Re: Cafe Virtual Cristiano: "Ya No hay Hombres, Ya no Hay Mujeres, Somos Uno en Crist
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¿Qué hacer entonces? Jesús contó la parábola de los dos deudores. Una breve narración que aparentemente no tenía nada que ver con la situación que allí se había suscitado. Y ¿qué ocurrió?, pues que Simón y todos los oyentes le siguieron el juego.
El argumento de la parábola fue muy bien elegido ya que a casi todos los judíos, y en especial a los fariseos, les repugnaban de manera especial las deudas económicas y les impresionaba mucho que alguien fuese capaz de perdonarlas a causa de la insolvencia de los deudores. ¿Cómo es posible liberar a cualquiera de una deuda de quinientos denarios? ¡El sueldo de un obrero correspondiente a más de quince meses de trabajo es mucho dinero para eximirle a alguien! De esta manera el Señor Jesús construyó un puente común por el que sus interlocutores pudieran transitar despacio sin peligro de caer en la incomunicación y en la ruptura del diálogo; un estrecho pasillo sobre el que Simón y sus amigos podían estar de acuerdo con él.
Este es el sentido de muchas parábolas del Maestro: establecer un diálogo que corre el peligro de romperse definitivamente. De manera que el asunto en el que, en principio, todos estaban de acuerdo era que experimentaría mayor amor y agradecimiento aquel a quien más se le hubiera perdonado. Era más lógico creer que el deudor más agradecido sería aquel a quien se le había condonado una cantidad mayor.
Hasta aquí llega el mensaje de la narración imaginaria que Jesús va a abandonar inmediatamente para pasar al terreno de la realidad. Volviéndose hacia la mujer, que todavía sollozaba a sus pies, se la muestra a Simón y le señala las principales diferencias que los separa a ambos. Es como si le dijera: ¡Tú has actuado de forma hipócrita y nada cortes! ¡Me has invitado a un banquete formal y protocolario olvidándote, a sabiendas, de las más elementales normas de cortesía! ¡Ella, en cambio, ha sido tan sincera y amable conmigo que ha derrumbado su vida a mis pies ofreciéndome lo mejor de sí misma! ¡La actitud de esta mujer manifiesta claramente el amor que hay en su corazón! ¡Y ese amor es mucho más importante a los ojos de Dios que todos tus ritos de pureza!
El versículo 47 ha sido desde antiguo motivo de disputas y controversias entre los comentaristas bíblicos debido a que parece contener, a primera vista, una importante contradicción. La primera parte del mismo dice: "Por lo cual te digo que sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho;...". De estas palabras parece deducirse que se perdona a quien ama previamente, sin embargo la segunda parte: "...mas aquel a quien se le perdona poco, poco ama", sugiere el sentido inverso, es decir, que el amor sería una consecuencia del perdón.
¿En qué quedamos? ¿Qué es primero el amor o el perdón? La exégesis católica es partidaria de la primera parte del texto y afirma que es el amor del ser humano el que conduce al perdón divino. Los comentaristas protestantes, ya desde la Reforma, han venido prefiriendo el sentido de la segunda parte del versículo ya que es la interpretación que mejor coincide con la idea global de la parábola. En ésta vemos que es el acreedor el primero que toma la iniciativa y perdona a los dos deudores. El agradecimiento de éstos no podía existir antes del perdón sino después. De manera que el perdón es lo que llega primero, mientras que el amor sería una consecuencia y una confirmación de que ese perdón se ha producido. La mujer se presenta ante Jesús, en casa de Simón, después de convertirse y haber experimentado el perdón de Dios, con la intención de manifestarle su amor y gratitud; las lágrimas que mojan los pies del Maestro, los besos y el derroche de perfume son la expresión visible de ese amor que es la consecuencia de haber sido perdonada. Es su fe lo que la ha llevado a gozar de la salvación.
Por medio de esta parábola Jesús le ofrece a Simón la posibilidad de que reconsidere el comportamiento de la mujer. Le sugiere que la vea no como quien ha transgredido el código de pureza sino como quien acaba de dar testimonio público de su fe y ha recibido el perdón.
El Maestro pretende que su anfitrión se dé cuenta no ya de lo que le separa de la pecadora sino de aquello que le une a ella. Y eso que los vincula a ambos, lo que los dos tienen en común, es precisamente que son deudores perdonados. Aparentemente la deuda de la mujer era mayor que la de Simón pero por eso también demostró mayor amor. La elección es ahora para el fariseo. Es él quien tiene que decidir entre permanecer aferrado a sus ritos de pureza despreciando el perdón que Dios le ofrece o aceptar ese perdón aunque para ello tenga que superar sus prejuicios religiosos. No hay más alternativa. La parábola le obliga a la elección.
¡Cuántas veces se juzga como Simón! ¡En cuántas ocasiones los prejuicios o las apariencias externas llegan a provocar que se dude de la sinceridad de los demás! ¿Por qué el ser humano es tan dado a cumplir el refrán de "piensa mal y acertarás"? ¿Por qué se exige tanto a los demás y tan poco a uno mismo? En ocasiones se pierde de vista la enseñanza de esta historia. Hay personas que no disfrutan el gozo y la satisfacción del banquete cristiano, la felicidad del reino de Dios, porque viven pendientes de la actitud de los demás. Se convierten en inquisidores de los que no piensan o actúan como ellos y este talante repercute negativamente sobre sus propias vidas, conduciéndoles muchas veces a la frustración, la envidia y el rencor. Al Señor Jesús, que tiene un olfato muy fino, estas criaturas le "huelen mal". No desprenden un olor grato sino una pestilencia insoportable.
El perfume que desprendían aquellos trozos rotos del frasco de alabastro era la fragancia de la sinceridad, de la contrición, del amor germinado del perdón. Esto es lo que agradó a Jesucristo. Pero el hedor del orgullo, de la hipocresía, de la apariencia y del poco amor que salía de aquel fariseo arrogante le produjo y le sigue produciendo una repugnancia fatal. El Dios de la Biblia es un Dios de amor y perdón que continúa, todavía hoy, invitando a todas sus criaturas a vivir en la sinceridad y el arrepentimiento verdadero.