Re: Ecumenismo Católico - Ortodoxo
Sobre la supremacia del Papa * Contenido: La Igualdad de los Obispos. ¿Tiene Cristo un Vicario en la Iglesia? Sobre la Sucesión y la Infalibilidad del Papa. Explicación del Evangelio sobre la confesión de Pedro. * * * La Igualdad de los Obispos. La Dogmática de la Iglesia Ortodoxa Católica, de P. N. Trembelas, Tomo II, páginas 423-427 Si consideramos las relaciones de los obispos entre si, son todos iguales y se distinguen solamente por títulos de honor y de precedencia; los metropolitanos y los arzobispos son los primeros entre iguales. Solo el obispo de Roma ha pretendido "poseer un poder supremo y universal de jurisdicción sobre toda la Iglesia, no solamente en cuestiones de fe y moral, sino también en la disciplina y en el gobierno de la Iglesia" (Ott, Louis, Grundíss der Dogmatik, 1954, p. 402). Conforme a esta definición, que tiene el valor de dogma en la Iglesia católica-romana, cada obispo recibe su autoridad de pastor directamente del papa, pero, sin embargo, según enseña Pío XII en su encíclica mystici Corporis (1943), "cada obispo conduce y gobierna su propia diócesis en nombre de Cristo y como verdadero pastor del rebaño confiado a él." Aún en esta actividad, los obispos no son totalmente sui juris, "quedando sometidos a la autoridad del Pontífice romano, puesto que ellos gozan de un poder ordinario de jurisdicción que se deriva inmediatamente del papa." El papa apoya sus pretensiones sobre la primacía de Pedro transmitida hereditariamente después de é1 a todos los que le han sucedido en la sede de Roma. Así, según este ensañamiento presuntuoso y sin fundamento de los obispos de Roma, Cristo estableció a San Pedro como jefe de todos los apóstoles y cabeza de toda la Iglesia, confiriéndole inmediata y personalmente la primacía de autoridad. Conforme a este mandato, Pedro debe tener continuamente sucesores en su primacía sobre la Iglesia entera y los sucesores de Pedro en la primacía son los obispos de Roma. Sin embargo, un examen imparcial de los textos del Nuevo Testamento en los que se apoyan los católicos-romanos, como otros testimonios históricos de los Hechos de los Apóstoles y de las Epístolas de San Pablo, demuestran con evidencia que el Apóstol Pedro no recibió del Señor ni ejerció jamás ninguna primacía sobre los otros apóstoles. Las palabras del Señor, "tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia" (Mateo 16:18), no predicen que Pedro sea el fundamento sobre el cual será fundada la Iglesia, como sobre una roca sólida. Esto se hace evidente de la afirmación formal de San Pablo, "porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo" (I Corintios 3:11) La frase, "sobre esta piedra" significa "sobre la fe de la confesión" (San Juan Crisóstomo, Sobre Mateo, Homilía 54). Teofilacto expone muy claramente su sentido: "Esta confesión que formula Pedro puede ser el fundamento de los que creen, de modo que todo el que debe construir el edificio de la fe puede presumirla como fundamento" (Sobre Mateo, 16:18). Con esta interpretación concuerda perfectamente el sentido de I Corintios arriba citado. Pero aunque admitamos que Pedro sea indicado así como piedra de base, que "la Iglesia esté edificada sobre el," y "que el Señor haya construido la Iglesia sobre uno solo" (Tertuliano, De Monog., 8), no se debe olvidar que los otros apóstoles y todos los profetas juntos eran llamados "fundamentos," puesto que los fieles están establecidos sobre Cristo como piedra del ángulo y que la Jerusalén celestial está descrita como una muralla "con doce fundamentos y sobre ellos los doce nombres de los apóstoles del Cordero" (Efesios 2:20; Apocalipsis 21:14). Sin embargo, Pedro podría ser considerado como fundamento, no en el sentido en que lo entienden los católicos-romanos, sino como el primer confesor de la verdadera fe y los confesores de la misma fe que le han seguido serán añadidos a é1 como otras piedras vivas, a fin de que sea construido el edificio de la Iglesia. Como lo nota Orígenes, nosotros mismos confesando como Pedro, "'tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo,' nos hacemos otros Pedros, y la palabra de Dios, 'tú eres Pedro', etc., podría sernos dirigida a nosotros. En efecto, todo imitador de Cristo es piedra y sobre toda piedra semejante está basado todo juicio eclesiástico y la sociedad que éste expresa" (Sobre Mateo). La misma observación puede hacerse con relación a la promesa hecha ulteriormente por el Señor a Pedro: "a ti daré las llaves del reino de los cielos," promesa que El generalizó un poco después a favor de todos los apóstoles. "El a ti daré," observa con razón Teofilacto, "indica un tiempo futuro; el momento del don era la hora de la resurrección, cuando El dirá, tomad el Espíritu Santo, a los que remitiereis los pecados, les son remitidos; a quienes los retuviereis, serán retenidos" (Juan 20:22-23) y, por consiguiente "este don fue hecho, fue concedido también a los otros apóstoles" (Sobre Mateo, 16:19). Además, la triple interrogación del Señor a Pedro, en el momento de Su manifestación en el mar de Tiberiades después de la resurrección, "¿me amas más que estos?" y la afirmación reiterada del Señor después de su triple contestación: "apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas," no tiene la significación de transmitir a Pedro alguna primacía, con poder de jurisdicción sobre todo el rebaño de Cristo, hasta el fin del mundo, como lo entienden los católicos-romanos. Para Cirilo de Alejandría, puesto que Pedro, "sobrecogido de un invencible espanto, había negado tres veces al Señor en la corte del sumo sacerdote, el Señor curó al que se había caído y diversamente reclama tres veces la confesión, a fin de que la falta cometida en su triple negación fuera borrada." Y el Señor, por la palabra, 'apacienta mis ovejas,' quiere indicar una renovación de la misión ya dada, liberándole de la vergüenza de las faltas y borrando la bajeza del sentimiento nacido de la debilidad humana." "Era necesario decir todavía más que a los otros, 'me amas tu,' porque más que los otros él debía conciliarse la remisión." "Según la palabra del Señor, El ha perdonado mucho al que mucho amará." Isidoro de Pelusa confirma esta interpretación: "La triple interrogación del Señor a Pedro sobre su amor no se debe a la ignorancia del Maestro, sino que el buen Sanador anuló la triplicidad de la negación por la triplicidad de la sumisión" (Juan 21:15-17; Cirilo de Alejandría, P. G. 1xxiv, 749; Isidoro de Pelusa, Epist. 