Re: san pablo no era calvinista
ELECCIÓN
El acto de selección mediante el cual Dios toma a un individuo o grupo de personas de entre un conjunto más grande con un fin o destino conforme a sus propios designios. El vocablo que más se usa en el A[SUP]T[/SUP] para describir este acto es el verbo bāḥar, que expresa la idea de escoger deliberadamente a alguien o algo después de considerar cuidadosamente las alternativas (p. ej[SUP].[/SUP] piedras para la honda, 1 S. 17.40; un lugar de refugio, Dt. 23.16; esposa, Gn. 6.2; el bien antes que el mal, Is. 7.15s; la vida en lugar de la muerte, Dt. 30.19s; el servicio de Dios y no el de los ídolos, Jos. 24.22). Esta palabra encierra la idea de una decidida preferencia por el objeto elegido, y a veces un verdadero placer en el mismo (cf[SUP].[/SUP], p. ej., Is. 1.29). En LX[SUP]X[/SUP] y el N[SUP]T[/SUP] el correspondiente verbo es eklegomai. eklegō es comúnmente activo en el gr[SUP].[/SUP] clásico, pero los escritores bíblicos siempre lo usan en la voz media, con sentido reflexivo: significa por lo tanto “elegir para sí mismo”. haireomai se utiliza sinónimamente de la elección que hace Dios en 2 Ts. 2.13, como en Dt. 26.18, LXX. Los adjetivos relacionados son el heb[SUP].[/SUP] bāḥı^r y el gr. eklektos, traducidos “elegido” o “escogido”; el NT también usa el sustantivo eklogē, ‘elección’. El verbo heb. yāḏa˓, ‘conocer’, que se utiliza con referencia a distintos actos de conocer que, por lo menos como idea, suponen y expresan afecto (p. ej. las relaciones entre los sexos, y el reconocimiento de Dios por parte del creyente), se utiliza para indicar la elección por parte de Dios (e. d[SUP].[/SUP] su reconocimiento de las personas en su amor) en Gn. 18.19 (véase °v[SUP]m[/SUP] ); Am. 3.2; Os. 13.5. El griego proginōskō, ‘conocer de antemano’, se usa igualmente en Ro. 8.29 y 11.2 con el significado de “amar con anterioridad” (cf. tamb[SUP].[/SUP] el uso de ginōskō en 1 Co. 8.3 y Gá. 4.9).
I. Uso en el Antiguo Testamento
La fe de los israelitas estaba fundada en la creencia de que Israel era el pueblo elegido de Dios.
Esta elección se llevó a cabo mediante dos actos complementarios y relacionados entre sí. (a) Eligió a Abraham y a su simiente al sacar a Abraham de Ur, trasladándolo a la tierra prometida de Canaán, formalizando allí un pacto sempiterno con él y sus descendientes, y prometiéndole que su simiente sería de bendición para toda la tierra (Gn. 11.31–12.7; 15; 17; 22.15–18; Neh. 9.7; Is. 41.8). (b) Eligió la simiente de Abraham al redimirlos de la esclavitud en Egipto, libertándolos del cautiverio por medio de Moisés, renovando con ellos el pacto abrahámico en forma ampliada en Sinaí, y dándoles la tierra prometida como patria (Ex. 3.6–10; Dt. 6.21–23; Sal. 105). Cada uno de estos actos de elección se describe, a la vez, como un llamado de Dios, e. d. una soberana emisión de palabras y disposición de acontecimientos por medio de los cuales Dios requirió que Abraham, en el primer caso, y la simiente de Abraham, en el segundo, lo reconociesen como su Dios y viviesen para él como pueblo suyo (Is. 51.2; Os. 11.1; * Llamado). La fe israelita consideraba que estos dos actos fueron los que crearon la nación (cf. Is. 43.1; Hch. 13.17).
