A la intensidad de su vida, el alcance de su enseñanza y la trascendencia de su muerte, Jesucristo añadía la profundidad de sus sentimientos. En diversas ocasiones había exteriorizado las emociones que embargaban su alma:
“¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados! ¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta a sus polluelos debajo de las alas, y no quisiste!” Mateo 23: 37 (Valera).
Especialmente sensible se mostró con sus discípulos con quienes compartió momentos emotivos. Una de esas ocasiones tuvo lugar poco antes de su muerte. Era la Pascua judía y, cumpliendo con lo estipulado en la ley, reunió a sus discípulos en la intimidad de aquel aposento alto:
Y les dijo :¡Cuánto he deseado comer con vosotros esta pascua antes que padezca! Lucas 22: 15 (Valera).
Aquella era una ocasión especial, poco antes de llevar a término el sacrificio expiatorio por el pecado. Se aceleraban unos acontecimientos dramáticos para él, pero en beneficio de sus discípulos y de toda la humanidad. Habían de entender la importancia de los hechos que se avecinaban, que cambiarían de manera drástica la historia, el status y la relación del pueblo de Dios que entraría en poco tiempo en el Nuevo Pacto. Esa última “comida de la pascua con ellos” iba, además, a dar paso a la institución de una celebración diferente, algo a “realizar” periódicamente en memoria de su muerte en sacrificio de rescate para la humanidad. Eran las palabras solemnes de su despedida y también de su legado, de ahí la importancia que tienen para todos nosotros.
Mateo describe los detalles para esa celebración (Mateo 26: 17-29). Como punto culminante recoge estas palabras de Jesucristo:
Y mientras comían, tomó Jesús el pan, y bendijo, y lo partió, y dio a sus discípulos, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo. Y, tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada para remisión de los pecados. Mateo 26: 26-28 (Valera).
Lucas añade estas otras palabras:
Haced esto en memoria de mí. Lucas 22: 19 (Valera).
Este era el testamento del Maestro: que comieran del pan y bebieran del vino que, respectivamente, representaban su carne inmolada y su sangre derramada por todos. Lo habían de hacer en memoria de él. De esta manera quedó instituida la celebración de la Cena del Señor en memoria suya. Había una enseñanza, algo fundamental que entender, no se trataba de una ocasión para comer y beber cualquiera, sino que debía discernirse el profundo significado envuelto en esa celebración. Las palabras de Jesucristo que acompañaron debidamente a la descripción de aquel acto quedaron para sus discípulos y para todos los cristianos como registro solemne para guía e instrucción de lo que representa ese acto y la manera en que se ha de llevar a cabo.
Con el tiempo algunos necesitaron ese recordatorio, porque no estaban haciendo eso con el espíritu con el que se estableció tal celebración en recuerdo del acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad desde el punto de vista de la salvación. Así Pablo, con ánimo de rectificar algunos hábitos no deseables que se estaban implantando entre los Corintios, tuvo también que restablecer entre ellos la manera apropiada de conducirse en la conmemoración de la cena en memoria de la muerte del Señor (1 Corintios 11: 17-29):
Al haceros estas recomendaciones, no puedo alabaros; porque os reunís, no para provecho, sino para daño vuestro. Efectivamente, he oído decir en primer lugar que, al congregaros en asamblea, se forman entre vosotros grupos aparte; y en parte lo creo. Realmente, conviene que haya entre vosotros escisiones, para que se descubran entre vosotros los de probada virtud. Así pues, cuando os congregáis en común, eso no es comer la Cena del Señor; pues cada cual se adelanta a comer su propia cena: y hay quien pasa hambre y hay quien se embriaga. 1 Corintios 11: 17-21 (Nuevo Testamento. Versión Ecuménica).
Pablo hace una descripción de cómo aquellos Corintios llevaban a cabo la celebración de la Cena del Señor. Cuando se reunían para la ocasión estaban divididos y llevaban a cabo el recordatorio de la muerte del Señor sin el respeto debido y sin el entendimiento necesario. Se puede comprender que un grupo grande de Cristianos se reúna en el campo en un día festivo para disfrutar, entre otras cosas, de una comida fuera de casa y que, al hacerlo se haga en grupos separados aportando cada uno su propia comida o compartiéndola con los demás, sin un horario fijado para que cada uno comience su ágape, tal como corresponde a un día para expansión. Eso es espontáneo y, por la naturaleza informal e intrascendente de la ocasión, nadie ha de vigilar lo que hace o deja de hacer su compañero. Sin embargo, practicar eso mismo en el momento de celebrar en común la Cena del Señor es improcedente. Supone falta de entendimiento de lo que ese acto representa. Por eso Pablo les reprochó a los Corintios:
¿Es que no tenéis casas para comer y beber? ¿O tenéis en tan poco las asambleas de Dios, que avergonzáis a los que no tienen? ¿Qué queréis que os diga? ¿Que os alabe? En esto no puedo alabaros. 1 Corintios 11: 22 (Nuevo Testamento. Versión Ecuménica).
