Re: María, ¿Madre de Dios?
«Creemos en un solo Señor Jesucristo». Creemos en Jesús, el Cristo y el Señor. Hay estos tres elementos en nuestra profesión de fe: fe en Jesús, que es el Cristo, que es el Señor. Es el orden más lógico. Algunos dicen que este artículo tendría que ser el primero del Credo, porque antes de creer en Dios Padre se ha de creer en Cristo, el Señor. Tal vez haya una cierta verdad en esto: no creemos en cualquier Dios, sino que creemos en el Dios que nos ha revelado Jesucristo. Ahora bien, cuando decimos que creemos en Dios Padre, Padre de Jesús y Padre nuestro, ya está implícito que hablamos de Dios Hijo, Jesucristo.
Pero el problema del paso del Jesús histórico al Cristo de la fe no quedaría automáticamente resuelto el día que tuviéramos como un «vídeo» de todo lo que pasó mientras Jesús vivía, sino que es un problema que ya tenían las gentes del tiempo de Jesús. Es evidente que mucha gente vio a Jesús, lo tocó, lo sintió y no creyó en El, sino que lo crucificó. Y a nosotros podría pasarnos lo mismo, aunque un día la técnica llegara a recuperar las imágenes y palabras auténticas e históricas del mismísimo Jesús.
La mesianidad de Jesús, la «cristianidad» de Jesús, no es algo que quede automáticamente demostrado ni resulte evidente a partir de su realidad histórica. Si así fuese, no se explicaría cómo muchos de sus contemporáneos no le aceptaron como Mesías y Cristo. No hay que pensar, en contra de lo que opinaban ciertos apologetas de fines del siglo pasado, que para creer en Jesús basta con reconstruir exactamente su historia. Cuando la crítica historicista vio que esto era imposible, vino la reacción contraria: se tiende a pensar que, si no podemos recuperar al Jesús histórico, nuestra fe en Jesús ha de quedar como falta de fundamento positivo.
El exegeta R. Bultmann, más tarde, intenta hallar una salida: dejemos al Jesús histórico y quedémonos sólo con el Cristo de la fe. Pero esto tampoco es admisible. El Cristo de la fe se sustenta en el Jesús histórico, aunque no se deduce sólo necesaria y
evidentemente, del Jesús histórico. Se necesita como una interpretación. La mesianidad o la divinidad de Jesús no se puede
demostrar, al menos con una demostración puramente histórica, objetiva o científica; pero tampoco es objeto de una opción gratuita, es decir, algo que el que quiere cree y el que no quiere no. Es algo que surge de una determinada postura ante este histórico Jesús de Nazaret.
Ante Jesús hay quien se pone a favor y quien se pone en contra; y también hay gente indiferente. González Faus, basándose en el libro de A. Holl, "Jesús en malas compañías", describe quiénes son estos amigos y estos enemigos: la gente social y religiosamente no aceptada, gente de clase baja y de mala fama, se hacen amigos de Jesús; «las malas compañías», por decirlo así. Y la gente bienestante, piadosa y "como se debe", se hacen mas bien enemigos de Jesús (con alguna excepción como Nicodemo, por ejemplo, aunque va de noche, medio escondido, porque no estaba bien visto andar con Jesús).
SEÑOR: Intentemos ahora hacernos cargo de lo que significa decir que Jesús es el Señor. En el Antiguo Testamento, «El Señor» era Yahvé. Sólo hay que seguir los Salmos para comprenderlo. Los judíos sustituyeron el nombre de «Yahve» por el de «Adonai» (que quiere decir el Señor) por respeto a Dios, ya que no se atrevían a pronunciar su nombre directamente. Lo llamaban entonces por lo que consideraban que era su función primordial: ser El Señor. Esto se ha de entender bien, sobre todo en estos días en que no miramos con buenos ojos a "los señores", porque estamos convencidos de que todos somos iguales. En la Biblia encontramos una pista para entender esto. Se nos dice que el Dios de la tierra
de Canaán, el dios de los cananeos, era Baal.
