Re: La doctrina de los 144000 desde la perspectiva de los TJ
Un saludo muy especial mi estimado David.
Creo que un poco de “historia” no estaría de más como comienzo a nuestro enfoque para interpretar a los 144.000 de la manera en que lo hacemos y por qué, para poder analizar qué tan difundido estaba el cristianismo genuino enseñado por el Señor Jesús y cuántos de esos ungidos quedarían sellados a partir del primer siglo de nuestra era. Tomaré como base la postura oficial de la WT así como mi propio aporte personal en donde iré ampliando conceptos y evacuando dudas que despejen lo que ustedes creo que todavía no asimilan respecto a lo que debe ser el verdadero cristianismo, no fermentado, en contraste con lo que se ha conocido, a partir del tercer siglo de nuestra era, como “Cristiandad”, término similar en cuanto al significado etimológico, pero muy diferente en cuanto a fondo y contenido.
Analicemos primero y tengamos presente la parábola del “trigo y la mala hierba”, como sigue: “El reino de los cielos ha llegado a ser semejante a un hombre que sembró semilla excelente en su campo. Mientras los hombres dormían, vino el enemigo de él y sobresembró mala hierba entre el trigo, y se fue. Cuando el tallo brotó y produjo fruto, entonces apareció también la mala hierba. De modo que los esclavos del amo de casa vinieron y le dijeron: ‘Amo, ¿no sembraste semilla excelente en tu campo? Entonces, ¿cómo sucede que tiene mala hierba?’. Él les dijo: ‘Un enemigo, un hombre, hizo esto’. Ellos le dijeron: ‘¿Quieres, pues, que vayamos y la juntemos?’. Él dijo: ‘No; no sea que por casualidad, al juntar la mala hierba, desarraiguen el trigo junto con ella. Dejen que ambos crezcan juntos hasta la siega; y en la época de la siega diré a los segadores: Junten primero la mala hierba y átenla en haces para quemarla; entonces pónganse a recoger el trigo en mi granero’”
(Mat. 13:24-30).
Luego, después de despedir a las muchedumbres, entró en la casa. Y sus discípulos vinieron a él y dijeron: “Explícanos la ilustración de la mala hierba en el campo”. En respuesta dijo: “El sembrador de la semilla excelente es el Hijo del hombre; el campo es el mundo; en cuanto a la semilla excelente, estos son los hijos del reino; pero la mala hierba son los hijos del inicuo, y el enemigo que la sembró es el Diablo. La siega es una conclusión de un sistema de cosas, y los segadores son los ángeles. De manera que, así como se junta la mala hierba y se quema con fuego, así será en la conclusión del sistema de cosas El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, y ellos juntarán de su reino todas las cosas que hacen tropezar, y a los que cometen desafuero, y los arrojarán en el horno de fuego. Allí es donde será [su] llanto y el crujir de [sus] dientes. En aquel tiempo los justos resplandecerán tan brillantemente como el sol en el reino de su Padre. El que tiene oídos, escuche."
(Mateo 13:36-43).
Analizaré también la esperanza cristiana que se centra en la promesa del Creador de que su gobierno resolverá los problemas del mundo. Por eso, desde el comienzo de su ministerio en el año 29 E.C., Jesús animó a la gente a tener “fe en las buenas nuevas” de que ‘el reino de Dios se había acercado’. (Marcos 1:15.) A diferencia de las religiones orientales, como el chondokio, la enseñanza de Jesús no ponía el énfasis en que el nacionalismo fuese una manera de hacer realidad la esperanza cristiana. De hecho, Jesús rechazó toda insinuación que se le hizo para que participase en la política. Es obvio que no llegó a la conclusión —como hacen muchos líderes judíos— de que “la humanidad debe ayudar activamente a Dios a traer al Mesías”. La esperanza cristiana incluye la perspectiva de disfrutar de vida eterna en la Tierra en condiciones justas. ¿No es este un mensaje sencillo y fácil de captar?
Jesús dijo que el mayor mandamiento era este: “Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. (Marcos 12:30 NM) ¡Qué diferente de las religiones que ponen en primer lugar la salvación humana, pero descuidan los intereses divinos! Jesús dijo que el segundo mandamiento en importancia era el de manifestar un amor positivo al prójimo. “Por lo tanto, todas las cosas que quieren que los hombres les hagan —aconsejó él—, también ustedes de igual manera tienen que hacérselas a ellos.” (Mateo 7:12; 22:37-39.) Ahora observe cómo difieren estas palabras de la enseñanza negativa de Confucio: “Lo que no quieras para ti, no se lo hagas a otros”. ¿Qué clase de amor considera usted superior: el que evita que los demás le hagan daño, o el que les motiva a hacerle bien?