103, libro 1, P. G. lxxviii, 253). Según la narración de los Hechos, Pedro aparece como jefe durante la elección de Matías y él mismo toma la palabra a nombre de los otros apóstoles, lo mismo el día de Pentecostés como ante el Sanedrín. Estos casos testifican más bien una primacía de honor, y no una primacía de jurisdicción. Es notable que para elegir al que reemplazaría a Judas que había transgredido, "lo puso en manos de la multitud;" él mismo no propuso "los dos nombres," sino que todos lo hicieron. E1 solamente había introducido el asunto, mostrando que no era de él, sino que venía de lo alto, de acuerdo con la profecía citada en el mismo capítulo. El se muestra entonces como intérprete y no como jefe" (Hechos 1:15; 2:14; 4:8; San Juan Crisóstomo, Sobre Hechos, Homilía 3). En el momento de la elección de los siete diáconos, "los doce convocaron a la multitud de discípulos," éstos propusieron su elección y una vez completada ésta, presentaron a los elegidos "delante de los apóstoles," y no delante de Pedro solo, y todos, "orando, les pusieron las manos encima." Más tarde, cuando oyeron "que Samaria había recibido la palabra de Dios," "todos los apóstoles enviaron" no solamente a Pedro sino también a Juan (Hechos 6:2, 6 y 8:14). Si Pedro hubiera sido jefe de los apóstoles, ¿habría aceptado órdenes de parte de ellos, o habría enviado él más bien a uno de ellos? Cuando el bautismo fue conferido al pagano Cornelio, "los de la circuncisión contendían contra él, y le acusaron porque había entrado a hombres incircuncisos y había comido con ellos" (Hechos 11:1-2) Luego Pedro no se comportó como jefe; é1 no pretendía estar sobre toda contradicción de parte de sus colegas y de todos los fieles, sino que dio explicaciones, como si se defendiera delante de ellos. Además, en el concilio apostólico, "habiendo habido grande contienda, Pedro se levantó." El mismo no habló primero; él no presidía la asamblea; y parece que é1 mismo no proclamó la abertura del concilio y é1 no decidió la conclusión, resumiendo la marcha de la discusión y recogiendo los votos de los miembros. Parece que es Jacobo (Santiago) quien lo hace: "entonces los apóstoles y ancianos, con toda la Iglesia" decidieron "elegir y enviar a Antioquía varones que comunicaran a la Iglesia local lo que había decidido el concilio." Los apóstoles y los ancianos y los hermanos escribieron la carta que comunicaba sus decisiones (Hechos 15:7-23). Finalmente, en la Epístola a los Gálatas, "los que parecían ser las columnas eran Jacobo, Cefas y Juan," y no Cefas sólo; Pablo demuestra además que él es su igual en honor, porque no solamente "nada le dieron" al evangelio de Pablo, sino que, en las palabras de Pablo, "nos dieron las diestras de compañía a mí y a Bernabé," reconociendo que estos dos apóstoles iban a predicar el Evangelio a los gentiles, y ellos a la circuncisión. Además, "viniendo Pedro a Antioquía... se retraía y apartaba" evitando el comer con los cristianos venidos de entre los gentiles, pues tenía miedo de escandalizar a los cristianos venidos de Jerusalén, Pablo "le resistió en la cara, porque era de condenar" (Gálatas 2:8, 6, 9, 11-12, 14). En ninguna parte, entonces, del Nuevo Testamento, hay evidencia de la primacía de Pedro sobre los otros apóstoles. Por otra parte, no está probado que la Iglesia de Roma fuera fundada por Pedro; antes de que Pablo la visitara en la época de su primer encarcelamiento, parece que ya estaba organizada y que florecía. Esto es evidente de la Epístola que Pablo le dirigió hacia el año, carta que demuestra además que los cristianos de Roma estaban suficientemente evolucionados para estar en condiciones de seguir los pensamientos tan elevados y profundos que en ella se encuentran desarrollados. Se ve también que ellos estaban ligados por unos lazos estrechos con Pablo, el que evitaba con cuidado "edificar sobre fundamento ajeno" (Romanos 15:20), y por consiguiente consideraba la Iglesia de Roma como perteneciente al campo de su propia jurisdicción apostólica. Pedro no fue el primer obispo de Roma, porque antes de é1 Pablo había visitado Roma y permaneció dos años enteros como prisionero y predicando el reino de Dios, para volver otra vez a la misma ciudad cuando fue martirizado. Pedro, por otra parte, hasta la segunda Epístola de Pablo a Timoteo, enviada un poco antes de su martirio, parece que no había ido todavía a Roma. ¿Dónde está pues el fundamento de la argumentación de los de Roma que Pedro se estableció allí como el primer obispo? ¿Según qué indicación del Nuevo Testamento ha transmitido Pedro a los obispos de Roma los derechos y poderes de su dignidad apostólica enteramente personal y atribuida por el único Salvador igualmente a los doce discípulos que le habían seguido desde el principio? * ¿Tiene Cristo un Vicario en la Iglesia? (Por el Patriarca de Moscú y de todas las Rusias, su Santidad Sergio). EN VISPERAS DE SU PASION, nuestro Señor Jesucristo había dado de los Apóstoles, en su oración al Padre, este testimonio: "Mientras estaba yo con ellos, yo los defendía en tu Nombre. He guardado los que Tú me diste, y ninguno de ellos se ha perdido, sino el hijo de la perdición, para que se cumpla la Escritura. Mas ahora vengo a Ti: Yo ya no estoy más en el mundo" (Juan 17:12, 13:11). ¿Qué va a hacer ahora este ínfimo puñado de hombres armados solamente con "tu Palabra" (véase 14). En consideración precisamente a esta palabra, el mundo y su príncipe los odiará y los atacará con todas sus fuerzas con el fin de apagar la luz de la Verdad de Cristo que apenas llega a encenderse sobre la tierra. Empero el Salvador no busca para los Apóstoles una existencia terrenal al abrigo de la miseria, en la paz y el bienestar. Al contrario: "Santifícalos en la Verdad" (véase 17), ha dicho El, esto es, conságralos para la causa de la Verdad, dales la fuerza de dedicarse enteramente a la causa de la Verdad, de padecer todo para esta causa, de sacrificarle su vida, así como Cristo le había sacrificado la suya. Por consiguiente, los mayores peligros que el Señor ruega a fin de que los Apóstoles se preserven de ellos, no son los crueles sufrimientos que les prepare el mundo hostil, sino las tentaciones de este mundo que podrían seducirlos y llevarlos a traicionar la Verdad. El Apóstol Pablo, despidiéndose de los presbíteros de Efeso, les previene explícitamente; respecto de los disturbios y la traición que sobrevendrán entre los pastores de la Iglesia, exhortándolos a mantenerse en guardia, "a ellos mismos y en pro de todo el rebaño." "Yo sé" ha dicho El, "que después de mi partida os han de asaltar lobos voraces, que destrocen el rebaño. Y de entre vosotros mismos se levantarán hombres que sembrarán doctrinas perversas con el fin de atraerse discípulos" (Hech. 20:29-30). De esta manera, el mundo hostil a Cristo no procurará solamente apagar la luz de Cristo con persecuciones u otros medios exteriores. El mundo sabrá penetrar al interior mismo del Redil de Cristo: él sabrá hallar a servidores entre los guardianes de la Iglesia colocados por Cristo, a fin de que destruyan por sus propias manos la obra divina. ¿Cómo y por cuáles medios, el pequeño rebaño de Cristo, tras haberse separado de su Señor y Maestro, quien "los había guardado en el Nombre del Padre" (Juan 17:12), tan largo tiempo como El moraba con ellos, saldrá vencedor de una lucha tan peligrosa? ¿Dónde está la garantía de que las puertas del infierno no prevalecerán contra la Iglesia de Cristo? (Ma. 16:18). Los Católicos romanos dan a esta pregunta una contestación clásicamente clara y nítida. Nuestro Señor Jesucristo, partiendo hacia su Padre, habría confiado la Iglesia terrenal, es decir los Apóstoles y todos los que creían en El "en virtud de sus palabras," a su Vicario el Apóstol Pedro, devenido obispo de la ciudad de Roma, capital del universo, y habría conferido al apóstol una gracia extraordinaria de infalibilidad en el arreglo de los asuntos de fe y de orden eclesiástico en el universo entero. La función de vicario de Cristo con todos sus poderes y sus gracias especiales pasarían por Vía de Sucesión del Apóstol Pedro, primer titular de la cátedra de Roma, a los papas romanos quienes gobernarían la Iglesia terrenal manteniendo