Capítulo XXXIV
El buen operario recibe confiadamente el pan de su obra, pero el perezoso y flojo no se atreve a mirar a su amo. Conviene, pues, que nosotros estemos siempre dispuestos a practicar el bien, porque de aquí depende todo. Así es, que nos dice: He aquí al Señor y su salario delante del Él, para que dé a cada uno según su obra (Isa., XL, 10). Así, pues, nos amonesta de todo corazón para que no seamos perezosos ni descuidados en toda obra buena. Nuestra gloria y nuestra confianza estén en Él, sujetándonos á su voluntad. Fijémonos en la multitud universal de sus ángeles, de qué modo le sirven, conformándose con su voluntad. Dice, pues, la Escritura: Millares de millares le servían, y diez mil veces cien mil estaban delante de Él (Dan., VII, 10). Y daban voces el uno al otro, y decían: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria (Isa., VI, 3). Y nosotros, por tanto, reunidos en la concordia con el consentimiento común, clamemos a Él como con una sola boca, con todas nuestras fuerzas, para que seamos partícipes de sus grandes e ínclitas promesas. Porque dice: Desde el siglo no oyeron ni con los oídos percibieron: ojo no vió, salvo tú, oh Dios, lo que has preparado para aquellos que te esperan (Ibid., LXIV, 4).