Sola escritura. Fundamento escritural?

Capítulo XXXIX​

Los necios y los ignorantes, los fatuos y los indoctos, nos censuran y se burlan de nosotros, queriendo realzarse con sus pensamientos. ¿Pero qué es lo que puede un mortal? ¿qué fuerza puede tener un hijo de la tierra? Porque está escrito: Paróseme delante uno cuyo rostro no conocía, una imagen delante de mis ojos y oí una voz como de airecillo apacible. ¿Por ventura el hombre en comparación de Dios será justificado? ¿o el varón será más fuerte que su Hacedor? He aquí que los mismos que le sirven no son estables y en sus ángeles halló torcimiento. (Job., IV, 16-18), ni los cielos son limpios en su presencia (Ibid., XV, 15), cuanto más aquellos que moran en casas de barro y tienen un cimiento de tierra, serán consumidos como la polilla. De la mañana a la tarde serán cortados y por cuanto ninguno tiene inteligencia perecerán para siempre y los que de ellos quedaren serán arrebatados y morirán y no en sabiduría (Job., IV, 19-21). Llama, pues, si hay quien te responda, y vuélvete a alguno de los Santos. Verdaderamente al necio quita la vida la ira y al apocado le mata la envidia. Yo vi al necio con firmes raíces y al punto maldije su belleza. Lejos de salud estarán sus hijos y hollados serán en la puerta y no habrá quien los libre. Cuya mies comerá el hambriento y a él le arrebatará el armado y los sedientos beberán sus riquezas. (Ibid., V, 1-5)
 

Capítulo XL​

Siéndonos, pues, conocidas todas estas cosas, aun si miramos a los profundos abismos de la ciencia divina, debemos practicar ordenadamente todo lo que el Señor nos mandó hacer, en tiempos determinados, es decir, las oblaciones y los oficios, los cuales no deben hacerse temeraria y desordenadamente, sino en los tiempos y horas prefijados; en los cuales, Él mismo, por su soberana voluntad, declaró quienes debían celebrarlos, para que hecho todo pura y santamente, según su beneplácito, fuese aceptable a su voluntad. Aquellos, pues, que hacen sus oblaciones en los tiempos prefijados, son aceptados y dichosos, porque los que siguen las leyes del Señor, no se extravían. Al Sumo Sacerdote, pues, se le han marcado sus funciones, a los Sacerdotes se ha designado su lugar propio; los Levitas se ocupan en su ministerio; el hombre laico está ligado por preceptos laicos.
 

Capítulo XLI​

Hermanos: cada uno de vosotros en su estado dé gracias a Dios, viviendo en buena conciencia, no infringiendo la regla establecida de su cargo, con toda honestidad. No en todas partes, hermanos, se ofrecen sacrificios perennes, votivos, o por el pecado y el delito, sino solamente en Jerusalén. Ni allí se hace esto en cualquier lugar, sino en el templo, sobre el altar, haciendo primeramente el Sumo Sacerdote y dichos Ministros la inspección y prueba de lo ofrecido. Aquel, pues, que hace algo contrario a lo que está conforme a la voluntad de Él, es condenado a muerte. Considerad, Hermanos, que cuanto más dignos de conocimiento hemos sido considerados, a tanto mayor peligro estamos expuestos.
 

Capítulo XLII​

Los Apóstoles nos evangelizaron en nombre del Señor Jesucristo; Jesucristo en nombre de Dios. Porque Cristo fue enviado por Dios y los Apóstoles por Cristo, y lo uno y lo otro se hizo ordenadamente por la voluntad de Dios. Así, pues, habiendo recibido sus encargos, convencidos ciertamente por la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, y confirmados en la fe por la palabra de Dios, con la plenitud del Espíritu Santo y con toda seguridad, se diseminaron, anunciando que iba a llegar el reino de Dios. Predicando, pues, por las regiones y las ciudades, habiendo obtenido sus primicias por el Espíritu, instituyeron Obispos y Diáconos para aquellos que debían creer. Ni esto se hizo como cosa nueva; mucho tiempo antes se había escrito ya de los Obispos y de los Diáconos. Dice, pues, así la Escritura en algún lugar: Constituiré Obispos de ellos en la justicia, y Diáconos de ellos en la fe (Isa., LX, 17).
 