“Lo primero que define a un hombre realmente grande es su humildad”, dijo el escritor inglés del siglo XIX John Ruskin. Al ofrecer humildemente su vida a favor de los intereses del nombre y la reputación de su Padre y, en segundo lugar, a favor de la humanidad, Jesús manifestó amor a Dios y al hombre. No cabe duda de que esta actitud difiere mucho de las egocéntricas aspiraciones de divinidad de Alejandro Magno, de quien la Collier’s Encyclopedia dice: “No existe ninguna evidencia de que en alguna ocasión durante su vida, que puso en peligro repetidas veces, se plantease qué le sucedería a su pueblo después de su muerte”.
Algo que también ilustra el amor que Jesús tuvo a Dios y al hombre es que, a diferencia de sus contemporáneos hindúes no aprobó el sistema de discriminación de castas. Además, a diferencia de los grupos judíos que permitían que sus miembros se levantasen en armas contra gobernantes impopulares, Jesús advirtió a sus seguidores que “todos los que toman la espada perecerán por la espada”. (Mateo 26:52.)
El interés del cristianismo primitivo en la fe, la esperanza y el amor se manifestó en la conducta de sus miembros. A los cristianos se les dijo que ‘desechasen la vieja personalidad’, tan común entre la humanidad pecaminosa, y que ‘se vistiesen de la nueva personalidad que fue creada conforme a la voluntad de Dios en verdadera justicia’. (Efesios 4:22-24.) Y eso fue lo que ellos hicieron. Es de interés notar que el difunto Harold J. Laski, un científico y político inglés, dijo: “Verdaderamente, lo que determina el valor de un credo no es la habilidad que tienen para anunciar su fe aquellos que lo aceptan; lo que determina su valor es el poder que tiene para cambiar su comportamiento en la rutina de la vida cotidiana”. Imbuidos de una fe inquebrantable y una esperanza bien fundada, y movidos por un amor auténtico, los cristianos primitivos (entiéndase primitivos los del primer siglo) se dispusieron a obedecer el último mandato que Jesús les dio antes de ascender al cielo: “Vayan, por lo tanto, y hagan discípulos de gente de todas las naciones [...], enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he mandado”. (Mateo 28:19, 20)
En el Pentecostés del año 33 E.C., se derramó el espíritu de Dios sobre ciento veinte discípulos cristianos reunidos en un cuarto superior de Jerusalén. ¡Había nacido la congregación cristiana! Aquel día, sus miembros fueron dotados milagrosamente de la habilidad de hablar en lenguas extranjeras, lo que les permitió comunicarse con los judíos y prosélitos procedentes de otros países que estaban en Jerusalén para asistir a la fiesta. (Hechos 2:5, 6, 41.) ¡Y qué resultados produjo aquello! En un solo día, la cantidad de cristianos pasó de unos ciento veinte a más de tres mil.
Aunque Jesús limitó su predicación en especial a los judíos, poco después del Pentecostés, se usó al apóstol cristiano Pedro para abrir “el Camino”, o la vía, a los samaritanos —quienes acataban los cinco primeros libros de la Biblia—, y después, en el año 36 E.C., a todos los no judíos. Pablo llegó a ser “apóstol a las naciones” y emprendió tres viajes misionales. (Romanos 11:13.) Así se formaron congregaciones que fueron floreciendo. “Su celo por diseminar la fe no tenía límites”, dice el libro From Christ to Constantine, y añade: “La testificación cristiana, además de estar muy extendida, era eficaz”. Estalló persecución contra los cristianos, pero al igual que el viento aviva las llamas, esta ayudó a diseminar el mensaje. El libro bíblico de Hechos relata una emocionante historia de la imparable actividad cristiana durante los albores del cristianismo.
¿Has notado que en lugar de poseer una fe firme, muchos de los que hoy día profesan ser cristianos están llenos de dudas e inseguros de lo que creen? ¿Te has dado cuenta de que en lugar de tener esperanza, muchos de ellos se sienten atemorizados y vacilantes respecto al futuro? ¿Y te has percatado de que, como lo expresó el satírico inglés del siglo XVIII Jonathan Swift, “tenemos justo la religión suficiente para hacer que nos odiemos, pero no la suficiente para hacer que nos amemos unos a otros”.
Pablo predijo que se producirían estas circunstancias tan negativas. Iban a levantarse “lobos opresivos” —líderes religiosos que serían cristianos solo de nombre— que ‘hablarían cosas aviesas para arrastrar a los discípulos tras de sí’. (Hechos 20:29, 30.) Aquí es donde comienza nuestra “historia” de la parábola del Señor y su incipiente aplicación hasta la época de la “siega” y de cuántos “ungidos” fueron sellados y por qué el número literal de 144.000 no se terminó de “sellar” hasta el tiempo moderno, edad de la “siega” para el Señor y el recogimiento del “resto ungido” que componen el Reino de Dios.
Primera parte.