Inmediatamente Pablo intenta restablecer la cordura y la dignidad para ese acto:
Yo recibí una tradición procedente del Señor, que a mi vez os he transmitido; y es ésta: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan; y, recitando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros; haced esto en memoria de mí». Lo mismo hizo con la copa, después de haber cenado, diciendo: «Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cada vez que bebáis, haced esto en memoria de mí. Porque cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis anunciando la muerte del Señor, hasta que venga». 1 Corintios 11: 23-26 (Nuevo Testamento. Versión Ecuménica)
Pablo instruye a los cristianos de Corinto para que de verdad entiendan lo que es la esencia de esa celebración, despojándola de cualquier semejanza a una comida cualquiera, ya que había elementos que no estaban presentes en las comidas habituales:
· El pan para esa ocasión representa el cuerpo de Cristo.
· La copa de vino representa el Nuevo Pacto o Alianza, la sangre del Nuevo Pacto, en las palabras del Señor, recogidas por Mateo y Lucas.
· La comida en sí era en memoria del Señor.
· Ese acto constituye una proclamación pública de la muerte del Señor hasta su regreso.
· Por tanto, así como se recuerda su muerte, se estimula la esperanza y el anhelo por su Venida.
Cuando Jesucristo dijo “haced esto en memoria mía” ¿Qué estaba diciendo en realidad? Invitaba a hacer ¿Qué cosa?. Como hemos recogido antes, sus palabras fueron éstas:
Tomad, comed; esto es mi cuerpo… Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre del nuevo Pacto…
Según Marcos, “todos bebieron” de la copa (Marcos 14: 23). Comer del pan, beber de la copa, esa era la instrucción inequívoca. Eso es lo que recoge Pablo y lo transmite a los corintios. Por tanto, participar de esos símbolos, comiendo y bebiendo de los mismos con el entendimiento de lo que ellos representan es fundamental. Pablo les añade las siguientes palabras:
Porque cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis anunciando la muerte del Señor, hasta que venga.
Comer del pan y beber del vino para la ocasión era tanto como anunciar la muerte del Señor en tanto El no regresara, siendo así una manifestación de la esperanza expectante del cristiano, la Venida del Amo. Todo eso estaba envuelto. Jesús hizo entrega “real” de su carne y de su sangre. Para recordar eso adecuadamente era necesario una participación “real” de los símbolos que representan esas cosas, el pan y el vino. Los Corintios necesitaron de ese recordatorio de Pablo para que acudieran dignamente a conmemorar la muerte del Señor, proclamando los beneficios de su muerte, representada en el pan y en el vino, hasta el regreso de su Señor en la Parousía. Por tanto habían de estar alerta a estas cosas:
Por lo tanto, el que coma del pan o beba de la copa del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo, y así coma del pan y beba de la copa; porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena. 1 Corintios 11: 27-29 (Nuevo Testamento. Versión Ecuménica).
Lo que estaba tratando de corregir Pablo en los Corintios no era otra cosa, sino que distinguieran el valor de aquellos símbolos en esa ocasión particular y que se acercaran con la limpieza espiritual que a ello corresponde. No que examinaran si pertenecían a una “clase” especial de cristianos con quienes supuestamente se había hecho un “pacto en exclusiva” para un reino, sino si discernían o no el Cuerpo, el cuerpo de Cristo con su carne y su sangre inmoladas en sacrificio de rescate. Teniendo eso claro en su mente y en su corazón, podían y debían comer del pan y beber del vino en memoria de su Señor. El examen individual previo impediría la formación de grupos, la división entre los cristianos en un acto de tal significado. De esa manera se adquiere conciencia de la grandeza del acto y se le da la reverencia que merece.
