NO TE HAGAS ILUSIONES
EL EJEMPLO DE PEDRO: ¿BASE DEL PAPADO O TESTIMONIO DE GRACIA?
El pasaje de Juan 21:15–17 no instituye un papado, sino que muestra la tierna restauración de un discípulo quebrantado. Pedro, quien negó a su Señor tres veces, es confrontado por Cristo en igual número de ocasiones: “¿Me amas?” No es una investidura jerárquica, sino una renovación pastoral.
Pedro fue impulsivo. Cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote (Juan 18:10), y Cristo no solo la sanó, sino que reprendió su violencia (Lucas 22:51). Esa misma impulsividad lo llevó a tomar atribuciones sin mandato divino. En Hechos 1:26, propuso reemplazar a Judas por medio de suertes, un método que contrasta severamente con el proceder de Cristo, quien para nombrar a los doce pasó la noche orando (Lucas 6:12–13). ¿Reducir a una tirada de dados lo que el Hijo pidió al Padre con oración y lágrimas?
Matías, elegido por ese método, desaparece sin dejar rastro en el relato bíblico. En cambio, Pablo, llamado directamente por el Cristo glorificado camino a Damasco, testifica con autoridad:
“Pablo, apóstol (no de hombres ni por hombre, sino por Jesucristo y por Dios el Padre)” (Gálatas 1:1).
Aún más revelador: Pablo reprendió públicamente a Pedro por su incongruencia con el Evangelio (Gálatas 2:11–14), algo impensable si Pedro hubiera ostentado un primado eclesiástico. Y cuando escribe su epístola, Pedro no reclama supremacía alguna, sino que se dirige a los líderes locales como un anciano más:
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo…” (1 Pedro 5:1).
Pedro ya no impone, sino que exhorta. Ya no actúa por impulso, sino con humildad. Ha sido perfeccionado por la gracia que comenzó en él (Filipenses 1:6). Su testimonio es el de alguien transformado, no el de un monarca eclesial.
¿Y LAS LLAVES DEL REINO?
Jesús le confió a Pedro “las llaves del reino de los cielos” (Mateo 16:19), pero las usó para abrir las puertas del Evangelio a judíos (Hechos 2) y a gentiles (Hechos 10). Su cometido fue cumplido. Hoy, las llaves ya no están en manos humanas:
“Yo tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Apocalipsis 1:18), dice el Cristo resucitado.
¿SUCESIÓN APOSTÓLICA? EL TESTIMONIO FINAL DE PABLO
Roma construye su autoridad sobre una presunta “sucesión apostólica”. Pero esa cadena se rompe en la Escritura misma. Pablo declara, al enumerar los testigos de la resurrección:
“Y al último de todos, como a un abortivo, me apareció a mí” (1 Corintios 15:8).
Si Pablo fue el último, entonces el apostolado como oficio terminó con él. El fundamento fue puesto una vez, no sucesivamente:
“Edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo” (Efesios 2:20).
Nadie después de Pablo ha sido llamado directamente por Cristo resucitado ni ha visto su gloria. No hay línea sucesoria legítima, sino una apropiación sin respaldo divino.
UNA REFLEXIÓN FINAL
El ejemplo de Pedro no justifica el papado; lo refuta. Su historia es testimonio de la misericordia de Dios, no de una silla infalible. Lo que Roma convirtió en trono, Pedro lo vivió como quebranto. Como bien lo expresó el libertador José de San Martín:
“La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder.”