Re: La IGLESIA Columna y FUNDAMENTO DE LA VERDAD
Esto decía en mi post 418. Y, hasta ahora, nadie se enganchó en este planteo que es crucial para el debate del título de este espacio.
¿Por qué?
Porque pareciera que discutir de las cosas que nos separan es mucho más entretenido que profundizar en aquello que nos une (o debiera unirnos). ¿No es cierto?
Columna y baluarte de la Verdad.
Esa verdad consignada en el versículo 16 lamentablemente se ha venido omitiendo en el debate:
"E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria."
La iglesia que es columna y baluarte de la verdad es la que entiende y predica cada uno de estos seis aspectos que nos han sido revelados hasta aquí, "del grande misterio de la piedad".
Por lo que debiéramos comenzar a hablar de ello con suma prudencia, y guardar un silencioso respeto por todo aquello que no se nos ha revelado por Dios en Su Palabra.
Me tomo la libertad de afirmar que veo una actitud generalizada, con sus honrosas excepciones, que podría resumirse en esta frase:
“La iglesia de Cristo es visible; y es mi iglesia, esa donde yo me congrego; las demás no lo son, o no me importan.”
Por mi parte, propongo analizar a la luz de la escritura (que es la que se citó para titular este espacio) aquello que hace a la esencia misma de la Iglesia que es columna y baluarte de la verdad.
1. Dios fue manifestado en carne.
Muchos celebraron la última Navidad como lo vienen haciendo siempre: comiendo, bebiendo, haciendo regalos. Y desconocen, no les interesa, qué es la Navidad; se conforman con lo que dice el calendario.
Al pueblo judío se le dijo por siglos y siglos, que vendría un Salvador. Y todas las profecías y promesas que recibió apuntaban al Mesías. La esclavitud en Egipto, el peregrinar en el desierto, la Ley dada por intermedio de Moisés, el templo portátil (tabernáculo), la entrada en Canaán –tierra prometida a los fieles- y las luchas por poseerla y conservarla, absolutamente todo, prefigura
aquello que ya Dios tenía preparado desde antes de la Creación a partir del nacimiento de Jesús en Belén de Judá.
El indiscutido y grande misterio de la piedad divina comienza con una manifestación visible: “un niño nos es nacido”.
¿Por qué debía ser así, y no que el Mesías fuese un ángel, o un profeta especial, o una directa encarnación en un adulto?
La epístola a los Hebreos nos brinda la respuesta: el Salvador debía ser un hombre semejante en todo a nosotros; aunque exento del estigma del pecado con que nacemos los humanos. Nada mejor que un niño gestado por una madre.
Pero ¿Cómo hacerlo sin corromper al niño con el pecado de sus padres? Este primer dilema para nosotros, significó la oportunidad para que Dios nos mostrase su puntillosa previsión a la hora de cumplir con sus promesas. Él ya tenía elegida a una doncella, una joven que no había tenido relación carnal con un hombre; y la elección de esa bienaventurada mujer, pura de corazón, descendiente de la casa real de David, había recaído en María, prometida ya –como era la costumbre judía- a un honesto varón: José, carpintero de profesión, y también descendiente de la casa de David. Lo asombroso, también, es que José aceptase la versión de su joven prometida, de que sería
madre sin haberse casado con él y sin su intervención. La hombría de este varón queda demostrada por este hecho, que implica el tener que soportar preguntas insidiosas y cálculos comprobatorios de las comadres y amigos, cuando supieron del embarazo de María. José no sólo creyó mansamente en los dichos de María, sino que la apoyó valientemente en su maravillosa misión.
Y el niño habría de nacer y desarrollarse como perfecto hombre.
Pero, falta la otra cara de esta concepción divina: el Espíritu Santo fecundaría a María con su capacidad de engendrar vida; para que el niño también sea perfecto Dios.
Esta verdad ha sido atacada desde el comienzo por el judaísmo, luego por las sectas infiltradas dentro de la comunidad de fe: los docetas, los ebionitas, los nicolaítas, los gnósticos, los racionalistas y los neo liberales. Pero la iglesia verdadera e invisible se ha mantenido fiel a Jesucristo, aferrada a Su Palabra eterna y a pesar de las tradiciones idolátricas de los hombres.
Porque Jesucristo es el mismo: ayer, hoy y por los siglos.
Realmente es grande el misterio de la piedad. Porque aunque no sepamos exactamente cómo hizo Dios todo lo que hizo por amor de Su Iglesia, gracias a que nosotros también hemos nacido por obra del Espíritu Santo, sabemos que Él lo hizo.
Y eso basta para fortalecer nuestra fe y renovar nuestra esperanza de crecer en el conocimiento de la verdad.
En la próxima: 2. “Justificado en el Espíritu".