El significado de la elección de Israel se pone de manifiesto en los siguientes hechos:
a
. El origen de la misma estaba en el amor de Dios, libre y omnipotente. Los discursos de Moisés en Deuteronomio recalcan esto. Cuando escogió a Israel, Dios “quiso” a Israel (Dt. 7.7; 23.5): ¿Por qué? No porque Israel lo eligiera a él primero, ni porque Israel mereciera su favor. En realidad, Israel era todo lo contrario de atractivo, ya que no era ni numeroso ni justo, sino débil, pequeño, y rebelde (Dt. 7.7; 9.4–6). El amor de Dios hacia Israel era libre y espontáneo, ejercido a pesar de no merecerlo ellos. La única razón residía en su propia buena voluntad. Constituía su delicia y satisfacción derramar bendición sobre Israel (Dt. 28.63; cf. 30.9) sencillamente porque había resuelto obrar de esa manera. Cierto es que al librar a Israel de Egipto estaba cumpliendo una promesa hecha a los patriarcas (Dt. 7.8), y con ello se expresaba una necesidad del carácter divino, porque es condición de la naturaleza divina ser fiel a sus promesas (cf. Nm. 23.19; 2 Ti. 2.13). No obstante, la formulación de esta promesa había sido en sí un acto de amor libre e inmerecido, porque los mismos patriarcas eran pecadores (como el mismo libro de Génesis se ocupa de demostrar), y Dios eligió a Abraham, el primer beneficiario de la promesa, cuando todavía vivía en la idolatría (Jos. 24.2s). Por lo tanto, en este caso, también, el origen de la elección debe buscarse, no en el hombre, sino en Dios.
Dios es rey en su mundo, y su amor es omnipotente. En consecuencia, llevó a cabo su elección de Israel por medio de una liberación milagrosa (con “mano poderosa”, Dt. 7.8, etc.), sacándolos de un estado de impotencia en su cautiverio. En Ez. 16.3–6 se destaca la condición lastimosa de Israel en el momento de ser elegido por Dios; el Sal. 135.4–12 ensalza la manifestación de su soberanía al sacar al pueblo elegido de la esclavitud y trasladarlo a la tierra prometida.
b
. El propósito de la elección de Israel era, en primer término, la bendición y salvación del pueblo al apartarlo Dios para sí (Sal. 33.12), y, en última instancia, la misma gloria de Dios, al manifestar Israel ante el mundo su alabanza (Is. 43.20s; cf. Sal. 79.13; 96.1–10), y dar testimonio de las grandes cosas que él había hecho (Is. 43.10–12; 44.8). La elección de Israel comprendía la separación. Por ella Dios transformó a Israel en un pueblo santo, e. d. en un pueblo apartado para él (Dt. 7.6; Lv. 20.26b). Se los apropió como su heredad (Dt. 4.20; 32.9–12) y tesoro (Ex. 19.5; Sal. 135.4), prometiendo protejerlos y hacer que prosperasen (Dt. 28.1–14), y además, morar con ellos (Lv. 26.11s). La elección los transformó en pueblo suyo, y a él en el Dios de ellos, unidos por un pacto. Tenía como fin una comunión viviente entre ellos y él. Su destino, como pueblo elegido, era el de disfrutar de su manifiesta presencia en medio de ellos, y recibir la multitud de buenas dádivas que él prometió derramar sobre ellos. Su elección fue, pues, un acto de bendición que sería la fuente de todas las demás bendiciones. De ahí que los profetas expresen la esperanza de que después del exilio Dios llevaría de vuelta a su pueblo a Jerusalén y les daría nuevamente su presencia, estableciendo una vez más allí condiciones de bendición, al decir que Dios nuevamente “elegiría” a Israel y Jerusalén (Is. 14.1; Zac. 1.17; 2.12; cf. 3.2).
c
. Las obligaciones religiosas y éticas creadas por la elección de Israel tuvieron grandes alcances. La elección, y las relaciones del pacto basadas en ella, que distinguían a Israel de todas las demás naciones, era motivo de alabanza y gratitud (Sal. 147.19s), de un leal cumplimiento de la ley divina (Lv. 18.4s), y de un resuelto inconformismo para con la idolatría y la vida extraviada del mundo no elegido (Lv. 18.2s; 20.22s; Dt. 14.1s; Ez. 20.5–7, etc.). A la vez, daba a Israel base para mantener en Dios una constante esperanza y confianza en tiempos de aflicción y desaliento (cf. Is. 41.8–14; 44.1s.; Hag. 2.23; Sal. 106.4s). Sin embargo, los israelitas irreligiosos se engañaban a sí mismos pensando que la elección nacional les permitía despreciar tranquilamente a las demás naciones, y suponer que en todo momento podían contar con la protección y el tratamiento preferencial de Dios, cualquiera fuese su propio modo de comportarse (cf. Mi. 3.11; Jer. 5.12). Fue esta ilusión equivocada, y en particular la idea de que Jerusalén, como la ciudad de Dios, era inviolable, las que fomentaron los profetas falsos en los días previos al exilio (Jer. 7.1–15; 23.9s; Ez. 13). La verdad era, sin embargo, como lo había manifestado Dios claramente desde el principio (Lv. 26.14ss; Dt. 28.15ss), que la elección nacional comprendía el juzgamiento estricto de los pecados nacionales (Am. 3.2). El exilio fue la demostración de que las amenazas divinas no habían sido palabras huecas.
