*** jv cap. 29 págs. 645-646
A fin de perjudicar la reputación de Russell, algunos clérigos predicaron y publicaron falsedades crasas acerca de él. Una muy empleada —aun hoy día— se refiere a su situación matrimonial. Tratan de dar a entender que Russell era inmoral. ¿Cuál es la realidad?
En 1879 Charles Taze Russell se casó con Maria Frances Ackley. Tuvieron un buen matrimonio durante trece años. Su relación empezó a ser socavada por personas que adularon a Maria y apelaron a su orgullo; pero cuando ella se percató de las intenciones de aquellas personas, pareció recobrar el juicio. En la ocasión en que un ex colaborador propagó calumnias contra el hermano Russell, ella le llegó a pedir permiso a su esposo para visitar algunas congregaciones y defenderlo, pues lo habían acusado de maltratarla. Sin embargo, parece que la buena acogida que recibió en aquel viaje de 1894 contribuyó a que fuera modificando el concepto que tenía de sí misma. Trató de aumentar su influencia en lo que se publicaría en la revista Watch Tower. Cuando se dio cuenta de que no se publicaría ningún escrito suyo a menos que su esposo, el director de la revista, concordara con lo que decía (atendiendo a que estuviera en consonancia con las Escrituras), se sintió muy molesta. Aunque él trató de darle toda la ayuda posible, en noviembre de 1897 ella lo abandonó. Aun así, él le dio vivienda y manutención. Años después, en 1908, ella, como resultado del proceso judicial que había iniciado en 1903, obtuvo el divorcio, aunque no total, sino solo a mensa et thoro (“de mesa y tálamo”, es decir, parcial), con derecho a pensión.
Al no lograr que su esposo se plegara a sus demandas, después de abandonarlo trató a toda costa de difamarlo. En 1903 publicó un tratado en el que en vez de presentar verdades bíblicas dio una imagen muy desfigurada del hermano Russell. Intentó reclutar pastores de diversas confesiones para que lo distribuyeran en los lugares donde los Estudiantes de la Biblia estuvieran celebrando reuniones especiales. Hay que decir en favor de los pastores que pocos se dejaron manipular así. Sin embargo, otros clérigos han mostrado desde entonces una actitud diferente.
Anteriormente, Maria Russell había condenado de palabra y por escrito a los que acusaban al hermano Russell de la conducta impropia que ella misma ahora le achacaba. Algunos opositores religiosos de Russell se han valido de declaraciones infundadas del proceso de 1906 (y que fueron tachadas de las actas por orden del tribunal) para publicar acusaciones que lo pintan como un hombre inmoral y por ende indigno de ser ministro de Dios. Sin embargo, las actas dejan claro que estas acusaciones son falsas. El propio abogado de la señora Russell le preguntó si creía que su esposo era culpable de adulterio. Su respuesta fue: “No”. Es notable, asimismo, que cuando ella presentó los cargos contra su esposo ante un comité de ancianos cristianos en 1897 no hizo mención alguna de las acusaciones que levantó posteriormente en el tribunal con el fin de persuadir al jurado a concederle el divorcio, pese a que los presuntos incidentes ocurrieron antes de aquella reunión con el comité.
Nueve años después de haber llevado la señora Russell por primera vez el asunto a los tribunales, el juez James Macfarlane escribió una carta en la que contestaba a un particular que solicitaba una copia de las actas del tribunal para que un colaborador suyo desenmascarara a Russell. El juez le dijo francamente que lo que deseaba sería una pérdida de tiempo y dinero. La carta decía: “El fundamento de la solicitud de ella y de la decisión dictada tras el veredicto del jurado fue ‘indignidades’, no adulterio, y el testimonio no indica, a mi entender, que Russell llevara ‘una vida adúltera con una cómplice’. En realidad, no hubo ninguna cómplice del demandado”.
La propia Maria Russell acabó admitiéndolo, aunque demasiado tarde, en el funeral del hermano Russell, que tuvo lugar en el Carnegie Hall de Pittsburgh en 1916. Cubierta con un velo, caminó por el pasillo hasta llegar al féretro, donde depositó un ramillete de lirios del valle, con un lazo que decía: “A mi amado esposo”.
Es evidente que el clero se ha valido de tácticas de la misma calaña que las de sus colegas del siglo I. En aquel entonces trataron de difamar a Jesús acusándole de comer con pecadores y de ser pecador y blasfemo. (Mat. 9:11; Juan 9:16-24; 10:33-37.) Estas imputaciones no cambiaron la realidad acerca de Jesús; tan solo identificaron a los que recurrieron a calumnias de ese tipo —y lo mismo se puede decir de los que emplean estratagemas similares en la actualidad— como hijos de su padre espiritual, el Diablo, cuyo nombre significa “Calumniador”. (Juan 8:44.)