infaliblemente la Verdad de Cristo y rechazando, gracias a su autoridad infalible, todas las tentativas de las puertas del infierno que procuraren desfigurar esta Verdad. Convengamos que la doctrina de la Iglesia terrenal desarrollada por los Católicos Romanos posee un ordenamiento impresionante. Ellos conciben a la Iglesia como una organización muy sabia, admirablemente adaptada a sus fines terrenales. Sin embargo, al discutir el Reino de Dios y en particular, de los destinos de la Iglesia de Cristo en la tierra, no se podría olvidar las palabras del Señor: "Los pensamientos míos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son los caminos míos. Sino que cuanto se eleva el cielo sobre la tierra, así se elevan mis caminos sobre los caminos vuestros y mis pensamientos sobre los pensamientos vuestros" (Is. 55:8-9); o aún las palabras del Apóstol "Porque la locura de Dios es más sabia que los hombres; y lo que parece debilidad en Dios es mas fuerte que los hombres" (1 Cor. 1:25). Vemos en el Evangelio que nuestro Señor Jesucristo al dejar corporalmente el mundo terrenal no pensaba en desistir de toda solicitud para con su Iglesia. Por el contrario, El ha dado a los Apóstoles una formal promesa: "Yo estaré continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos," y ello para ayudarles a conservar sus mandamientos en la Iglesia (Mat. 18:20). Nuestra Iglesia interpreta en este sentido las palabras del Señor y ve en esta permanente presencia del Señor la garantía de la resistencia invencible contra las puertas del infierno. "Yo estoy con vosotros," canta la antífona de la Ascensión y, por consiguiente, "ninguno prevalecerá contra vosotros," El Señor vela siempre por la Iglesia, según el Apóstol, "a fin de hacerla comparecer delante de El llena de gloria, sin mácula, ni arruga, ni cosa semejante, sino siendo santa, santa e inmaculada" (Ef. 5:27). Sumergiéndose en la contemplación del "gran misterio" de la cohabitación de Cristo con la Iglesia, el Apóstol reconoce en esta "coexistencia" el prototipo espiritual, la imagen espiritual de la unión conyugal. Así como en la unión conyugal ambos cónyuges no forman más que una carne y viven una vida inseparable, del mismo modo, Cristo — EI Jefe y la Iglesia — y Su Cuerpo forman un solo ser, viviendo una vida única, de tal suerte que las dos partes se completan mutuamente y quedan inseparables hasta el final de los siglos. Cristo nutre y recalienta a la Iglesia por su gracia y salva así dentro de Ella a los hombres, entretanto, al obedecer a Cristo, la Iglesia participa activamente con eso en la salvación de los hombres. Consciente de su unidad esencial con Cristo, la Iglesia se atreve a proclamarse la única depositaria de la pura doctrina de Cristo, el único recipiente de todas las gracias, la única puerta que conduce hacia la Salvación. Su orden canónico exterior, el celo y la sabiduría de sus dirigentes terrenales tienen por cierto una gran importancia para la Iglesia. No es en vano que el espíritu Santo les "ha instituido obispos, para apacentar la Iglesia" (Hech. 20:28). No obstante, todo eso no es válido sino tan largo tiempo como Quien ha dicho: "Estoy con vosotros" permanezca con ellos. Desde el instante que El se aleja, no queda sino la forma de la Iglesia, vacía, sin gracias, sin virtud de salvación. La historia de la Iglesia suministra de ello no pocos ejemplos. A la luz de la doctrina apostólica de la unidad esencial de Cristo — el Jefe, con su Cuerpo — y la Iglesia; todas las discusiones sobre una vicaría en la Iglesia devienen, en suma, imposibles. No se podría hablar de ello sino tan largo tiempo como se considera a la Iglesia cual una institución terrenal, humana, aunque teniendo fines celestiales. En tal caso, es la administración que ocupa el primer plano e importa poco para la administración de quien dimana el orden, con tal que la persona de quien se trata posea los poderes requeridos. Mas en presencia de la doctrina apostólica mencionada, no se puede aceptar, no solamente una substitución de Cristo por algún otro, sino que, para una conciencia cristiana sensible, tal substitución no se haría sin una dosis considerable de blasfemia. Se recuerda por analogía que ciertos sabios son propensos a considerar como no obligatoria la doctrina de la virginidad permanente de la Madre de Dios. Importa para nosotros, ellos afirman, que la Santísima Virgen haya sido virgen al nacimiento del Dios-Hombre, nuestro Salvador, pero nos sería indiferente, a lo que les parece, que Ella haya permanecido Virgen pare siempre o que haya vivido luego la vida de una mujer ordinaria y haya tenido otros niños después de Cristo. Llevados por la lógica dogmática, esos hombres se olvidan de preguntarse si la Santísima Virgen María hubiera sido digna de llegar a ser la Madre de Dios, si le hubiera sido indiferente quedarse totalmente y para siempre con el Señor o de dar su amor a otro. La inverosimilitud moral es suficiente para probar el error dogmático. Lo propio sucede en lo que concierne a la doctrina de la vicaria en la Iglesia. Si hablando de la Iglesia Cristo dice: "una sola es la paloma mía, la perfecta mía" (Cant. de Cant. 6:9) y en sacrificio le ofrece su vida. La Iglesia se recuerda siempre que "Yo soy toda de mi amado, y mi amado es todo mío" (Cant de. Cant. 6:3). Ella no podría compararlo con ninguno, "está escogido entré diez mil" (Cant. de Cant. 5:10). Incluso teóricamente la Iglesia no podría figurarse a cualquier otro ocupando el lugar del Hermano: eso sería una negación, una traición para con el único Novio y Salvador. Los Santos Mártires y las Heroínas de la fe expresan indudablemente del modo más evidente la abnegación de la Iglesia para con Cristo. Se sabe que ciertas heroicas almas católicas han llegado hasta el éxtasis al adorar el corazón de Jesús; incluso hasta recibir estigmas al revivir la pasión de Cristo. ¿Lo habrían alcanzado si hubiesen dividido su corazón y su atención entre Jesús y su vicario terrenal? Es una imposibilidad psicológica. Por otra parte, independientemente de una carencia de principio, de una carencia moral de la doctrina de la vicaría, ningún ángel y con mayor motivo, ningún hombre no podría reemplazar, aún cuando no fuera que desde el punto de vista práctico, el Jefe Divino de la Iglesia. La Iglesia no pertenece solamente a la tierra, sino también al cielo, siendo llamada a "manifestar" en el cielo "las múltiples facetas de la sabiduría de Dios" (Ef. 3:10). En cuanto al hombre, no es sino "polvo y ceniza" (Gén. 18:27) y hasta sobre la tierra no es sino un huésped de paso, sujeto a cambios continuos. Tanto como brilla en él su "primera caridad" (Ap. 11:4), él se mantiene a la altura, pero tan luego como esta caridad comienza a no más recalentarlo, él baja de nuevo y se confunde con la multitud. Y si no se recuerda a tiempo "de dónde ha caido y no se arrepiente" (Ap. 2:5), él podrá ser vomitado de la boca de Cristo (Ap. 3:15-I7). Ni su dignidad eclesiástica, ni la antigua gloria de la cátedra que ocupaba, ni la celebridad (en el sentido eclesiástico) de la ciudad en que moraba no podrían preservar al pecador de tal suerte. "Entonces alegaréis a favor nuestro: Nosotros hemos comido y bebido Contigo y Tú predicaste en nuestras plazas." Mas El os repetirá: "No sé de donde sois, apartaos de mí todos vosotros, obradores de iniquidad" (Luc. 13:26-7). Y