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Salud y bendición en la paz de Cristo.
Repito la pregunta...
Una pregunta para los que niegan que el ESPÍRITU SANTO ES DIOS... ¿QUIÉN ENGENDRÓ a JESÚS en MARÍA... el PADRE... o el ESPÍRITU SANTO?
Y como no contestan... de momento... voy a poner algo histórico sobre el arrianismo... y espero que aclare algo a los que leen.
«La tendencia arriana, pequeña en número, estaba capitaneada por Eusebio de Nicomedia, el personaje más importante en toda esta controversia. Arrio no era obispo y por tanto no tenía derecho a participar en las deliberaciones del concilio. Alejandro de Alejandría, de donde, como sabemos, partió el foco arrianista, representaba a los contrarios a esta doctrina, en la que veían un grave peligro para la fe cristiana y que, por tanto, era necesario condenar. Tampoco era un grupo numeroso. Otro pequeño grupo, probablemente no más de tres o cuatro, sostenía posiciones cercanas al «patripasionismo», es decir, la doctrina según la cual el Padre y el Hijo son uno mismo, y por tanto el Padre sufrió en la cruz. Los obispos que procedían de la región del Imperio donde se hablaba el latín no se interesaban en la especulación teológica. Para ellos la doctrina de la Trinidad se resumía en la vieja fórmula enunciada por Tertuliano más de un siglo antes: una sustancia y tres personas.
La mayoría de los obispos no pertenecía a ninguno de estos grupos. Veían disgustados el enfrentamiento entre Arrio y Alejandro, que amenazaba con dividir la Iglesia ahora que precisamente gozaba de paz. Eusebio de Cesarea se contaba entre ellos. La esperanza de estos obispos, al comenzar la asamblea, parece haber sido lograr una posición conciliatoria, resolver las diferencias entre Alejandro y Arrio, y olvidar la cuestión.
Los partidarios de Arrio, que contaban también con las simpatías del emperador Constantino, pensaban que en cuanto expusieran sus puntos de vista la asamblea les daría la razón. Sin embargo, cuando Eusebio de Nicomedia tomó la palabra para decir que Jesucristo no era más que una criatura, aunque muy excelsa y eminente, y que no era de naturaleza divina, la inmensa mayoría de los asistentes reaccionó de forma muy distinta a lo que Eusebio esperaba. A los gritos de«¡blasfemia!», «¡mentira!» y «¡herejía!», Eusebio tuvo que guardar silencio, en medio de una grave confusión.
Entonces Eusebio de Cesarea hizo una proposición intermedia, la de reconocer el símbolo bautismal de su comunidad, que a la vez despejaba cualquier duda sobre su ortodoxia. Éste formulaba la fe «en el solo Señor Jesucristo, Palabra de Dios, Dios de Dios, luz de luz, vida de vida, Hijo único, nacido antes de todas las criaturas, engendrado por el Padre antes de todos los tiempos, por el que todo ha sido creado».
Ni el emperador ni los obispos reunidos presentaron objeción alguna en contra, sólo introdujeron algunas expresiones para evitar equívocos. Así surgió el Credo de Nicea, que refleja de modo sintético y claro la confesión genuina de la fe recibida y admitida por los cristianos desde el principio. Dice así: «Creemos en un Dios Padre Todopoderoso, hacedor de todas las cosas visibles e invisibles. Y en un Señor Jesucristo, el Hijo de Dios; engendrado como el Unigénito del Padre, es decir, de la sustancia del Padre, Dios de Dios; luz de luz; Dios verdadero de Dios verdadero; engendrado, no hecho; consustancial al Padre; mediante el cual todas las cosas fueron hechas, tanto las que están en los cielos como las que están en la tierra; quien para nosotros los humanos y para nuestra salvación descendió y se hizo carne, se hizo humano, y sufrió, y resucitó al tercer día, y vendrá a juzgar a los vivos y los muertos.
Y en el Espíritu Santo.
A quienes digan, pues, que hubo cuando el Hijo de Dios no existía, y que antes de ser engendrado no existía, y que fue hecho de las cosas que no son, o que fue formado de otra sustancia o esencia, o que es una criatura, o que es mutable o variable, a éstos anatematiza la Iglesia católica (Aquí se refiere a la Iglesia cristiana universal y no a la ICAR, pues había obispos de todo el mundo donde existían cristianos)
Todos los padres conciliares ratificaron este credo con su firma (19 de junio de 325), excepto Arrio y dos obispos que lo secundaban, Secundo de Tolemaída y Teonás de Marmarica, que fueron enviados inmediatamente al destierro. Pocos meses después, Eusebio de Nicomedia y Teognis de Nicea, cabecillas de los arrianos, retiraron sus firmas. Irritado por este cambio, el emperador Constantino los desterró a ambos a la Galia. Aunque Nicea no puso fin a la discusión entre los contendientes históricos, sí selló de una vez para siempre el destino de la herejía arriana. Al reafirmar la unión esencial o sustancial de lo divino y humano en el Jesús histórico, «de la sustancia del Padre», homoousios tô Patrí, ὁμοοϋσιότῶ Πατρϊ (consustancial al Padre), la resolución de los padres se mantuvo en la tradición eclesial que se remonta al texto evangélico que dice: «El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1:14). En ella late la convicción no siempre fácil de expresar de que Jesús de Nazaret no es en modo alguno mera «criatura» que llegara a la divinidad por «accidente», o por «mérito», sino que es Dios en «esencia», por sí mismo. Lo afirmado en Nicea se refinó y fortaleció en ulteriores declaraciones que afirmaron la absoluta coexistencia o unión hipostática de las dos naturalezas, divina y humana, en la persona del Salvador.»
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Que Dios les bendiga a todos
Paz a la gente de buena voluntad