Re: GUIA FACIL PARA COMPROBAR 1844
Estimado valdense. Saludos cordiales.
Tú dices:
Sabia que no ibas a contestar la pregunta. No tienen como contestarla sin meterse en problemas. La doctrina Adventista esta demasiado enredada en si misma, es imposible caminar en ella sin caerse
Sobre tu pregunta, Te dire primero lo que no veo:
Ni 1844, ni la purificacion del santuario, ni el principio dia por ano, ni las 2300 tardes y mananas, ni nada que conecte este verso con Daniel 8 ni Daniel 9
Si tu preocupacion es por el cordero COMO inmolado, por supuesto no es literal, Nadie podria insinuar que Jesus ha estado inmolado todo este tiempo, eso contradiria lo que dice hebreos 9 ;26,28 donde se le muestra presentandose "una vez para siempre" y en pasado, y habla de la hora en que fue inmolado en la cruz ..Lo que Apoc.5:6 nos esta presentando es la razon de porque El es digno tanto de abrir los rollos como de ser adorado..Lee
Apoc 5 : 12-14
Respondo: Es increíble que hayas dicho que fuiste adventista si ignoras lo fundamental.
La expiación tiene dos fases: Una en la cruz y la otra en el santuario celestial.
"¿Es la sangre derramada de Cristo lo que expía nuestros pecados?
¿Se Completó la Expiación en la Cruz?
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“Todo el santuario, incluyendo su equipo, su sacerdocio, y su ritual, concernía al problema del pecado.
Los servicios revolvían alrededor de la desobediencia del hombre y su necesidad de salvación.
1. Al colocar las manos sobre el animal del sacrificio y confesar el pecado que había producido la necesidad de que se derramara sangre, el pecador “se idenficaba con él, y éste se convertía en su sustituto.” Al hacerlo, el pecador, “declaraba su fe en Dios, quien proveyó un sustituto para que llevara la penalidad de sus pecados.”
2. Entonces el pecador mataba al animal.
Ese acto hacía que fuera clara para el pueblo “la relación tan íntima entre el pecado y el sacrificio”
3 . “. . .El pecado y la muerte aparecerían como la causa seguida por el efecto.”
4. Esta era la “justicia de la ley” parte del servicio del santuario. Entonces el sumo sacerdote actuaba la parte de la “misericordia”, la cual enseñaba al pueblo “los principios de la transferencia del pecado, de la mediación, la reconciliación y la expiación.”
5. “Además de rociar la sangre delante del velo, el sacerdote también ponía algo de la sangre en los cuernos del altar del incienso. Al hacer eso, él tocaba cada cuerno a su vez, haciendo una marca de sangre con su dedo, registrando de esa manera el hecho de que se había cometido pecado y de que una ofrenda había sido traída. La sangre que él colocaba sobre los cuernos provenía de un animal que había llevado el pecado, y por lo tanto, era sangre llena de pecado. Eso hacía que fuese necesario que ‘una vez en el año’ se hiciera ‘una expiación sobre él’ Éxodo 30:10. La parte de la sangre que no se usaba era derramada al pie del altar de sacrificio.”
6. A partir de la descripción del deber del sumo sacerdote, es evidente que “llevar el sacrificio no era la penalidad [por el pecado]. La penalidad era la muerte, y esta la pagaba el animal.”
7 No obstante la muerte del sustituto no era suficiente. Al sumo sacerdote se le ordenaba hacer algo con la sangre. Sin el ministerio del sumo sucerdote, el sacirficio del animal no hubiera tenido valor. Sin la aplicación de la sangre a una porción del santuario, no se hubiera transferido el pecado del pecador al santuario. El pecador no hubiera sido perdonado.
El ministerio de un sumo sacerdote es necesario, aun hoy día, como estaba prefigurado en el servicio del santuario. “Así hará el sacerdote por él la expiación de su pecado, y tendrá perdón”. Levítico 4:26. No podemos hacer expiación por nosotros mismos; dependemos de que nuestro Sumo Sacerdote aplique la sangre de su sacrificio para la remisión de nuestros pecados. Esto es así para el perdón de los pecados confesados durante nuestra vida, y también lo es con respecto al acto de borrar nuestros pecados registrados y acumulados en el Día de la Expiación.
Los pecados transferidos al santuario lo habían ensuciado. Por eso el santuario en la tierra y en el cielo necesitaban ser limpiados. Es esa la obra que ha sido emprendida por Jesús, nuestro Sumo Sacerdote, quien ha entrado en el lugar Santísimo del santuario celestial para completar las etapas finales del servicio del santuario.
“Y [el sumo sacerdote] expiará el santuario santo, y el tabernáculo del testimonio; expiará también el altar, y a los sacerdotes, y a todo el pueblo de la congregación.” Levítico 16:33.
