Re: "Perlas" de estiércol White sobre la salvación
continuación.
El Papa y el Presidente tenían varios objetivos en común, y cada uno podía ayudar al otro en su campo respectivo. El Vaticano estaba dando los pasos iniciales para conseguir el apoyo de los Estados Unidos de América en la eventualidad de una guerra europea, en el fondo de la cual asomaba la Rusia bolchevique, mientras Roosevelt en ese momento quería capturar el voto católico en la próxima elección Presidencial y el apoyo del Vaticano para su política de unificación del continente americano. Más remotamente él deseaba el apoyo y la influencia del Vaticano en el caldero político de Europa, sobre todo en caso de guerra.
Fue con este trasfondo que el Vaticano empezó a actuar en el otoño de 1936 enviando al Secretario de Estado Papal, el Cardenal Pacelli, en una visita a los Estados. Bastante extrañamente, la visita coincidió con la elección. El Cardenal Pacelli llegó a Nueva York el 9 de octubre de 1936, y, después de pasar un par de semanas en el Este, hizo un viaje relámpago al Medio y al Lejano Oeste, visitando Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Cincinnati, etc. Regresó a Nueva York el 1 de noviembre. Después de que Roosevelt fue reelegido, el 6 de noviembre, almorzaron juntos en Hyde Park.
Lo que la visita del Secretario Papal significó para la Jerarquía norteamericana, con su tremenda maquinaria de periódicos y la C.N.C.B., en el tiempo de la elección, es obvio. Debe notarse por vía de contraste, mientras el Padre Coughlin estaba aconsejando a los norteamericanos que si no podían destituir a Roosevelt con el voto lo debían echar con balas.
Después de la elección, Pacelli y Roosevelt discutieron los puntos principales: la ayuda que los Estados Unidos de América debían dar indirectamente al Vaticano para aplastar la República española, bajo la fórmula de la neutralidad, y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Vaticano y Washington. Se empezaron negociaciones secretas entre Pío XI y Roosevelt, y continuaron hasta 1939, sin ningún resultado concreto. Entonces, el 16 de junio de 1939, el corresponsal en Roma del New York Times envió un despacho desde el Vaticano, declarando que "se esperaba que el Papa Pío XII [quién, entretanto, había sucedido a Pío XI] diera pronto los pasos para establecer relaciones entre la Santa Sede y los Estados Unidos sobre una base diplomática normal."
El 29 de julio de 1939, el Cardenal Enrico Gasparri llegó a Nueva York y pasó tres días con el Arzobispo Spellman, siendo su misión preparar "el estatus jurídico para la posible apertura de las relaciones diplomáticas entre el Departamento de Estado y la Santa Sede" (New York Times , 29 de julio de 1939).
La gran dificultad que impedía el establecimiento de relaciones diplomáticas regulares entre el Vaticano y la Casa Blanca era que Roosevelt no podía enviar un embajador regular al Vaticano, y el Vaticano no podía enviar un nuncio a Washington, sin proponer el plan al Congreso. Sin embargo, Roosevelt encontró en Pío XII a un hombre muy transigente, y pronto se encontró una manera por la cual el Congreso podría ser sobrepasado y los Estados Unidos podrían tener su embajador. En diciembre de 1939 los Estados Unidos, que oficialmente habían ignorado al Vaticano desde 1867 establecieron las conexiones diplomáticas con éste designando al Sr. Myron Taylor como el primer embajador personal del Presidente Roosevelt ante el Papa. Esto fue consumado sin ninguna conmoción seria en los protestantes Estados Unidos, y el movimiento fue favorecido por la creencia de que, gracias a los esfuerzos paralelos del Papa y el Presidente, Italia había sido dejada fuera de la guerra.
Mr. Taylor era un millonario, un alto episcopaliano, un amigo íntimo tanto de Roosevelt como de Pío XII, y un admirador del Fascismo. Él fue así aceptado por protestantes, católicos, la Casa Blanca, el Vaticano, y Mussolini. Porque no se había olvidado que el 5 de noviembre de 1936, Taylor había declarado que "el mundo entero ha sido forzado a admirar los éxitos del Primer Ministro Mussolini en disciplinar la nación", y había expresado su aprobación por la ocupación de Etiopía: "Hoy un nuevo Imperio italiano enfrenta el futuro y asume sus responsabilidades como guardián y administrador de un pueblo atrasado de 10,000,000 de almas" (New York Times, 6 de noviembre de 1936).