La Atalaya del 15 de Febrero de 1998 invita a la asistencia a la conmemoración de la muerte del Señor, haciendo una explicación breve de su concepción de ese acto dentro del subtema ¿Estará Presente? En la página 22 dice así:
… Los pocos ungidos que quedan tomarán del pan sin levadura, que representa el cuerpo humano sin pecado de Jesús, y el vino tinto sin encabezar, que significa su sangre derramada en sacrificio. Solo deben participar los cristianos engendrados por espíritu, pues únicamente ellos están en el nuevo pacto y en el Pacto para el Reino, y tienen el testimonio innegable del espíritu de Dios de que abrigan la esperanza celestial. Millones de otras personas estarán presentes como observadores respetuosos que agradecen el amor que Dios y Cristo mostraron al ofrecer el rescate que hace posible la vida eterna (Romanos 6: 23). Párrafo 16 (Subrayado nuestro).
¿En dónde se dice que una “clase” de cristianos engendrados por espíritu han de participar del pan y del vino, mientras los demás han de limitarse a “observar”? ¿Lo dijo Jesucristo? No, en ninguna parte. Tampoco Pablo, quien recogió lo que el Maestro había transmitido, enseñó semejante cosa. Todos los cristianos son “cristianos engendrados por espíritu”, ya que nacen a una vida espiritual, no dependiente de “carne y sangre”, sino de Dios. Además todos entran en el Nuevo Pacto, que es el Pacto para un Reino. No me extiendo más en este tema, ya que lo considero suficientemente tratado en artículos anteriores. Quizá el problema para quienes se creen pertenecientes a una clase distinta a los demás esté más en el campo de la psiquiatría (si de verdad se lo creen, mediante todo ese supuesto proceso que explican) que en deducciones lógicas de un estudio concienzudo de la Palabra de Dios.
No pocas veces se han oído cosas ridículas en conversaciones con respecto al tema. Pero no solo conversaciones entre los testigos, sino que la misma Atalaya ha llegado a considerar unos extremos ciertamente extravagantes. La Atalaya del 1 de Abril de 1962 páginas 199-200, después de introducir una serie de preguntas para determinar la propia pertenencia a la “clase ungida”, continúa con estas otras:
Si es usted casado y su esposa no está en este pacto para el Reino, debe preguntarse usted: ¿Estoy preparado para morir estando consciente de que la dejo para nunca jamás unirme a ella otra vez en la Tierra, sino para unirme a Jesucristo y dejarla a ella sobre la Tierra? O si usted es una esposa y madre debe preguntarse: ¿Estoy preparada para dejar atrás a mis hijos y jamás servirles ya de madre y jamás asociarme con ellos a través de toda la eternidad? ¿El que yo sea de la novia de Cristo está antes de que yo sea esposa de un marido sobre la Tierra? ¿Quiero estar con Jesús más que con ese hombre amado, y estar con él por toda la eternidad?
Estas son algunas de las cosas en las cuales pensar para saber lo que hacemos, para saber cuál será nuestro destino. Entonces estaremos seguros de cuál proceder debemos adoptar en la cena del Señor, si debemos participar del pan y del vino o no.
Vistas de esa manera las cosas, más bien parece que a los “privilegiados ungidos” los lleven al matadero. Es muy difícil ante tamañas necedades entender la visión del Reino de Dios que pueda ser concebida en una cabeza humana, mayor surrealismo imposible. ¿Cómo imaginar a Pablo explicando esas insensateces a los corintios? O ¿Cómo concebir que Jesucristo pusiera esas perspectivas ante sus discípulos?
Jesucristo instituyó esa celebración en conmemoración de su muerte con unas palabras muy claras y que vuelvo a repetir: Comed… Bebed todos. Fue una institución para participar. ¿Qué sentido tiene partir pan para que nadie tome de él o verter vino en una copa para que nadie lo beba?
Dada la enseñanza sobre ese acontecimiento que Cristo transmitió a sus discípulos, los primeros con quienes compartió la primera celebración, y que Pablo recordó a los cristianos de Corinto, y teniendo en cuenta “los pocos ungidos” que quedan, tal como afirma La Atalaya, resulta que no hay ni siquiera un ungido por congregación, lo que significa que en la inmensa mayoría de las reuniones celebradas entre los Testigos de Jehová para recordar la muerte del Señor únicamente hay personas que no van a participar del pan y del vino.
Eso significa, como dice La Atalaya, que millones asisten como “observadores”. ¿Observadores de qué? Siendo la intención de Jesucristo de que sus seguidores se reunieran en esa ocasión para “comer” del pan y “beber” del vino, es decir, para “participar”, ¿Qué sentido tiene observar cómo se pasea el pan y el vino de un extremo al otro del salón para que nadie participe de ellos? ¿Qué clase de celebración es esa cuando hay total ausencia de lo fundamental, comer del pan y beber del vino para conmemorar la muerte del Señor? Jesús había enseñado:
En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene la vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Juan 6: 53-54 (BJ).
