Re: Las 70 semanas
EL INTENTO HISTORICISTA DE RESPUESTA AL PRETERISMO
El tipo de evidencia que se ha presentado difícilmente se puede rebatir con argumentaciones retóricas tendentes a sembrar la duda entre quienes desconocen la historia o tienen un conocimiento superficial de los pasajes bíblicos, pero el historicismo es pertinaz, y sus promotores han ideado una batería de argumentos para intentar que las personas de su persuasión se mantengan dentro de las filas de su “ortodoxia”. Todos esos argumentos pueden encontrarse en Internet y en diversos libros y opúsculos publicados por la Iglesia Adventista del Séptimo Día, como, por ejemplo, la reciente edición anotada del clásico
Questions on Doctrine. Algunos de estos argumentos los ideó Isaac Newton, genio de la física y las matemáticas. Dado lo prolijo de tales argumentos, los enumeraremos, entrecomillados, y sin indicar sus fuentes precisas, en un orden más o menos lógico.
1. «Identificar los cuatro poderes de Daniel con Babilonia, Medopersia, el imperio de Alejandro y el helenismo separa los reinos helenísticos del imperio de Alejandro. No deberían separarse. Además, el hecho de que el leopardo de Daniel 7 tenga cuatro cabezas implica la división de ese imperio».— A la cuestión de las cuatro cabezas ya se ha dado respuesta. En cuanto a si los reinos helenísticos constituyen la misma realidad geopolítica que el imperio de Alejandro, cabe señalar, en primer lugar, que la distinción entre este y aquellos la establece explícitamente el propio Daniel. En el capítulo 8 se afirma que los dominios de Alejandro se fraccionarían e irían a parar a personas que no eran de su descendencia. Además, pese a que se hablase griego en todos los reinos helenísticos y a que compartiesen una cultura común, tales rasgos no implican que los pueblos que compartan tales características constituyan una única unidad nacional. En nuestros días, los Estados Unidos y el Reino Unido comparten muchísimos elementos culturales y tienen un idioma común, pero, desde luego, no constituyen una única realidad nacional. En los reinos helenísticos, que protagonizaron muchas guerras los unos con los otros, pasaba igual.
2. «¿Cómo puede ser que Roma ni siquiera aparezca en la lista preterista de los imperios de Daniel? Sin duda, el Señor habría incluido ese imperio en el vaticinio profético».— Por supuesto, esto es completamente subjetivo. ¿Hemos de concluir que Dios hizo que Daniel y los demás profetas anunciasen la aparición de todos los poderes hegemónicos a lo largo de la historia en todo el mundo? Si es así, ¿dónde están los vaticinios acerca de China, Rusia, Alemania o España? ¿Qué dice la Biblia sobre el Imperio británico? ¿Qué enseña sobre los partos y los sasánidas? Por supuesto, puede que haya alguien que se aventure a aplicar tal o cual versículo a alguna de tales naciones, pero tal cosa carecería de base. Lo mismo puede decirse de encontrar referencias a los mongoles, a los turcos, a Francia o a los Estados Unidos en el libro de Apocalipsis, como hacen los historicistas. En todo caso, en cuanto a Roma, la República Romana sí aparece en Daniel. Como ya se ha señalado, es el poder representado por los «barcos de Quitim» de 11:30.
3. «En el libro de Daniel, un cuerno o una bestia no deben interpretarse como un solo individuo, sino más bien como un reino. Sin embargo, el reino de Antíoco era antiguo, de modo que este rey no puede haber sido el cuerno pequeño».— El problema de este razonamiento es que varios detalles del libro de Daniel lo desmienten. Por ejemplo, “Nabucodonosor”, independientemente de si fue Nabonido o el propio Nabucodonosor, no fue el primer rey del Imperio neobabilónico, pues Nabopolasar reinó antes que Nabucodonosor, y el reino de Babilonia era aún más antiguo, puesto que se remontaba a tiempos anteriores a Abraham. Pese a ello, Daniel afirma que “Nabucodonosor” era la cabeza de oro de la estatua. Asimismo, Daniel dice que el gran cuerno ilustre que había en la frente del macho cabrío del capítulo 8 era «el rey primero», o sea, el propio Alejandro. Sin embargo, tampoco Alejandro fue el primer rey de su dinastía. Tuvo un padre, Filipo de Macedonia, que ya había conquistado Grecia. Por ello, no es preciso decir nada más en refutación de esta inexacta argumentación historicista.
