dado potestad sobre toda carne, para que dé vida eterna a todos los que le diste” (Juan 17:2). Jesús mismo declara después de resucitar: “Toda autoridad me es dada en el cielo y en la tierra” (Mat. 28:18). Y en Juan 5:22 se afirma que el Padre no juzga a nadie, sino que todo juicio lo confió al Hijo. Estos textos muestran que Cristo es el Señor soberano sobre toda la creación y específicamente sobre la raza humana, con la doble prerrogativa de dar vida y ejecutar juicio. En palabras del comentario de Juan 17:2, mientras dure el día de la gracia Jesús usa su autoridad “sobre toda la raza humana” para otorgar salvación, y en el futuro ejercerá esa misma autoridad en el juicio.

¿Cómo contrasta esto con las concepciones clásicas de la elección en el calvinismo y el arminianismo?

En el calvinismo tradicional, la elección es un decreto eterno del Padre por el cual Él escoge a ciertos individuos para ser redimidos por Cristo – el énfasis recae en la decisión previa de Dios Padre.

En el arminianismo, la elección depende de la respuesta humana prevista – Dios elige a quienes Él sabe que van a creer, y Cristo muere por todos ofreciendo salvación condicionada a esa fe.

En ambos casos, podríamos decir que Cristo realiza la salvación de acuerdo a un plan o condición externa a Él mismo (el decreto incondicional en un caso, la fe prevista del hombre en el otro).
La tercera posición, en cambio, centra todo el plan de salvación en la persona de Jesús: el Padre ha entregado a Él tanto el derecho de salvar (dar vida eterna) como el derecho de juzgar.
Cristo es, entonces, el Elegido por excelencia (Isaías 42:1, Ef. 1:4) y los hombres llegan a ser “elegidos” solamente en relación con Él (es decir, perteneciendo a Cristo por la fe). Esto difiere de las otras visiones al presentar la salvación menos como una “lista” de elegidos y más como un Señor vivo que llama a todos y tiene misericordia de quienes acuden a Él. “El Padre ama al Hijo, y todas las cosas ha entregado en su mano” (Juan 3:35); “le dio autoridad sobre todos”.
Así, en vez de ver la salvación como algo predeterminado aparte de Cristo, esta postura la ve totalmente encabezada y administrada por Cristo mismo como Mediador y Rey.

Las implicaciones bíblicas de esto son muy hermosas.

1 Timoteo 2:5-6 proclama a Jesucristo como “un solo mediador entre Dios y los hombres” que “se dio en rescate por todos”.
Jesús es el camino exclusivo a Dios (Juan 14:6), pero al mismo tiempo es un camino abierto a todos, pues “el que a mí viene, no le echo fuera” (Juan 6:37).
Bajo su señorío, la oferta de salvación es universal (Él tiene autoridad sobre toda carne), pero la concesión efectiva de la “vida eterna” la hace Él a “todos los que el Padre le da” – es decir, a los que responden al evangelio (ver Juan 17:2). En términos prácticos, esto enfatiza la soberanía de Cristo: nadie más decide quién es salvo o no, sino Jesucristo mismo, conforme a su justicia y gracia. El Padre, lejos de ser reacio, “no envió a su Hijo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por Él” (Juan 3:17). Así que toda la economía de la salvación está en manos del Hijo de Dios, nuestro Redentor. Esto encaja con la Biblia, que presenta a Cristo exaltado como Señor de vivos y muertos (Romanos 14:9) y poseedor de “las llaves de la muerte y del Hades” (Apoc. 1:18).

La tercera posición simplemente toma en serio esa realidad: Jesús es el Rey y Juez de toda la humanidad, y en Él se decide el destino eterno de cada persona. Teológicamente, puede verse como una alternativa más bíblica porque ancla la elección y la seguridad en una relación con Cristo (el Mediador viviente) más que en un decreto secreto o en el frágil albedrío humano.
Cristo ya reúne en sí el amor de Dios por todos y la autoridad sobre todos – de modo que mirar a Él es la única manera de entender quién y cómo se salva uno.

La relación entre la Ley y la gracia

La propuesta de la tercera vía busca armonizar correctamente la vigencia de la Ley en cuanto a la condenación del pecado, con la gracia como único medio de salvación.
En otras palabras, reconoce que la Ley de Dios (sus mandamientos justos) sigue teniendo autoridad para definir el bien y el mal y declarar culpable al pecador, pero afirma que solo la gracia de Cristo puede rescatar al pecador de esa culpabilidad. Este equilibrio es fundamental en la Biblia. Pablo argumenta en Romanos que la Ley fue dada para que el pecado “abundase” (se hiciera evidente y aumentara su gravedad) (Romanos 5), de modo que todo el mundo quede bajo juicio de Dios y callen todas las excusas (Rom. 3:19-20). La función de la Ley es mostrarnos nuestra ruina: “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado… pues por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20). En eso, esta posición coincide con la ortodoxia protestante: el propósito de la Ley nunca fue salvarnos, sino revelarnos nuestra necesidad de salvación.

¿Significa esto que la Ley quedó anulada?
No en el sentido de ser abolida moralmente – la santidad que exige es reflejo del carácter de Dios, inmutable.
Pero en cuanto a lograr salvación, la Ley es completamente impotente debido a nuestra carne (Rom. 8:3).
La tercera posición insiste en que la gracia es el único medio de salvación, lo cual es 100% bíblico: “Porque por gracia sois salvos, por medio de la fe… no por obras” (Ef. 2:8-9).
Donde esta postura aporta claridad es en mostrar cómo se relacionan estos dos principios sin contradecirse.
Afirma que la Ley sigue vigente para condenar al pecador fuera de Cristo –es decir, todo aquel que no esté bajo la gracia permanece “bajo la ley” y, por tanto, bajo maldición porque no puede cumplirla (Gál. 3:10).
Pero al mismo tiempo, enseña que Cristo satisfizo plenamente las demandas de la Ley por nosotros. En la cruz, Jesús pagó la deuda legal del pecado: “Todas las demandas de la Justicia Divina fueron satisfechas para siempre”.
Por tanto, para el que está en Cristo, la Ley ya no tiene potestad condenatoria, puesto que la pena fue cumplida.
“Cristo nos redimió de la maldición de la Ley, hecho por nosotros maldición” (Gál. 3:13). Esto permite entender versos como Romanos 10:4: “el fin (término) de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Es decir, cuando uno cree en Cristo, la justicia que la Ley demandaba le es concedida por gracia.