d
. De entre el pueblo elegido, Dios escogió determinados individuos para cumplir tareas específicas tendientes a concretar los propósitos de la elección nacional, e. d. el disfrute por parte de Israel de la bendición de Dios y, en última instancia, la bendición del mundo. Dios escogió a Moisés (Sal. 106.23), a Aarón (Sal. 105.26), a los sacerdotes (Dt. 18.5), a los profetas (cf. Jer. 1.5), a los reyes (1 S. 10.24; 2 S. 6.21; 1 Cr. 28.5), y al Siervo y Salvador de la profecía de Isaías (“mi escogido”, Is. 42.1; cf. Is. 49.1, 5), que sufre persecución (Is. 50.5ss), muere por los pecados Is. 53), y proporciona luz a los gentiles (Is. 42.1–7; 49.6). El uso que Dios hace de Asiria y de “mi siervo” Nabucodonosor como látigos suyos (Is. 7.18ss; 10.5ss; Jer. 25.9; 27.6; 43.10), y de Ciro, un hombre que no conocía a Dios, como benefactor del pueblo elegido (Is. 45.4), ha sido denominado por H.H. Rowley “elección sin pacto” (The Biblical Doctrine of Election, 1950, cap(s)[SUP].[/SUP] 5), pero se trata de una frase inapropiada; la Biblia siempre reserva el vocabulario relacionado con la elección para el pueblo del pacto y sus funcionarios escogidos de entre las propias filas de Israel.
e
. Las prometidas bendiciones de la elección las podían perder por incredulidad y desobediencia. Los profetas, haciendo frente a una hipocresía general, insistían en que Dios rechazaría a los impíos de entre su pueblo (Jer. 6.30; 7.29). Isaías profetizó que solamente un remanente fiel viviría para disfrutar de la edad de oro que habría de seguir al inevitable juicio sobre los pecados de Israel (Is. 10.20–22; 4.3; 27.6; 37.31s). Jeremías y Ezequiel, que vivieron en la época de ese juicio, anticipaban un día en el cual Dios, como parte de su obra de restauración, regeneraría a los que había perdonado y aseguraría su fidelidad al pacto en el futuro, dando a cada uno de ellos un corazón nuevo (Jer. 31.31ss; 32.39s; Ez. 11.19s; 36.25ss). Estas profecías, que se centraban en la piedad individual, señalaban la individualización del concepto de la elección (cf. Sal. 65.4); ellas daban pie para distinguir entre elección para el privilegio y elección para la vida, como también para llegar a la conclusión de que, si bien Dios había elegido a toda la nación para el privilegio de vivir bajo el pacto, había escogido sólo a algunos (aquellos que habían sido hechos fieles mediante la regeneración) para heredar las riquezas de una relación íntima con él, como producto del pacto, mientras que los demás habían perdido el derecho a esas riquezas debido a su incredulidad. La enseñanza del NT respecto a la elección hace suyas estas diferenciaciones; nótese esp[SUP].[/SUP] Ro. 9.
II. Uso en el Nuevo Testamento
El NT anuncia la extensión de las promesas divinas del pacto al mundo gentil, y la transferencia de los privilegios del pacto de la simiente de Abraham a un cuerpo predominantemente gentil (cf. Mt. 21.43), compuesto de todos aquellos que se habían convertido en la verdadera simiente de Abraham y el verdadero Israel de Dios mediante la fe en Cristo (Ro. 4.9–18; 9.6s; Gá. 3.14ss, 29; 6.16; Ef. 2.11ss; 3.6–8). Las ramas naturales incrédulas fueron desgajadas del olivo de Dios (la comunidad de los elegidos, descendientes de los patriarcas), y ramas del olivo silvestre (gentiles creyentes) fueron injertadas en su lugar (Ro. 11.16–24). La Israel infiel fue rechazada y juzgada, y el lugar de Israel fue ocupado por la iglesia cristiana internacional como la nación elegida de Dios, que vive en el mundo como su pueblo, adorándolo y proclamándolo como su Dios.