Baal es otro nombre que también quiere decir «señor», pero con otro sentido. Dicho breve y simplemente: Baal es el amo que ordena y manda, mientras que Adonai significa el Señor que protege. Algunas connotaciones de ambas palabras quizá puedan
superponerse, pero la connotación principal de la palabra "Señor", es que Yahvé es el que protege.
Este apelativo de «Señor» aplicado a Jesucristo, como lo encontramos de un modo habitual en las cartas de Pablo, expresa
la función de Cristo sentado ya a la derecha del Padre. Decir que el Cristo es El Señor es decir que Cristo, después de la resurrección, tiene ya la soberanía que Dios le ha dado sobre toda la realidad en el cielo y en la tierra. Así, este epíteto de Señor se ha de entender dentro de la crisis profunda que se produjo en los apóstoles y en los seguidores de Jesús por el hecho de la pasión y la muerte de su maestro. Hemos visto que Jesús de Nazaret proclamó el Reino con signos y que le seguían los pobres de espíritu, los humildes, los sencillos, etc. Esto es magnífico. Pero llega la crisis del Viernes Santo y resulta que, después de tantos signos y de tantas promesas, en definitiva, los otros, sus enemigos, pueden más que El y le dan una muerte afrentosa.
J/SENTADO: ¿Que quiere decir estar a la derecha de Dios? El Concilio de Nicea empleó la palabra "consubstancial", que pasó así a este artículo del Credo. ¿Que quiere decir? Literalmente, que Jesús es de la misma substancia, de la misma naturaleza, de la misma categoría que Dios Padre todopoderoso. La Biblia dice lo mismo, pero de una manera más imaginativa, más directa, más bonita: Jesús está "sentado a la derecha del Padre", está al mismo nivel de Dios, es igual a Dios, aunque había vivido como un pobre hombre y aunque sus enemigos parecía que habían tenido más poder que él. Esto es lo que queremos decir cuando confesamos a Cristo como «Señor».
Es el epíteto preferido por San Pablo para expresar la divinidad de Jesucristo. Cuando nos pregunten dónde se dice en el Nuevo Testamento que Jesús es Dios, podemos aducir, entre otros pasajes, éste que dice que Jesús está sentado a la derecha del Padre. O también el pasaje de /Mt/11/27: «Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar». Jesús expresa así que hay una igualdad entre El y el Padre. Yo le conozco a El como El me conoce a mí. Es decir, hay una intimidad, hay una realidad común entre El y el Padre.
En el Antiguo Testamento, Dios se había manifestado protegiendo a su pueblo; ahora se nos manifiesta con esta nueva forma de protección que es rehabilitar a su Justo, que, aunque parezca víctima y vencido por las fuerzas del mal, no es aniquilado
por ellas, sino que es resucitado de la muerte y es declarado triunfador de las fuerzas del mal. Por eso Jesús es identificado con todo aquello que se esperaba de Dios a lo largo del Antiguo Testamento. En este sentido es El Señor. Por esto se nos dice
también en /Rm/10/09: «Si confiesas con la boca que Cristo es el Señor y crees con el corazón que Dios le resucitó, serás salvado». Fijémonos en el paralelismo entre dos aspectos equivalentes: con la boca se confiesa que Cristo es el Señor; pero, cuando confesamos que Cristo es el Señor, lo que creemos, lo que hay detrás de esta confesión, es que Dios lo resucitó, que no le dejó morir como un desvalido, aunque lo pareciera. Está sentado a la derecha del Padre y por eso es Señor.
JOSEP VIVES
CREER EL CREDO
EDIT. SAL TERRAE.
Un solo Señor, JesucristoOriginalmente enviado por Raul68![]()
Sin darse cuenta, con esta afirmación, está incurriendo en la doctrina UNITARIA, ya que confunde al Padre con el Hijo. No olvide, porque está escrito, que para nosotros solo hay un Dios, el Padre, y un solo Señor, Jesucristo.