Ése fue el comienzo de las relaciones políticas diplomáticas entre el Vaticano y Washington que duraron hasta la muerte del Presidente Roosevelt (abril de 1945) y prácticamente hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Vimos funcionar esta relación al tratar con Italia, Alemania, y Rusia, a través de las frecuentes correrías a través del Atlántico de Mr. Sumner Welles, Mr. Taylor, Monseñor Spellman, Mr. Titman, y Mr. Flynn, todos los cuales, cuando la ocasión lo requería, actuaban como embajadores "extraoficiales" ante la Santa Sede.
La afinidad de intereses comúnes en numerosas esferas domésticas y extranjeras propició esta estrecha relación. El rol que el Vaticano podría jugar durante las hostilidades como un intermediario entre todos los beligerantes, y el prestigio que podría ejercer en muchos países, constituía la fuerza del Catolicismo, por un lado; mientras, por el otro lado, las ventajas económicas, financieras, y políticas eran los recursos de los Estados Unidos. Estas fuerzas que impulsaron a los dos Poderes para seguir políticas paralelas, productivas para ambos socios y realzando la ya gran influencia de Roma, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, hizo la cooperación católica-norteamericana tan intima que, como un ex Embajador ante el Vaticano lo expresó, "poca gente en Europa era consciente de la unión que estaba funcionando en un nivel espiritual entre las dos fuerzas que estaban representadas entre los Estados Unidos y la Santa Sede y que. . . estaban coordinadas en cada caso que justificaba la acción conjunta." (Francois Charles Roux, Embajador francés ante la Santa Sede, Revue de Paris, septiembre de 1946.)
Con la llegada del nuevo Presidente y la cesación de hostilidades, esta relación fue prácticamente inalterada. El representante personal del Presidente ante el Vaticano, descripto en 1939 "como una medida temporal necesaria por la guerra", con el amanecer de la paz permaneció allí, sobre la base de que además de ser de importancia durante las hostilidades, "sería igualmente útil en el futuro". Por lo tanto, él continuaría indefinidamente en su misión que acabaría "no este año, probablemente no el próximo año, sino en algún momento; de hecho, sólo cuando la paz reine en el mundo entero." (El Presidente Truman a los Ministros protestantes que le pidieron que retirara a su enviado especial ante el Vaticano, junio de 1946.)
Continuará...
continuación.
El Papa y el Presidente tenían varios objetivos en común, y cada uno podía ayudar al otro en su campo respectivo. El Vaticano estaba dando los pasos iniciales para conseguir el apoyo de los Estados Unidos de América en la eventualidad de una guerra europea, en el fondo de la cual asomaba la Rusia bolchevique, mientras Roosevelt en ese momento quería capturar el voto católico en la próxima elección Presidencial y el apoyo del Vaticano para su política de unificación del continente americano. Más remotamente él deseaba el apoyo y la influencia del Vaticano en el caldero político de Europa, sobre todo en caso de guerra.
Fue con este trasfondo que el Vaticano empezó a actuar en el otoño de 1936 enviando al Secretario de Estado Papal, el Cardenal Pacelli, en una visita a los Estados. Bastante extrañamente, la visita coincidió con la elección. El Cardenal Pacelli llegó a Nueva York el 9 de octubre de 1936, y, después de pasar un par de semanas en el Este, hizo un viaje relámpago al Medio y al Lejano Oeste, visitando Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Cincinnati, etc. Regresó a Nueva York el 1 de noviembre. Después de que Roosevelt fue reelegido, el 6 de noviembre, almorzaron juntos en Hyde Park.
Lo que la visita del Secretario Papal significó para la Jerarquía norteamericana, con su tremenda maquinaria de periódicos y la C.N.C.B., en el tiempo de la elección, es obvio. Debe notarse por vía de contraste, mientras el Padre Coughlin estaba aconsejando a los norteamericanos que si no podían destituir a Roosevelt con el voto lo debían echar con balas.
Después de la elección, Pacelli y Roosevelt discutieron los puntos principales: la ayuda que los Estados Unidos de América debían dar indirectamente al Vaticano para aplastar la República española, bajo la fórmula de la neutralidad, y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Vaticano y Washington. Se empezaron negociaciones secretas entre Pío XI y Roosevelt, y continuaron hasta 1939, sin ningún resultado concreto. Entonces, el 16 de junio de 1939, el corresponsal en Roma del New York Times envió un despacho desde el Vaticano, declarando que "se esperaba que el Papa Pío XII [quién, entretanto, había sucedido a Pío XI] diera pronto los pasos para establecer relaciones entre la Santa Sede y los Estados Unidos sobre una base diplomática normal."