Siendo eso la base para la Vida, es lógico que Jesucristo en el momento cumbre de su vida transmitiera y dejara para sus seguidores un acto en el que recordar ese hecho trascendental, en el que la participación de los emblemas que simbolizan esas verdades es lo verdaderamente importante.
Después de atribuir a situaciones emocionales, creencias anteriores, etc. como factores que pudieran hacer que una persona pudiera sentirse impulsada a “participar” de los emblemas, La Atalaya del 15 de Febrero de 1998 pasa a decir:
Pero todos debemos recordar que las Escrituras no nos mandan tomar los emblemas de la Conmemoración para poner de manifiesto nuestra gratitud por el sacrificio de rescate de Cristo. Página 22, párrafo 17 (subrayado nuestro).
¿En dónde dice o sugiere semejante cosa la Escritura? Básicamente estamos considerando todo lo que dice la Biblia al respecto y lo único que encontramos es invitación a “comer” del pan y “beber” del vino. Las palabras de Pablo son, entre otras:
Porque cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis anunciando la muerte del Señor, hasta que venga.
“Cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa…” ¿Se puede ser más explícito? ¿Cómo se puede hacer eso, anunciar la muerte del Señor, de otra manera que no sea la que Pablo mismo expresa, a saber, participando del pan y del vino?. El caso no es el que muestra La Atalaya al referirse a las motivaciones de otras personas para participar de los emblemas, sino todo lo contrario. Son ellos quienes han alterado la situación para sus adeptos. De hecho, los testigos de Jehová no están enseñados para actuar de acuerdo a conocimiento o entendimiento de la Escritura, sino de acuerdo a lo que sus líderes deciden. No hacerlo así, lleva inevitablemente a problemas dentro de la organización. La realidad no es que los propios testigos de Jehová se sientan o no pertenecientes a uno u otro grupo que caprichosamente han creado dentro del cristianismo, sino que actúan de acuerdo al fuerte adoctrinamiento que reciben del mal llamado “esclavo fiel y discreto”, en especial de los dirigentes de las oficinas centrales en Brooklyn.
Fiel reflejo de la personalidad de este grupo integrista que conforma el “Cuerpo Gobernante” es la escrupulosa observancia de detalles insignificantes, como el día y la hora exactos del momento en que debe dar comienzo el acto y la interpretación caprichosa de lo que la Biblia dice con respecto a ese acto trascendental y que tiene repercusión en la forma de celebrarlo. Se muestran exactamente como los fariseos, que daban atención al más mínimo detalle de sus tradiciones y pasaban por alto lo más importante. Con su enseñanza y su práctica de celebrar ese acontecimiento han dejado vacía de contenido la misma esencia de la celebración.
Teniendo en cuenta la doctrina que la Watch Tower mantiene por la que los cristianos se consideran pertenecientes a dos grupos diferentes y que al participar del pan y del vino en la ceremonia que se lleva a cabo al celebrar la conmemoración de la Cena del Señor la persona exterioriza su integración en la clase “ungida”, puede hacerse un recuento de las personas que así actúan para llegar a la cifra global de los supervivientes de esa clase.
Así las cosas, creo que merece la pena echar un vistazo a los números. Confieso mi alergia a la manera cómo la Sociedad ha utilizado en general todo tipo de cifras y las ha utilizado como elemento propagandístico, sin embargo una reflexión mínima centrada en el aspecto que nos ocupa, puede ser esclarecedora. Hay que partir de la base de que a partir de 1.935 prácticamente quedó cubierto el cupo de los que albergan esperanza celestial, salvo singulares deserciones. Todo ello de acuerdo a lo que la propia Sociedad ha ido publicando frecuentemente.
Por otra parte podríamos establecer una edad media (el lector ejerza su criterio o su conocimiento y corrija si tiene otra opinión que le parezca más exacta) de 25 años para aquellos que en aquel año decidieron permanecer en el grupo de los ungidos, 52.465 según informe publicado (Los Testigos de Jehová Proclamadores del Reino de Dios, página 717).