el mismo destino castiga a veces a pueblos enteros y ciudades. Los Judíos tenían su templo y Jerusalén a mucha honra, pero vino el tiempo en que oyeron: "Pues bien, nuestra casa va a quedar desierta" (Mat. 23:38) y donde no les quedará más que llorar su gloria pasada junto al "muro de lamentaciones." Pues en la práctica, todo grupo de hombres reunido, para servir eficazmente una causa común es habitualmente dirigido por una sola persona. Parece que la organización exterior de la Iglesia se ha desarrollado en ese sentido. Sus núcleos primordiales — los obispados — pequeños, por cierto, sin embargo plenamente independientes en el principio, se unieron poco a poco en diócesis, metrópolis, exarcados, etc. y constituyeron finalmente los cinco patriarcados al lado de los cuales se crearon otras organizaciones: las iglesias nacionales. A la cabeza de cada grupo de iglesias se halla obligatoriamente un obispo que los otros obispos del grupo "deben honrar como su jefe" y están obligados a no traer nada sin consultarle en todo lo que va más allá que su competencia (R. Ap.34). A lo que parece, no habría pues nada de inadmisible y nada de contrario a esta evolución histórica de la Iglesia en el hecho de que una sola persona presidiría algún día los destinos de la Iglesia ecuménica terrenal en calidad, supongámoslo, de Presidente del Concilio Ecuménico, de jefe de la jerarquía eclesiástica y no por supuesto, de vicario de Cristo. Ese Jefe podría ser eventualmente el obispo de una capital mundial. No sabemos si la evolución de la Iglesia concluirá por el establecimiento de una dirección personal. No insistiremos, tampoco, sobre el peligro que habría en concentrar el poder universal entre las manos de un solo hombre expuesto a toda suerte de tentaciones. Admitamos incluso que una dirección personal sea útil pare la Iglesia desde el punto de vista administrativo, pero no olvidemos las palabras divinas ya citadas: "Los pensamientos míos no son vuestros pensamientos, " etc. Dios conduce la Iglesia en una vía conocida y querida por El solo y esta vía no concuerda siempre con los razonamientos de la sabiduría humana. Sin haber entregado la Iglesia en manos de quienquiera que sea, el mismo Señor permanece a su cabeza hasta el final de los siglos. El ha enviado al mundo a los Apóstoles y luego a sus sucesores, Episcopado Ortodoxo, para predicar el Evangelio y dirigir a la feligresía. Los Apóstoles han ido para "anunciar la buena Nueva al mundo entero" sujetados, no por las relaciones jerárquicas donde la dominación que uno solo de entre ellos ejercería sobre los demás, sino por "la unión en el amor y el don unánime de ellos mismos a Cristo, Señor de todos" (Himno del Jueves Santo). Asimismo, mientras que ocupan cátedra de desigual importancia, los obispos reciben las mismas gracias y son sujetados con igualdad por "la unión en el amor" donde "la presunción del poder secular," no podría "introducirse" (3. R. Ecum. 8). La historia de la Iglesia ha encontrado una expresión admirable de ese principio fundamental de la organización eclesiástica (libertad de las iglesias y su colaboración en la concordia y la conservación de los mandamientos de Cristo), en un sistema armonioso de la administración eclesiástica: que los grupos de iglesias estuviesen presididas cada una por un jefe. Pero esta historia eclesiástica misma nos proporciona severas advertencias a fin de que no contemos demasiado con un sistema exterior. Basta con recordar los nombres de Nestorio, de Dióscoro y de sus semejantes que se encontraban bien a la cabeza de los patriarcados, o aún los papas romanos de la época posterior. Pueblos enteros, célebres antaño por su ortodoxia, glorificados por sus santos y sus mártires, y hoy día separados de la Iglesia, quedan como unos tristes monumentos de la imperfección humana del sistema, cualquiera que sea su sabiduría. Como institución divina y teniendo fines que son sublimes, la Iglesia no puede existir basándose únicamente sobre medios humanos y sobre la sabiduría humana. Es por ello que el Jefe Divino no priva a la Iglesia de su inmediata intervención. Así como enviaba en otros tiempos a Jueces y a Profetas para el antiguo Israel, asimismo envía a su Iglesia en momentos cruciales a hombres previstos de gracias excepcionales, podríase decir profetas, llenos de fe y de fuerza espiritual. Estos hombres, sin estar encargados de misión oficial, salen espontáneamente de la multitud y devienen los dirigentes de los otros. No obstante su papel de dirigentes no tiene ningún carácter oficial, no corresponde a ninguna función instituida por la Iglesia y su actividad no respeta siempre el marco administrativo. Como toda vocación de profeta, su acción es un empeño personal acondicionado por su propia iniciativa, por su celo para con Dios y la Iglesia de Dios. Siendo provisional y, para decirlo así, fortuito, esta actividad no implica ningún derecho administrativo y no da acceso a ninguna cátedra episcopal. Un sorprendente ejemplo a este respecto lo ha dado San Gregorio el Teólogo, uno de los principales adversarios de Macedonio y el restaurador de la Iglesia de Constantinopla, quien, empero, no había guardado la cátedra de Constantinopla una vez terminada la lucha. Al albor mismo de la historia eclesiástica cuando era preciso "confirmar a los hermanos" y asentar los fundamentos de las iglesias en varios países, fueron los Santos Apóstoles Pedro y Pablo quienes asumieron el papel preponderante: Pedro entre los Cristianos circuncisos y Pablo entre los incircuncisos (Gál. 2:7-8). Tal como nos lo enseñan los Hechos de los Apóstoles. San Pedro actuaba con el espíritu de iniciativa de un verdadero jefe. Sin embargo, eso no le había abierto el acceso al único puesto oficial que existía en la Iglesia a la sazón: la función de obispo de Jerusalén. Esta cátedra le cayó a Santiago, hermano del Señor. Y ello, notémoslo bien, entre los cristianos circuncisos. Asimismo, San Pablo nombraba a obispos y encargaba a sus discípulos de traer lo mismo sin haber ocupado él mismo una cátedra cualquiera de un modo permanente. Por el hecho de haber ocupado la cátedra de Jerusalén, Santiago, uno de los Setenta, había adquirido una cierta primacía de honor, o derecho de precedencia, incluso respecto de los Doce Apóstoles, este hecho está confirmado de una parte por la presidencia del Consejo Apostólico de la cual se encarga Santiago en presencia de los supremos Apóstoles San Pedro y San Pablo (Hech. 15:13-22) y de otra parte y con tanta más razón, por el reconocimiento de esta precedencia (incluso respecto de San Pedro) por toda la iglesia Ecuménica Primitiva. En la lista de las Epístolas Apostólicas, la epístola de Santiago es la que ocupa todo tiempo el primer lugar, mientras que las epístolas de San Pedro no vienen sino en segundo lugar. Un semejante orden de precedencia no habría podido mantenerse para siempre si la Iglesia Primitiva hubiese reconocido a San Pedro como su jefe terrenal y, con tanta más razón, como el vicario de Cristo. Jefes-Profetas han igualmente aparecido en la Iglesia en épocas posteriores: por ejemplo San Ireneo de Lyon y San Cipriano de Cartago. Durante los disturbios arrianos, fue San Atanasio Magno y los Dos Gregorios. San Cirilo de Alejandría dirigió la lucha contra los nestorianos; San León, papa de Roma, la lucha contra los monofisitas; y otros más en