Dios te bendiga Maripaz.
Te pido que me perdones mi nueva intervención, pero no sé por qué cada vez que te veo irritada me sonrío y me parece que das coces contra el aguijón. Le confieso que algo dentro de mi corazón me dice que algún día tomaremos usted y yo de la misma copa del vino santo bendecido como sangre de Nuestro Señor, y que ese día no será la próxima vez que Jesús beberá del fruto de la vid. Me entiendes ¿no?
De remate sabemos que el Diablo se viste de Angel de Luz, pero concluir que cualquier aparición sea producto de Satanás y que “La Ramera” nos lleva a todos a Adorarle a él, me parece un exceso. Ciertamente hay confusión, pero tampoco se puede concluir que no ven visiones de “muertos” los evangélicos. El caso Medjugorje no ha sido aprobado, y dudo que lo sea, y miles, (lo escribí bien) miles de “evangélicos” han llegado encantados de su visita a Medjugorje y alguno de ellos afirman haber visto milagros, sucesos luminosos, danzas del sol, rosarios convertidos en oro, apariciones, señales en el cielo y demás. Tremendo lío se armaría si la Iglesia condena Medjugorje como “no supernatural” definitivamente, no me extrñará oir algunos de esos protestantes acusando al papa de oponerse a los mensajes de la Virgen María, al fin y al cabo, “La Bestia” es él y no ella.
Aquí le dejo este relato, que aunque le parezca “fresa” es “aprobado” por la Iglesia, una aparición a un “protestante” que creía que debía matar al papa, a Pio XII!!! (No son pocos los que desean que así hubiese pasado):
El 12 de abril de 1947 Bruno debía preparar un discurso para una reunión que tendría lugar al día siguiente en la plaza Croce Rossa. El tema debía resultar convincente: se trataba de descalificar y atacar a la Virgen María. Siendo sábado, quiso ir con sus hijos a pasar un día de campo en un sitio tranquilo y para eso escogió Tre Fontane, al norte de Roma, el sitio donde habría sido decapitado San Pablo. Mientras sus hijos jugaban con una pelota, cerca de una gruta, Bruno preparaba su infamante discurso contra la Virgen; de pronto, la pelota desapareció y el padre se apresuró a ir a buscarla, pero no la encontró, y al mismo tiempo su hijo menor, Gianfranco, de 4 años, no respondía a las llamadas que le hacía. Finalmente, lo encontró arrodillado frente a la gruta, con las manos juntas, sonriendo y con los ojos fijos en algo que acaparaba su atención totalmente, al mismo tiempo que decía: "¡Bella Señora, bella Señora!" Isola, su hermanita de 9 años, corrió hacia él, pero también cayó de rodillas, con las manos juntas y repitiendo lo mismo que su hermanito. Muy excitado, Bruno trataba de hacer lo posible por entender lo que pasaba y llamó a su otro hijo, Carlo, de 8 años, para saber si se trataba de un juego, pero éste también cayó en éxtasis frente a la gruta, repitiendo lo mismo: "¡Bella Señora!"
Viendo esto, Bruno trató de hacer algo y quiso levantar a los niños, pero no pudo: estaban tan pesados como si fueran de piedra. Entonces tuvo miedo y comenzó a llorar, pensando que alguien había embrujado a los niños. Desesperado, gritó: "Dios mío, sálvalos tú". Entonces sintió un dolor muy agudo en sus ojos y vio como dos manos transparentes y puras que le quitaban un velo que cubría sus ojos. En medio de la oscuridad vio un punto luminoso que se hacía más brillante y se agrandaba, iluminando toda la gruta. Un gozo inundó todo su cuerpo y en el punto más luminoso de la gruta vio un halo dorado de luz y en el centro a una mujer celestial, de una belleza única. Su pelo era negro, su tez algo morena, la nariz recta, y sus pies se posaban sobre una roca arenosa. Llevaba una túnica blanca, muy brillante, recogida en la cintura por un fajín color rosa, y un manto verde esmeralda que parecía recoger su negra cabellera. En la mano derecha tenía un librito color gris ceniza y con la otra mano señalaba una sotana negra, desgarrada, que estaba en el piso, y sobre ella una cruz rota.
La Virgen le dijo: "Yo soy la que está en la Santísima Trinidad. Soy la Virgen de la Revelación. Me has perseguido. ¡Basta! Entra en el redil de la Iglesia, que es la corte celestial en la tierra. La promesa de Dios es inmutable y así permanecerá. Los nueve primeros viernes, que hiciste en honor del Sagrado Corazón antes de entrar en el camino de la mentira, te han salvado. Obedece a la autoridad del Papa".
La Virgen le dijo algunos secretos y le reveló verdades que él y sus amigos habían tomado por falsedades, como lo referente al Ave María. Le dijo: "Las Ave Marías son como flechas de oro que salen de la boca de los creyentes y penetran en el Corazón de Jesús, mi Hijo". Le reveló toda su vida, desde el comienzo de su existencia hasta su Asunción al cielo: "Mi cuerpo no se corrompió, ni podía corromperse. En el momento de mi tránsito, mi Hijo y los ángeles me llevaron al cielo". También le confirmó su maternidad universal: "Llamadme Madre, porque soy la Madre vuestra, la Madre del clero santo, puro y fiel, del único clero, del verdadero clero".
La Virgen también le dio a Bruno un secreto que debía entregar al Papa y le advirtió que, cuando contara lo sucedido a sus amigos, no le creerían y tendría que sufrir humillaciones.
Cuando terminó su mensaje, recogió sus manos sobre su pecho, sonrió y retrocedió un poco. Luego desapareció dejando un maravilloso olor en toda la gruta.
Bruno tuvo un cambio radical después de la aparición. Al llegar a su casa le pidió perdón a su esposa y trató, en adelante, de reparar el daño que había hecho en sus hijos al privarlos de recibir instrucción católica. Se hizo católico nuevamente y contó con la asistencia de sacerdotes que lo ayudaron a cumplir la misión que la Virgen le había dado en secreto. Bruno regresó varias veces a rezar a la gruta y tuvo otras experiencias con la Virgen, en las que Ella permaneció silenciosa.
Finalmente, por sugerencia de su confesor, Bruno decidió ir a ver al Papa y entregarle el puñal con el que pensaba matarlo. Era el 9 de diciembre de 1949, cuando en el Vaticano se preparaban para la apertura del Año Santo de 1950. Un grupo de trabajadores, entre los que se encontraba Bruno, se habían reunido con el Santo Padre a rezar el Rosario. Al final, con los ojos bañados en lágrimas, Bruno entregó al Papa Pío XII su Biblia protestante y el puñal en que había escrito: "Muerte al Papa". El Santo Padre tomó los objetos y le dijo: "Querido hijo: Con esto sólo le habrías dado un nuevo mártir y un nuevo Papa a la Iglesia; una victoria a Cristo, una victoria de amor".
Las apariciones a Bruno Cornacchiola fueron aprobadas por el obispo local y Bruno cambió su nombre por el de hermano Paolo Maria, dedicándose a exhortar a los cristianos a rezar y a amar a la Virgen. El manto verde, signo de esperanza, de la Virgen de la Revelación, aparecía como un seguro refugio donde se hallaba la paz, la fe y el amor. Un cielo que guardaba los más bellos secretos de amor, de una Madre hacia sus hijos confundidos en los errores de este siglo.
En el Amor de Jesús.
Gabaon.