Sola escritura. Fundamento escritural?

Capítulo XIX​

La humildad y la sumisión por la obediencia han hecho mejores, no sólo a nosotros, sino también a los que nos precedieron en otras edades y a los que recibieron las divinas enseñanzas con temor y con verdad, los cuales se hicieron ilustres por los más esclarecidos testimonios. Participando nosotros en tantos, tan grandes y tan ilustres hechos, volvamos al objetivo de la paz, que por tradición hemos recibido desde el principio, y fijemos nuestros ojos en el Padre y Creador de todo el Mundo, y no nos apartemos de sus magníficos dones y de los beneficios de la paz; con nuestro pensamiento contemplémosle, y con los ojos de nuestra mente miremos su voluntad pacientísima, considerando de qué modo se manifiesta suave y fácil para todas sus criaturas.
 

Capítulo XX​

Los cielos se mueven bajo su poder y se le sujetan en paz. El día y la noche recorren el camino ordenado por Él y no se sirven de obstáculo entre sí. También el sol y la luna y los coros de estrellas giran por los círculos que se les han designado, según el mandato de Él, con armonía y sin transgresión alguna. La tierra fecunda según la voluntad de Aquél, produce a su tiempo abundante comida para los hombres y las bestias, y para los animales que viven sobre ella, no repugnando ni variando jamás cosa alguna de aquello que ha sido decretado por Él. Los inescrutables secretos de los abismos, y los inefables de los infernos, están contenidos en sus mandatos. La profunda mole del inmenso mar, amontonada en montañas por su ordenación, no traspasa el muro que la rodea, sino que hace lo que se le mandó. Dijo, pues, el Señor: Hasta aquí llegarás y tus olas se romperán en ti (Job XXXVIII, 10-11). El océano que no puede ser atravesado por los hombres, y los mundos que están después de él, son gobernados por las disposiciones del Señor. Las estaciones de la Primavera, Estío, Otoño e Invierno, se suceden en paz unas a otras. El equilibrio de los vientos obedece, según los tiempos, a sus leyes, sin perturbación alguna. También las fuentes perennes, creadas para uso y salud del hombre, ofrecen constantemente sus corrientes para la vida de éste. Por último, los animales más pequeños forman sus sociedades en la concordia y la paz. Todas estas cosas, el gran Creador y Señor de todos mandó que se hicieran en paz y concordia, siendo bienhechor para todos; pero muy superiormente para nosotros, que nos acogimos a su misericordia por nuestro Señor Jesucristo, a quien sea la gloria y la majestad por los siglos de los siglos. Amén.
 

Capítulo XXI​

Cuidad, queridos hermanos, no sea que sus beneficios, que son tantos, cedan en condenación para todos nosotros, si, no viviendo de una manera digna de Él, no practicáramos con caridad lo que es bueno y aceptable en su presencia. Porque se dice en algún lugar: El espíritu del Señor es luz que escudriña los secretos del corazón (Prov. XX, 27). Consideremos cuán cerca está de nosotros y que nada se le oculta de nuestros pensamientos y de los raciocinios que hacemos. Es justo, pues, que no seamos desertores de su voluntad. Ofendamos a los hombres necios, ignorantes, soberbios y que se glorían en la jactancia de sus palabras, más bien que a Dios. Veneremos al Señor Jesucristo, cuya sangre ha sido entregada por nosotros. Reverenciemos a nuestras autoridades, honremos a nuestros ancianos, enseñemos a los jóvenes la ciencia del temor de Dios. Corrijamos a nuestras esposas hacia lo que es bueno, para que ostenten amables costumbres de la castidad, para que demuestren una voluntad sencilla y sincera, por la mansedumbre, para que manifiesten por el silencio la moderación se su lengua, para que hagan conocer su caridad, no según las propensiones de su ánimo, sino igual para todos los que santamente temen a Dios. Participen vuestros hijos de las enseñanzas de Cristo; aprendan para qué sirve la humildad delante de Dios y lo que puede en su presencia la caridad casta, y cómo su temor es bueno y grande y salva a todos los que caminan en él con pura conciencia. Porque escudriñador es de los pensamientos y de los juicios de la inteligencia Aquél, cuyo espíritu está en nosotros y cuando quiera nos lo quitará.
 