Capítulo XLIII​

¿Y qué hay que admirar si aquellos a quienes Dios confió este cargo en Cristo instituyeron a los ya dichos? También el bienaventurado Moisés, siervo fiel en toda la casa, anotó en los libros sagrados todo lo que le había sido mandado. Siguiéronle los demás Profetas, dando testimonio juntamente de todo lo que él había dicho, porque Moisés, viendo que había nacido una emulación por el sacerdocio, y discutiendo entre sí las tribus, sobre cuál de ellas estaba adornada por este glorioso nombre, mandó que los doce jefes de las tribus le presentasen unas varas, en cada una de las cuales estuviese escrito el nombre de su tribu. Y habiéndolas recibido, las ató y selló con el anillo de aquellos jefes, colocándolas en el Tabernáculo del testimonio, sobre la mesa de Dios, y cerrado el Tabernáculo, selló las cerraduras, como había hecho con las varas, y les dijo: Varones Hermanos, aquel de cuya tribu florezca la vara, será el elegido por Dios para que su tribu desempeñe el sacerdocio y le sirva. Al día siguiente convocó a todo Israel, seiscientos mil hombres, y enseñó los sellos a los jefes de las tribus; abrió el Tabernáculo del testimonio y sacó las varas. Y se encontró que la vara de Aarón, no sólo había florecido, sino que tenía fruto. ¿Qué os parece, queridos? ¿Acaso Moisés sabía previamente que esto iba a suceder? Lo conocía perfectamente; pero para que no se levantase sedición entre los israelitas, obró así, para que se glorificase el nombre del verdadero y único Dios, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
 
Hay mucho mas que eso, resumiendo, digamos que pelearon entre si y la versión oficial judía es que los egipcios que eran como decir hoy día, los judíos globalistas, tenían celos de los Judíos de Jerusalen o palestinos, y quisieron creativamente inventar libros nuevos y obligar a los otros Judíos a incluirlos en la Tanaj, pero estos se negaron evidentemente.

Esto es una disputa entre judíos pero en lo que a nosotros nos concierne Dios los cataloga a los Judíos como los custodios de la palabra de Dios, por lo que en mi MI PERSONAL OPINIÓN debemos quedarnos con el consenso oficial judaico del canon del viejo testamento, pero insisto, los otros libros pueden ser útiles también,
Bueno de eso trata el protestantismo, opiniones personales .
Pero la verdad es una . Y por más que uno opine , las opiniones son miles la verdad es 1
 
LA CONDUCTA DEL PRÍNCIPE DE SODOMA

Son como letrinas conectadas por tubería a la corriente de este mundo.

Evacúan y evacúan desechos creyendo que están prestando un servicio a Dios.

En este sentido son iguales al hombre religioso que se pasea ufano, hinchado por la soberbia que genera el magisterio católico de los evangelios humanistas, es como el judío que suponía que le estaba haciendo un bien al Altísimo cuando amontonaba el «sebo de animales gordos» sobre Su altar provocando la reacción del Creador, aquí está el texto:

"PRINCIPES DE SODOMA"

Isa 1:10 Príncipes de Sodoma, oíd la palabra de Jehová; escuchad la ley de nuestro Dios, pueblo de Gomorra.
Isa 1:11 ¿Para qué me sirve, dice Jehová, la multitud de vuestros sacrificios? Hastiado estoy de holocaustos de carneros y de sebo de animales gordos; no quiero sangre de bueyes, ni de ovejas, ni de machos cabríos.

"HASTIADO ESTOY DE VUESTROS SACRIFICIOS A LA REINA DEL CIELO PARA PROVOCARME A IRA" (Jer.7:18).

Deu 32:6 ¿Así pagáis a Jehová,
Pueblo loco e ignorante?
¿No es él tu Padre que te creó?
El te hizo y te estableció.
 

