La afirmación de que la resurrección es exclusivamente corporal según Ezequiel 37:5-6 requiere una distinción clara. El relato de Ezequiel es una visión simbólica que ilustra la restauración de Israel, no una descripción literal de la resurrección física. Pablo aclara que lo que se siembra es un cuerpo físico, pero lo que se levanta es un cuerpo espiritual, no una mera reconstitución de carne y hueso. Esto no implica un "fantasma", sino un cuerpo transformado, apto para la vida celestial, como el de Cristo resucitado, quien se manifestó con capacidades sobrenaturales.
Respecto a la mención de que Cristo "fue en espíritu a predicar", este pasaje no respalda la conciencia postmortem de los humanos. Pedro especifica que Jesús proclamó un mensaje a espíritus encarcelados, identificados como los ángeles desobedientes, no a almas humanas. Esto refuerza que los muertos están “dormidos” en la tumba, a la espera de la resurrección.
El ladrón en la estaca no entró al Paraíso ese mismo día, pues Jesús estuvo muerto tres días y luego ascendió al cielo. La promesa “hoy estarás conmigo” se entiende mejor con la puntuación correcta: “Te digo hoy: Estarás conmigo en el Paraíso”. El énfasis está en la certeza de la promesa, no en un traslado inmediato. El Paraíso, como Revelación 2:7 indica, es la restauración futura bajo el Reino de Dios, no un estado intermedio consciente.
La resurrección es la esperanza central, no un “alma inmortal”. Los ejemplos bíblicos, como Lázaro (Juan 11:24), confirman que los muertos aguardan en inconsciencia hasta que Cristo los llame (1 Tesalonicenses 4:13-16). Así, la promesa al ladrón se cumple en el propósito divino, no en un alma que vuela al cielo.