4. «Siendo un rey seléucida, Antíoco fue el gobernante de uno de los cuatro reinos que sucedieron a Alejandro, de modo que no puede ser el representante de un quinto reino, el del cuerno pequeño. Antíoco reinó únicamente sobre uno de los cuatro cuernos, pero el cuerno pequeño fue un quinto rey que no tenía relación alguna con los otros cuatro».— Esto podría ser plausible si Daniel hablase de un «quinto reino» y si excluyese, como en la objeción anterior, la individualidad de los cuernos. Daniel no dice que el «cuerno pequeño» no tuviese relación con los anteriores. De hecho, como ya hemos visto, afirma expresamente que salió de ellos (no de los vientos, como dicen atolondradamente algunos historicistas). Por ello, en el libro de Daniel hay una relación manifiesta entre el «cuerno pequeño» y los reinos helenísticos. Naturalmente, esa vinculación no existe en el caso de Roma, cuyo dominio territorial se solapó con el de Alejandro solo parcialmente. En cambio, el territorio de Antíoco formaba parte por entero de lo que habían sido los dominios de Alejandro.
5. «Antíoco IV no fue realmente ilustre, como parecería indicar su apodo de Epífanes. Estaba loco, y su poder militar efectivo era muy limitado. Por lo tanto, no puede haber sido el cuerno pequeño».— Esta es la objeción más habitual. Es también la más fácil de refutar. Daniel no enseña que el «cuerno pequeño» hubiese de ser ilustre. Sí enseña que el cuerno que había en la frente del macho cabrío del capítulo 8 sería ilustre, pero el «cuerno pequeño», el villano de su pronóstico, había de ser, por encima de cualquier otra cosa, pequeño y malvado. Por ello, el hecho de que Antíoco fuese “pequeño” cuadra con la descripción mucho mejor que Roma. Cuando Roma entró por primera vez en contacto con Israel, distaba de ser pequeña. Por supuesto, un historicista podría replicar que el papado en su infancia era pequeño. Puede que sí, pero entonces tendríamos un cuerno pequeño que creció, que después encogió y que volvió a crecer. Francamente, tan errático patrón de crecimiento es desconocido para Daniel. ¿Cómo lo quiere el historicista? ¿Un «cuerno pequeño» grande, como Roma, o un «cuerno pequeño» pequeño, como Antíoco? En cuanto a la grandeza comparativa de Antíoco Epífanes, no es difícil ver que una persona perversa puede hacer mucho daño dotada de menos poder y gloria que una persona realmente grande.
Los partidarios del historicismo presentan como argumento terminante para demostrar que el cuerno pequeño no puede ser Antíoco el hecho de que el cuerno que representaba a Alejandro en Dan 8:5, 8, 21 era «bien visible» y «grande», mientras que el cuerno pequeño «creció mucho» y «se engrandeció hasta el ejército del cielo” (Dan 8:9, 10). De esto quieren deducir que, de alguna manera, el cuerno pequeño debe de representar un poder mayor que el de Alejandro, y suponen que nadie mejor que Roma para ese papel. Sin embargo, no hay nada en el texto que sugiera que el cuerno pequeño tuviese que ser una entidad política —y, menos, religiosa— de mayor entidad que el reino macedónico. El pasaje en cuestión dice que en la época de Alejandro «el macho cabrío se engrandeció sobremanera», que, presuntamente, es más que el «creció mucho» del cuerno pequeño, pero, aunque no lo hubiese dicho, el «creció mucho» se ve cualificado por «hacia el sur y el oriente, y hacia la tierra gloriosa», cosa que los historicistas, curiosamente, suelen olvidar. Aunque Antíoco haya tenido una entidad política y militar mucho menor que la de Alejandro, para Israel la tuvo mayor, pues Alejandro no persiguió a los judíos, mientras que Antíoco sí lo hizo. Además, si admitimos que el pasaje presenta un orden cronológico en el crecimiento geográfico del cuerno pequeño, vemos que ese orden cuadra con la historia de Antíoco, no con la de Roma. Antes de conquistar Egipto, el sur, Roma dominaba ya el oriente y la «tierra gloriosa» (Israel), y sería extraña la ausencia de mención de la expansión romana hacia el norte (Galia) y el occidente (Hispania).