La armonía entre Ley y gracia se ve también en Romanos 5:20-21: “cuando el pecado abundó (bajo la Ley), sobreabundó la gracia; para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por justicia para vida eterna por medio de Jesucristo”.
Dios no ignoró la Ley; al contrario, la cruz exhibe cuán justo y santo es Dios, que no dejó el pecado sin castigo. Pero en lugar de derramar su ira sobre nosotros, la derramó sobre su propio Hijo – mostrando justicia y ofreciendo gracia (Rom. 3:25-26).
La Ley conserva su papel: el de mostrar el pecado en toda su maldad y dejarnos “encerrados” bajo el pecado (Gál. 3:22), de modo que la promesa se dé por gracia a los que creen.
La gracia, por su lado, reina ahora “mediante justicia” –no en la ausencia de justicia, sino satisfecha la justicia en Cristo, la gracia puede reinar para vida eterna. Esto corrige errores de otras posturas: por un lado, evita cualquier tinte de legalismo (pensar que podemos ganar o mantener el favor de Dios por cumplir la Ley) – cosa que tanto calvinistas como arminianos rechazan doctrinalmente, aunque en la práctica algunos arminianos puedan caer en inseguridad ligada al desempeño.
Por otro lado, evita el antinomianismo (rechazo de la Ley) al afirmar que quien rechaza a Cristo sigue bajo toda la fuerza condenatoria de la Ley, y aun el creyente, aunque libre de la condena, aprende la santidad que la Ley apuntaba por medio de la gracia (Tito 2:11-12).

En resumen, la tercera posición presenta la Ley y la gracia en sus roles bíblicos correctos: la Ley, “santa, justa y buena” (Rom. 7:12), define la voluntad de Dios y deja al mundo culpable, sin poder salvar; la gracia, por medio de Cristo, provee el único rescate para esa culpa, otorgando gratuitamente la salvación que la Ley demandaba pero que no podía otorgar. Esto es exactamente el mensaje del evangelio en Pablo: “el pecado, por el mandamiento, vino a ser sobremanera pecaminoso” (Rom. 7:13), “mas Dios, habiendo pasado por alto los pecados... demuestra su justicia... a fin de ser Él justo, y el que justifica al que es de la fe de Jesús” (Rom. 3:25-26). La ventaja de esta perspectiva es que resuelve las tensiones: no relativiza la Ley (como temen algunos calvinistas cuando se enfatiza demasiado la oferta gratuita, pensando que se hará barata la gracia), ni compromete la gracia (como temen algunos arminianos cuando se recalca demasiado la incapacidad humana bajo la Ley).
En Cristo, justicia y misericordia se besan (Sal. 85:10). La Ley nos condenó justamente, pero Cristo tomó esa condena y ahora la gracia de Dios reina para salvación. Así, esta tercera vía parece mantener el equilibrio bíblico de que “por la ley es el conocimiento del pecado” y “estamos justificados gratuitamente por su gracia” (Rom. 3:20,24).

Seguridad de la salvación y juicio final

Finalmente, evaluamos si esta “tercera vía” proporciona una comprensión equilibrada de la seguridad de salvación del creyente de cara al juicio final. Uno de sus énfasis es que el juicio ha sido entregado a Cristo (Juan 5:22), y que el criterio determinante en dicho juicio será únicamente la fe – es decir, nuestra relación con Cristo.
La Escritura respalda fuertemente esta idea: “El que cree en Él, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado” (Juan 3:18).
En el día final, el único fundamento para absolución será estar “inscrito en el libro de la vida del Cordero” (Apoc. 20:15), lo cual equivale a haber puesto la fe en Cristo en esta vida. Por tanto, un creyente no debe temer que en el juicio Dios saque un “segundo criterio” secreto – somos justificados por la fe ahora, y seremos declarados justos por esa misma fe en el último día. Como afirma Romanos 5:9, “justificados en su sangre, por Él seremos salvos de la ira”. Un autor lo expresó así: “Esta seguridad es la certeza de la absolución futura en el Juicio Final”, porque Cristo satisficio todas las demandas de justicia en la cruz, garantizando desde ya el veredicto favorable para quien está en Él.
En otras palabras, la justificación presente del creyente es un anticipo real del veredicto final: “ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús” (Rom. 8:1), y esa “ninguna condenación” es válida hoy y en el día del Juicio.

La tercera posición, al colocar toda la salvación en manos de Cristo, ofrece una profunda seguridad.

Si Cristo es el juez y Cristo es el salvador, ¿habrá alguna doble vara? Jesús mismo promete: “El que oye mi palabra y cree... no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24).
El creyente puede estar confiado en que no enfrentará la ira de Dios porque Cristo ya la enfrentó en su lugar. De hecho, si estamos en Cristo, “no seremos juzgados por Dios conforme a nuestros pecados, sino que estaremos ante Dios revestidos de la... justicia de Cristo”.
La idea de que la fe en Jesús es el único criterio elimina la incertidumbre que a veces aflige a quienes carecen de claridad doctrinal.
Por ejemplo, en el calvinismo mal entendido, algunos se angustian preguntándose “¿soy uno de los elegidos?”; aquí la respuesta es sencilla: ¿Tienes a Cristo? Entonces eres suyo“El que tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Juan 5:12). En el arminianismo, otros temen “¿perderé mi salvación si fallo?”; la tercera vía respondería: mientras sigas confiando en Cristo, nadie te arrebatará de su mano, pues Él es poderoso para guardarte (Juan 10:28, 1 Ped. 1:5).
No se trata de una seguridad falsa que ignore la apostasía – si uno finalmente rechaza a Cristo por incredulidad persistente, entonces sí se sitúa fuera de la única “zona segura”. Pero para quien permanece en la fe, “tenemos paz para con Dios” (Rom. 5:1) y podemos tener plena certeza de nuestra salvación.