otras ocasiones. Es de señalar además que esos jefes no fueron necesariamente obispos de ciudades centrales importantes. Se cuenta entre ellos, por ejemplo, a Gregorio el Taumaturgo de Neocesarea, a Espiridón de Trymitonte, a Gregorio el Teólogo, obispo de la miserable Sasime, o también a Teodoro el Estudita y a Juan Damasceno quien no era obispo siquiera. Así pues, nuestra Santa Iglesia Ortodoxa, "implantada en el Oriente," dispersada en el mundo entero entre todos los pueblos, y alabando a la Santa Trinidad en todos los idiomas bajo la protección de su supremo y celestial Obispo y jefe, dirigida y amada por El gracias a los trabajos y labores de la santa cohorte de Apóstoles, Padres y Doctores iluminados por Dios, ha mantenido durante numerosos siglos hasta nuestros días, y mantendrá sin jefe ni director terrenal la Santa Fe Ortodoxa, legada por Cristo, y guía sin desfallecimiento a sus hijos hacia la eterna salvación. Tengamos fe que Cristo no privará a su Iglesia hasta el final de los siglos de su presencia divina y que en los días de sufrimiento mandará así como en el pasado para su viña a "unos dignos obreros y guardianes de la Casa de Dios" a fin de que ellos también, habiendo cumplido su obra, resplandezcan como astros en el coro luminoso de los Santos Padres, para los cuales la Iglesia glorifica a Cristo cuando canta: "Bendito sea Cristo nuestro Dios quien ha establecido a nuestros Padres como astros sobre la tierra y quien nos ha guiado por ellos hacia la verdadera fe." Sobre la Sucesión y la Infalibilidad del Papa. Monseñor Josef Schtrosmayer, Obispo de la Iglesia Católica Apostólica Romana Discurso que pronunció en el Concilio Ecuménico I de 1870 Nota: Monseñor Josef Schtrosmayer nació en 1815 en Croacia (Austria-Hungrla). Hijo de campesinos, terminó sus estudios en el seminario de Diakovo y los completó en la facultad de teología de Budapest, recibiendo el doctorado en filosofía a los 21 años. Luego de su consagración sacerdotal, ofició durante dos años en Petro-Vazadin. En 1840 marchó a Viena y se desempeñó allí en el máximo instituto de teología católica, "Augustinum," como docente, al igual que en el seminario de Diakovo. En 1841 pasa a ocupar las funciones de capellán de la corte imperial de Viena y prefecto del "Augustinum," simultáneamente con la cátedra de derecho canónico en la universidad de la metrópoli imperial austríaca. En 1849 monseñor Schtrosmayer fue designado obispo de Diakovo, donde sirvió durante 55 años, hasta su fallecimiento en 1905. Dominaba varios idiomas y era perfecto orador en latín clásico. El texto que sigue es el discurso que pronunció en el Concilio Ecuménico I, de 1870, bajo el pontificado de Pío IX. El obispo Dupanloup, de la diócesis de Orleáns, lo calificó "el mejor del Concilio." Monseñor Melhers, arzobispo de Colonia (Alemania), lo llamó "espléndido orador, que no tiene igual." En 1870 había en todo el mundo 917 obispos católicos romanos y solamente 443 votaron en favor del dogma de la infalibilidad papal. Esta minoría, inferior al 48 por ciento, estaba constituida principalmente por italianos. Desde el principio, en que recibí el derecho de coparticipar junto con Uds. en este Concilio, seguí atentamente todos los discursos pronunciados aquí, esperando con gran deseo que con el tiempo y sobre mí vendría del cielo el rayo de la luz divina, permitiéndome estar de acuerdo con la resolución de este Santo Concilio, en absoluta comprensión del problema. Con el hondo sentido de responsabilidad que estaré obligado a rendir ante Dios, empecé a estudiar las Sagradas Escrituras del Antiguo y del Nuevo Testamento y con la más seria dedicación buscaba en este preciocísimo tratado de la verdad si es cierto que quien aquí nos preside es el sucesor de San Pedro, Vicario de Jesucristo e infalible preceptor de la Iglesia. Para resolver estos importantísimos problemas he debido, con la luz del Evangelio, volver a los días cuando no existían ni ultramontanos ni galicanos, y cuando los preceptores de la Iglesia eran San Pablo, San Pedro, San Santiago (Jacobo) y San Juan, los guías a quienes nadie puede negar autoridad divina. De este modo, abrí la Santa Biblia, ¿y qué? ¿Qué es lo que me atrevo a decir? Que en las Escrituras no encontré nada, ni el más mínimo indicio de un Papa como sucesor de San Pedro y Vicario de Jesucristo, así como no encontré tampoco indicio de Mahoma, quien no existía aún en aquel tiempo. Así, después de la lectura de los Testamentos, que recibí de Dios con la máxima atención, no hallé ni un artículo ni una frase en la que Jesucristo otorgaba a San Pedro la primacía sobre otros apóstoles. Si Simón (hijo de Jonás) era lo que es, según nuestra creencia, ahora Su Santidad Pío IX, entonces es curioso cómo Dios no dijo "Cuando suba al trono de Mi Padre todos los apóstoles deberán obedecerte como a Mí me obedecen; Yo te entronizaré como Mi sucesor." Jesucristo no dijo nada de eso; por el contrario, cuando El prometía las cátedras o asientos a sus apóstoles, para juzgar a las doce tribus de Israel, nunca manifestó que la cátedra o el asiento de San Pedro sería superior a las de los demás (Mateo 19:28). Probablemente, si tal hubiera sido su deseo, lo habría dicho, pero Jesucristo calló. ¿Qué significa esto? Esto significa que Jesucristo no quería poner a San Pedro como su sucesor. Cuando El enviaba a sus apóstoles a propagar el Evangelio, a todos les dio igual poder de perdonar o atar los pecados y a todos por igual les prometió el Espíritu Santo (Juan 22:21- 23). Permitidme repetirlo: si Jesucristo hubiera querido hacer de San Pedro su sucesor, le hubiera entregado la superioridad sobre todos. Jesucristo, como rezan las Sagradas Escrituras, prohibió a San Pedro y a los demás apóstoles gobernar y tratar de hacerse superiores los unos sobre los otros, o imponerse sobre los fieles como hacen con su poder los monarcas paganos (Lucas 22:25). Si San Pedro fue elegido por Jesucristo como Papa, entonces hubiese dicho que éste tiene dos espadas, símbolo del poder religioso y del poder civil. Pensando en esto me extrañó lo siguiente: Si San Pedro fue elegido por Jesucristo como Papa, ¿de qué forma podrían los demás apóstoles ordenarle ir junto con San Juan a Samaría para propagar el Evangelio del Hijo de Dios (Hechos 8:14)? ¿Qué pensaríais, venerables hermanos, si en este momento nos fuese permitido enviar a Su Santidad Pío IX y a monseñor Plantic al Patriarca de Constantinopla para pedir que termine el cisma de Oriente? Esto es muy importante: en Jerusalén se reúne el primer Concilio (llamado apostólico) en el año 51; para resolver esta cuestión: ¿quién podía convocarlo? ¿Acaso San Pedro, si era el Papa? ¿Quién habría de presidirlo, San Pedro o su representante? ¿Quién debería redactar y transmitir al pueblo las resoluciones del Concilio? ¿San Pedro, tal vez? De hecho, no era así. San Pedro asistió al Concilio igual que los demás apóstoles, la reunión fue convocada por San Santiago (Jacobo) y las resoluciones se adoptaron en nombre de los Hermanos Mayores (Hechos 15). Ahora bien, ¿cómo actuamos nosotros en nuestra Iglesia? Cuanto más leemos las Sagradas Escrituras, venerables hermanos, tanto más nos aseguraremos de que el hijo de Jonás no se presenta como el primero entre todos. Pues bien, cuando nosotros enseñamos que la Iglesia está fundada sobre San Pedro, ignoramos que San Pablo, de