Esto decía en mi post 418. Y, hasta ahora, nadie se enganchó en este planteo que es crucial para el debate del título de este espacio.
¿Por qué?
Porque pareciera que discutir de las cosas que nos separan es mucho más entretenido que profundizar en aquello que nos une (o debiera unirnos). ¿No es cierto?
Columna y baluarte de la Verdad.
Esa verdad consignada en el versículo 16 lamentablemente se ha venido omitiendo en el debate:
"E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Dios fue manifestado en carne,
Justificado en el Espíritu,
Visto de los ángeles,
Predicado a los gentiles,
Creído en el mundo,
Recibido arriba en gloria."
La iglesia que es columna y baluarte de la verdad es la que entiende y predica cada uno de estos seis aspectos que nos han sido revelados hasta aquí, "del grande misterio de la piedad".
Por lo que debiéramos comenzar a hablar de ello con suma prudencia, y guardar un silencioso respeto por todo aquello que no se nos ha revelado por Dios en Su Palabra.
Me tomo la libertad de afirmar que veo una actitud generalizada, con sus honrosas excepciones, que podría resumirse en esta frase:
“La iglesia de Cristo es visible; y es mi iglesia, esa donde yo me congrego; las demás no lo son, o no me importan.”
Por mi parte, propongo analizar a la luz de la escritura (que es la que se citó para titular este espacio) aquello que hace a la esencia misma de la Iglesia que es columna y baluarte de la verdad.
1. Dios fue manifestado en carne.
Muchos celebraron la última Navidad como lo vienen haciendo siempre: comiendo, bebiendo, haciendo regalos. Y desconocen, no les interesa, qué es la Navidad; se conforman con lo que dice el calendario.
Al pueblo judío se le dijo por siglos y siglos, que vendría un Salvador. Y todas las profecías y promesas que recibió apuntaban al Mesías. La esclavitud en Egipto, el peregrinar en el desierto, la Ley dada por intermedio de Moisés, el templo portátil (tabernáculo), la entrada en Canaán –tierra prometida a los fieles- y las luchas por poseerla y conservarla, absolutamente todo, prefigura
aquello que ya Dios tenía preparado desde antes de la Creación a partir del nacimiento de Jesús en Belén de Judá.
El indiscutido y grande misterio de la piedad divina comienza con una manifestación visible: “un niño nos es nacido”.
¿Por qué debía ser así, y no que el Mesías fuese un ángel, o un profeta especial, o una directa encarnación en un adulto?
La epístola a los Hebreos nos brinda la respuesta: el Salvador debía ser un hombre semejante en todo a nosotros; aunque exento del estigma del pecado con que nacemos los humanos. Nada mejor que un niño gestado por una madre.
Pero ¿Cómo hacerlo sin corromper al niño con el pecado de sus padres? Este primer dilema para nosotros, significó la oportunidad para que Dios nos mostrase su puntillosa previsión a la hora de cumplir con sus promesas. Él ya tenía elegida a una doncella, una joven que no había tenido relación carnal con un hombre; y la elección de esa bienaventurada mujer, pura de corazón, descendiente de la casa real de David, había recaído en María, prometida ya –como era la costumbre judía- a un honesto varón: José, carpintero de profesión, y también descendiente de la casa de David. Lo asombroso, también, es que José aceptase la versión de su joven prometida, de que sería
madre sin haberse casado con él y sin su intervención. La hombría de este varón queda demostrada por este hecho, que implica el tener que soportar preguntas insidiosas y cálculos comprobatorios de las comadres y amigos, cuando supieron del embarazo de María. José no sólo creyó mansamente en los dichos de María, sino que la apoyó valientemente en su maravillosa misión.
Y el niño habría de nacer y desarrollarse como perfecto hombre.
Pero, falta la otra cara de esta concepción divina: el Espíritu Santo fecundaría a María con su capacidad de engendrar vida; para que el niño también sea perfecto Dios.
Esta verdad ha sido atacada desde el comienzo por el judaísmo, luego por las sectas infiltradas dentro de la comunidad de fe: los docetas, los ebionitas, los nicolaítas, los gnósticos, los racionalistas y los neo liberales. Pero la iglesia verdadera e invisible se ha mantenido fiel a Jesucristo, aferrada a Su Palabra eterna y a pesar de las tradiciones idolátricas de los hombres.
Porque Jesucristo es el mismo: ayer, hoy y por los siglos.
Realmente es grande el misterio de la piedad. Porque aunque no sepamos exactamente cómo hizo Dios todo lo que hizo por amor de Su Iglesia, gracias a que nosotros también hemos nacido por obra del Espíritu Santo, sabemos que Él lo hizo.
Y eso basta para fortalecer nuestra fe y renovar nuestra esperanza de crecer en el conocimiento de la verdad.
En la próxima: 2. “Justificado en el Espíritu".