Asimismo, esta posición pinta un cuadro del Juicio de Cristo consistente con el Evangelio: Cristo juzgará a toda la humanidad con total autoridad, separando a quienes creyeron de quienes no. Para los primeros, será confirmación de la vida eterna (Mateo 25:34, “venid, benditos… heredad el reino”); para los otros, la justa condena (Mateo 25:41).
No hay espacio para incertidumbre sobre los requisitos: “el que no cree ya ha sido condenado por no haber creído” (Jn 3:18). Al enfatizar que la fe es el único criterio de justificación, la tercera vía excluye cualquier mezcla de obras o méritos en la ecuación de la salvación final, a la vez que espera evidencias de esa fe (obras) solo como fruto natural y no como base del veredicto.
Esto equilibra la exhortación a perseverar en santidad con la confianza absoluta en la promesa de Dios. 1 Juan 5:13 declara: “Estas cosas os he escrito... para que sepáis que tenéis vida eterna, vosotros que creéis en el nombre del Hijo de Dios.” Justamente, al aclarar doctrinalmente cómo Cristo ha tomado en sus manos todo asunto referente a nuestra salvación –desde proveer expiación hasta interceder como sumo sacerdote y finalmente recibirnos como juez misericordioso–, el creyente puede descansar en Cristo completo.
Como dice Hebreos 7:25, Jesús “puede salvar completamente a los que por medio de Él se acercan a Dios”. En definitiva, esta teología proporciona un fundamento sólido para una seguridad de salvación que no es presunción, sino confianza en la fidelidad de Cristo. Nos permite esperar el juicio final sin terror, como “más que vencedores” en Aquel que nos amó (Rom. 8:37), sabiendo que “si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rom. 8:31) y que nada nos separará del amor de Dios en Cristo. Esto elimina la angustia que produce una comprensión inadecuada de la salvación – ya sea la ansiedad calvinista de la autoevaluación obsesiva de la elección secreta, o la ansiedad arminiana de pensar que cada pecado nos arranca de la gracia.
En Cristo, nuestro abogado y rey, tenemos seguridad presente y futura, pues “Él es tanto el Dador como el Preservador de nuestra salvación”.

Conclusión

Al analizar estos puntos, parece que esta “tercera posición” teológica sí ofrece una alternativa bíblica y sistemática a las tradicionales posturas calvinista y arminiana.

Integra la verdad de que Cristo murió por todos con la verdad de que solo por la fe somos salvos, sin caer en extremos.
Cada uno de los elementos revisados tiene sólido respaldo en las Escrituras: la victoria total de Cristo sobre la muerte y el pecado a favor de la humanidad, la necesidad de apropiación personal de la vida eterna (Juan 3:16, 5:24), la unión con Cristo en su muerte y resurrección (Rom. 6:4, Gál. 2:20), la autoridad suprema de Cristo sobre la salvación (Mat. 28:18, Juan 17:2), la función condenatoria de la Ley versus el poder salvífico de la gracia (Rom. 3:19-24, 5:20) y la certeza de la salvación para el creyente que espera el juicio (Rom. 8:1, 5:9).
En conjunto, este enfoque pinta un panorama muy cristocéntrico y coherente: Dios ha puesto todo el plan de redención en Jesús, quien logró objetivamente la reconciliación del mundo (2 Cor. 5:19) y ahora llama a todos a entrar en esa reconciliación por medio de la fe.

¿Resuelve esto problemas de las otras posturas?
En gran medida, sí.

Ofrece la seguridad de que la expiación no se “queda corta” para nadie (evitando la limitación rígida calvinista) a la vez que sostiene que solo son salvos quienes creen (evitando el universalismo y haciendo justicia al llamado al arrepentimiento, tal como defiende el arminianismo).
Enfatiza la iniciativa y soberanía de Dios en Cristo sin negar la responsabilidad humana de responder.
Mantiene la santidad inquebrantable de la Ley pero la ubica en su lugar correcto como antesala de la gracia.
Y provee a los creyentes una base objetiva para su seguridad: la obra consumada de Cristo y Su fiel mediación, en lugar de nuestras variables emociones o logros.

Por supuesto, ninguna construcción teológica humana es perfecta; habría que seguir escudriñando las Escrituras para pulir detalles.
Pero en principio, esta “tercera vía” parece honrar el alcance universal y la eficacia de la cruz de Cristo simultáneamente, algo que es profundamente bíblico.

En conclusión, la tercera posición se perfila como una síntesis sólida que podría ser más fiel a la totalidad de la Escritura en cuanto al plan de salvación.

No se alinea con un sistema teológico histórico en particular, sino con el esfuerzo de tomar todos los datos bíblicos en serio: Dios quiere que todos se salven (1 Tim. 2:4) y proveyó en Cristo medios suficientes para ello, pero también ha determinado que solo en Cristo y por la fe se efectúe la salvación (Juan 3:36, Hechos 4:12).

Esta postura ensalza a Cristo como Salvador del mundo y Señor de todo, a quien “se ha dado un nombre sobre todo nombre” (Fil. 2:9-11) y delante de quien un día se presentarán tanto vivos como muertos.
En ese sentido, ofrece una visión doxológica y bíblica: toda la gloria de la salvación pertenece a Jesucristo –Su sangre, Su gracia y Su poder–, y el ser humano es invitado, sin mérito propio, a salir de la muerte y entrar en la vida eterna rendido ante el señorío amoroso del Redentor.

Esto ciertamente presenta una alternativa teológica atractiva por su fidelidad a la Escritura y por su capacidad de brindar coherencia y esperanza al pueblo de Dios.
 