Entonces, al comprender ese simbolismo, podemos estar seguros de que no hay niguna expiación en la sangre de Cristo derramada. “No era la sangre como tal la que expiaba, sino la sangre derramada y aplicada.
No se hubiera podido hacer ninguna expiación en el servicio de sacrificios al matar al animal y derramar la sangre en la tierra. Ésta había de ser recogida en una vasija, después de lo cual el sacerdote efectuaba el ministerio de rociarla [delante del velo y al poner algo de ella en los cuernos del altar del incienso o en los cuernos del altar de holocaustos, dependiendo de quién había pecado], si las circunstancias era distintas. Era la sangre rociada la que efectuaba la expiación, no la porción de la sangre que no se había usado y que más tarde era derramada en la tierra. La expiación era realizada por la sangre que era puesta sobre los cuernos del altar, no por la que era derramada sobre la tierra. Véase Éxodo 29:12; 30:10; Levítico 4:7, 18, 25, 30, 34.
“Es lamentable que los cristianos hagan hincapié en ‘la sangre derramada,’ una expresión que no se encuentra en la Biblia, y se olviden de la sangre ‘rociada,’ la cual solamente puede efectuar la expiación. La sangre derramada era la sangre que no se usaba, la cual era derramada al pie del altar después de que se completaba la expiación. Pablo habla de ‘la sangre del esparcimiento’ (Hebreos 12:24), esto es, la sangre que fue ministrada. Cuando la Pascua fue instituida, a Israel se le ordenó que matara un cordero y pusieran la sangre en los dos postes y en el dintel. Véase Éxodo 12:7, 22–23. Dios no prometió salvar los primogénitos en virtud de la muerte del cordero. Era solamente cuando la sangre era aplicada que él iba a ‘pasar de ellos’.
“El mismo principio se aplica a todas las ofrendas. No era suficiente llevar una víctima y matarla; la sangre debía ser aplicada. Después de su ascención, Cristo ‘por su propia sangre . . . . entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención’ (Hebreos 9:12), y allí como un ‘pontífice, . . . ministro del santuario, y de aquel verdadero tabernáculo’ (Hebreos 8:1–3), él ministra en nuestro favor. Esta fase del ministerio de Cristo es tan necesaria para nuestra salvación como lo fue el ministerio de la sangre del cordero al tiempo de la primera Pascua, y en el caso de todas las ofrendas en las cuales se derramaba sangre.
“El ministerio de la sangre en el gran Día de la Expiación era el punto focal del servicio anual. La muerte de la víctima era ciertamente importante— sin ello no hubiera habido ninguna sangre que ministrar—pero el climax se alcanzaba cuando el sumo sacerdote entraba en el lugar santísmo con la sangre del macho cabrío del Señor (véase Hebreos 9:25). De igual modo, Cristo ‘por su propia sangre. . . entró una sola vez en el santuario’ (Hebreos 9:12). Su muerte en el Calvario era esencial—si ella no tendríamos nada ‘que ofrecer’ (Hebreos 8:3)—pero sin la continua ministración de la sangre en el santuario celestial, el sacrificio en el Calvario sería en vano.
“La mayoría de los cristianos ni comprenden ni aprecian el ministerio de Cristo como nuestro gran Sumo Sacerdote. Ellos ciertamente creen en la sangre derramada; pero fracasan en comprender que debe haber un ministerio, o aplicación, de la sangre para hacerla efectiva. Es tiempo de que la atención del mundo, y de los cristianos profesos en particular, sea llamada a la obra en la cual Cristo está ahora envuelto. Muchos preguntan por qué se demora tanto.
Saben que se fue, pero no saben nada acerca de su obra de mediación.
No han seguido al Cordero, y no saben dónde él está ahora y qué obra está realizando.
Es nuestro deber y privilegio, la obra que nos ha sido asignada como pueblo, restaurar los desiertos antiguos (véase Isaías 58:12), y presentar a Cristo al mundo en su capacidad mediadora como nuestro gran Sumo Sacerdote. Su obra está casi realizada, y cuando ésta haya concluido, él vendrá con poder y gloria.”
8. La mayoría de los cristianos. . . creen en la sangre derramada; pero fracasan en comprender que debe haber un ministerio, o aplicación, de la sangre para hacerla efectiva.
Esforcémonos para estar entre aquellos que “siguen al Cordero por donde quiera que fuere”. Apocalipsis 14:4.
El ministerio de Jesús como Sumo Sacerdote en el santuario celestial, el cual está ocurriendo mientras ésto se está escribiendo, es tan necesario para nuestra salvación como la sangre que él derramó en la cruz." (Jean Handwerk)
Bendiciones.
luego todo Israel será salvo.