Re: Los 10 Mandamientos son Eternos
Obsérvese en qué consiste el plan de la salvación. En Mateo 1:21 leemos, "y llamarás su nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados".
Aca no nos dice en sus pecados, sin ver nuestros pecados en los mandamientos perfectos, Pues Si mis hermanos que mas les puedo decir esta es toda la discusión que hacen por querer ser salvos en sus pecados y Mi Biblia me dice claramente que no es asíY eso operaba ya desde la fundación del mundo. Lean conmigo en Efesios 1. Quisiera que veamos qué es lo que estaba ya funcionando desde la fundación del mundo. Que veamos que el plan de la redención tiene por objeto salvar al hombre de sus pecados, y la promesa de Génesis 3:15 consiste en realidad en que Dios salvaría al hombre de sus pecados. Capítulo 1 de Efesios, comenzando en el versículo 3: "Bendito el Dios y Padre del Señor nuestro Jesucristo, el cual nos bendijo con toda bendición espiritual en lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en Él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de Él en amor". Desde la fundación del mundo, Cristo fue el Cordero inmolado, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él en amor.
La promesa en Génesis 3:15 implica más que la historia de la cruz: incluye la respuesta del hombre a la cruz. En Génesis 3:15 dice que él heriría la cabeza de la serpiente. En Hebreos 2:14 dice que destruirá al diablo mediante su muerte. Pero quisiera que miren por ustedes mismos el herir la cabeza de la serpiente –la destrucción de la serpiente– necesita nuestra experiencia. Dios es el poder: el hombre el campo de batalla. Romanos 16:20: "Y el Dios de paz quebrantará presto a Satanás debajo de vuestros pies". El hombre es el campo de batalla, bien que la batalla sea del Señor. "Llamarás su nombre Jesús, porque él salvará su pueblo de sus [nuestros] pecados" (Mat. 1:21). Los verdaderos dicipulos de Cristo,tanto adventistas del séptimo día, como cualquier hermano que escuche la voz de Dios y forme parte del pueblo remanente de Dios en los últimos días, será el vehículo en el que Dios triunfará finalmente, y sellará todas las mentes del universo por la eternidad, debido a esa victoria ganada en carne humana.
Pero antes que esa obra pueda ser cumplida, debe ser bien comprendida por el pueblo de Dios. Uno de los desafíos que Dios ha debido enfrentar, es que su pueblo no ha comprendido y aceptado verdaderamente el evangelio en su plenitud: el evangelio, o la promesa, en Génesis 3:15. Adán y Eva comenzaron a comprender la promesa. Esperaron la venida de esa "simiente". Cuando Eva trajo al mundo a su primer hijo, esperó que fuese el Mesías. En lugar de eso, había engendrado al primer asesino. ¡Qué tremenda desilusión debió tener! En cada generación después de Eva, toda mujer que esperaba la venida del Mesías, se preguntaba anhelante si sería quizá ella quien diese a luz al Mesías. Hacia el tiempo de la generación de Noé, no solamente no había Mesías, sino que el mundo se había vuelto tan malvado que debió ser destruido.
Aparentemente el plan de salvación no estaba teniendo demasiado éxito. Sin embargo, Noé halló gracia a los ojos del Señor, y junto con un exiguo resto que fue preservado, Dios preservó también un núcleo de verdad, pero en unas pocas generaciones, la verdad del amor de Dios en el plan de la redención fue desapareciendo. Dios encontró a un hombre llamado Abram, que comenzó a apreciar el evangelio, y la promesa fue así renovada a Abraham, "en ti será suscitada simiente".
De hecho, la promesa fue ampliada. Se le dijo que recibiría tierra, que de él saldría una nación, y que tendría ese hijo milagroso. Pero me pregunto hasta qué punto comprendió realmente Abraham el plan de la redención. Cuando salió y anduvo como peregrino, habitando en tiendas, esperaba una ciudad física con fundamentos, cuyo artífice y hacedor fuese Dios, no comprendiendo que el cumplimiento final de Dios y del plan de la redención, no consistía en una ciudad material, sino que era la Nueva Jerusalem: la esposa viniendo del cielo, preparada para su Esposo. Esperaba asimismo una tierra material. Esperaba un hijo físico, de la carne: Ismael; no dándose cuenta que se trataba de un hijo espiritual, aunque viniendo de su propia carne. Un hijo-milagro que vendría también de la carne de Sara, y sería la garantía de que algún día sería suscitado un pueblo, a partir de sus lomos; ya que Dios le había prometido también una nación, a partir de Abraham. No una nación física, sino una generación, un real sacerdocio, un pueblo santo que traería la alabanza de Dios a este mundo.
Pero Abraham no comprendió realmente bien el plan de la redención. No hasta el monte Moria, en donde se le pidió sacrificar a su hijo Isaac. Allí comenzó verdaderamente a comprender la profundidad del evangelio. Y Cristo pudo decir, mirando al monte Moria, "Abraham se gozo por ver mi día, y lo vio y se gozó".