cuya autoridad no podemos dudar, dice en su epístola a los Efesios que la Iglesia está fundada sobre los apóstoles y los profetas, teniendo como piedra fundamental a Jesucristo. Aquél mismo apóstol tampoco cree en la supremacía de San Pedro y critica a quienes dicen "nosotros somos de Pablo, nosotros de Apolo," del mismo modo que hoy se afirma "nosotros somos de Pedro." Si San Pedro hubiese sido el Vicario de Jesucristo, San Pablo no hubiera podido criticar a los discípulos del mismo San Pedro. Al nombrar a los miembros de la Iglesia, San Pablo menciona a los profetas, a los apóstoles, a los evangelistas, a los preceptores y a los sacerdotes. No podemos pensar, venerables hermanos, que San Pablo, el gran apóstol de las lenguas, se olvidó de mencionar como primero entre todos al Papa, si es que el patriarcado del Papa era de institución divina. Posiblemente hubiera escrito una larga epístola sobre este importantísimo asunto. No he encontrado ningún indicio sobre el poder del Papa en las epístolas de San Pablo, San Juan o San Santiago (Jacobo). San Lucas, historiador de los actos misioneros de los apóstoles, también calló sobre este importante asunto, y a mí este mutismo de los Santos Padres siempre me pareció incomprensible si de verdad San Pedro fue el primer Papa. Pero lo que me extrañó muchísimo más es que ni el mismo San Pedro dice nada sobre el particular. Si el apóstol era lo que nosotros afirmamos ahora, es decir el Vicario de Jesucristo en la tierra, probablemente lo hubiese sabido. Pero si lo sabía, ¿por qué no actuaba jamás como Papa? Pudo haberlo hecho en el día de Pentecostés, cuando pronunció su primer discurso, pero no actuó de esa manera. No se menciona así mismo como Papa ni en la primera ni en la segunda epístola dirigida a la Iglesia. Volvamos al principio. Dije que cuando vivían los apóstoles la Iglesia nunca pensó que debía tener un Papa. Si nosotros demostrásemos lo contrario, deberemos arrojar al fuego las Sagradas Escrituras e ignorarlas para siempre. Sin embargo, escucho que se dice: ¿no estuvo San Pedro en Roma? ¿No fue crucificado en Roma con la cabeza para abajo? ¿No es en esta Ciudad Eterna donde se encuentra la Cátedra de Pedro y donde se oficia la misa divina? Venerables hermanos, la presencia de San Pedro en Roma se basa en la Sagrada Tradición, pero aun siendo obispo de Roma, ello no resuelve la cuestión de su primacía sobre los apóstoles. Más todavía: no pudiendo hallar ningún indicio del Papado en tiempo de los apóstoles, decidí procurarlo en la historia de la Iglesia. Sinceramente, busqué al Papa en los primeros cuatro siglos y no lo encontré. Confío en que nadie dude sobre la gran autoridad del santo obispo de Hipona, el grande y bienaventurado Agustín. Este beatífico preceptor, honor y gloria de la Iglesia Católica Romana, era secretario del Concilio de Hipona. Entre las resoluciones de esta estimable reunión encontramos las siguientes palabras: "Quien quiere apelar a los que se encuentran del otro lado del mar no será admitido en las parroquias de África." Resulta obvio que los obispos de África tampoco reconocían al obispo de Roma como primero entre sus pares, e incluso amenazaban con excomunión a quienes apelaban a él como autoridad suprema. También los obispos, en el sexto concilio de Cartago, presidido por San Aurelio, dictaminaron que Celestino, obispo de Roma, no debía recibir apelaciones de obispos africanos ni de sus secretarios ni de laicos, así como que tampoco debía enviar a sus legados y plenipotenciarios... El hecho de que el patriarca de Roma intentaba desde los primeros siglos acumular un poder totalitario, es una realidad indiscutible, pero carecía del primado que le dan los ultramontanos. Si tenía un poder totalitario, ¿cómo entonces los obispos de África y el bienaventurado Agustín, el primero entre ellos, podían prohibir las apelaciones a su alto tribunal? Sin dificultad reconozco que el Papa romano ocupó el primer puesto entre todos. En una ley de Justiniano se expresa: "según las resoluciones de cuatro concilios, nosotros ordenamos que el Santo Padre de la antigua Roma sea el primero, y que el Santo Obispo de Constantinopla, Nueva Roma, sea el segundo." Entonces, dirán Uds., inclínate ante la supremacía del Papa. No seáis tan veloces, venerables hermanos, en interpretar que las resoluciones de la ley de Justiniano favorecen al Papa: primacía es una cosa, y poder de jurisdicción es otra muy distinta. Imaginemos, por ejemplo, que en Florencia se convoca a un concilio de todos los obispos romanos. La primacía sería acordada, naturalmente, al obispo de Florencia, del mismo modo que entre los orientales se le da al patriarca de Constantinopla y en Inglaterra al arzobispo de Canterbury. Pero ni uno ni otro, ni el tercero según su posición, ejercerán la primacía sobre sus hermanos. La importancia del obispo de Roma no procede de un poder divino sino por la importancia de Roma como capital del Imperio de Occidente. Ya he dicho que desde los primeros siglos el patriarca de Roma trataba de reunir el dominio ecuménico sobre la Iglesia. Desgraciadamente, casi lo alcanzó pero no llegó a completarlo porque el emperador Teodosio II impuso por ley que el patriarca de Constantinopla tendría el mismo poder que el de Roma. Los Padres del concilio de Calcedonia resolvieron que los obispos de la Nueva Roma (Constantinopla) y de la antigua Roma tuvieran los mismos poderes en todo sobre las Iglesias. El cuarto concilio de Cártago prohibió a todos los obispos recibir el título de Príncipe de los Obispos u Obispo Supremo. Acerca del título de "obispo ecuménico" con que más tarde se designarían a si mismos los Papas, dijo San Gregorio I, admonizando a sus sucesores, que ninguno de ellos desease recibir este "deshonesto nombre, porque cuando un patriarca se titula ecuménico, entonces su título no merece ser creído; así pues, absténganse los cristianos de este título que siembra la desconfianza entre sus hermanos." Podría presentar centenares de testimonios tan autorizados como estos, mostrándonos, más claramente que la luz del sol en el mediodía, que los primeros obispos de Roma nunca fueron reconocidos como obispos ecuménicos y cabezas de todas las Iglesias. De otro lado, ¿quién no sabe que desde el año 325 (primer concilio de Nícea) hasta el año 580 (segundo concilio de Constantinopla) sobre más de 1109 obispos presentes no más de 19 eran de Occidente? Los concilios eran convocados por los emperadores, sin conocimiento y a veces contra la voluntad del obispo de Roma. Seguidamente voy a pasar a la prueba fuerte que vosotros aceptái
No,
El papa no es exaltado Igual a Dios NUNCA, el llamarlo santo padre, no es confundirlo con el Padre Infinito y Misericordios, jamás la Iglesia a proclamado tal aberración, El Papa posee un ministerio único que Cristo estableció en Pedro y no así en el resto de los apóstoles, como mal intentan interpretar los Cismáticos, Dicho ministerio está muy claro y evidente en las Sagradas Escrituras y en los escritos de los Santos Padres Griegos de la Iglesia, mire:
La Sagrada Escritura
Mateo 10,2-4
2 Los nombres de los doce Apóstoles son éstos: primero Simón,
llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano
Juan;
3 Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de
Alfeo y Tadeo;
4 Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el mismo que le entregó.
