¿Quiénes, entonces, son los enemigos de la cruz de Cristo?
Poniendo como ejemplo al propio Apóstol San Pablo, el Señor Jesucristo le hizo ver la suerte que le esperaba, «Yo le mostraré todo lo que tendrá que padecer por mi nombre» Hch. 9, 16, padecimientos que aceptó. Los seres humanos somos más dados al hedonismo que al padecer, así es nuestra naturaleza, si miras el paso de Nuestro Señor Jesucristo por éste mundo, visto desde un punto de vista digamos meramente natural pues no resulta muy atractivo pretender seguirlo. Te comparto unos fragmentos de La Imitación de Cristo, de Santo Tomás de Kempis:
Éstas palabras parecen duras a muchos: Niégate a ti mismo, toma tu cruz y sigue a Jesús, pero más duro será oír aquella postrera palabra: Apartaos de Mí, malditos, al fuego eterno. Ésta señal de la Cruz estará en el cielo cuando el Señor venga a juzgar, entonces todos los siervos de la Cruz, que se conformaron en ésta vida con el Crucificado, se llegarán a Cristo Juez con gran confianza.
No está la salud del alma ni la esperanza de la vida eterna sino en la Cruz, toma, pues, tu Cruz y sigue a Jesús e irás a la vida eterna. Él vino primero y llevó su Cruz, y murió en la Cruz por ti, porque tú también la lleves y desees morir en ella. Porque si murieres juntamente con Él vivirás con Él, y si fueres compañero de sus penas, lo serás también de su gloria.
Dispón y ordena todas las cosas según tu querer y parecer, y no hallarás sino que has de padecer algo, o de grado o por fuerza, y así siempre hallarás la Cruz, pues, o sentirás dolor en el cuerpo o padecerás tribulación en el espíritu.
Unas veces te dejará Dios y otras te mortificará el prójimo, y lo que más es, muchas veces te descontentarás de ti mismo, y no serás aliviado ni confortado con ningún remedio ni consuelo, y será preciso que sufras hasta cuando Dios quisiere, porque quiere que aprendas a sufrir la tribulación sin consuelo y que te sujetes del todo a Él, y te hagas más humilde con la aflicción.
De modo que la cruz siempre está preparada y te espera en cualquier lugar. No la puedes huir donde quiera que fueres; porque a cualquier parte que huyas llevas a ti mismo. Vuélvete arriba, vuélvete abajo, vuélvete fuera, vuélvete adentro, en todo hallarás la cruz; y es necesario que en todo lugar tengas paciencia si quieres tener paz interior y merecer perpetua corona.
Si de buena voluntad llevas la cruz, ella te llevará y guiará al fin deseado, adonde será el fin de padecer, aunque aquí no lo sea. Si contra tu voluntad la llevas, la hiciste más pesada, y no obstante es preciso que la sufras. Si desechas una cruz, sin duda hallarás otra, y acaso más pesada.
¿Piensas tú escapar de lo que ninguno de los mortales pudo? ¿Quién de los santos estuvo en el mundo sin cruz y tribulación? Nuestro Señor Jesucristo, por cierto, en cuanto vivió en este mundo no estuvo una hora sin dolor, porque convenía que Cristo padeciese y resucitase de los muertos, y así entrase en su gloria. ¿Pues cómo buscas tú otra senda, sino este camino real que es el de la santa Cruz?
Esto no es virtud humana, sino gracia de Cristo, que tanto puede y hace en la carne frágil, que lo que naturalmente el hombre siempre aborrece y huye, lo acometa y acabe con fervor de espíritu.
No es propio de la humana condición, amar la cruz, castigar el cuerpo y sujetarle a servidumbre, huir los honores, sufrir de grado las injurias, despreciarse a sí mismo y desear ser despreciado, tolerar todo lo adverso con daño y no desear cosa de prosperidad en éste mundo. Si te miras a ti, no podrás por ti cosa alguna de éstas; mas si confías en Dios, Él te dará fortaleza celestial y hará que te obedezca el mundo y la carne, y no temerás al demonio si estuvieres armado de fe y señalado con la cruz de Cristo.
Bebe con afecto el cáliz del Señor si quieres ser su amigo y tener parte con Él. Remite a Dios las consolaciones y haga Él con ellas lo que más le pluguiere. Pero tú disponte a sufrir las tribulaciones y estimalas por grandes consuelos; porque no son condignas las penalidades de este tiempo para merecer la gloria venidera, aunque tú solo pudieses sufrirlas todas.
Cuando llegares a punto que la aflicción te sea dulce y gustosa por amor de Cristo, piensa entonces que vas bien porque hallaste el paraíso en la tierra. Mientras te parezca penoso el padecer y procures huírlo, cree que vas mal, y donde quiera que fueres te seguirá el rastro de la tribulación.
Y aunque fueres arrebatado hasta el tercer cielo con San Pablo, no estarás por eso seguro de no sufrir alguna contrariedad. Yo, dice Jesús, le mostraré cuántas cosas le convendrá padecer por Mi Nombre. Luego, sólo te queda el padecer, si quieres amar a Jesús y servirle siempre.
Con razón debías sufrir algo de buena gana por Cristo, cuando hay tantos que sufren más graves cosas por el mundo.
Porque si alguna cosa fuera mejor y más útil para la salvación de los hombres que el padecer, Cristo lo hubiera declarado con su doctrina y con su ejemplo. Pues manifiestamente exhorta a sus discípulos, y a todos los que desean seguirle, a que lleven la cruz, y dice: Si alguno quisiera venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Así que leídas y bien consideradas todas las cosas, sea ésta la postrera conclusión: Que por muchas tribulaciones nos conviene entrar en el reino de Dios.