Estimado Soyfriend
Respuesta a Mensaje # 1723:
-No leemos que esa narración del rico y Lázaro la hiciera Jesús en casa de un tal Simón, pero el capítulo comienza con "Dijo también a sus discípulos". Fuesen quienes fuesen los oyentes del relato, no consta que la historia les pareciera disparatada y demandase explicaciones.
-Ya expliqué que lo de "sin parábolas no les hablaba" es una hipérbole o exageración para acentuar el gran uso que Él hacía de las parábolas.
-Tú mismo deberías darte cuenta de qué lado estoy, sin necesidad de preguntármelo. Que no coincidas conmigo no prueba que no entiendo.
Jesús cuenta una parabola que destaca el enorme cambio que está teniendo lugar.
Habla de dos hombres y explica cómo su situación cambia por completo.
Repasemos esta parabola y tengamos presente que también la escuchan los fariseos, que aman el dinero y reciben muchos elogios de la gente.
Un hombre rico vestido de púrpura mira por la ventana
Jesús relata:
“Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y llevaba una vida de placeres y lujo. Pero solían dejar junto a su puerta a un mendigo llamado Lázaro que estaba lleno de úlceras y que deseaba matar el hambre con las cosas que caían de la mesa del rico. Hasta venían los perros y le lamían las úlceras” (Lucas 16:19-21).
No hay duda de que el hombre rico representa a los fariseos, ya que a ellos les encanta el dinero.
A estos líderes religiosos judíos también les gusta vestirse con ropa costosa y elegante.
Sin importar las riquezas materiales que tengan, parecen ricos porque disfrutan de muchos privilegios y oportunidades para servir a Dios.
Para indicar su posición favorecida, se les describe como un hombre vestido de púrpura, el color de los reyes.
Además, el lino blanco transmite la idea de que se consideran justos (Daniel 5:7).
¿Qué piensan estos líderes ricos y orgullosos de la gente común y pobre?
La desprecian y la llaman ‛am ha’árets, o gente de la tierra, que no conoce la Ley ni merece aprender de ella (Juan 7:49).
Esto se representa con la situación del “mendigo llamado Lázaro”, que desea matar el hambre con las cosas que caen de la mesa del rico.
Tal como Lázaro está lleno de úlceras, los fariseos consideran que la gente común está enferma en sentido espiritual y la desprecian.
Aunque esta triste situación ha existido durante bastante tiempo, Jesús sabe que ha llegado el momento de un gran cambio para los que son como el hombre rico y para los que son como Lázaro.
Jesús ahora explica que las circunstancias de los dos personajes cambian totalmente:
“Con el tiempo, el mendigo murió y los ángeles lo llevaron al lado de Abrahán. El rico también murió y fue sepultado. Y en la Tumba, en medio de tormentos, levantó la vista y vio a Abrahán de lejos y a Lázaro al lado de él” (Lucas 16:22, 23).
Los que escuchan a Jesús saben que Abrahán lleva muerto mucho tiempo y está en la Tumba.
La Biblia explica claramente que nadie que esté en la Tumba o Seol puede ver ni hablar, y lo mismo puede decirse de Abrahán (Eclesiastés 9:5, 10).
Entonces, ¿qué entienden los líderes religiosos con esta parabola?
¿Qué podría estar enseñando Jesús sobre la gente común y sobre los líderes religiosos que tanto aman el dinero?
Jesús acaba de indicar un cambio de circunstancias al decir que “la Ley y los Profetas llegaron hasta Juan” y que “desde entonces se anuncia el Reino de Dios como buenas noticias”.
Así que, con la predicación de Juan el Bautista y de Jesucristo, tanto Lázaro como el hombre rico mueren, en el sentido de que su situación cambia, y pasan a ocupar una nueva posición ante Dios.
Las personas humildes y pobres han estado desfavorecidas en sentido espiritual durante mucho tiempo.
Pero ahora reciben ayuda porque aceptan el mensaje del Reino, que predicó primero Juan el Bautista y después Jesús.
Hasta entonces tenían que sobrevivir, por decirlo así, con “las cosas que caían de la mesa” espiritual de los líderes religiosos.
Sin embargo, ahora están siendo bien alimentadas con las enseñanzas básicas de las Escrituras, especialmente las cosas tan maravillosas que Jesús está explicando.
De modo que por fin están en una posición privilegiada a los ojos de Jehová.
En cambio, los líderes religiosos ricos e influyentes rechazan el mensaje del Reino que Juan anunció y que Jesús ha estado predicando por todo Israel (Mateo 3:1, 2; 4:17).
De hecho, ese mensaje los irrita o atormenta, lo que indica que les espera un duro castigo de parte de Dios (Mateo 3:7-12).
Los codiciosos líderes religiosos sentirían un gran alivio si Jesús y sus discípulos dejaran de anunciar el mensaje de Dios.
Estos líderes son como el hombre rico de la parabola, que dice: “Padre Abrahán, ten compasión de mí y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua, porque estoy angustiado en las llamas de este fuego” (Lucas 16:24).
Pero eso no sucederá, pues la mayoría de los líderes religiosos no van a cambiar.
No han querido escuchar a Moisés ni a los Profetas.
Lo que estos escribieron debería haberles impulsado a aceptar a Jesús como el Mesías y el Rey prometido por Dios (Lucas 16:29, 31; Gálatas 3:24).
Estos líderes tampoco son humildes ni se dejan convencer por las personas pobres que aceptan a Jesús y que ahora cuentan con la aprobación de Dios.
Los discípulos de Jesús no pueden dejar de predicar ni cambiar la verdad solo para complacer a los líderes religiosos o para darles alivio.
En su parabola, Jesús describe este hecho con las palabras que el “Padre Abrahán” le dirige al hombre rico:
“Hijo, recuerda que en tu vida te saciaste de cosas buenas, pero Lázaro, por su parte, recibió cosas malas. En cambio, ahora él está aquí recibiendo consuelo, pero tú estás angustiado. Además de todo esto, se ha establecido un gran abismo entre nosotros y ustedes, de modo que los que quieran pasar de aquí para el lado de ustedes no puedan, ni tampoco pueda la gente cruzar de allá para nuestro lado” (Lucas 16:25, 26).
Ahora, las personas humildes que aceptan el yugo de Jesús y por fin reciben consuelo y alimento espiritual ocupan la posición que antes tenían los orgullosos líderes religiosos, y al revés (Mateo 11:28-30).
Este cambio se hará todavía más evidente dentro de unos meses, cuando el nuevo pacto sustituya al pacto de la Ley (Jeremías 31:31-33; Colosenses 2:14; Hebreos 8:7-13).
Cuando Dios derrame espíritu santo en el Pentecostés del año 33, quedará totalmente claro que quienes tienen la aprobación de Dios no son los fariseos ni los líderes religiosos que los apoyan, sino los discípulos de Jesús.