Capítulo XVI
Porque Cristo pertenece a aquellos que sienten humildemente de sí mismos, no a aquellos que pretenden levantarse sobre su rebaño. El cetro de la majestad de Dios, nuestro Señor Jesucristo, no vino ni con la arrogancia, ni con la soberbia, aunque sea poderoso; sino con la humildad, según lo que dijo de Él el Espíritu Santo. Dijo pues: ¿Quién ha creído lo que no ha oído, y el brazo del Señor a quién ha sido revelado? Y subirá como ramito delante de Él y como raíz de la tierra sedienta: No hay buen parecer en Él, ni hermosura: Y le vimos y no era de mirar y le echamos menos: Despreciado y el postrero de los hombres, varón de dolores y que sabe de trabajos, y como escondido su rostro y despreciado. Por lo que no hicimos aprecio de Él. En verdad tomó sobre sí nuestras enfermedades y Él cargó con nuestros dolores, y nosotros le reputamos como leproso y herido de Dios y humillado. Más Él fue llagado por nuestras iniquidades, quebrantado fue por nuestros pecados: El castigo para nuestra paz fue sobre Él y con sus cardenales fuimos sanados. Todos nosotros, como ovejas, nos extraviamos; cada uno se desvió por su camino y cargó el Señor sobre Él la iniquidad de todos nosotros. Él se ofreció, porque Él mismo lo quiso y no abrió su boca: Como oveja será llevado al matadero y como cordero delante del que lo trasquila, enmudecerá y no abrirá su boca. Desde la angustia y desde el juicio fue levantado en alto; su generación, ¿quién la contará? Porque fue cortado de la tierra de los vivientes; por la maldad de mi pueblo lo he herido. Y a los impíos dará por su sepultura y al rico por su muerte, porque no hizo maldad ni hubo malicia en su boca. Y el Señor quiso quebrantarle con trabajos: si ofreciera su alma por el pecado, verá una descendencia muy duradera y la voluntad del Señor será prosperada por su mano. Por cuanto trabajó, su alma verá y se hartará: Aquel mismo justo mi siervo justificará a muchos con su ciencia, y Él llevará sobre sí los pecados de ellos. Por tanto, le daré por su porción a muchos, y repartirá los despojos de los fuertes, porque entregó su alma a la muerte y con los malvados fue contado y Él cargó con los pecados de muchos y por los transgresores rogó (Isa., LIII, 1 y sig.). Y además Él mismo dijo: Mas yo soy gusano y no hombre, oprobio de los hombres y desecho de la plebe. Todos los que me veían hicieron burla de mí, hablaron con los labios y menearon la cabeza. Esperó en el Señor, líbrele, sálvele, puesto que le ama (Psal., XXI, 7-9). Ved, queridos Hermanos, el modelo que se nos ha dado. Porque si el Señor obró con tanta humildad ¿Qué deberemos hacer nosotros, que por Él hemos venido bajo el yugo de la gracia?