Capítulo XLIV​

Pero nuestros Apóstoles, por Jesucristo Señor Nuestro, previeron que habría de haber lucha acerca del nombre de Episcopado, y por esta misma razón, conociendo perfectamente lo que había de suceder, instituyeron los ya dichos, y dieron las reglas a los que después habían de sucederles, para que cuando éstos muriesen, otros varones probados continuasen su ministerio y desempeñasen su cargo. Creemos, pues, que se priva injustamente de sus cargos a los que fueron consituidos por los Apóstoles o por aquellos esclarecidos varones, con el consentimiento de la Iglesia universal; a aquellos que administraron el redil de Cristo rectamente y con humildad, tranquilamente, ejerciendo su liberalidad; a aquellos que durante mucho tiempo recibieron de todos honroso testimonio. Porque seguramente no será pequeño nuestro pecado, si deponemos del episcopado a los que ofrecen santamente sus dones, sin que nadie pueda quejarse de ellos. Los santos Presbíteros, que han sido los primeros en andar su camino, y que han conseguido abundante y perfecto fruto en su ministerio, no deben temer que nadie los aparte del lugar en que fueron constituídos. Vemos, sin embargo, que vosotros habéis removido de sus puestos a algunos que vivían santamente y que cumplían con su administración de una manera irrepresible y honrada.
 

Capítulo XLV​

Queridos Hermanos, tenéis contiendas y emulaciones en las cosas que no pertenecen a la salvación. Estudiad con cuidado las Escrituras, los verdaderos oráculos del Espíritu Santo. Observad que allí nada se ha escrito que sea injusto o malo. No encontraréis allí que los justos hayan sido nunca perseguidos por hombres santos. Los justos han sufrido persecuciones, pero por los impíos; han sido encarcelados, pero también por los impíos. Han sido apedreados por los malvados, y muertos por los criminales y por los que se dejaron llevar de un falso celo. Pero mientras sufrían todo esto, vivieron con ánimo tranquilo. ¿Qué diremos, pues, oh Hermanos? ¿Acaso Daniel fue arrojado a la cueva de los leones por hombres que temían a Dios? ¿Acaso Ananías, Azarías y Misael fueron encerrados en un horno de fuego por aquellos que tributaban al Altísimo magnífico y noble culto? Lejos de nosotros semejante idea. ¿Quiénes fueron, pues, los que cometieron estas maldades? Hombres dignos de odio y de execración, llenos de toda malicia, a tal punto llegaron de su furor, que arrojaron a todas las afrentas y a todos los tormentos a estos varones que servían a Dios con santo e inmaculado propósito, olvidando que el Altísimo es defensor y protector de aquellos que con pura conciencia sirven a su nombre poderosísimo, al cual sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén. Pero aquellos, sufriendo con fe, se hicieron herederos de la gloria y del honor, y fueron exaltados y hechos bienaventurados por Dios en su memoria, por los siglos de los siglos. Amén.
 

Capítulo XLVI​

Conviene, queridos Hermanos, que nosotros nos fijemos mucho en estos ejemplos. Porque está escrito: Uníos a los Santos, porque los que a ellos se unen serán santificados. Y además, en otro lugar, dice: Con el varón inocente, inocente serás; y con el elegido, elegido serás; y con el pervertido, serás pervertido (Psal., XVII, 26-27). Por lo tanto, aproximémonos a los inocentes y a los justos, porque éstos son los elegidos de Dios. ¿Por qué ha de haber entre vosotros cuestiones, iras, discusiones, cismas y guerra? ¿Acaso no tenemos todos un Dios único, un Cristo y un Espíritu de gracia, que se ha derramado sobre nosotros y una vocación en Cristo? ¿Por qué separamos y destrozamos los miembros de Cristo y promovemos sediciones contra nuestro propio cuerpo, llegando hasta la locura de olvidar que los miembros de uno son los miembros de los demás? Acordaos de las palabras de Jesús Nuestro Señor. Dijo pues: Ay de aquel hombre; bueno hubiera sido para él no haber nacido, antes que escandalizar a uno de mis elegidos; mejor hubiera sido haberle puesto una piedra al cuello y haberle arrojado al mar, que el haber escandalizado a uno de mis pequeños (Matt., XVIII, 6). Vuestro cisma ha pervertido a muchos; a muchos ha producido decamiento de ánimo; a muchos vacilaciones; a todos nosotros, tristezas. ¡Y aun permanecéis en vuestras turbulencias!
 