1Cor. 8:6 para nosotros no hay más que un solo Dios, el Padre, en quien todo tiene su origen y para quien nosotros existimos. Y hay también un solo Señor, Jesucristo, por quien todas las cosas existen, incluso nosotros mismos.
Según su exposición, María estaría siendo la madre del Padre, y ello es una herejía y como bien sabe. Por ello la Escritura evita indicar que María es la madre de Dios, porque para nosotros, y como está escrito SOLO HAY UN DIOS, EL PADRE.
¿Entiende? Pues ale, busque otros argumentos.
«Creemos en un solo Señor Jesucristo». Creemos en Jesús, el Cristo y el Señor. Hay estos tres elementos en nuestra profesión de fe: fe en Jesús, que es el Cristo, que es el Señor. Es el orden más lógico. Algunos dicen que este artículo tendría que ser el primero del Credo, porque antes de creer en Dios Padre se ha de creer en Cristo, el Señor. Tal vez haya una cierta verdad en esto: no creemos en cualquier Dios, sino que creemos en el Dios que nos ha revelado Jesucristo. Ahora bien, cuando decimos que creemos en Dios Padre, Padre de Jesús y Padre nuestro, ya está implícito que hablamos de Dios Hijo, Jesucristo.
Pero el problema del paso del Jesús histórico al Cristo de la fe no quedaría automáticamente resuelto el día que tuviéramos como un «vídeo» de todo lo que pasó mientras Jesús vivía, sino que es un problema que ya tenían las gentes del tiempo de Jesús. Es evidente que mucha gente vio a Jesús, lo tocó, lo sintió y no creyó en El, sino que lo crucificó. Y a nosotros podría pasarnos lo mismo, aunque un día la técnica llegara a recuperar las imágenes y palabras auténticas e históricas del mismísimo Jesús.
La mesianidad de Jesús, la «cristianidad» de Jesús, no es algo que quede automáticamente demostrado ni resulte evidente a partir de su realidad histórica. Si así fuese, no se explicaría cómo muchos de sus contemporáneos no le aceptaron como Mesías y Cristo. No hay que pensar, en contra de lo que opinaban ciertos apologetas de fines del siglo pasado, que para creer en Jesús basta con reconstruir exactamente su historia. Cuando la crítica historicista vio que esto era imposible, vino la reacción contraria: se tiende a pensar que, si no podemos recuperar al Jesús histórico, nuestra fe en Jesús ha de quedar como falta de fundamento positivo.
El exegeta R. Bultmann, más tarde, intenta hallar una salida: dejemos al Jesús histórico y quedémonos sólo con el Cristo de la fe. Pero esto tampoco es admisible. El Cristo de la fe se sustenta en el Jesús histórico, aunque no se deduce sólo necesaria y
evidentemente, del Jesús histórico. Se necesita como una interpretación. La mesianidad o la divinidad de Jesús no se puede
demostrar, al menos con una demostración puramente histórica, objetiva o científica; pero tampoco es objeto de una opción gratuita, es decir, algo que el que quiere cree y el que no quiere no. Es algo que surge de una determinada postura ante este histórico Jesús de Nazaret.
Ante Jesús hay quien se pone a favor y quien se pone en contra; y también hay gente indiferente. González Faus, basándose en el libro de A. Holl, "Jesús en malas compañías", describe quiénes son estos amigos y estos enemigos: la gente social y religiosamente no aceptada, gente de clase baja y de mala fama, se hacen amigos de Jesús; «las malas compañías», por decirlo así. Y la gente bienestante, piadosa y "como se debe", se hacen mas bien enemigos de Jesús (con alguna excepción como Nicodemo, por ejemplo, aunque va de noche, medio escondido, porque no estaba bien visto andar con Jesús).