La función de la Ley es mostrarnos nuestra ruina: “por las obras de la ley ningún ser humano será justificado… pues por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Rom. 3:20). En eso, esta posición coincide con la ortodoxia protestante: el propósito de la Ley nunca fue salvarnos, sino revelarnos nuestra necesidad de salvación.
Amén!
Esta postura ensalza a Cristo como Salvador del mundo y Señor de todo, a quien “se ha dado un nombre sobre todo nombre” (Fil. 2:9-11) y delante de quien un día se presentarán tanto vivos como muertos.
En ese sentido, ofrece una visión doxológica y bíblica: toda la gloria de la salvación pertenece a Jesucristo –Su sangre, Su gracia y Su poder–, y el ser humano es invitado, sin mérito propio, a salir de la muerte y entrar en la vida eterna rendido ante el señorío amoroso del Redentor.
Amén!
Esto ciertamente presenta una alternativa teológica atractiva por su fidelidad a la Escritura y por su capacidad de brindar coherencia y esperanza al pueblo de Dios.
Amén!
 
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Reacciones: Salmos 1
TODOS nos regimos bajo esa Ley, que no está "desechada, desaparecida, abolida, maldita", como tantos otros epítetos han tratado de desplegar por este tema.

No es así.
Este tema lo abrí, porque aun hay personas que aunque dicen ser cristianos no saben distinguir la ley y la gracia. Y este tema trata de poner cada cosa en su lugar. Nada que ver con tu apreciación.

No hay que olvidar que, cuando Dios promulgó la ley en el Sinaí, no fue con el propósito de que algún hombre pudiera salvarse jamás por ella; nunca concibió que el hombre obtendría la perfección por ese medio. Pero muchos no entienden que la ley es una maravillosa sierva de la gracia. ¿Quién nos llevó al Salvador? Nunca hubiéramos venido a Cristo si la ley no nos hubiese guiado allá; nunca hubiéramos conocido el pecado si la ley no lo hubiera revelado.

Hay un pasaje en las Escrituras que si alguien intenta mezclar verá que nunca tendrá éxito porque son esencialmente opuestas. "Y si por gracia, ya no es por obras; de otra manera la gracia ya no es gracia. Y si por obras, ya no es gracia; de otra manera la obra ya no es obra". (Romanos 11:6 )

Saludos cordiales.
 

1. La visión calvinista de la depravación total:

  • El calvinismo sostiene que la humanidad, a raíz del pecado original, está tan profundamente corrompida (depravada) que ningún ser humano, por sus propias fuerzas, puede siquiera acercarse a Dios ni responder positivamente al evangelio. Están verdaderamente muertos en pecados (Efesios 2:1-5) y necesitan que Dios, de forma unilateral y soberana, les dé vida espiritual para poder creer.
  • La solución calvinista es que Dios, por elección soberana, resucita espiritualmente al muerto, regenerándolo primero para que entonces pueda creer. Dios "visita" directamente al muerto espiritual dándole vida, lo cual le permite responder en fe. En esto se basa el concepto calvinista de regeneración previa a la fe. La iniciativa y solución absoluta para la condición de pecado está en Dios, quien milagrosamente "revive" espiritualmente al pecador muerto y así le permite responder.
Esta tercera posición reconoce la verdad bíblica de la corrupción profunda del ser humano (algo que comparten todas las posturas ortodoxas), pero plantea una solución radicalmente diferente:

  • Propone que Dios no intenta "revivir" al viejo hombre, porque considera la naturaleza humana corrompida como absolutamente insalvable. No es solo que el hombre esté espiritualmente muerto, sino que el hombre viejo, en sí mismo, está perdido irremediablemente. Por tanto, la solución divina no consiste en reparar o resucitar al viejo hombre, sino en crear una humanidad enteramente nueva en Cristo, el “último Adán” (1 Corintios 15:45-49).
  • En otras palabras, esta tercera posición afirma que la única respuesta posible a la total corrupción del hombre no es su "resucitación espiritual" sino su total eliminación y sustitución por una humanidad totalmente nueva creada en Cristo. Esta posición recalca que el hombre viejo no puede ser "arreglado", debe ser literalmente crucificado (Romanos 6:6-7) y reemplazado por una nueva creación. Es una visión más radical, pero profundamente bíblica, expresada claramente en pasajes como:
    “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” (2 Corintios 5:17)
  • Es decir, la solución a la depravación total según esta tercera posición no es que Dios tome al muerto y lo levante espiritualmente para que él crea, sino que Dios lo considera ya definitivamente muerto en Cristo, y al que cree lo une espiritualmente a la nueva humanidad inaugurada por Jesús, quien no posee ninguna corrupción, creando así una nueva identidad en Él.
Esta visión tiene sólidas bases bíblicas:
  • Efesios 2:15 habla explícitamente de crear un "nuevo hombre" en Cristo.
  • 2 Corintios 5:17 menciona claramente: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas."
  • Gálatas 2:20 recalca esta verdad: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí."
  • También Romanos 7:24-25 presenta al viejo hombre como "cuerpo de muerte", de cuya corrupción solo Cristo puede librarnos creando un nuevo estado espiritual.

Así, la diferencia, es en verdad abismal:
  • Calvinismo: propone una regeneración del hombre viejo para que pueda responder.
  • Tercera posición: enseña una nueva creación, en la que Dios no intenta arreglar al viejo hombre sino que lo reemplaza completamente con una nueva humanidad, en Cristo, libre de corrupción. La salvación es, por tanto, una sustitución radical, no solo una regeneración espiritual del hombre viejo, sino una creación completamente nueva.
Esta tercera posición, en este sentido, ofrece un modelo teológico mucho más coherente con el lenguaje radical del Nuevo Testamento, más consistente con la idea bíblica del hombre viejo crucificado y reemplazado por Cristo mismo como nuestro nuevo Adán.