Mateo 16,15-19
15 Díceles él: «Y vosotros ¿quién decís que soy yo?»
16 Simón Pedro contestó: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo.»
17 Replicando Jesús le dijo: «Bienaventurado eres Simón, hijo de
Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que
está en los cielos.
18 Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra
edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.
19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la
tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará
desatado en los cielos.»
Lucas 22, 31-32
31 «¡Simón, Simón! Mira que Satanás ha solicitado el poder cribaros
como trigo;
32 pero yo he rogado por ti, para que tu fe no desfallezca. Y tú,
cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos.»
Juan 1,42
42 Y le llevó donde Jesús. Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: «Tú
eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas» - que quiere decir,
“Piedra”.
Juan 21, 15-17
15 Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: «Simón de
Juan, ¿me amas más que éstos?» Le dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te
quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis corderos.»
16 Vuelve a decirle por segunda vez: «Simón de Juan, ¿me amas?» Le
dice él: «Sí, Señor, tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús: «Apacienta mis
ovejas.»
17 Le dice por tercera vez: «Simón de Juan, ¿me quieres?» Se
entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: «¿Me quieres?» y le
dijo: «Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero.» Le dice Jesús:
«Apacienta mis ovejas.
San Pedro se fue a la apacentar de primera mano la Iglesia de Roma:
1 Pedro 5,13
13 Os saluda la que está en Babilonia, elegida como vosotros, así
como mi hijo Marcos.
La Sagrada Escritura clarifica a que se refiere el término Llaves del Reino:
Isaías 22, 22-25
22 Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; abrirá, y
nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá.
23 Le hincaré como clavija en lugar seguro, y será trono de gloria para
la casa de su padre.
24 Colgarán allí todo lo de valor de la casa de su padre - sus
descendientes y su posteridad -, todo el ajuar menudo, todas las tazas y
cántaros.
25 Aquel día - oráculo de Yahveh Sebaot - se removerá la clavija
hincada en sitio seguro, cederá y caerá, y se hará añicos el peso que
sostenía, porque Yahveh ha hablado.
El Ministerio de San Pedro es el ministerio de quien tiene a su cargo la casa del dueño para velar por ella, el tiene la responsabilidad máxima al cuidado de las ovejas del Señor. Su misión es apacentarlas y confirmarlas en la fe en Jesucristo Nuestro Señor.
Los Padres Griegos de la Iglesia Católica
1) St. John Chrysostom:
1) And why, then, passing by the others, does He converse with Peter on these things? (John 21:15). He was the chosen one of the Apostles, and the mouth of the disciples, and the leader of the choir. On this account, Paul also went up on a time to see him rather than the others (Galatians 1:18). And withal, to show him that he must thenceforward have confidence, as the denial was done away with, He puts into his hands the presidency over the brethren. And He brings not forward the denial, nor reproches him with what had past, but says, 'If you love me, preside over the brethren ...and the third time He gives him the same injunction, showing what a price He sets the presidency over His own sheep. And if one should say, 'How then did James receive the throne of Jerusalem?,' this I would answer that He appointed this man (Peter) teacher, not of that throne, but of the whole world. (Chrysostom, In Joan. Hom. 1xxxviii. n. 1, tom. viii)
San Juan Crisóstomo (347 -407), Patriarca de Constantinopla, Padre de la Iglesia.
1)¿Y porqué, entonces, pasando a otros, conversó Él con Pedro sobre estas cosas? (Juan 21,15). El fue el Escogido de los Apóstoles, y la boca de los discípulos, y el líder del coro. A cuenta de esto, Pablo también fue arriba una ocasión a verlo antes que a otros (Gal 1,18). Y con ello, mostrarle que él desde entonces debía tenerle confianza, tal como la negación fue hecha lejos, Él puso en sus manos la presidencia sobre el rebaño. Y Él (Jesús) no le recordó la negación, ni lo reprochó con lo que había pasado, mas dice " Si tu me amas, apacienta mi rebaño...y la tercera vez que Él le da el mismo mandato, mostrando a que precio Él establecería la presidencia sobre su propio rebaño. Y si uno dijera, "¿Como entonces Santiago recibió el trono de Jerusalén?" Esto contestaría yo que él apuntó a este hombre (Pedro) maestro, no de ese trono, sino de el mundo entero. (San Juan Crisóstomo, Sobre Juan. Homilía 1 xxxviii n. 1, tomo viii)
2) John Cassian, Monk (c. 430)
That great man, the disciple of disciples, that master among masters, who wielding the government of the Roman Church possessed the principle authority in faith and in priesthood. Tell us, therefore, we beg of you, Peter, prince of Apostles, tell us how the Churches must believe in God (Cassian, Contra Nestorium, III, 12, CSEL, vol. 17, p. 276).
San Juan Casiano monje
Aquel gran hombre , el discípulo de discípulos, que enseñó entre los maestros, quien ejerció el gobierno de la Iglesia de Roma poseyó la autoridad principales fe y en sacerdocio. Dinos, entonces, nosotros te suplicamos, Pedro, Príncipe de los Apóstoles, dinos como las Iglesias deben creer en Dios (Casiano, Contra Nestorio, III, 12, CSEL, vol 17, p 276).
3) Emperor Justinian (520-533)
Writing to the Pope:
Yielding honor to the Apostolic See and to Your Holiness, and honoring your Holiness, as one ought to honor a father, we have hastened to subject all the priests of the whole Eastern district, and to unite them to the See of your Holiness, for we do not allow of any point, however manifest and indisputable it be, which relates to the state of the Churches, not being brought to the cognizance of your Holiness, since you are the Head of all the holy Churches. (Justinian Epist. ad. Pap. Joan. ii. Cod. Justin. lib. I. tit. 1).
Emperador Justiniano (520 – 533) (emperador del Imperio Bizantino con sede en Constantinopla)
Escribiendo al Papa:
Rindiendo honor a la Sede Apostólica y a Su Santidad, y honrando sus Santidades, como uno debe honrar un padre, nosotros hemos adelantado a sujetar todos los presbíteros de todo el distrito Este, y a unirlos a la sede de su santidad, porque nosotros no permitimos en cualquier punto, sin embargo sea manifiesto o indisputable, que se relacione al estado de las Iglesias, no siendo traído al conocimiento de Su Santidad, porque usted es la cabeza de todas las santas Iglesias. (Justiniano Epistola al Papa Juan II. Cod. Justin. Lib. I. tit. 1)
4) St. Nicephorus, Patriarch of Constantinople (758-828)
Without whom (the Romans presiding in the seventh Council) a doctrine brought forward in the Church could not, even though confirmed by canonical decrees and by ecclesiastical usuage, ever obtain full approval or currency. For it is they (the Popes of Rome) who have had assigned to them the rule in sacred things, and who have received into their hands the dignity of headship among the Apostles. (Nicephorus, Niceph. Cpl. pro. s. imag. c 25 [Mai N. Bibl. pp. ii. 30]).