Capítulo XLVII​

Coged la epístola del bienaventurado Pablo Apóstol. ¿Qué es lo primero que escribió en el Evangelio (en el Nuevo Testamento) para vosotros? Sin duda os escribió, según el Espíritu Santo, sobre sí mismo, sobre Cefas y Apolo, porque ya entonces andabais divididos en diversos pareceres; pero aquella diversidad de opiniones era en vosotros pecado más leve; porque vacilabais entre los Apóstoles de reconocida santidad y un varón reconocido por ellos. Pero ahora advertid quiénes son los que os han pervertido, disminuyendo el prestigio de vuestro acreditado amor fraternal. Cosa fea es, queridos, cosa muy fea e indigna de una sociedad cristiana, el oir que la fuertísima y antigua Iglesia de los Corintios, por motivo de unos hombres cualesquiera, haya promovido sedición contra sus Presbíteros. Y la noticia de esto no sólo ha llegado hasta nosotros, sino también hasta a aquellos que están lejos de nosotros por su fe y por sus opiniones; de modo, que por vuestras imprudencias, hasta es blasfemado el nombre de Dios y aún se crea para vosotros un grave peligro.
 

Capítulo XLVIII​

Abandonemos, pues, esto prontamente; prosternémonos ante el Señor y lloremos, suplicándole que, olvidando nuestras ofensas, se reconcilie con nosotros y nos restituya a nuestra sociedad casta y honrosa, por medio del amor fraternal. Porque esta es la puerta de la justicia, abierta para la vida eterna, como se ha escrito: Abridme las puertas de la justicia; entrando por ellas confesaré al Señor. Esta es la puerta del Señor; los justos entrarán por ella (Psal., CXVII, 19-20). Estando, pues, abiertas nuestras puertas, la que es de la justicia es también la de Cristo; por la cual son bienaventurados todos los que entraren, dirigiendo su camino en santidad y justicia, cumpliendo sus deberes sin vacilar. Si alguno es fiel, si es poderoso en la expresión de sus pensamientos, si es sabio para juzgar de las palabras, si es puro en sus obras, debe ser también tanto más humilde cuanto mayor aparezca, y buscar lo que es útil a todos, pero no lo que es útil para él mismo.
 

Capítulo XLIX​

El que tiene la caridad en Cristo, guarde los mandatos de Cristo. ¿Quién puede enaltecer y expresar el vínculo de la caridad de Dios? ¿Quién puede explicar de una manera conveniente la magnificencia de su bondad, la altura, a la cual eleva la caridad? Esto no puede expresarse con palabras. La caridad nos une a Dios: La caridad cubre la multitud de pecados; la caridad todo lo sufre (Jac., V, 20; 1Cor., XIII, 7), todo lo tolera con ánimo tranquilo. En la caridad no hay nada sucio, nada soberbio; la caridad no tolera el cisma; la caridad no excita sediciones; la caridad todo lo hace en concordia. Todos los elegidos de Dios se han hecho perfectos por la caridad. Sin la caridad nada es aceptable para Dios. En la caridad nos llamó el Señor; por la caridad que respecto a nosotros tuvo Jesucristo, Señor Nuestro, según la voluntad de Dios, derramó su sangre por nosotros y entregó su carne por nuestra carne y su alma por nuestras almas.
 