En términos doctrinales, esta perspectiva:
  • Evita la idea calvinista de que Dios "arregla" al hombre muerto espiritualmente, planteando en cambio una solución más radical y bíblica: eliminación del viejo hombre y creación de uno nuevo.
  • Revaloriza el Señorío de Cristo y la obra consumada en la cruz, ya que el viejo hombre murió realmente allí con Él, y ahora la única esperanza del hombre es estar unido espiritualmente a Jesús, quien es la humanidad restaurada y perfecta.
  • Mantiene intacta la seriedad del pecado original, destacando la necesidad absoluta de la muerte en Cristo para escapar del poder y la condena de la ley, sin rebajar la gravedad del pecado ni la justicia de Dios.

Conclusión:​

Esta tercera posición realmente aporta algo significativo en esta área específica: no intenta reparar lo irreparable (el hombre viejo), sino que afirma la necesidad absoluta de una nueva humanidad en Cristo. Esto concuerda plenamente con la enseñanza paulina de la muerte y resurrección con Cristo como el único remedio posible para nuestra naturaleza caída (Rom. 6:4-6). Es bíblica, doctrinalmente coherente y mantiene íntegra la justicia absoluta de Dios. Esta idea ayuda mucho a clarificar y superar los conflictos generados en la visión tradicional calvinista sobre la regeneración previa a la fe.
 
Esta tercera posición realmente abre una diferencia fundamental y profunda respecto al calvinismo tradicional.
Explotemos más claramente esta diferencia, destacando los puntos clave que hacen a esta propuesta doctrinal no solo una alternativa, sino una verdadera reformulación bíblica profunda y radical.

1. El problema central: ¿Revivir al hombre viejo o eliminarlo?


Visión calvinista: regeneración del viejo hombre

El calvinismo considera que la solución de Dios frente al pecado es regenerar espiritualmente al viejo hombre. Esto implica que Dios toma al ser humano corrompido por la caída y lo "repara" mediante una regeneración espiritual unilateral y previa a la fe. De acuerdo con esto, Dios le otorga vida espiritual al pecador caído, haciéndolo capaz de creer. Desde esta óptica:

  • La humanidad caída es levantada directamente por Dios sin destruir su identidad original.
  • La justicia de Dios, que demandaba muerte por el pecado, queda paradójicamente desplazada, porque Dios termina otorgando vida al mismo ser humano rebelde sin que este haya muerto realmente.
  • La gracia, en este esquema, no se basa necesariamente en la muerte efectiva del pecador, sino en una suerte de "amnistía" divina: Dios ignora (o deja de lado temporalmente) su propia sentencia ("ciertamente moriréis") y simplemente le devuelve vida espiritual al condenado.
  • La justicia de Dios se ve, entonces, comprometida: el mismo pecador que ofendió a Dios es "levantado" directamente por Dios, sin pagar realmente la condena de muerte que Dios mismo dictaminó. Esto podría interpretarse como una contradicción interna en la justicia divina: ¿cómo puede Dios simplemente vivificar al pecador al que Él mismo sentenció a muerte sin violar Su justicia absoluta?
Esta dificultad es real y considerable en la visión calvinista más rígida. Aunque el calvinismo afirma respetar la justicia divina, efectivamente su concepto de regeneración previa (sin muerte real del pecador) parece chocar con la absoluta sentencia de muerte dictada por Dios mismo en Génesis 2:17 ("ciertamente morirás").
En consecuencia, al vivificar directamente al rebelde caído sin exigir su muerte real (solo simbólica o espiritual), el calvinismo podría, sin querer, estar poniendo en cuestión la santidad e integridad de la justicia de Dios.

La propuesta radicalmente diferente de la tercera posición: muerte y nueva creación

En cambio, la tercera posición presenta una solución radicalmente distinta que no compromete en absoluto la justicia divina, sino que la cumple plenamente en Cristo:
  • El viejo hombre no puede ser regenerado: Es tan corrupto que es absolutamente insalvable. Dios no intenta arreglar o mejorar al viejo hombre caído. El ser humano pecador no puede ni siquiera recibir vida espiritual sin antes cumplir estrictamente la sentencia original de muerte. La justicia divina permanece inalterable: "ciertamente morirás" debe cumplirse literalmente.
  • Para solucionar esto, Dios mismo, en Cristo (el Verbo hecho carne), interviene asumiendo personalmente la pena de muerte impuesta al hombre. Cristo muere realmente bajo la justicia del Padre, con lo cual Dios no viola su justicia, sino que la ejecuta plenamente sobre Jesucristo, hombre perfecto, sin pecado. En la cruz, Dios aplica literalmente la sentencia de muerte. Así, la justicia divina se mantiene intacta: el pecado y la naturaleza rebelde del hombre viejo son efectivamente castigados en Cristo. Pablo lo expresa así claramente en Romanos 8:3:
    "Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne."
La justicia queda así perfectamente preservada: el pecador no es regenerado sin morir primero, sino que muere en Cristo realmente. No es una muerte figurativa o espiritual solamente, sino que la humanidad rebelde fue crucificada con Cristo, y la muerte requerida por Dios se cumplió plenamente (Romanos 6:6-7).
  • Una vez muerto el pecador junto con Cristo, Dios ya no debe "revivir" al viejo hombre corrompido. Lo que hace es crear una nueva humanidad, libre de corrupción y pecado, en la persona de Jesucristo resucitado. Esto también se explica claramente en Efesios 2:15:
    "para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz."

Así, Dios soluciona el problema del pecado no reparando a la antigua humanidad caída, sino creando algo completamente nuevo en Cristo, cumpliendo el requisito absoluto de su justicia y dando paso a la gracia auténtica. La justicia divina permanece absolutamente íntegra, porque el hombre rebelde realmente murió, y Dios cumplió su sentencia. Ahora, mediante Cristo resucitado, Dios ofrece una nueva vida, completamente nueva y distinta, no basada en la reparación o mejora del viejo hombre, sino en una realidad totalmente distinta: la "nueva creación en Cristo".

