Muchas personas que insisten en la práctica de hablar con los muertos, argumentan de que estas personas fallecidas no están muertas, sino vivas. Para esto usan de referencia el pasaje cuando Jesús dice, “Dios no es un Dios de muertos sino de vivos.” Pues bien, antes de argumentar con respecto a este asunto debemos definir los términos para no entrar en un juego de palabras que no nos llevará a hacer honor a la verdad, sino que nos hundirá en un debate lleno de ignorancia y oscuridad.
Primeramente, debemos definir correctamente lo que significa la palabra muerte. Está claro en las escrituras que la palabra muerte no significa dejar de existir. La palabra muerte significa separación. Por ejemplo, cuando el hombre se separa de Dios esta muerto espiritualmente, cuando el hombre se separa de su cuerpo esta muerto físicamente. Pues bien, cuando Dios ordena en su palabra, “no hablar a los muertos,” no quiere decir, “no hablar a los que dejaron de existir,” porque es obvio que Dios, mas que nadie, entiende el concepto y significado de la muerte la cual no implica dejar de existir. Lo que Dios quiere decir es, “no hablar con los que se han separado del cuerpo físico.” No tiene sentido el que Dios le haya dado un significado a la palabra muerte diferente a lo que esta palabra realmente significa. El nunca especificó que hombres buenos como Isaías, Jeremías, Ezequiel, Daniel, o cualquiera de los profetas y hombres escogidos de Dios podrían ser consultados después de muertos, (entiéndase muerto como separado del cuerpo). Inclusive, vemos en el caso del rey desobediente llamado Saúl como es desechado por Dios por haber hablado con el profeta Samuel, el cual había muerto. Lo que implica que cuando Dios dice “no los consultéis,” no hizo diferencia entre si el muerto era un santo o no.
Otro aspecto importante es que aun si Dios en un caso hipotético permitiera a los hombres hablar con algún muerto por el hecho de que este muerto es o fue santo, representaría un serio problema, y es que a ciencia cierta nadie, solo Dios que conoce el corazón del hombre, sabe quien en realidad es santo y quien no.
Por otra parte, no tiene sentido el aventurarse a buscar intercesores subalternos cuando ya Dios ha establecido a Jesucristo, su hijo amado, como el único intercesor entre Dios y los hombres. Y que no hay otro más cualificado que él para cumplir la tarea intercesora. Es ridículo pensar que Dios o Jesucristo, al igual que los hombres, estubieran muy ocupados para atender nuestras súplicas y requirieran de alguna ayuda para facilitar este asunto. Si Jesucristo dijo, “todo lo que pidiereis al Padre, yo lo haré,” y ha cumplido en su compromiso a la perfección de ser nuestro abogado intercesor delante del padre, ¿porque las personas insisten en aventurarse a buscar otros procedimientos que no representan seguridad alguna de ser eficaces?
La forma y procedimiento que Dios estableció es más eficás que cualquier otra inventada por los hombres. Por eso en la oración enseñada por Jesús, (el padre nuestro) es donde está definido el modelo perfecto de la oración perfecta. No para que la repitamos una y otra ves, sino para que reflexionemos en ella parte por parte examinando los conceptos fundamentales que tenemos que tomar en cuenta cuando oramos. “Padre nuestro que estas en los cielos,” --- nos debemos dirigir al padre que está en el cielo implicando que no debe haber ningún tipo de imagen o representación al cual nos dirijamos, solo a nuestro padre que esta en los cielos. “Santificado sea tu nombre,” --- debemos comenzar nuestra oración con alabanzas y adoración a nuestro rey y Dios. “Vénganos tu reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo,” --- debemos buscar primeramente el reino de Dios y su justicia antes de sumergir nuestra oración en una lista interminable de peticiones egoístas y para la ostentación y deleite personal, entendiendo que lo que debemos pedir debe siempre estar sujeto a su divina voluntad. “El pan nuestro de cada día dánoslo hoy,” --- debemos reconocer que todo lo que recibimos, de la mano de Dios lo recibimos, pues el es el que suple para todas nuestras necesidades. “Perdona nuestros pecados así como nosotros perdonamos a nuestros deudores,” --- reconocer que somos pecadores y que necesitamos día a día acercarnos al trono de la gracia donde hay y siempre habrá suficiente sangre para limpiar nuestros pecados recordando que tenemos que perdonar a nuestros deudores para ser cualificados para recibir la gracia del perdón. “No nos dejes caer en tentación y líbranos del mal,” --- reconocer que somos vulnerables, no obstante, podemos descansar y confiar nuestra seguridad a Dios quien es fiel y justo y nos guardara bajo su pacto perfecto dándonos siempre la victoria sobre el pecado y la maldad. “Porque tuyo es el reino el poder y la gloria por los siglos de los siglos,” ---cerrar nuestra oración con alabanza y adoración. “En el nombre de Jesús. Amén.” Cuando añadimos el nombre de Jesús, entendemos que nuestra oración es escuchada no por nuestros meritos personales si no por los meritos de Jesús nuestro Salvador y Señor quien también se comprometió con la humanidad en el aspecto de que todo lo que pidiéramos al padre en su nombre, él lo haría.