El NT presenta la idea de la elección en las siguientes formas:
a
. Jesús es aclamado como el elegido de Dios por el Padre mismo (Lc. 9.35, donde debe leerse eklelegmenos, que se hace eco de Is. 42.1), y probablemente por Juan el Bautista (Jn. 1.34, si la interpretación correcta es eklektos; vease Barrett, ad loc[SUP].[/SUP]. La expresión despectiva en Lc. 23.35 demuestra que “el escogido” se usaba en la época de Cristo como designación mesiánica (como en el libro de Enoc, 40.5; 45.3–5, etc.). En 1 P. 2.4, 6 se reconoce a Cristo como la piedra del ángulo elegida por Dios; aquí tenemos un eco de Is. 28.16, LXX. Como referencia a Cristo, esta designación “señala la investidura única y distintiva de que ha sido objeto, y el especial deleite de Dios Padre en él” (J. Murray en Baker’s Dictionary of Theology, 1960, pp[SUP].[/SUP] 179).
b
. El vocablo “elegido” denota la comunidad cristiana en su carácter de pueblo escogido de Dios, en contraste con el resto de la humanidad. Este uso del vocablo es igual que el del AT. La iglesia es el “linaje escogido” (1 P. 2.9, citando Is. 43.20; cf. tamb. 2 Jn. 1, 13), que goza del privilegio de acceso a Dios, como también de la responsabilidad de alabarlo y proclamarlo, y de retener fielmente su palabra, cosas que anteriormente habían sido prerrogativas de Israel. Como en el caso de Israel, Dios había magnificado su misericordia al elegir personas pobres y sin distinción para este trascendental destino (1 Co. 1.27ss; Stg. 2.5; cf. Dt. 7.7; 9.6); y, como en el caso anterior, la elección y el llamado de gracia de Dios había dado como resultado la creación de un pueblo—su pueblo—que como tal no existía antes (1 P. 2.10; Ro. 9.25s, citando Os. 1.10; 2.23).
En los sinópticos Cristo hace referencia a los eklektoi (pl[SUP].[/SUP]) en diversos contextos escatológicos. Son aquellos a quienes Dios acepta, y aceptará, porque han respondido a la invitación del evangelio y han acudido a la fiesta de bodas desprovistos de toda justicia propia, y vestidos con la ropa de bodas provista por el anfitrión, e. d. confiando en la misericordia de Dios (Mt. 22.14). Dios los justificará (Lc. 18.7), y los guardará en todas las tribulaciones y peligros que se avecinan (Mr. 13.20, 22), porque ellos constituyen los objetos de su especial cuidado.
c
. El vocablo eklegomai se usa para describir la elección de los apóstoles por parte de Cristo (Lc. 6.13; cf. Hch. 1.24; 9.15), la elección de los diáconos por parte de la iglesia (Hch. 6.5), como también la de delegados (Hch. 15.22, 25). Esto constituye elección para un servicio especial de entre las filas de la comunidad elegida, como en el AT. La elección de los doce por parte de Cristo para la función apostólica implicaba la elección de los mismos para sacarlos del mundo a fin de que disfrutaran de la salvación (cf. Jn. 15.16, 19), excepto en el caso de Judas (cf. Jn. 13.18).
III. Desenvolvimiento teológico en el Nuevo Testamento
El desenvolvimiento teológico completo de la idea de la elección se halla en las epístolas de Pablo (véase esp. Ro. 8.28–11.36; Ef. 1.3–14; 1 Ts. 1.2–10; 2 Ts. 2.13–14; 2 Ti. 1.9–10). Pablo presenta la elección como la acción divina de escoger pecadores individuales, como acto de gracia, soberano y eterno, a fin de que sean salvados y glorificados en y a través de Cristo.
a
. La elección es una elección de gracia. La elección “por gracia” (Ro. 11.5; cf. 2 Ti. 1.9) es un acto de favor inmerecido manifestado libremente hacia miembros de una raza caída a la que Dios tan sólo debía ira (Ro. 1.18ss). Y no es solamente que Dios elije pecadores para salvarlos (cf. Ro. 4.5; 5.6–8; Ef. 2.1–9); elije salvarlos de una manera que exalta su propia gracia magnificando la pecaminosidad de ellos. Encierra a sus elegidos, tanto judíos como gentiles, en un estado de desobediencia e incredulidad, de manera que despliegan su verdadero carácter de pecadores, y se destacan en la historia como incrédulos confesos, antes de mostrarles su misericordia (Ro. 11.30–32; los gentiles, 9.30; 10.20; los judíos, 10.19, 21; 11.11, 25s [“luego” en el vv[SUP].[/SUP] 26 significa “por el ingreso de los gentiles”]). De manera que el efecto de la elección es una mayor manifestación de la liberalidad de la gracia.