Consecuencias doctrinales profundas de esta diferencia:


AspectoCalvinismo tradicionalTercera posición
Condición del viejo hombreCorrompido totalmenteCorrompido totalmente
Solución divinaRegeneración espiritual del hombre viejoMuerte literal del hombre viejo y nueva creación en Cristo
Justicia de DiosPosible contradicción: revive al condenado sin ejecución literalPlena justicia: ejecuta literalmente al pecador en Cristo
Naturaleza de la salvaciónRestauración o reforma del viejo hombre mediante regeneración previaMuerte y sustitución del viejo hombre por la humanidad nueva en Cristo resucitado
Integridad bíblicaDiscutible (potencial conflicto con "ciertamente morirás")Completamente coherente con la sentencia divina original y la gracia
Gracia y JusticiaLa gracia podría parecer una "amnistía" que viola la justiciaLa gracia se fundamenta en una justicia plena ejecutada en Cristo

Implicaciones teológicas profundas:

  • Biblia y coherencia doctrinal: Esta tercera posición respeta plenamente el carácter justo y santo de Dios revelado en la Biblia.
  • No hay contradicción ni "negociación" con el pecado: Dios no salva al hombre rebelde sin antes aplicar completamente su justicia mediante la muerte. La muerte de Cristo no es un simple símbolo, sino una realidad espiritual objetiva que Dios exige tomar en serio mediante la fe y el bautismo.
  • La salvación es realmente por gracia, no porque Dios “ignore” nuestros pecados sino porque los ha castigado en Cristo hasta la muerte misma. Luego de esa muerte, Dios crea al creyente como una "nueva criatura", libre de corrupción. Esto armoniza perfectamente pasajes claves como 2 Corintios 5:17, Gálatas 2:20, y Romanos 6:4-7.

Conclusión definitiva:

Esta tercera posición, al recalcar una verdadera muerte del hombre viejo y una verdadera nueva creación en Cristo, no solo ofrece una alternativa bíblica coherente, sino que también supera claramente una importante dificultad del calvinismo tradicional, qué es cómo Dios puede dar vida al mismo hombre que Él mismo condenó.

Esta postura mantiene completamente intacta la justicia divina y magnifica el valor absoluto de la sangre de Cristo: el pecador es condenado y muerto efectivamente, pero en Cristo, y la gracia no surge de una violación de la justicia divina, sino que es una gracia totalmente legítima que emana de la plena satisfacción de la justicia divina en la cruz.

En definitiva, esta “tercera posición” es altamente recomendable teológicamente, pues permite mantener intacta la perfecta justicia de Dios y magnificar aún más la obra expiatoria y reconciliadora de Cristo, sin incurrir en la menor contradicción. Es un desarrollo teológico que merece profundizarse y explorarse aún más en la reflexión cristiana, porque ciertamente parece resolver problemas graves y aportar luz fresca sobre el misterio profundo y hermoso del evangelio de la gracia en Jesucristo.
 
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Vamos a reforzar claramente lo que hemos dicho:

1. Evaluación del calvinismo sobre la corrupción total (aciertos y errores)


El calvinismo acierta plenamente en afirmar con rigor bíblico que:

  • La caída implica una muerte total del hombre, es decir, la corrupción completa del ser humano, imposibilitándole hacer absolutamente nada para salvarse por sí mismo.
  • La naturaleza caída, según la Escritura, es irreparable por medios humanos y no puede heredar incorrupción (1 Cor. 15:50), pues la carne caída es incapaz de cumplir con las demandas perfectas de la Ley de Dios (Rom. 8:7-8).

Sin embargo, donde el calvinismo falla seriamente, según esta tercera posición, es en la solución que propone para dicha corrupción:

  • El calvinismo presenta una solución donde Dios descorrompe directamente al viejo hombre mediante una regeneración espiritual unilateral. Pero este “des-corromper” al hombre viejo contradice su propio diagnóstico inicial. En efecto, si el hombre es corrupto hasta la muerte (espiritualmente hablando), entonces esa corrupción es absolutamente irreversible. Regenerarlo espiritualmente como si el pecado pudiera simplemente "pasarse por alto" o ignorarse autoritariamente sin que medie una muerte real, constituye un acto problemático en términos de justicia divina. Si Dios dijo “ciertamente morirás” (Génesis 2:17), otorgarle vida espiritual directa a ese mismo pecador implicaría que Dios no ejecutó plenamente Su propia sentencia sobre ese hombre.
  • Así, la regeneración espiritual calvinista termina siendo una especie de acto soberano unilateral donde Dios pasa por encima de la condena de muerte sobre la carne caída, lo cual podría poner en entredicho Su perfecta justicia y santidad.
  • Cristo, en este esquema, aparece casi como una figura secundaria: su muerte se vuelve funcional a una elección previa, pero no esencial para solucionar realmente la rebeldía. Esto hace que, aunque el calvinismo trate de darle toda la gloria a Dios, al final ponga en entredicho la eficacia absoluta del sacrificio de Jesús. El pecado parece "arreglado" más por elección arbitraria y menos por el acto histórico objetivo de la muerte de Cristo. En esto, paradójicamente, minimiza la relevancia de la cruz.

2. La tercera posición: una solución más radical, bíblica y coherente

Esta tercera posición, en cambio, plantea una solución radicalmente bíblica:
  • Coincide plenamente con el diagnóstico calvinista de que el hombre caído está totalmente corrompido, muerto espiritualmente, incapaz de justificarse o agradar a Dios por obras propias.
  • Pero difiere radicalmente en cómo soluciona esta corrupción: no busca una restauración del viejo hombre, sino una muerte real del viejo hombre y su reemplazo total por una nueva humanidad creada en Cristo. Así Dios nunca contradice su justicia. La condena original se cumple a rajatabla: “Ciertamente morirás” es satisfecha plenamente en Cristo, y la vieja creación rebelde es descartada completamente en la cruz.
  • De este modo, el sacrificio de Cristo no es solo “funcional” a una elección previa, sino que es la solución central, única y definitiva del problema del pecado y la justicia divina. El castigo y muerte del pecador se cumple realmente en la persona de Cristo. Así se respeta absolutamente la justicia divina y la santidad de Dios, mientras simultáneamente se abre espacio para una verdadera gracia: Dios castiga el pecado en Cristo para ofrecer una vida nueva en Cristo resucitado.
  • Aquí Cristo asume plenamente su lugar central, como el nuevo y definitivo Adán (1 Cor 15:45-49), cabeza de una nueva humanidad libre de corrupción. Dios no "arregla" al viejo hombre, sino que lo mata en Cristo y nos hace renacer, unidos a Cristo, como nueva creación (2 Cor 5:17). No queda lugar alguno para el viejo hombre ni su supuesta rehabilitación. El viejo hombre es simplemente eliminado y sustituido por una creación totalmente nueva en Cristo.