Capítulo XXII​

Todo esto lo confirma la fe en Cristo. Él, pues, nos habla así por el Espíritu Santo: Venid hijos, oidme y os enseñaré el temor del Señor. Quien es el hombre que quiere vida y desea ver días buenos. Guarda tu lengua de lo malo y tus labios no hablen engaño. Apártate de lo malo y haz lo bueno; busca la paz y vete tras ella. Los ojos del Señor sobre los justos y sus orejas a los ruegos de ellos. Mas el rostro del Señor sobre los que hacen cosas malas, para borrar de la tierra la memoria de ellos. Clamaron los justos y el Señor los oyó, y de todas sus tribulaciones los libró (Sal XXXIII, 12-18). Muchos son los azotes del pecador, mas al que en el Señor espera misericordia lo cercará (Ibid., XXXI, 10).
 

Capítulo XXIII​

Padre misericordioso e infinitamente benéfico, se compadece de todos los que le temen, y concede sus gracias benigna y dulcemente a aquellos que se acercan a Él con un corazón sencillo. Por lo cual, no andemos dudando ni vacile nuestra alma acerca de sus magníficos y esplendidos dones. Lejos de nosotros aquella Escritura, en la cual dice: Son desgraciados aquellos que tienen un alma llena de doblez y de vacilaciones, los cuales dicen: También oímos esto en tiempo de nuestros padres, y he aquí que hemos envejecido y nada de aquello nos ha sucedido. Oh locos; comparaos con los arboles; miren la vid, primero brota, después produce el sarmiento, después la hoja, luego la uva verde y amarga, y por último, la uva perfecta y madura. Ya veis cómo en poco tiempo el fruto del árbol llega a la madurez (Jac., I, 8). En la verdad, y de una manera breve y súbita, se realizará su voluntad, asegurando la misma Escritura que vendrá prontamente y no tardará, y de repente vendrá a su templo el Señor, y el Santo a quien vosotros esperáis (Hab., II, 3).
 

Capítulo XXIV​

Consideremos, queridos Hermanos, de qué modo el Señor nos manifiesta continuamente la resurrección que ha de venir, de la cual hizo partícipe el primero al Señor Jesucristo, resucitándole de entre los muertos. Fijémonos, oh amados, en la resurrección que se verifica en todo tiempo. El día y la noche nos manifiestan la resurrección; cae la noche y se levanta el día; desaparece éste y aquella le sobreviene y le sigue. Veamos las cosechas y cómo se hace la siembra del grano. Sale el sembrador y arroja la semilla a la tierra; arrojados los granos de ésta, los que cayeron áridos y desnudos en la tierra, son disueltos; después de esta disolución, por gran providencia de Dios, resucita la vida, y de uno solo produce el aumento de muchos frutos.
 

Capítulo XXV​

Observemos un prodigio admirable que se verifica en los países orientales, esto es, en la Arabia. Existe allí un ave, que se llama fénix; esta es unigénita y vive quinientos años. Cuando ya está cercana a la disolución, por la muerte, se arregla un nido con incienso, mirra y otros aromas, en el cual entra a su tiempo y muere. De su carne descompuesta nace cierto gusano, que alimentándose con los restos del ave fallecida, cría plumas, y después más fuerte, arrebata el nido, donde descansan los huesos de su antecesora, y llevándolo desde la región arábiga hasta Egipto, se dirige a la ciudad que se llama Heliópolis. Volando allí en presencia de los observadores, coloca aquel nido sobre el altar del Sol, y en seguida se vuelve por el camino que trajo. Después los Sacerdotes observan cuidadosamente el cómputo de los tiempos y encuentran que el ave volvió al cumplirse al año quinientos.
 

Capítulo XXVI​

¿Acaso juzgaremos que es cosa grande y admirable el que el Creador de todas las cosas haga resucitar a aquellos que le sirvieron santamente y en la esperanza de su buena fe, cuando por un ave nos manifiesta la magnificencia de su promesa? Dice, pues, en alguna parte: Y me resucitarás y te confesaré (Psal., XXVII, 7): Dormí y tuve sueño y me levanté porque tú estás conmigo (Psal., III, 6). Y además Job dice: Y resucitarás esta carne mía que ha padecido todo esto (Job, XIX, 24-26).
 