b
. La elección es una elección soberana, nacida del exclusivo deseo de Dios (Ef. 1.5, 9), con exclusión de toda obra humana, efectuada o prevista (Ro. 9.11), o de cualquier esfuerzo del hombre para granjearse el favor de Dios (Ro. 9.15–18). Tales esfuerzos serían vanos de todos modos, pues por más alto que aspiren a llegar los pecadores, y por velozmente que corran, en realidad no dejan de pecar (Ro. 8.7s). Dios, en su soberana libertad, trata a algunos pecadores como se lo merecen, endureciéndolos (Ro. 9.18; 11.7–10, cf. 1.28; 1 Ts. 2.15s) y destruyéndolos (Ro. 9.21s); pero escoge a otros para ser “vasos de misericordia”, que reciben “las riquezas de su gloria” (Ro. 9.23). Esta discriminación no involucra injusticia alguna, porque el Creador no le debe misericordia a nadie, y tiene el derecho de obrar como se le plazca con sus criaturas rebeldes (Ro. 9.14–21). La maravilla no es que prive de su misericordia a algunos, sino que manifieste su gracia siquiera a algunos. El propósito de la soberanía de Dios al discriminar entre un pecador y otro apareció tan antiguamente como su limitación de la promesa abrahámica a la línea de Isaac, y la ubicación de Jacob por encima de Esaú (Ro. 9.7–13). Quedó claro desde el principio que “no todos los que descienden de Israel son israelitas” (Ro. 9.6), y que aquellos israelitas que llegaron a disfrutar de la salvación prometida al pueblo elcgido constituían sólo “un remanente escogido por gracia” (Ro. 11.5; 9.27–9). Y sigue siendo cierto, según Pablo, que sólo la elección soberana de Dios explica por qué, cuando se predica el evangelio, hay algunos que en efecto responden al mensaje. La incredulidad de los demás no requiere ninguna explicación especial, ya que ningún pecador, por sí solo, puede creer (1 Co. 2.14); pero el fenómeno de la fe requiere explicación. La explicación de Pablo es que Dios, por su Espíritu, induce a los elegidos a creer, de manera que cuando los hombres llegan a ejercitar fe verdadera y activa en Cristo, este mismo hecho demuestra que su elección es una realidad (1 Ts. 1.4ss; Tit. 1.1; cf. Hch. 13.48).
c
. La elección es una elección eterna. Dios nos eligió, dice Pablo, “antes de la fundación del mundo” (Ef. 1.4; 2 Ts. 2.13; 2 Ti. 1.9). Esta elección fue un acto de *predestinación (Ef. 1.5, 11), parte del propósito eterno de Dios (Ef. 1.9), el ejercicio de una amorosa presciencia mediante la cual resolvió salvar a aquellos a quienes conoció de antemano (Ro. 8.29s; cf. 1 P. 1.2). Mientras que el AT, al tratar el tema de la elección nacional de los privilegiados, equipara la elección de Dios con su llamado, Pablo, al tratar el tema de la elección personal para la salvación, hace una distinción entre la elección y el llamado, y habla del llamado de Dios (que él interpreta como una apelación al ejercicio de la fe que en forma efectiva evoca una respuesta) como una etapa en la ejecución temporal de un propósito eterno de amor (Ro. 8.30; 9.23s; 2 Ts. 2.13s; 2 Ti. 1.9). Pablo recalca que la elección es eterna a fin de asegurar a sus lectores que es inmutable, y que ninguna cosa que pueda suceder en el tiempo puede hacer variar el propósito de Dios de salvarlos.