6. «Antíoco Epífanes no puede haber sido el cuerno pequeño porque este había de levantarse tras el final de la época helenística. Antíoco vivió, en cambio, a mediados de dicha época».— Tal argumentación, que alude a la expresión «al fin del reinado de estos» (8:23), siendo «estos» los reyes helenísticos, olvida tres cosas. La primera es que quienes propugnan que Antíoco no es el cuerno pequeño afirman gratuitamente lindezas tales como que el cuerno pequeño es el papa de Roma. Ahora bien, los que buscan con tanto afán argumentos escapistas como el considerado no parecen muy dispuestos a explicar en qué sentido se puede decir que el surgimiento del papado se dio «al fin del reinado de estos». Dado que el último fragmento de los reinos helenísticos desapareció en el año 30 a.C., ¿hay algún historicista dispuesto a afirmar que el papado surgió al final del reinado de Cleopatra? La mejor propuesta que he visto en ese sentido pretendía que el «cuerno pequeño» era la institución del emperador romano deificado, pero tal cosa no deja de ser un ejercicio de funambulismo pseudo-hermenéutico. La segunda es aún más grave para las pretensiones historicistas. La expresión temporal hebrea en cuestión es
be´ajarit malkutam (transcripción aproximada). Ahora bien, tal expresión no tiene por qué significar el final, en sentido absoluto, sino únicamente la segunda parte de algo. Compárese con Job 42:12, donde se dice que el postrer estado de Job (
´ajarit íyyob, transcripción aproximada) resultó más bendecido que el primero. Teniendo en cuenta que en ese segundo estado Job engendró 7 hijos y 3 hijas (los mismos que en el primero), no parece que se esté afirmando que solo los últimos días de Job fueran placenteros, sino sus últimos 140 años (Job 42:16). ¡Con Antíoco no hace falta tanto! La tercera es aún más demoledora. ¿A qué viene empeñarse que el «cuerno pequeño» ha de aparecer tras el hundimiento del helenismo cuando su obra de pisotear el santuario se hace remontar a 457 a.C.? ¿En qué quedamos? ¿Cuándo surge de verdad el «cuerno»? ¿En 457 a.C.? ¿En 30 a.C.? ¿En la Edad Media?
7. «Antíoco Epífanes no puede haber sido el cuerno pequeño porque este había de destruir el santuario, cosa que no hizo Antíoco, sino Roma».— Esta objeción se deriva de Dan 8:11, donde se afirma que «el lugar de su santuario fue echado por tierra». Es cierto que Antíoco IV no demolió el templo israelita, pero el apabullante ejercicio estadístico efectuado por William Shea y otros para demostrar que la palabra
mekon (“lugar”, en transcripción aproximada) se aplica al lugar ocupado por Dios, sea en la tierra o en el cielo, yerra en el vocablo que analiza. Puede que en la elección del vocablo tenga algo que ver el hecho de que Shea parezca sentirse en la obligación de explicar cómo es posible que el «cuerno pequeño» (el papado según él) pueda echar por tierra el santuario celestial. En todo caso, lo importante aquí no es el uso de la palabra “lugar”, sino el uso de la raíz
shalak (“echar” o “arrojar”, transcripción aproximada). Shea, que, obviamente, no cree que el papado demoliese el “santuario celestial”, pretende que quienes identifican al cuerno pequeño con Antíoco IV tienen la obligación de explicar cómo pudo el rey sirio echar por tierra el santuario sin destruirlo arquitectónicamente. Se le podría contestar que exactamente igual que él supone que el papa atacó el “santuario celestial”, pero el sarcasmo es innecesario.
Shalak tiene un amplio abanico de significados, entre los que se encuentra “profanar”, matiz impuesto por el pasaje paralelo de Dan 11:31. En todo caso, la argumentación de Shea pretende explotar el desconocimiento general de muchos protestantes en cuanto al periodo intertestamentario. El interesante pasaje de 1 Mac 4:38, 39 describe la situación del santuario, antes de su purificación, así:
“Cuando vieron el santuario desolado, el altar profanado, las puertas quemadas, arbustos nacidos en los atrios como en un bosque o en un monte cualquiera, y las salas destruidas, rasgaron sus vestidos”.
Fue necesario reparar el santuario y reponer todo su mobiliario (1 Mac 4:48). Parece que, después de todo, «el lugar de su santuario» sí fue echado por tierra.