SEÑOR: Intentemos ahora hacernos cargo de lo que significa decir que Jesús es el Señor. En el Antiguo Testamento, «El Señor» era Yahvé. Sólo hay que seguir los Salmos para comprenderlo. Los judíos sustituyeron el nombre de «Yahve» por el de «Adonai» (que quiere decir el Señor) por respeto a Dios, ya que no se atrevían a pronunciar su nombre directamente. Lo llamaban entonces por lo que consideraban que era su función primordial: ser El Señor. Esto se ha de entender bien, sobre todo en estos días en que no miramos con buenos ojos a "los señores", porque estamos convencidos de que todos somos iguales. En la Biblia encontramos una pista para entender esto. Se nos dice que el Dios de la tierra
de Canaán, el dios de los cananeos, era Baal.
Baal es otro nombre que también quiere decir «señor», pero con otro sentido. Dicho breve y simplemente: Baal es el amo que ordena y manda, mientras que Adonai significa el Señor que protege. Algunas connotaciones de ambas palabras quizá puedan
superponerse, pero la connotación principal de la palabra "Señor", es que Yahvé es el que protege.
Este apelativo de «Señor» aplicado a Jesucristo, como lo encontramos de un modo habitual en las cartas de Pablo, expresa
la función de Cristo sentado ya a la derecha del Padre. Decir que el Cristo es El Señor es decir que Cristo, después de la resurrección, tiene ya la soberanía que Dios le ha dado sobre toda la realidad en el cielo y en la tierra. Así, este epíteto de Señor se ha de entender dentro de la crisis profunda que se produjo en los apóstoles y en los seguidores de Jesús por el hecho de la pasión y la muerte de su maestro. Hemos visto que Jesús de Nazaret proclamó el Reino con signos y que le seguían los pobres de espíritu, los humildes, los sencillos, etc. Esto es magnífico. Pero llega la crisis del Viernes Santo y resulta que, después de tantos signos y de tantas promesas, en definitiva, los otros, sus enemigos, pueden más que El y le dan una muerte afrentosa.
J/SENTADO: ¿Que quiere decir estar a la derecha de Dios? El Concilio de Nicea empleó la palabra "consubstancial", que pasó así a este artículo del Credo. ¿Que quiere decir? Literalmente, que Jesús es de la misma substancia, de la misma naturaleza, de la misma categoría que Dios Padre todopoderoso. La Biblia dice lo mismo, pero de una manera más imaginativa, más directa, más bonita: Jesús está "sentado a la derecha del Padre", está al mismo nivel de Dios, es igual a Dios, aunque había vivido como un pobre hombre y aunque sus enemigos parecía que habían tenido más poder que él. Esto es lo que queremos decir cuando confesamos a Cristo como «Señor».
Es el epíteto preferido por San Pablo para expresar la divinidad de Jesucristo. Cuando nos pregunten dónde se dice en el Nuevo Testamento que Jesús es Dios, podemos aducir, entre otros pasajes, éste que dice que Jesús está sentado a la derecha del Padre. O también el pasaje de /Mt/11/27: «Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar». Jesús expresa así que hay una igualdad entre El y el Padre. Yo le conozco a El como El me conoce a mí. Es decir, hay una intimidad, hay una realidad común entre El y el Padre.
En el Antiguo Testamento, Dios se había manifestado protegiendo a su pueblo; ahora se nos manifiesta con esta nueva forma de protección que es rehabilitar a su Justo, que, aunque parezca víctima y vencido por las fuerzas del mal, no es aniquilado
por ellas, sino que es resucitado de la muerte y es declarado triunfador de las fuerzas del mal. Por eso Jesús es identificado con todo aquello que se esperaba de Dios a lo largo del Antiguo Testamento. En este sentido es El Señor. Por esto se nos dice
también en /Rm/10/09: «Si confiesas con la boca que Cristo es el Señor y crees con el corazón que Dios le resucitó, serás salvado». Fijémonos en el paralelismo entre dos aspectos equivalentes: con la boca se confiesa que Cristo es el Señor; pero, cuando confesamos que Cristo es el Señor, lo que creemos, lo que hay detrás de esta confesión, es que Dios lo resucitó, que no le dejó morir como un desvalido, aunque lo pareciera. Está sentado a la derecha del Padre y por eso es Señor.
JOSEP VIVES
CREER EL CREDO
EDIT. SAL TERRAE.