Capítulo XXVII​

Con esta esperanza estréchense nuestros corazones con Aquel que es fiel en sus promesas y justo en sus juicios. El que mandó que no mintiéramos, con mucha más razón no mentirá. Porque para Dios nada es imposible sino mentir. Levántese, pues, en nosotros su fe y pensemos que todas las cosas están en su mano. Con la palabra de su magnificencia lo hizo todo y con su palabra puede destruirlo. ¿Quién le dirá, qué has hecho, o quién resistirá el poder de su fortaleza? (Sap., XI, 22). Cuando quiere y como quiere lo hace todo y nada se perderá de lo que Él ha decretado; todas las cosas están en su presencia y nada se esconde a su ciencia. Sí, los cielos publican la gloria de Dios y el firmamento anuncia la obra de sus manos..., un día habla palabra a otro día y una noche manifiesta sabiduría a otra noche. No hay lenguaje ni habla de quien no sean oídas las voces de ello (Psal., XVIII, 1-4).
 

Capítulo XXVIII​

Puesto que todo es visto y oído por Él, temámosle y abandonemos las impuras codicias de las malas obras, para que por su misericordia estemos a cubierto de sus futuros juicios. Porque, ¿cómo puede ninguno de nosotros huir de su poderosa mano? ¿En qué mundo, pues, se refugiará aquel que huya de Él? Porque dice la Escritura en algún lugar: ¿Adónde iré y dónde me esconderé de tu cara? Si subo al cielo, allí estás Tú; si marcho a los extremos de la tierra, allí está tu diestra; si me aparto hacia los abismos, allí está tu espíritu (Psal., CXXXVIII, 7-10). ¿Adónde, pues, se retirará cualquiera, adónde huirá de Aquel que todo lo llena?
 

Capítulo XXIX​

Acerquémonos, pues, a Él con santidad de alma, elevando nuestras manos castas y no manchadas, amando a este nuestro Padre, benigno y misericordioso, que hizo de nosotros parte de su elección. Porque así se ha escrito: Cuando el Altísimo dividía las gentes, cuando separaba los hijos de Adán, fijó los límites de los pueblos según el número de los hijos de Israel. Mas la porción del Señor es su pueblo, Jacob la cuerda de su heredad (Deut., XXXII, 8 y 9). Y en otro lugar, dice: Si Dios hizo por venir y tomar para sí una gente de en medio de las naciones, con pruebas, señales y portentos, con combate y mano fuerte y brazo tendido, y con visiones espantosas, según todo lo que hizo por vosotros el Señor, Dios vuestro, en Egipto viéndolo tus ojos (Deut., IV, 34).
 

Capítulo XXX​

Puesto que formamos parte del Santo, hagamos todo lo que corresponde a la santidad, evitando la maledicencia, las acciones impuras e impúdicas, la embriaguez, el deseo de novedades, las abominables codicias, el detestable adulterio, la execrable soberbia. Porque Dios, dice, resiste a los soberbios, pero a los humildes da gracia (Jac., IV, 6). Unámonos, pues, a aquellos a quienes Dios ha concedido su gracia. Procuremos la concordia, humildes, continentes, apartándonos lejos de toda murmuración y maledicencia, haciéndonos justos por las obras y no por las palabras. Porque dice: ¿Pues qué, el que mucho habla, no escuchará también, o el hombre parlero será justificado? ¿Por ti solo callarán los hombres, y después de haberle burlado de los otros ninguno les refutará (Job XI, 2-3). Nuestra alabanza sea en Dios y no en nosotros mismos; porque Dios aborrece a aquellos que se ensalzan a sí mismos. El testimonio de nuestras buenas obras séanos dado por otros, como se dio a nuestros padres, varones justos. La temeridad y la arrogancia y la audacia para los maldecidos por Dios; pero la moderación y la humildad y la mansedumbre para aquellos que son bendecidos por Él.
 

Capítulo XXXI​

Acojámonos, pues, esforzadamente a su bendición, y veamos cuáles son los caminos de ella. Recordemos en nuestra conciencia lo que ha sucedido desde el principio. ¿Por qué nuestro padre Abraham fue bendecido? ¿No lo fue acaso porque había obrado la justicia y la verdad por la fe? Isaac, conociendo con confianza lo que había de suceder, se ofreció gustoso al sacrificio. Jacob, huyendo de su hermano con humildad, salió de su patria y se marchó a casa de Labán, y sirvió, y se le dieron las doce tribus de Israel.
 