Año tras año, en la celebración anual de la conmemoración de la Cena del Señor, suele hacerse hincapié en la “drástica disminución” que se viene observando en el número de los de la clase “ungida”. Cuando oía semejantes afirmaciones, muchas veces pensaba cómo podrían interpretarse de esa manera las cifras, llegando a la conclusión de que, en realidad, lo que existe es ausencia de reflexión en este tema como en muchísimos otros. En realidad todo se resume en repetir como loros lo que las publicaciones de la Sociedad afirman sobre el particular y que tienen por finalidad su aportación como “prueba” de la inminencia del fin. Así La Atalaya del 1.4.82, página 26, párrafo 5, comienza de esta manera:
En esta hora tardía los miembros del resto ungido que cada vez son menos…. (subrayado nuestro)
¿Cuán tardía era en realidad esa hora, considerada hoy, 18 años más tarde? Es un tópico que se repite vez tras vez sin más credibilidad que la que quien lea ese tipo de declaraciones quiera concederles.
La Atalaya del 15.2.95 en la página 19, párrafo 6 se dice:
En los últimos años, se ha reducido mucho el número de los que quedan del rebaño pequeño en la Tierra. Este hecho se evidencia en el informe de la Conmemoración de 1994. En las aproximadamente 75.000 congregaciones del pueblo de Jehová que hay por todo el mundo, sólo 8.617 personas participaron de los emblemas, demostrando así que profesan pertenecer al resto. (Mateo 26: 26-30) Subrayado nuestro.
Si analizamos fríamente los números veremos bastantes inconsistencias que salen a la luz sobre la doctrina de la Watch Tower que estamos considerando. En primer lugar no es lógico que más de la tercera parte de los ungidos (52.465) estuvieran vivos en un solo siglo, el siglo XX, en el que a los dirigentes de la Watch Tower les ha tocado vivir. Si les asignáramos esa media de 25 años que tuvieran entonces, nos daría como resultado que la media de años actual sería de 88 años. Si en ese año (1935) se cerró “oficialmente” la puerta para los “ungidos”, siendo a partir de entonces los de la “grande muchedumbre” los llamados a unirse a las filas de los testigos de Jehová, ¿cuántos podrían quedar como supervivientes de aquella cifra inicial? ¿Cincuenta, cien, doscientos, tal vez? Y ¿En qué condiciones? ¿En plenitud de facultades para “dar el alimento al debido tiempo”? ¿De dónde han salido los demás hasta completar la cifra actual, 8.795 según informe para 1997?.
Considerémoslo desde otro punto de vista. Es de ley natural que la disminución de un grupo de personas se acelera con los años, no se ralentiza. Esa, sin embargo, no parece ser la lógica en el ciclo vital de la clase “ungida”. Según el cuadro de la página 716 del libro Proclamadores antes mencionado, los 52.465 que participaron de los emblemas en 1935 quedaron reducidos a menos de un tercio veinte años más tarde, en 1955 (16.815). Esa tendencia en la caída quedó frenada en los siguientes veinte años, en los que aún quedaban 10.550 para el año 1975. La tendencia se amortiguó más todavía en el siguiente período de veinte años. De manera que en 1995 aún quedaban 8.645 personas que alegaban pertenecer a la clase “ungida”. En veinte años una población en edad bastante avanzada sólo registró una merma inferior al 20%, menos de un 1% anual como promedio.
Más clarificador resulta aún si examinamos los últimos diez años durante los cuales prácticamente no se ha movido la cifra. De hecho, aunque en número inapreciable, la cifra ha aumentado consecutivamente durante los tres últimos años. Resulta paradójico que, cuando la tendencia a la desaparición de los de la “clase ungida” tenía que ser más pronunciada, es precisamente cuando se mantiene prácticamente inalterable. Hagamos una reflexión sencilla: Supongamos que conocemos a 1.000 personas que actualmente tienen, digamos, entre 80 y 100 años. Si hacemos el recuento de las mismas dentro de un año ¿cuántas encontraríamos vivas? ¿Y si volvemos al año siguiente, y al siguiente… cuántas vivirían aún? No parece ese el caso de los “ungidos”, más bien parece que pertenecen a un club de “inmortales”. Naturalmente, lo que se evidencia es que desde 1935 hasta hoy se han añadido nadie sabe cuántos a esa cifra, con lo que en lugar de estar hablando de 144.000, estaríamos quizá hablando de más del doble o el triple de esa cantidad. Más aún si tenemos en cuenta que los cristianos del primer siglo pertenecieron en su totalidad al grupo de la clase “ungida” (siempre según su teoría). Si es verdad que antes de que se empezara a recoger a los de la “grande muchedumbre”, se estuvo recogiendo a la clase “ungida” y a nadie más, ¡qué pobre balance durante diecinueve siglos de cosecha! No tiene el más mínimo sentido.
Pero, situémonos al día de hoy, y volvamos a examinar otra vez las palabras de La Atalaya:
En los últimos años, se ha reducido mucho el número de los que quedan del rebaño pequeño en la Tierra.