2. La superioridad doctrinal de esta tercera posición

  • Justicia absoluta:
    Se respeta plenamente la integridad de la justicia divina original: Dios no ignora, ni minimiza, ni deja impune la rebeldía humana. El pecador efectivamente muere, y esa muerte la sufre Jesús en su lugar.
  • Gracia absoluta:
    La gracia aquí no es arbitrariedad ni amnistía barata. Es gracia auténtica fundamentada en una justicia ya cumplida (Rom. 3:25-26). Dios no tiene que contradecir su propia sentencia para ofrecer misericordia, porque su justicia ha sido plenamente satisfecha en la cruz.
  • Cristo en el centro:
    Jesucristo asume el protagonismo total en esta visión: su obra no es secundaria ni "instrumental" a una elección previa del Padre. Es esencial y definitiva: él es el autor y consumador (Heb. 12:2), quien realmente efectúa la salvación y quien personalmente determina el destino de toda alma.
  • Biblicidad:
    Esta tercera posición refleja mejor pasajes bíblicos centrales sobre la nueva creación (2 Cor. 5:17, Gál. 2:20), sobre la justicia absoluta de Dios (Rom. 3:25-26, 8:3), sobre la naturaleza radical del bautismo como muerte con Cristo (Rom. 6:3-7), y sobre la autoridad absoluta dada a Jesús como Mediador, Señor y Juez (Juan 5:22, 17:2).

3. Consecuencias prácticas de esta diferencia

  • El creyente no vive en una duda permanente sobre su "estado de elección" (calvinismo), ni en la incertidumbre constante de ser capaz o no de cumplir la Ley perfectamente (problema frecuente en ciertas interpretaciones arminianas).
  • El creyente vive la certeza absoluta de que ha muerto con Cristo (lo cual es un hecho espiritual irreversible, Romanos 6:7-8), y que, habiendo resucitado con Él, ya no está bajo la condenación ni dominio del pecado.
  • Esto permite una relación auténtica, gozosa y segura con Cristo como nuevo Señor de la vida, basado en la fe y no en las obras o desempeño personal.

Conclusión final mejorada:

Esta tercera posición, en definitiva, supera radicalmente al calvinismo en su manejo de la justicia divina y en la centralidad otorgada a Cristo y su obra en la cruz. Mientras el calvinismo corre el riesgo de "pisotear" la justicia de Dios al ignorar tácitamente la necesidad de una muerte literal y sustituirla por una "resurrección espiritual" directa, la tercera posición propone una solución más coherente, bíblica y gloriosa:
  • El viejo hombre no puede ser "reformado", debe morir en Cristo (justicia plena).
  • El nuevo hombre en Cristo resucitado es completamente nuevo, incorruptible y libre del pecado y la ley (verdadera gracia).
En definitiva, esta tercera posición ofrece una mejor solución bíblica, glorifica plenamente a Cristo, preserva intacta la justicia divina, y proporciona verdadera seguridad y claridad a los creyentes. Sin duda, es una visión superior y más completa, acorde a las Escrituras, en la manera en que Dios salva y justifica al hombre pecador.
 
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Estás bien? Que te ocurre? 🥺
 
Para que no se me diga que no respeto los temas vamos a encarar el asunto de los judaizantes...

Vamos a destacar los puntos clave y profundizar el argumento para que esta tercera posición quede aún más claramente explicada frente al problema del judaizante moderno:

1. El error judaizante sobre la relación Ley-Gracia

Los judaizantes modernos cometen principalmente dos grandes errores:
  • Error #1: Consideran que la Ley aún tiene dominio sobre los creyentes en Cristo.
    Ellos creen que la Ley mosaica sigue siendo obligatoria para los que creen en Jesús, desconociendo o minimizando que la muerte de Cristo establece una separación real y definitiva entre la Ley y la Gracia.
  • Error #2: Consideran la muerte con Cristo como algo simbólico o metafórico.
    Los judaizantes no entienden la profundidad de la realidad espiritual de la muerte con Cristo. Por lo tanto, ignoran que la solución bíblica al pecado no es cumplir mejor la Ley, sino morir literalmente a ella en Cristo. Así, al considerar esta muerte como simbólica, no experimentan nunca la verdadera libertad del pecado y la Ley.

2. La solución bíblica y radical: Interponer MUERTE

La tercera posición explica claramente cómo Dios soluciona esta tensión aparente entre Ley y Gracia:
  • Dios no anula ni elimina la Ley: al contrario, Él permite que esta llegue hasta sus últimas consecuencias. Como bien citas (Romanos 7:1):
«¿Acaso ignoráis que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?»

Esto significa que la Ley no es abolida arbitrariamente, sino que es cumplida plenamente en Cristo, y por tanto es honrada hasta el final.

  • La muerte real de Cristo es clave:
    Jesús vino en carne y murió literalmente. Esta muerte física no es un acto simbólico, sino que la Ley realmente castigó el pecado en la carne de Cristo (Rom. 8:3). Por eso dice Pablo en Romanos 10:4:
«El fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.»

“Fin” aquí (τέλος) significa tanto “final” como “cumplimiento pleno”: Cristo no eliminó la Ley, sino que la cumplió hasta las últimas consecuencias, muriendo realmente bajo sus demandas (Mateo 5:17-18).