Capítulo L​

Ya veis, queridos Hermanos, cuán grande y admirable cosa es la caridad y que la perfección de la misma no puede ser explicada. ¿Quién puede merecer poseerla sino aquellos, a quienes Dios quiso hacer dignos? Oremos, pues, y pidamos a su misericordia que nos conceda vivir en la caridad, sin culpas y libres de las humanas propensiones. Todas las generaciones, desde Adán hasta nuestros días, han pasado; pero los que por la gracia de Dios fueron perfectos en la caridad, ocupan el lugar de los bienaventurados y serán reconocidos en la visitación del reino de Cristo. Porque está escrito: Anda, pueblo mío, entra en tus aposentos, cierra tus puertas tras de ti, escóndete un poco por un momento hasta que pase la indignación (Isa., XXVI, 20) y os sacará de vuestros sepulcros (Ezech., XXXVII, 12-13). Seremos dichosos, amados hermanos, si practicamos los preceptos del Señor en la concordia de la caridad, para que por ella nos sean perdonados los pecados. Porque está escrito: Bienaventurados aquellos cuyas iniquidades son perdonadas y cuyos pecados son borrados. Bienaventurado el hombre al cual no imputará el Señor su pecado, ni en cuya boca hay mentira (Psal., XXXI, 1-2). Esta bienaventuranza espera a los elegidos de Dios por Jesucristo, Señor Nuestro, a quien sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
 

Capítulo LI​

Cualesquiera que sean, pues, las faltas que hayamos cometido, por los ataques del adversario, pidamos perdón; aquellos que fueron jefes y promovedores de la sedición, deben considerar la esperanza común. Los que viven con temor y caridad, prefieren sufrir los agravios más bien que hacerlos a sus prójimos, y mejor se condenan a sí mismos que faltar a aquella hermosa y santa comunidad de sentimientos que hemos recibido. Porque mejor es para el hombre confesarse de sus culpas y pecados, que endurecer su corazón, como se endureció el corazón de aquellos que levantaron tumulto contra Moisés, siervo de Dios, y cuya condenación se vió clara. Porque descendieron al infierno vivos y la muerte los absorbió. Por la misma razón Faraón y su ejército y todos los magnates de Egipto, y también sus carros de guerra y sus caballeros, fueron sumergidos en el fondo del mar Rojo y perecieron, porque sus obcecados corazones se habían endurecido, después de los prodigios y milagros que había hecho en tierra de Egipto Moisés el siervo de Dios.
 

Capítulo LII​

De cosa alguna necesita el Señor de todo, queridos hermanos; nada desea, sino que se le haga confesión. Dice, pues, David, su elegido: Y alabaré el nombre de Dios con cántico y lo engrandeceré con alabanzas: Y agradará a Dios más que el tierno novillo, cuando le salen las astas y las pezuñas. Porque oyó a los pobres el Señor y no despreció a sus presos (Psal., LXVIII, 31-32-34). Sacrifica a Dios sacrificio de alabanza y cumple al Altísimo sus votos. E invócame en el día de la tribulación, te libraré y me honrarás (Ibid., XLIX, 14-15). Porque: Sacrificio para Dios es el espíritu atribulado (Ibid., L, 19).
 

Capítulo LIII​

Conocéis las Sagradas Escrituras, y muy bien ciertamente, queridos Hermanos, habiendo penetrado en las palabras del Señor. Traedlas de nuevo a vuestra memoria. Habiendo Moisés subido al monte y pasado cuarenta días y cuarenta noches en el ayuno y en la humildad, le dijo Dios: Anda, baja; pecó tu pueblo, el que sacaste de la tierra de Egipto. Pronto se han apartado del camino que les mostraste y se han hecho un becerro de fundición y le han adorado. Y dijo más el Señor a Moisés: Veo que ese pueblo es de dura cerviz: Déjame que se enoje mi saña contra ellos y que los deshaga; y te haré caudillo de un gran pueblo. Mas Moisés rogaba al Señor, su Dios, diciendo: ¿Por qué, Señor, se enoja tu saña contra tu pueblo? (Éxod., XXXII, 7 y sig.). Ó perdónales esta culpa, o si no, bórrame de tu libro que has escrito (Ibid., XXXII, 31-32). ¡Oh caridad grande! ¡Oh insuperable perfección! El siervo habla con libertad al Señor, pide el perdón para el pueblo, y si no, suplica ser castigado con él.
 