San Nicéforo, Patriarca de Constantinopla (758-828)
Sin quienes (los Romanos presidiendo en el séptimo concilio) un doctrina traída adelante en la Iglesia no puede, aún cuando confirmada por decretos canónicos y por uso eclesial, en cualquier caso obtener completa aprobación o uso. Porque esto es de ellos (los Papas de Roma) quienes han tenido asignada para ellos la regla en cosas sagradas, y quienes han recibido en sus manos la dignidad de encabezar entre los Apóstoles. (Nicéforo, Nicef. Cpl. Pro. S. imag. C 25 [Mai N. Bibli. pp. ii. 30])
5) St. Maximus the Confessor (c. 650)
A celebrated theologian and a native of Constantinople
The extremities of the earth, and everyone in every part of it who purely and rightly confess the Lord, look directly towards the Most Holy Roman Church and her confession and faith, as to a sun of unfailing light awaiting from her the brilliant radiance of the sacred dogmas of our Fathers, according to that which the inspired and holy Councils have stainlessly and piously decreed. For, from the descent of the Incarnate Word amongst us, all the churches in every part of the world have held the greatest Church alone to be their base and foundation, seeing that, according to the promise of Christ Our Savior, the gates of hell will never prevail against her, that she has the keys of the orthodox confession and right faith in Him, that she opens the true and exclusive religion to such men as approach with piety, and she shuts up and locks every heretical mouth which speaks against the Most High. (Maximus, Opuscula theologica et polemica, Migne, Patr. Graec. vol. 90)
San Máximo el Confesor (c 650)
Un celebre teólogo y nativo de Constantinopla.
Las extremidades del mundo, y todos en cada parte de este quien puramente y rectamente confiesa al Señor, mire directamente hacia la Más Santa Iglesia Romana y su confesión y fe, como a un sol de luz infalible esperando de ella la radiación brillante de los dogmas sagrados de nuestro Padres, de acuerdo a esa que los inspirados y santos concilios han impecablemente y piadosamente decretado. Porque, de la descendencia de la Palabra encarnada entre nosotros, todas las Iglesias en todas partes de el mundo han sostenido la máxima Iglesia sola para ser su base y fundamento, viendo eso, de acuerdo a la promesa de Cristo Nuestro Salvador, las Puertas del Infierno nunca prevalecerán contra ella, que ella tiene las llaves de la Confesión Ortodoxa y fe recta en Él, que ella abre la verdadera y exclusiva religión a tales hombres como se aproximen con piedad, y ella calla y cierra toda boca herética que hable contra el Altísimo. (Maximus, Opuscula theologica et polemica, migne, Patr. Graec. Vol. 90)
How much more in the case of the clergy and Church of the Romans, which from old until now presides over all the churches which are under the sun? Having surely received this canonically, as well as from councils and the apostles, as from the princes of the latter (Peter and Paul), and being numbered in their company, she is subject to no writings or issues in synodical documents, on account of the eminence of her pontificate .....even as in all these things all are equally subject to her (the Church of Rome) according to sacerodotal law. And so when, without fear, but with all holy and becoming confidence, those ministers (the popes) are of the truly firm and immovable rock, that is of the most great and Apostolic Church of Rome. (Maximus, in J.B. Mansi, ed. Amplissima Collectio Conciliorum, vol. 10)
¿Cuanto más en el caso del clero y la Iglesia de los Romanos, que desde antiguo hasta hoy preside sobre todas las Iglesias que están bajo el sol? Habiendo recibido seguramente esta canónicamente, tanto de concilios y de los Apóstoles, como de los príncipes más recientes (Pedro y Pablo), y siendo numerada en su compañía, ella esta sujeta a ningún escrito o caso en documentos sinodales, por cuenta de la enminencia de su pontificado… incluso como en todas estas cosas todos son igualmente sujetos a ella (la Iglesia de Roma) según la ley sacerdotal. Y si cuando, sin miedo, pero con todo santa y venida confidencia, esos ministros (los papas) son de la verdadera firme e inmovible roca, que es de la más grande y Apostólica Iglesia de Roma. (Maximo, en J.B. Mansi, ed. Amplissima Collectio Conciliorum, vol. 10)
If the Roman See recognizes Pyrrhus to be not only a reprobate but a heretic, it is certainly plain that everyone who anathematizes those who have rejected Pyrrhus also anathematizes the See of Rome, that is, he anathematizes the Catholic Church. I need hardly add that he excommunicates himself also, if indeed he is in communion with the Roman See and the Catholic Church of God ...Let him hasten before all things to satisfy the Roman See, for if it is satisfied, all will agree in calling him pious and orthodox. For he only speaks in vain who thinks he ought to pursuade or entrap persons like myself, and does not satisfy and implore the blessed Pope of the most holy Catholic Church of the Romans, that is, the Apostolic See, which is from the incarnate of the Son of God Himself, and also all the holy synods, according to the holy canons and definitions has received universal and surpreme dominion, authority, and power of binding and loosing over all the holy churches of God throughout the whole world. (Maximus, Letter to Peter, in Mansi x, 692).
Si la Sede Romana reconoce a Pyrrhus para ser no solo reprobable sino herético, esto es ciertamente claro que todo quien anatemiza a esos que han rechazado a Pyrrus también anatemiza a la Sede de Roma, esto es, ese anatemiza la Iglesia Católica. Yo fuertemente necesito adicionar que ese también se anatemiza así mismo, se en efecto ese esta en comunión con la Sede Romanay la Iglesia Católica de Dios … Déjenlo apresurarse ante todas las cosas para satisfacer la Sede Romana, porque si esta es satisfecha, todos estarán de acuerdo en llamarlo piadoso y ortodoxo. Porque ese solo habla en vano a quien piensa que el debería persuadir o entrampar personas como a mi mismo, y no satisface e implora al Bentito Papa de la más Santa Iglesia Católica de los Romanos, esto es, la Sede Apostólica, la cual procede del mismo Hijo de Dios encarnado, y tambien todos los santos sínodos, de acuerdo a los santos canones y definiciones ha recibido dominio universal y supremo, autoridad, y poder de atar y desatar sobre todas las santas Iglesias de Dios alo ancho del mundo entero. (Maximus, Letter to Peter, in Mansi x, 692).
Como puedes comprobar, la Iglesia Católica es la que tiene su Sede en Roma. y solo a ella se refiere la potestad que ha sido entregada a San Pedro por Dios en persona. San Juan Crisóstomo uno de los padres de la Iglesia de Grecia, escribió muchas cartas y homilías, y aún en el exilio de su sede patriarcal, el reconoce al patriarca de Roma como el que tiene la recta fe.
También podemos decir respecto al filioque, que El Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo en tanto que es el Hijo quien nos manda el Espíritu Santo del Padre. No se trata pues de hacer del Espíritu Santo una persona falsamente inferior al Padre y al Hijo, sino de entender que el Hijo, Hombre verdadero es también Dios verdadero con el Padre y el Santo Espíritu.
El Papa Juan Pablo II y el Papa Benedicto XVI ya han recitado el Creo Niceno Constantinopolitano en su texto griego sin el Filioque acompañados del Patriarca Bartolomé I, de manera que no se pueden escudar en esa clausula para impedir que el Espíritu Santo reúna lo que jamás debió dividirse.
A la luz de la actualidad, es muy triste ver que Moscú está reclamando el derecho a la Primacía sobre los patriarcados de Constantinopla, Antioquia y Jerusalén, basándose en el mismo falso argumento que se basó la Iglesia de Constantinopla para denostar a Roma. El poder mundano.
Esperemos que las Iglesia camine con pasos firmes para que ortodoxos y católicos nos reencontremos. Y nos comprendamos y nos unamos nuevamente, dejando de lado patriotismos falsos, divisivos y dolorosos.