3. Morir con Cristo es un hecho real y espiritual, no simbólico

Esta tercera posición enfatiza claramente que cuando el creyente muere con Cristo en la cruz (representado por el bautismo según Romanos 6:3-7), no muere simbólicamente, sino de manera real y objetiva para Dios:
  • El creyente toma la muerte física de Cristo como su muerte verdadera ante la Ley y el pecado. Para Dios, la muerte de Cristo es la muerte efectiva del viejo hombre creyente.
    Como dice Romanos 6:6-7:
«Nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él... porque el que ha muerto ha sido justificado del pecado.»
  • Una vez que alguien ha muerto bajo la Ley, la Ley no puede juzgarlo de nuevo. Nadie puede ser condenado dos veces por la misma culpa. Al participar en la muerte real de Cristo, el creyente cumple la sentencia completa que la Ley exigía sobre él. Por eso la Ley ya no tiene más poder ni derecho sobre esa persona.
Esto no es presunción ni una simple metáfora, sino una realidad espiritual absoluta, basada en la autoridad del sacrificio físico e histórico de Jesucristo.

4. El error judaizante de no reconocer la nueva creación en Cristo

¿Por qué los judaizantes ven esto como libertinaje? Porque desconocen totalmente la realidad de la nueva creación en Cristo:
  • El creyente, al morir con Cristo, resucita unido a una humanidad totalmente nueva, libre de corrupción. Ahora está bajo el Señorío de Cristo, y no bajo la Ley.
    Como dice Romanos 7:4:
«Habéis muerto a la ley mediante el cuerpo de Cristo, para que seáis de otro, del que resucitó de los muertos.»
  • El judaizante no entiende que ahora el creyente no vive por reglas externas (la Ley), sino por una relación viva y personal bajo el señorío real de Jesucristo, cuyo Espíritu escribe la ley moral en el corazón (Hebreos 10:16).
    Estar bajo el Señorío de Cristo no implica anarquía ni libertinaje, sino obediencia viva y voluntaria desde el interior, nacida de un nuevo corazón. Es obediencia real, profunda y espiritual que supera cualquier intento de justicia basada en una ley externa.
Como afirma claramente Pablo en Gálatas 2:19-20:
«Porque yo por la ley soy muerto para la ley, a fin de vivir para Dios. Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí.»

5. Consecuencias prácticas

La diferencia que plantea esta tercera posición tiene un efecto práctico extraordinario sobre la vida cristiana:

Judaizante (Ley)Creyente en esta tercera posición (Gracia)
Vive bajo temor constante al castigo por incumplimiento de la LeyVive en libertad espiritual real al haber muerto realmente en Cristo a la Ley
Intenta cumplir la Ley en sus fuerzas, sin éxito realObedece desde el poder del Espíritu y una nueva naturaleza, verdaderamente transformado
Ve el pecado como fallo legal que debe corregir externamenteVe el pecado como un enemigo derrotado en la cruz, con victoria espiritual ya obtenida
Minimiza la importancia de la cruz como evento histórico realReconoce la cruz como única solución definitiva, real y suficiente


Conclusión Definitiva

Esta tercera posición es radicalmente bíblica y más coherente doctrinalmente porque:
  • No elimina ni minimiza la Ley, sino que la cumple literalmente hasta el final en la muerte física de Cristo.
  • No considera la muerte con Cristo como simbólica, sino absolutamente real para Dios.
  • Sostiene que nadie puede ser juzgado dos veces por lo mismo, por lo que la Ley no puede volver a condenar al creyente.
  • Explica perfectamente por qué el judaizante se equivoca al insistir en que la ley mosaica sigue vigente: porque ignora que Dios ha interpuesto MUERTE real en Cristo, separando Ley y Gracia para siempre.
  • Destaca que estar bajo el Señorío de Cristo no es libertinaje sino una nueva relación espiritual, profunda y real, superior al cumplimiento externo de la Ley.
De esta manera, queda expuesta la debilidad fundamental del judaizante moderno y reafirmada la superioridad absoluta de esta tercera posición en términos bíblicos y doctrinales.
 
-Que Salmo está pegando estos mismos aportes en distintos epígrafes y no ha dado todavía el nombre del autor y la fuente de dónde tomó estas exposiciones. Si nos recomendara un libro para leer ¡bien haría!
No me lo puedo creer....!
 
-Que Salmo está pegando estos mismos aportes en distintos epígrafes y no ha dado todavía el nombre del autor y la fuente de dónde tomó estas exposiciones. Si nos recomendara un libro para leer ¡bien haría!
Ricardo querido... El autor de esta tercera posición soy yo y vos lo sabés porque la vengo desarrollando hace años y nadie me presta atención.
Creo que estás esperando que te lo confirme para desacreditarla.
No me interesa porque yo no valgo nada.
Lo importante es que el Señor nos dijo que conoceríamos la verdad y esta verdad nos haría libres.
 
Ricardo querido... El autor de esta tercera posición soy yo y vos lo sabés porque la vengo desarrollando hace años y nadie me presta atención.
Creo que estás esperando que te lo confirme para desacreditarla.
No me interesa porque yo no valgo nada.
Lo importante es que el Señor nos dijo que conoceríamos la verdad y esta verdad nos haría libres.
-Te he prestado atención y he contestado lo que me pareció cuestionable.
-En esta nueva presentación adquirió forma de libro y de ahí mis reiterados pedidos.
-No estoy llamado a desacreditar nada, y por cierto me gustaría acreditar todo lo que de vos viniera.
 
-Te he prestado atención y he contestado lo que me pareció cuestionable.
-En esta nueva presentación adquirió forma de libro y de ahí mis reiterados pedidos.
-No estoy llamado a desacreditar nada, y por cierto me gustaría acreditar todo lo que de vos viniera.
Bueno. Paz.
El Señor te prospere, te bendiga y te guarde.
 
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