El 29 de julio de 1939, el Cardenal Enrico Gasparri llegó a Nueva York y pasó tres días con el Arzobispo Spellman, siendo su misión preparar "el estatus jurídico para la posible apertura de las relaciones diplomáticas entre el Departamento de Estado y la Santa Sede" (New York Times , 29 de julio de 1939).
La gran dificultad que impedía el establecimiento de relaciones diplomáticas regulares entre el Vaticano y la Casa Blanca era que Roosevelt no podía enviar un embajador regular al Vaticano, y el Vaticano no podía enviar un nuncio a Washington, sin proponer el plan al Congreso. Sin embargo, Roosevelt encontró en Pío XII a un hombre muy transigente, y pronto se encontró una manera por la cual el Congreso podría ser sobrepasado y los Estados Unidos podrían tener su embajador. En diciembre de 1939 los Estados Unidos, que oficialmente habían ignorado al Vaticano desde 1867 establecieron las conexiones diplomáticas con éste designando al Sr. Myron Taylor como el primer embajador personal del Presidente Roosevelt ante el Papa. Esto fue consumado sin ninguna conmoción seria en los protestantes Estados Unidos, y el movimiento fue favorecido por la creencia de que, gracias a los esfuerzos paralelos del Papa y el Presidente, Italia había sido dejada fuera de la guerra.
Mr. Taylor era un millonario, un alto episcopaliano, un amigo íntimo tanto de Roosevelt como de Pío XII, y un admirador del Fascismo. Él fue así aceptado por protestantes, católicos, la Casa Blanca, el Vaticano, y Mussolini. Porque no se había olvidado que el 5 de noviembre de 1936, Taylor había declarado que "el mundo entero ha sido forzado a admirar los éxitos del Primer Ministro Mussolini en disciplinar la nación", y había expresado su aprobación por la ocupación de Etiopía: "Hoy un nuevo Imperio italiano enfrenta el futuro y asume sus responsabilidades como guardián y administrador de un pueblo atrasado de 10,000,000 de almas" (New York Times, 6 de noviembre de 1936).
Ése fue el comienzo de las relaciones políticas diplomáticas entre el Vaticano y Washington que duraron hasta la muerte del Presidente Roosevelt (abril de 1945) y prácticamente hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.
Vimos funcionar esta relación al tratar con Italia, Alemania, y Rusia, a través de las frecuentes correrías a través del Atlántico de Mr. Sumner Welles, Mr. Taylor, Monseñor Spellman, Mr. Titman, y Mr. Flynn, todos los cuales, cuando la ocasión lo requería, actuaban como embajadores "extraoficiales" ante la Santa Sede.
La afinidad de intereses comúnes en numerosas esferas domésticas y extranjeras propició esta estrecha relación. El rol que el Vaticano podría jugar durante las hostilidades como un intermediario entre todos los beligerantes, y el prestigio que podría ejercer en muchos países, constituía la fuerza del Catolicismo, por un lado; mientras, por el otro lado, las ventajas económicas, financieras, y políticas eran los recursos de los Estados Unidos. Estas fuerzas que impulsaron a los dos Poderes para seguir políticas paralelas, productivas para ambos socios y realzando la ya gran influencia de Roma, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, hizo la cooperación católica-norteamericana tan intima que, como un ex Embajador ante el Vaticano lo expresó, "poca gente en Europa era consciente de la unión que estaba funcionando en un nivel espiritual entre las dos fuerzas que estaban representadas entre los Estados Unidos y la Santa Sede y que. . . estaban coordinadas en cada caso que justificaba la acción conjunta." (Francois Charles Roux, Embajador francés ante la Santa Sede, Revue de Paris, septiembre de 1946.)
Con la llegada del nuevo Presidente y la cesación de hostilidades, esta relación fue prácticamente inalterada. El representante personal del Presidente ante el Vaticano, descripto en 1939 "como una medida temporal necesaria por la guerra", con el amanecer de la paz permaneció allí, sobre la base de que además de ser de importancia durante las hostilidades, "sería igualmente útil en el futuro". Por lo tanto, él continuaría indefinidamente en su misión que acabaría "no este año, probablemente no el próximo año, sino en algún momento; de hecho, sólo cuando la paz reine en el mundo entero." (El Presidente Truman a los Ministros protestantes que le pidieron que retirara a su enviado especial ante el Vaticano, junio de 1946.)
Continuará...