¿Cuáles son esos últimos años, los diez últimos años, tal vez? Pues bien, en ese período de tiempo la disminución ha sido exactamente de 13 personas para un total de 8.808 personas (en 1.987), aproximadamente una persona al año. ¿Cree usted que eso confirma la rotunda afirmación de La Atalaya? ¿se podría eso calificar de una reducción considerable? ¡Ni siquiera se puede hablar de reducción!
Así las “enternecedoras” palabras que los discursantes suelen pronunciar cada año con ocasión de la conmemoración de la muerte del Señor en el sentido de que “ya quedan muy poquitos y están muy viejecitos” son bastante ridículas si se reflexiona en lo que las cifras en su fría, pero incontestable realidad, nos muestran. Todas estas reflexiones aquí hechas únicamente tienen por finalidad el comprobar lo ilógico que resulta todo lo relacionado con esa manera de “contemplar”, ya que no de “celebrar” la conmemoración de la muerte del Señor, debido a tener que acomodarla a una doctrina falsa y absurda, la división en dos clases de la comunidad cristiana.
La retórica especulativa sobre ese asunto no cesa:
La acción de sellar final al resto de los 144.000 ungidos se acerca. La Atalaya 1.3.98, página 12, párrafo 18.
¿Cómo saben semejante cosa? Es algo que se alarga… se alarga. Sucede como sucedió con el asunto de “la generación que no pasará”. Aquí se acerca todo, pero nunca llega nada. Es la demagogia por la demagogia, el escribir y llenar páginas para no decir nada provechoso, pero sí muchas incongruencias.
El apóstol Pablo escribe a los corintios esclareciendo el significado de la cena del Señor. Advierte sobre el peligro de una celebración no acorde con lo expresado por el Señor y lo grave de participar del pan y el vino en esas condiciones, ya que supone “comer” y “beber” su propia condenación. La razón pues está ahí, en una manera incorrecta de llevar a cabo la celebración. Habrían de examinarse y, una vez restablecido el “conocimiento”, cuando “discernieran el cuerpo”, entonces podrían participar apropiadamente. Nada hay que sugiera averiguar si pertenecían a una u otra clase, en cuyo caso, al no poder cambiar de “clase” (supuestamente todos eran “ungidos), no habría lugar a la frase:
Que cada uno se examine a sí mismo, y así coma del pan y beba de la copa; porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena. 1 Corintios 11: 28-29.
En cambio sí que podían cambiar la actitud y obrar en consecuencia. En ninguna parte de la Biblia se habla de otras condiciones para “comer” del pan y “beber” del vino que representan respectivamente la carne y la sangre del Señor Jesucristo. El propio Pablo les da el consejo apropiado:
Por consiguiente, hermanos: cuando os congreguéis para comer, aguardaos unos a otros. El que tenga hambre, que coma en su casa, para que así vuestra reunión no sea para condena. Lo demás ya lo dispondrá cuando vaya. 1 Corintios 11: 33-34 (Nuevo Testamento. Versión Ecuménica).
No era la ocasión para ir a comer por separado o en grupo, sino para participar de la mesa del Señor. Quien por alguna circunstancia no podía aguantar, podía saciar el hambre en su propia casa y asistir dignamente a la conmemoración de la Cena del Señor. Ninguna alusión a examinarse si uno pertenece a una determinada “clase”, sino a considerar la manera de conducirse. La exposición que nos hace Pablo de la manera de celebrar la conmemoración de la Cena del Señor debe ser suficientemente esclarecedora para nosotros. No obstante hay algunos otros aspectos que podemos considerar.
Por ejemplo, ¿Cuántas veces debe celebrarse la conmemoración de la cena del Señor, en qué época y en qué lugar? La iglesia Católica establece que la comunión (el sacramento que se corresponde con “comer” del pan debe hacerse una vez al año, como mínimo, por Pascua florida). La misa, la realización “incruenta” de la muerte de Cristo, la celebran diariamente. Otras confesiones religiosas tampoco ponen límite a las veces que pueda celebrarse la conmemoración de la cena del Señor.
Justino, que vivió en el siglo segundo describe con algún detalle cómo ellos llevaban a cabo esta celebración. Entre otras cosas dice lo siguiente:
Y este alimento se llama entre nosotros “Eucaristía”, de la que a nadie le es lícito participar, sino al que cree ser verdaderas nuestras enseñanzas y se ha lavado en el baño que da la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no tomamos estas cosas como pan común ni bebida ordinaria, sino que, a la manera que Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación… (Apología I 66: 1-2)
Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y éstas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo “Amén”. Ahora viene la distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hayan en necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos… (Apología I 67: 4-7).
