Re: SE PUEDE PERDER LA SALVACION??
El Nuevo Testamento manifiesta una severidad respecto a la salvación de los cristianos que casi llega a parecernos terrible: «Es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de eso cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia, pues crucificaron por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia» (Heb 6,4ss).
Quien se convierte de su conversión retrocede en vez de avanzar. Cuando se ha descubierto la dirección correcta, es decir la dirección de la verdad, se mantiene siempre como una dirección, como un camino; se mantiene como una meta y, por tanto, exige movimiento. Pero, en cuanto camino, ya no es mudable, porque apartarse, desviarse, cambiar de dirección ya no puede ser otra cosa sino alejarse de la verdad.
Y esto significa dos cosas: significa, en primer lugar, que quien ha abrazado el cristianismo no puede dejar ya, como cosa del pasado, la disposición al cambio, la conversión, como si fuera algo que ya no tuviera nada que ver con él. Se mantiene en él el enfrentamiento de dos fuerzas gravitatorias: la gravitación del interés, del egoísmo, y la gravitación de la verdad, del amor. La primera es siempre una gravitación «natural», que describe, por así decirlo, el estado de la máxima probabilidad. La segunda sólo puede permanecer en él a condición de que se mueva constantemente contra la gravitación del interés y hacia la gravitación de la verdad, a condición de mantenerse siempre dispuesto al cambio en favor de esta verdad y estar preparado hasta el fin a renunciar a sí mismo y a dejarse remodelar en Cristo: En este sentido, no puede rechazarse la fluidez de la existencia: es necesario asumirla. Esto significa, al mismo tiempo, que la verdad es siempre una dirección, una meta, nunca una posesión definitiva. Cristo, que es la verdad, es en este mundo camino: porque es la verdad.
El Nuevo Testamento manifiesta una severidad respecto a la salvación de los cristianos que casi llega a parecernos terrible: «Es imposible que cuantos fueron una vez iluminados, gustaron el don celestial y fueron hechos partícipes del Espíritu Santo, saborearon las buenas nuevas de Dios y los prodigios del mundo futuro, y a pesar de eso cayeron, se renueven otra vez mediante la penitencia, pues crucificaron por su parte de nuevo al Hijo de Dios y le exponen a pública infamia» (Heb 6,4ss).
Quien se convierte de su conversión retrocede en vez de avanzar. Cuando se ha descubierto la dirección correcta, es decir la dirección de la verdad, se mantiene siempre como una dirección, como un camino; se mantiene como una meta y, por tanto, exige movimiento. Pero, en cuanto camino, ya no es mudable, porque apartarse, desviarse, cambiar de dirección ya no puede ser otra cosa sino alejarse de la verdad.
Y esto significa dos cosas: significa, en primer lugar, que quien ha abrazado el cristianismo no puede dejar ya, como cosa del pasado, la disposición al cambio, la conversión, como si fuera algo que ya no tuviera nada que ver con él. Se mantiene en él el enfrentamiento de dos fuerzas gravitatorias: la gravitación del interés, del egoísmo, y la gravitación de la verdad, del amor. La primera es siempre una gravitación «natural», que describe, por así decirlo, el estado de la máxima probabilidad. La segunda sólo puede permanecer en él a condición de que se mueva constantemente contra la gravitación del interés y hacia la gravitación de la verdad, a condición de mantenerse siempre dispuesto al cambio en favor de esta verdad y estar preparado hasta el fin a renunciar a sí mismo y a dejarse remodelar en Cristo: En este sentido, no puede rechazarse la fluidez de la existencia: es necesario asumirla. Esto significa, al mismo tiempo, que la verdad es siempre una dirección, una meta, nunca una posesión definitiva. Cristo, que es la verdad, es en este mundo camino: porque es la verdad.