Capítulo XXXII​

Cualquiera que con ánimo sincero aprecie, cada una de estas cosas, conocerá la magnificencia de los dones concedidos por Él. Porque de Jacob han descendido todos los Sacerdotes y Levitas que sirven al altar de Dios; de él procede el Señor, Jesús, según la carne; de él los Reyes y Príncipes y magnates, según Judá; y no disfrutan de pequeño honor las tribus restantes, según la promesa del mismo Dios: Será tu descendencia como las estrellas del cielo (Gén., XXII, 17).Todos estos, pues, consiguieron la gloria y la grandeza, no por sí mismos, ni por sus obras o por las justas acciones que practicaron, sino por la voluntad de Él. Y nosotros también, llamados por su voluntad en Cristo Jesús, no nos hacemos justos sólo por nosotros mismos, ni por nuestra sabiduría, o por nuestra inteligencia, o por nuestra piedad, o por las obras que practicamos en santidad de corazón, sino por la fe, por la cual justificó a todos desde el principio Dios omnipotente, al cual sea la gloria, por los siglos de los siglos. Amén.
 

Capítulo XXXIII​

¿Qué haremos, pues, oh Hermanos? ¿Cesaremos en las buenas obras y abandonaremos la caridad? No permita el Señor que hagamos tal cosa, sino con diligencia y alegría démonos prisa a terminar toda obra buena. Porque el mismo Hacedor y Señor de todo se complace en sus obras. Afirmó los cielos con su inmenso y supremo poder, adornándolos con su incomprensible sabiduría. Separó también la tierra del agua que la rodea, afirmándola sobre el fundamento inmóvil de su propia voluntad. Dio el ser por esa misma voluntad a todos los animales que en ella se mueven; encerró el mar con su poder a todos los animales que en él viven, después de haberlos creado. Formó con sus divinas e inmaculadas manos al hombre, rasgo de su imagen, superior a todos los animales por su inteligencia. Dijo, pues, Dios así. Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. E hizo Dios al hombre; macho y hembra los hizo (Gén., I, 26-27). Habiendo terminado todo esto lo alabó y bendijo, diciendo: Creced y multiplicaos (Ibid., I, 28). Observemos que todos los justos fueron adornados con las buenas obras, y el mismo Dios, cuando terminó las suyas se alegró. Teniendo, pues, este ejemplo, acerquémonos sin pereza a su voluntad y hagamos obras de justicia con todas nuestras fuerzas.
 

Capítulo XXXIV​

El buen operario recibe confiadamente el pan de su obra, pero el perezoso y flojo no se atreve a mirar a su amo. Conviene, pues, que nosotros estemos siempre dispuestos a practicar el bien, porque de aquí depende todo. Así es, que nos dice: He aquí al Señor y su salario delante del Él, para que dé a cada uno según su obra (Isa., XL, 10). Así, pues, nos amonesta de todo corazón para que no seamos perezosos ni descuidados en toda obra buena. Nuestra gloria y nuestra confianza estén en Él, sujetándonos á su voluntad. Fijémonos en la multitud universal de sus ángeles, de qué modo le sirven, conformándose con su voluntad. Dice, pues, la Escritura: Millares de millares le servían, y diez mil veces cien mil estaban delante de Él (Dan., VII, 10). Y daban voces el uno al otro, y decían: Santo, Santo, Santo, Señor Dios de los ejércitos, llena está toda la tierra de su gloria (Isa., VI, 3). Y nosotros, por tanto, reunidos en la concordia con el consentimiento común, clamemos a Él como con una sola boca, con todas nuestras fuerzas, para que seamos partícipes de sus grandes e ínclitas promesas. Porque dice: Desde el siglo no oyeron ni con los oídos percibieron: ojo no vió, salvo tú, oh Dios, lo que has preparado para aquellos que te esperan (Ibid., LXIV, 4).
 

Capítulo XXXV​

¡Cuán bienaventurados son, queridos Hermanos, y cuán admirables los dones de Dios! Vida en la inmortalidad, esplendor en la justicia, verdad en la libertad, fe en la confianza, continencia en la santidad; y todo esto está sometido a nuestro entendimiento. Pero ¿cuáles son los que se preparan para los buenos? El Creador Santísimo y Padre de los siglos conoce la cantidad, hermosura y excelencia de ellos. Nosotros, pues, procuremos con todo cuidado encontrarnos en el número de los que lo esperan, para, que participemos de los dones prometidos. Pero ¿de qué modo sucederá esto, queridos? Si nuestro entendimiento permanece firme en la fe de Dios, si buscamos lo que le es grato y aceptable, si hacemos lo que está conforme con su inmaculada voluntad y seguimos el camino de la verdad; apartando de nosotros toda injusticia é iniquidad, la avaricia, los altercados, las maldades y los fraudes, las murmuraciones y maledicencias, el odio de Dios, la soberbia, la ostentación, la vanagloria, el amor de la vanidad. Porque los que pecan así son odiosos a Dios. Y no sólo los que esto hacen, sino los que consienten con ello. Porque dice la Escritura: Mas al pecador dijo Dios: ¿Por qué tú hablas de mis mandamientos y tomas mi Testamento en tu boca? Puesto que tú has aborrecido la enseñanza y has echado a la espalda mis palabras. Si veías a un ladrón echabas a correr con él, y con los adúlteros ponías tu porción. Tu boca abundó en la malicia y tu lengua urdía engaños. Sentándote, hablabas contra tu hermano y ponías tropiezo contra el hijo de tu madre. Esto hiciste y callé. Injustamente creíste que seré tal como tú. Te argüiré y te pondré delante de tu cara. Entended esto los que olvidáis a Dios, no sea que os arrebate y no haya quien os libre. Sacrificio de alabanza me tomará, y allí el camino por donde le mostraré la salud de Dios (Psal., XLIX, 16-2-3).
 