Aunque hay algunos elementos no esenciales y, posiblemente, fuera de lugar, para entonces se había establecido una celebración de la “Eucaristía” (acción de gracias en griego, debido a que Jesucristo dio gracias en esa ocasión) el día primero de la semana, el domingo.
En los evangelios se describen las celebraciones de la Pascua judía de Jesucristo con sus discípulos, con extensión en los detalles de preparación para las mismas. En los escritos apostólicos, sin embargo no se relatan celebraciones en las que se hicieran arreglos ostentosos para conmemorar la muerte del Señor como si se tratara de un acontecimiento que se llevara a cabo en una fecha específica cada año. Por el contrario, parece que se estableció como una práctica habitual en las reuniones de los primeros tiempos el introducir la “fracción del pan”, término con el que se denominaba también el acto de conmemorar la muerte del Señor. Las palabras de Pablo que con anterioridad hemos considerado así lo dan a entender:
Por consiguiente, hermanos: cuando os congreguéis para comer, aguardaos unos a otros. El que tenga hambre, que coma en su casa, para que así vuestra reunión no sea para Condena.
Es evidente que, en ese contexto, sí estaba tratando explícitamente comer la Cena del Señor. También hay el testimonio de Lucas de que los primeros conversos así lo hacían:
Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones. Hechos 2: 42. (BJ)
Todas esas eran prácticas en las reuniones cristianas, donde se ahondaba en el conocimiento de la enseñanza relacionada con Jesucristo, la nueva situación de la voluntad divina para la salvación, así como en la comunión de todos, compartiendo cosas, ayudándose, participando del mismo espíritu, orando unos por otros y dando gracias por la nueva fe. Y por supuesto participando del banquete espiritual en memoria de Cristo. Pablo menciona de alguna manera eso en estas palabras:
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?. Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un solo cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. 1 Corintios 10: 16-17 (Valera)
¡Qué diferencia con esas reuniones insulsas, carentes del calor cristiano, centradas en una insistencia machacona de cómo “colocar” libros, revistas y toda clase de literatura, de mero márketing y sin un espíritu de comunión real! ¡Qué manera de perder el tiempo! Pero volvamos a lo nuestro.
Si tomamos como referencia el relato de Hechos 20: 7-11, notamos que Pablo en el tiempo que permaneció en Tróade, en la última etapa de sus viajes misionales, se reunió el primer día de la semana (domingo) con quienes estaban reunidos para “partir el pan”. Allí se alargó en su discurso hasta la media noche y, posteriormente antes de marcharse “partió el pan y comió”. Indudablemente en esa reunión, aparte la instrucción de Pablo, celebraron la conmemoración de la cena del Señor, como denota la expresión “partir el pan”. Dicha reunión tuvo lugar en domingo, pero no “comieron la cena” hasta bien avanzada la noche, quizá ya en la madrugada del día siguiente.
De todo ello, se deduce que era normal que los cristianos de aquellos tiempos incluyeran en sus reuniones un acto para conmemorar la muerte del Señor de la forma ya descrita. Parece que solían utilizar el domingo (primer día de la semana) como el día para llevar a cabo esa reunión y no había una hora predeterminada. Cualquier sitio era apropiado para tal ceremonia. Pablo lo hizo en un tercer piso y después de la media noche. Quizá ellos mismos llevaban el pan y el vino para la ocasión. Posiblemente, con el paso del tiempo y el crecimiento de las comunidades cristianas pudieron modificarse los arreglos, pero manteniendo siempre lo fundamental, es decir lo que ha quedado registrado en la Biblia, participar de los emblemas conscientes de su simbolismo y lo que representan, con fe en el sacrificio de Jesucristo, con el testimonio de una vida limpia, recordando agradecidamente y proclamando por ese acto la muerte del Señor, haciendo de la vida propia una que de verdad refleje la espera de la vuelta gloriosa de Jesucristo.
Todo lo demás admite matices y da lugar a detalles interpretativos en cosas secundarias. Puede llevarse a cabo en grupos pequeños o grandes, en un lugar público o privado, en familia, con amigos, o con toda la congregación, más tarde o más temprano. De las palabras de Pablo cabe entender que los Corintios se reunían para comer juntos, teniendo después alguna consideración de tipo espiritual e incluyendo la celebración de la Cena del Señor. Eso se prestaba a los abusos a los que se refiere en su carta y que trataba de corregir. En esas circunstancias era fácil que algunos cometieran excesos y otros se sintieran menospreciados. Difícilmente, entonces, se podría tener una celebración digna, distinguir lo grandioso del significado de los símbolos y participar dignamente de ellos. Ha de velarse para que lo esencial quede intacto, tal como se relata en la Palabra de Dios, quedando margen suficiente para diversidad en lo accesorio. Lo que no cabe es la discriminación de las personas en virtud de criterios de “clase”, de “privilegios” de corte sectario.