d
. La elección representa la selección de pecadores individuales para ser salvos en y por intermedio de Cristo. La elección es “en Cristo” (véase Ef. 1.4), el Hijo encarnado, cuya aparición histórica y cuya mediación formaban parte integrante del plan eterno de Dios (1 P. 1.20; Hch. 2.23). La elección en Cristo quiere decir, en primer lugar, que la meta de la elección es que los elegidos de Dios lleven la imagen de Cristo y participen de su gloria (Ro. 8.29, cf. vv. 17; 2 Ts. 2.14). Son elegidos para la santidad (lo cual significa asemejarse a Cristo en toda su conducta) en esta vida (Ef. 1.4), y para la glorificación (lo cual significa asemejarse a Cristo en todo su ser, cf. 2 Co. 3.18; Fil. 3.21) en la vida venidera. La elección en Cristo significa, en segundo lugar, que los elegidos han de ser redimidos de la culpa y de la mancha del pecado por Cristo, mediante su muerte expiatoria y el don de su Espíritu (Ef. 5.25–27; 2 Ts. 2.13; cf. 1 P. 1.2). Como él mismo dijo, el Padre le ha dado un cierto número de personas para salvar, y él se ha encargado de hacer todo lo necesario para llevarlas a la eterna gloria (Jn. 6.37–45; 10.14–16, 27–30; 17.2, 6, 9ss, 24). La elección en Cristo significa, en tercer lugar, que el medio por el cual las bendiciones de la elección pasan a ser posesión de los elegidos es la unión con Cristo: su unión con ellos representativamente, como el último Adán, y vitalmente, como el dador de la vida, morando en ellos por su Espíritu, y la unión de ellos con él por medio de la fe.
IV. Signiflcación de la elección para el creyente
Pablo halla en el conocimiento de su elección
por parte del creyente una triple significación religiosa.
a
. Le demuestra que su salvación, de principio a fin, es enteramente de Dios, fruto de su soberana y discriminadora misericordia. La redención que encuentra en Cristo solamente y recibe tan sólo por la fe tiene su origen, no en cualidad personal alguna, sino únicamente en la gracia, la gracia de la elección. Todas las bendiciones espirituales fluyen hacia él por el decreto electivo de Dios (Ef. 1.3ss). Por lo tanto, el conocimiento de su elección debería enseñarle a gloriarse en Dios, y sólo en Dios (1 Co. 1.31), y a rendirle la alabanza que le corresponde (Ro. 11.36). El objeto final de la elección es que Dios sea alabado (Ef. 1.6, 12, 14), y el concepto de la elección debería impulsar a los pecadores redimidos a proferir incesantes doxologías y hacimientos de gracias, como sucedió con Pablo (Ro. 11.33s; Ef. 1.3ss; 1 Ts. 1.1–3ss; 2 Ts. 2.13ss). Lo que Dios ha revelado concerniente a la elección es para Pablo tema de adoración, no de discusión.
b
. Da certeza al creyente en cuanto a su seguridad eterna, y elimina todo motivo de temor y desaliento. Si está en gracia ahora, lo está para siempre jamás. No hay nada que pueda afectar su posición de pecador justificado (Ro. 8.33s); nada lo puede separar del amor de Dios en Cristo (Ro. 8.35–39). Nunca estará más seguro de lo que está, porque ya está tan seguro como jamás puede estarlo. Este es un conocimiento precioso; de ahí lo deseable de asegurarnos de que nuestra elección sea un hecho (cf. 2 P. 1.10).
c
. Impulsa al creyente a un mayor empeño ético. Lejos de aprobar la vida licenciosa (cf. Ef. 5.5s) o la presunción (cf. Ro. 11.19–22), el conocimiento de la propia elección y de los beneficios que fluyen de ella constituye el supremo incentivo para un humilde, gozoso, y agradecido amor, fuente de una gratitud que santifica (Col. 3.12–17).
Bibliografía. L. Coenen, “Elección”, °DTN[SUP]T[/SUP], t(t)[SUP].[/SUP] II, pp. 62–72; L. Berkhof, Teología sistemática, 1972, pp. 134–136; E. Trenchard, J. M. Martínez, Escogidos en Cristo, 1965; F. Stagg,Teología del Nuevo Testamento, 1976, pp. 92–96; E. Jacob,Teología del AntiguoTestamento, 1969, pp. 191–198; J. Murray, “Elegido-Elección”, °D[SUP]T[/SUP], pp. 185–186; F. Michaeli, P. Bonnard, “Elegir”, Vocabulario bíblico, 1968, pp. 96–100; W. Zimmerli, Manual de teología del Antiguo Testamento, 1980, pp. 45–50.
Arndt; T. Nicol en DA[SUP]C[/SUP]; J. Orr en HD[SUP]B[/SUP](l t.); C. Hodge, Systemutic Theology, 2, pp. 331–353; H. H. Rowley, The Biblical Doctrine of Election, 1950; G. C. Berkouwer, Divine Election, 1960; TDN[SUP]T[/SUP]4, pp. 144–192; NIDNT[SUP]T[/SUP]1, pp. 533–543.
Nuevo Diccionario biblico Certeza.