Capítulo XXXVI​

Este es el camino, carísimos, en el cual encontramos nuestra salud, Jesucristo, Pontífice de nuestras oblaciones, patrono y auxiliar de nuestra debilidad. Por Él nos dirigimos a la altura de los cielos, por Él miramos su cara inmaculada y esplendorosa, por Él se han abierto los ojos de nuestro corazón, por Él nuestra inteligencia oscura e ignorante ha recibido una luz admirable; por Él ha querido el Señor que podamos saborear un conocimiento inmortal. El cual siendo el resplandor de la gloria y la figura de su sustancia, y sustentándolo todo con la palabra de su virtud, habiendo hecho la purificación de sus pecados, está sentado a la diestra de la Majestad en las alturas. Hecho tanto más excelente de los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos. (Hebr., I, 3-4). Así pues, se ha escrito también: Que haces a tus ángeles, espíritus, y a tus Ministros, fuego quemador. (Psal., CIII, 4) El mismo Dios dijo así de su hijo: Mi hijo eres Tú: Yo te he engendrado hoy. Pídeme y te daré como heredad las naciones y como tu posesión los confines de la tierra. (Psal., II, 7-8). Y además le dice: Siéntate a mi derecha, mientras pongo a tus enemigos por escabel de tus pies (Psal., CIX, 1) ¿Quiénes son, pues, los enemigos del Señor? Los que son malos, y aquellos que oponen su voluntad a la voluntad divina.
 

Capítulo XXXVII​

Militemos, pues, queridos hermanos con todas nuestras fuerzas en sus preceptos inmaculados. Pensemos en aquellos que pelean bajo la obediencia de nuestros jefes, buscando de qué modo más ordenado, más valiente y más sumiso obedecerán sus mandatos. No todos son perfectos, ni oradores, ni centuriones, ni quincuagenarios, por ejemplo, sino que cada uno en su puesto cumple las ordenes de su Rey o de su jefe. Los grandes no pueden vivir sin los pequeños, ni los pequeños sin los grandes. Existe un cierto enlace mutuo entre todos, y es necesario realizarlo. Sírvanos de ejemplo nuestro cuerpo. La cabeza nada es sin los pies, ni éstos sin aquélla. Los miembros más pequeños de nuestro cuerpo son necesarios y útiles a todo él; todos ellos conspiran al mismo fin y sirven a la conservación de todo el cuerpo, con unidad de usos.
 

Capítulo XXXVIII​

Consérvese pues, todo nuestro cuerpo en Cristo Jesús, y cada uno esté sometido a su prójimo, según el don que obtuvo por gracia de Él. El fuerte, pues, no desprecie al débil, pero el débil respete al fuerte; el rico dé al pobre, pero éste de gracias a Dios porque le ha deparado a otro por el cual sea socorrida su miseria. El sabio manifieste su sabiduría, no en palabras, sino en buenas obras. El humilde no emita juicio sobre sí mismo, sino que permita que lo emita otro. El que es casto en su carne no se gloríe, sabiendo que es otro el que le concede el don de la continencia. Pensemos pues, oh Hermanos, de qué materia hemos sido hechos, cómo y de que manera hemos entrado en el mundo, como viniendo del sepulcro y de las tinieblas, nuestro Autor y Creador nos trajo a su mundo, habiendo preparado sus beneficios antes de que naciéramos. Habiendo recibido de Él todas estas cosas, por todo debemos dar gracias a Él, a quien sea la gloria por los siglos de los siglos. Amén.