En la actualidad, eso es difícil que suceda, pero por exceso o por defecto, se han introducido una serie de doctrinas sin base en lo que se nos ha transmitido a través de la Escritura. Quienes se han esclavizado a cualquier doctrina humana que corrompe el sentido de la Palabra de Dios en esa cita cristiana, en lugar de aferrarse torpemente a sus ideas, adaptando la doctrina y la enseñanza a los criterios propios, desfigurando por completo el sentido de la fiesta, bien podían deponer su terquedad, examinar a conciencia su historia y la Sagrada Escritura, y rectificar humildemente, sin olvidar y meditando seriamente en el verdadero sentido de las palabras del apóstol:
Por lo tanto, el que coma del pan o beba de la copa del Señor indignamente, será reo del cuerpo y de la sangre del Señor. Que cada uno se examine a sí mismo, y así coma del pan y beba de la copa; porque el que come y bebe sin discernir el cuerpo, come y bebe su propia condena.
A lo largo de la historia ha sido larga la controversia levantada en torno a esta celebración, atribuyendo diferentes significados a los emblemas y perdiendo mucho tiempo y energías en discusiones que han llevado a interpretaciones diferentes. En muchos casos, eso ha conllevado la elaboración de normativas artificiales e innecesarias, ya que no parece justificada tanta “reglamentación” para participar dignamente en esta fiesta que instituyó Jesús y para la que existe suficiente información bíblica directa.
En lo que toca a la extraña concepción del acto por parte de la Watch Tower, en lugar de aprovechar una ocasión, la más importante junto a la del bautismo, para atraer la atención hacia sí mismos, confundiendo la mente de las personas al hacer que una buena parte del tiempo de la reunión se dedique a explicar si se debe o no participar según se pertenezca o no a una “clase” elevada sobre el resto de los asistentes y ensalzada más allá de lo que a humanos corresponde, harían bien en colaborar para que se discerniera lo auténticamente importante, el Cuerpo de Cristo, a fin de centrar toda la atención en el valor de su muerte y no privar a otros del derecho a beneficiarse al proclamar la muerte de su Señor, mediante participar de los símbolos de su carne y sangre hasta que finalmente venga a darles la Vida en su gloriosa Parousía.
Raymond Franz recoge una pregunta que su esposa hizo a su tío, F. Franz, y la respuesta de éste después de haber escuchado el discurso que poco antes había pronunciado con ocasión del memorial de aquel año:
“Noté que no hizo mención alguna de las ‘otras ovejas’ en ninguna parte de su discurso. ¿Por qué fue esto?” El respondió que consideraba esa noche como una que pertenecía especialmente a los “ungidos”, y añadió, “Así que, yo me concentro en ellos”. Crisis de Conciencia, página 316 (subrayado nuestro).
Es difícil saber de qué parte de la Escritura se puede extraer semejante conclusión. Más difícil todavía resulta llegar a entender el sentido que tiene acaparar, por parte de unos pocos, toda la atención de un acto, instituido por Jesucristo, exclusivamente para hacer proclamación pública del valor de su muerte. Las palabras de Jesucristo fueron bien claras:
Haced esto en memoria de mí.
Desde el punto de vista de enfoque de atención a lo que pueda corresponder a las personas cristianas, esa celebración es un acto de comunión, de unidad, de igualdad de todos al participar del mismo pan y de la misma copa en comunión con el cuerpo y la sangre de Cristo. Las palabras de Pablo al respecto son claras y merecen ser consideradas de nuevo:
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo?. Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un solo cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan.
Así las cosas, y debido a que, al revés de lo que dice La Atalaya, muchos (tal vez desde su infancia) puedan estar imbuidos por el espíritu que la Watch Tower ha introducido en esa celebración, hemos de hacer un esfuerzo por acomodarnos a lo que dice la Palabra de Dios, despojando a este acto de todo aquello que lo desvirtúe, no permitiendo que las pretensiones de unas personas ambiciosas se cuelen como intrusos dentro de las cosas sagradas, asumiendo el protagonismo que pertenece exclusivamente a Jesucristo y al recuerdo de su muerte.