No obstante, Abraham descendió a la tumba sin comprender plenamente la promesa, y sin ver aún su cumplimiento. Tampoco Isaac, ni Jacob, ni José… De hecho, Israel debió retornar a la esclavitud en Egipto, y allí suspiraban anhelantes por un libertador, y recordaban vagamente la promesa del libertador, así que Dios les suscitó un libertador. Pero no era todavía el verdadero Libertador. Israel no comprendió quién era Moisés en realidad. Moisés era un tipo del verdadero Libertador. Un ejemplo de Aquel que vendría y sacaría a su pueblo de Egipto: el mundo, el pecado.
Moisés no fue, pues, el cumplimiento de la promesa. No trajo auténtica liberación. No era aún la simiente. Moisés no los introdujo en la tierra prometida. Tampoco Josué, ya que si bien es cierto que los llevó a una tierra física, no experimentaron la promesa a la que Dios se refería al decir a Abraham: "A ti daré esta tierra". Los jueces tampoco los llevaron a la tierra prometida. Ni Gedeón, Sansón, ni los profetas, ni los reyes (David, Salomón…). Ninguno de ellos era el cumplimiento de la promesa.
Y la comprensión de Israel de aquella promesa se iba haciendo cada vez más confusa, hasta el punto que cuando vino Jesús (en su primera venida
los ángeles tuvieron que ir a la caza de alguien que estuviese prestando atención. Daniel 9 nos da el tiempo de la primera venida de Cristo. Otras profecías dan más datos específicos sobre la primera venida. Sin embargo, Israel estaba dormido en el día de su liberación, y así, en Juan 1 leemos que "A los suyos vino, y los suyos no lo recibieron". Ni siquiera lo reconocieron.
Ninguno de sus discípulos quería escuchar, y sin embargo habían presenciado tanta bondad, habían gustado tanta verdad, que había una pequeña llama de esperanza en sus corazones, y cuando Cristo volvió a ellos tras la resurrección, lo que hizo fundamentalmente es preguntarles si estaban por fin dispuestos a escucharle. Y éstos se humillaron. Por fin habían renunciado a su propio plan, y estaban preparados para oírle.
En cuarenta días, Jesús les dijo más cosas que las que había podido decirles en tres años y medio. En esos años había puesto el marco: ahora podía pintar el lienzo. Las cosas que les decía, cobraban ahora significado para ellos, y a medida que comenzaron a ver la bondad de Dios, esa bondad de Dios los llevó al arrepentimiento. Tuvo lugar el más profundo arrepentimiento de todas las edades, y vino el derramamiento del Espíritu Santo. Ahora, un puñado de hombres revolucionaron el mundo. Habían viso el evangelio. Habían comenzado a "comprender con todos los santos la anchura, la longitud, la profundidad y la altura del amor de Dios": estaban por fin apreciando hasta dónde estuvo dispuesto Dios a ir para salvar al hombre; la increíble condescendencia del amor de Dios en la cruz.
De hecho, allí donde fuesen los apóstoles, referían el relato de la cruz. Pablo dijo a los Corintios, "no me propuse saber nada entre vosotros, sino a Jesucristo, y a éste crucificado" (1 Cor. 2:2). Cuando fue a visitar a los Gálatas, les dijo: "Lejos esté de mí el gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo" (Gál. 6:14). Allí por donde iba, ensalzaba la cruz de Cristo. Bueno… no en todos los sitios. No hay en el Nuevo Testamento ninguna carta dirigida a la iglesia de Atenas. Cuando Pablo fue a Grecia, argumentó según la filosofía, en lugar de presentar la cruz. Pero aprendió la lección, y hoy muchos consideran a Pablo como el principal escritor del evangelio en el Nuevo Testamento.
Hoy quisiera tener la audacia de sugerir que ningún grupo en la historia
–incluyendo la generación de los apóstoles– comprendió el evangelio de la forma en que lo comprenderá la última generación.
Pablo no pudo haber comprendido plenamente los eventos de los últimos días [ni tampoco Lutero], ya que Daniel dice que el conocimiento de dichos eventos estaba sellado hasta el tiempo del fin.
hay aspectos del evangelio, que Pablo no predicó –refiriéndose al juicio–. Sin embargo, estaban inflamados por la verdad que comprendieron, porque el evangelio es poder. Si vosotros y yo no tenemos poder en nuestras vidas, quizá es porque no comprendemos o no creemos lo que profesamos.
Los apóstoles comenzaron a revolucionar todo el mundo. Y Satanás se lanzó sobre esa iglesia primitiva; primeramente mediante la persecución, pero luego con mucho más poder: mediante el engaño. Si la verdad es el poder, entonces la primera línea de ataque de Satanás debe ser la falsedad. Así, hizo caer a la tercera parte de las estrellas –los ángeles–, con el poder de su cola. Isaías capítulo 9 (vers. 15) nos dice que la cola es el profeta que enseña mentira. Esa cola, esa mentira, llegó a la iglesia primitiva. No de repente, sino poco a poco, introduciendo progresivamente la confusión, hasta que llegamos a la Edad Media, a la época del papado. Éste tomó cada aspecto del evangelio para retorcerlo y pervertirlo, hasta que quedó irreconocible.
Pero Dios no estaba vencido, y la obra de la reforma habría de restaurar ese evangelio. Wiclef, Hus, Jerónimo, Lutero, Calvino, Zwinglio, Wesley, etc, fueron instrumentos mediante los cuales Dios reveló la verdad poderosamente, porque el evangelio es poder de Dios.