Capítulo LIV​

¿Quién, pues, entre vosotros es generoso, quién está poseído de la misericordia y de la caridad? El que lo sea, diga: Si por mí se han originado la sedición, la discordia y el cisma, basta ya, me retiro adonde queráis, estoy dispuesto a hacer lo que disponga la mayoría; sólo deseo que viva en paz el aprisco de Cristo dirigido por los Presbíteros constituidos en él. El que esto hiciere alcanzará grande honra en el Señor y será bien recibido en todas partes. Porque del Señor es la tierra y su plenitud. Esto hicieron siempre, y esto harán, los que viven en una vida cristiana, de lo cual nunca hay que arrepentirse.
 

Capítulo LV​

Pero citemos aún ejemplos de los gentiles. Muchos reyes y príncipes, durante el tiempo de crueles epidemias, y aun habiendo sido advertidos por sus oráculos, se entregaron ellos mismos a la muerte, para librar con su sangre a sus conciudadanos. Otros abandonaron sus ciudades, para que no continuaran las sediciones. Conocemos a muchos de los nuestros que se constituyeron en las cárceles para salvar a otros. Muchos se entregaron a la servidumbre, y cobrado su propio precio, con él alimentaron a otros. Varias mujeres, fortalecidas por la gracia de Dios, practicaron acciones valerosas y viriles. La bienaventurada Judith, estando sitiada la ciudad, suplicó a los ancianos que la permitieran visitar el campamento de los enemigos, y salió de la ciudad, exponiéndose al peligro por el amor de su patria y de su pueblo, y el Señor entregó a Holofernes en manos de esta mujer. Ni fue menos perfecta, según la fe, Ester, la cual se puso en peligro, para librar a las doce tribus de Israel próximas a perecer. Porque por medio del ayuno y de la humildad oró ante el Señor, que todo lo ve, Dios de los siglos, el cual, viendo la humildad de su alma, salvó aquel pueblo en cuyo favor ella había arrostrado los peligros.
 

Capítulo LVI​

Nosotros también oremos por aquellos que han caído en algún pecado, para que se les conceda la moderación y la humildad, para que no cedan a vuestra voluntad, sino a la de Dios, pues así será para ellos fructuoso y perfecto este recuerdo de la misericordia propia de Dios y de los justos. Practiquemos, queridos Hermanos, aquella enseñanza según la cual nadie debe creerse humillado. Las amonestaciones que recíprocamente nos hacemos, son buenas y muy útiles, puesto que nos identifican con la voluntad de Dios. Así, pues, dice la Sagrada palabra: El Señor me castigó reciamente, mas no me entregó a la muerte (Psal., CXVII, 18). Porque al que ama el Señor, lo castiga y se complace en él como un padre en su hijo (Prov., III, 12). El justo me corregirá y me reprenderá con misericordia, mas el aceite del pecador no ungirá mi cabeza (Psal., CXL, 5). Bienaventurado el hombre a quien Dios corrige; no despreciéis, pues, la corrección del Señor, porque Él mismo hace la llaga y da la medicina; hiere y sus manos curan. En seis tribulaciones te librará, y a la séptima no te tocará el mal. En la hambre te librará de la muerte, y en la guerra de la mano de la espada. Estarás a cubierto del azote de la lengua y no temerás la calamidad, cuando llegare. En la desolación y hambre te reirás y no temerás las bestias de la tierra. Aun con las piedras de los campos tendrás tu pacto y las bestias de la tierra serán pacificas para ti. Y sabrás que tiene paz tu tienda y, visitando lo hermoso de ella, no pecarás. Sabrás también que se multiplicará tu linaje y tu descendencia, como la yerba de la tierra. Y vendrás al sepulcro, como trigo maduro que regaron a tiempo, o como el montón de la era que a su tiempo se encierra (Job, V, 17-26). Ved, pues, queridos Hermanos, como son protegidos aquellos a quienes el Señor corrige, porque, siendo Dios bueno, nos castiga para que no olvidemos sus santas enseñanzas.