8. «Antíoco IV no puede ser el cuerno pequeño porque no es posible adjudicar con precisión a sus actividades el periodo de 2300 tardes y mañanas de Dan 8:14».— Es curioso que esto lo digan personas que son del todo incapaces de demostrar objetivamente tanto el principio como el final del tal periodo en su interpretación favorita. En todo caso, independientemente de la explicación matemática de dicho lapso (que ya se ha expuesto con anterioridad), es inaceptable desechar una interpretación cualquiera de la Biblia aduciendo que alguna otra es matemáticamente más exacta, pues no resulta evidente que todos los lapsos mencionados por la Biblia deban ser sometidos a criterios de precisión que eran ajenos a quienes la escribieron originalmente y a sus primeros lectores. Por ejemplo, no parece que Shea interprete que los «tres días y tres noches» que Jesús pasó en la tumba durasen 72 horas. La profanación del santuario por parte de Antíoco duró tres años, contados desde que se erigió la estatua de Zeus Olímpico hasta la purificación del santuario, pero los sacrificios podrían haber estado interrumpidos con anterioridad a la propia profanación, con lo que el lapso de 1150 días parece perfectamente razonable, y no existe necesidad alguna de demostrar una precisión absoluta en tales cómputos. Quienes insistan en tal necesidad deberían proporcionar algún ejemplo independiente en que tal precisión sea exigible y constatable. Desde luego, Flavio Josefo debe de haberse sentido satisfecho con la cronología de la purificación macabea del santuario, pues, si no, no habría escrito este párrafo:
“Ocurrió que estas cosas se hicieron el mismo día en que su culto divino se había interrumpido y se vio reducido a un uso profano y común, tras un tiempo de tres años; porque así ocurrió que el templo fue desolado por Antíoco, y así continuó tres años. Esta desolación le ocurrió al templo en el año 145, el día 25 del mes de Apellaeus, y en la 153 olimpiada; pero fue dedicado de nuevo el mismo día, el 25 del mes de Apellaeus, en el año 148, y en la 154 olimpiada. Y esta desolación llegó a ocurrir de acuerdo a la profecía de Daniel, que fue dada 408 años antes; porque él declaró que los macedonios disolverían aquel culto” (
Antigüedades, xii.7.6)
9. «El cuerno pequeño se alzó contra el Príncipe de los ejércitos celestiales, y este es el carácter del anticristo, no de Antíoco».— Esta objeción debe su plausibilidad a la idea preconcebida de que Daniel 8 sea mesiánico. Si fuese mesiánico e incondicional, entonces Antíoco no podría haber sido el «cuerno pequeño», pues no vivió en la época de Cristo. Por otro lado, si no es mesiánico, Antíoco satisfaría perfectamente los criterios, puesto que se volvió contra el propio Cielo y se embarcó en una guerra activa contra el sacerdocio y los gobernantes hebreos.
10. «Antíoco gobernó menos de doce años, de modo que no puede haber sido el cuerno pequeño».— Es posible que esta sea la más débil de todas las objeciones. La Biblia no dice cuánto tiempo habría de gobernar en total el «cuerno pequeño», y tampoco dice que su persecución hubiese de extenderse durante siglos. En cualquier caso, pueden hacerse muchas cosas considerables en solo una docena de años. Así, Alejandro Magno solo gobernó durante trece años. En tiempos más recientes, podemos pensar en el personaje que gobernó Alemania de 1933 a 1945, al que parece que faltó tiempo para cometer más atrocidades.
11. «El reinado de Antíoco no se extendió hasta “el tiempo del fin”, por lo que no puede haber sido el cuerno pequeño».— La expresión «tiempo del fin» es realmente interesante. Daniel no es el único que emplea ese tipo de expresión. Joel y muchos otros usan algo similar. Curiosamente, el apóstol Pedro, citando Joel 2:28-32, aplica la expresión «últimos días» al siglo I de nuestra era (Hech 2:14ss). Por ello, si los «últimos días» de Joel no se refieren a los últimos días de nuestro mundo, ¿por qué habría de hacerlo la expresión daniélica de «tiempo del fin»? En realidad, en el «tiempo del fin» de Daniel seguirían existiendo las naciones de Edom, Moab y Amón (Dan. 11:40-45), desaparecidas hace ya muchos siglos.
12. «Antíoco no murió de forma especial o notable, pero el cuerno pequeño había de llegar a su fin de una manera especial: “Será quebrantado, aunque no por mano humana” (8:25)».— Puesto que Antíoco murió de causas naturales, sí se cumplió en él que fuese quebrantado sin la intervención de la mano humana. Si hubiese sido asesinado por un rival, o muerto en batalla, las especificaciones no se habrían cumplido, pero sí lo fueron. Antíoco pereció en medio de intensos dolores por la podredumbre de su cuerpo, como más tarde ocurrió con Herodes el Grande y con Herodes Agripa I. Igual que ellos, sus contemporáneos entendieron que semejante muerte era un castigo divino por sus enormes maldades. Es del todo incierta la formulación de la objeción. Antíoco sí murió de forma especial y notable, aunque no por mano humana.
13. «La interpretación que hace de Antíoco el cuerno pequeño quita a todos los efectos el centro de atención del auténtico anticristo y lo pone en un solo hombre, que fue de poca entidad y significación en el despliegue profético y apocalíptico del gran conflicto entre Cristo y Satanás».— Esta curiosa objeción revela realmente la razón profunda por la que el historicismo insiste en rechazar la identidad entre Antíoco IV y el «cuerno pequeño». Tal identidad deja en muy mal lugar ese supuesto “gran conflicto”. El “conflicto” en cuestión es un concepto miltoniano, no necesariamente un concepto bíblico. En todo caso, interpretar que Antíoco fue el «cuerno pequeño» no tiene nada que ver con evitarle ningún bochorno al «auténtico anticristo», que, según las ensoñaciones historicistas, no es otro que el papa. Dado que, como hemos visto, en los días de los apóstoles Flavio Josefo creía, mucho tiempo antes de que hubiese un papa en Roma (en el sentido histórico del término), que Antíoco fue el cuerno pequeño, no parece que compartir tan antiguo punto de vista se haga para apoyar al papado. Mantener que Josefo o que cualquier otra persona que acepte la identidad de Antíoco y el «cuerno pequeño» tengan intenciones ocultas al manifestar tal identidad es ridículo. A los romanos les habría resultado indiferente si se hubiese hecho mención de ellos en alguna profecía hebrea.
A pesar del pasaje ya explicado de Mat 24:15, Jesús conocía perfectamente que la desolación del templo y su purificación estaban en el pasado. El cuarto Evangelio (10:22-42) relata la participación de Jesús en la fiesta de la Dedicación (
egkainia, pronunciado “enkainia”) o de Hanukkah. Esa fiesta fue instituida por Judas Macabeo para celebrar la purificación del santuario y la restauración de sus servicios después de la profanación realizada por Antíoco Epífanes. Se celebraba durante ocho días a partir del día 25 de Kisleu (1 Mac 4:36-59; 2 Mac 10:1-8), por lo que podía caer en nuestro calendario entre mediados de diciembre y mediados de enero. Los historicistas suelen decir que el que Jesús participase de tal conmemoración no implica que él que creyese que Antíoco fuese el cuerno pequeño, igual que el que ellos participen de las celebraciones navideñas no implica que ellos crean en Santa Claus. El problema de semejante escapatoria es que Jesús celebraba un acontecimiento histórico, lo que pone de manifiesto que este no fue tan insignificante como a William Shea le gustaría que creyésemos. ¿Quién, entonces, tiene motivos no aparentes? La pretensión historicista de que el preterismo y el futurismo son inventos católicos para evitar aplicar al papa la infame carrera del «cuerno pequeño» y de otras figuras proféticas es ridícula. El preterismo es anterior al catolicismo. El historicismo, en cambio, es un invento católico (véase la admisión historicista, hecha a regañadientes, en Froom,
The Prophetic Faith of Our Fathers, tomo 1, pp. 683-716).
Citando las palabras de un interlocutor pseudónimo que me encontré en un foro de Internet, la anterior colección de objeciones, más muchas más que sin duda podrían pergeñarse, demuestra una cosa: que aunque «Antíoco parece satisfacer […] buena parte […] de las profecías (de Daniel 8)» siempre habrá personas dispuestas a promover la candidatura de algún otro para su puesto. Siempre podrá señalarse a una palabra aislada que se encuentre en tal o cual lugar, o una expresión oscura en algún otro, que puedan usarse para justificar todo tipo de ideas infundadas.
Los hechos son los siguientes:
- Las descripciones de Daniel del poder enemigo son coherentes internamente.
- La descripción de Daniel del poder enemigo que aparece en el capítulo 11 puede aplicarse a Antíoco Epífanes, fuese ilustre o no, reinase doce años o no, gobernase a mediados de su dinastía o no.
- Si Antíoco Epífanes es el último «rey del norte» de Daniel 11, y no cabe duda de que lo sea, entonces, ¿por qué exactamente iba a ser una persona o poder diferente el «cuerno pequeño» de Daniel 7 o el «cuerno pequeño de Daniel 8, que hacen precisamente lo mismo que ese último «rey del norte» del capítulo 11?
Ante la incapacidad del historicismo para presentar alternativas viables a la interpretación del cuerno pequeño, no queda sino reconocer que el poder hostil presentado en el libro de Daniel no es otro que Antíoco IV.
(EN PRINCIPIO, FIN).
Y con esto, señores historicistas, queda abierta la veda. Si quieren disparar, apunten bien. No apunten, como hasta ahora, contra sí mismos. Cuiden de que el arma no se les dispare en sus morros, y tengan mucho cuidado en que los cazados no sean ustedes mismos.