Respuesta a Mensaje # 1177:
Como lo que ahora planteas es pura ficción -aunque no imposible-, para responderte en la forma que quieres a tu imaginación debo sumar la mía a fin de sacar un relato lo más verosímil posible.
Digamos entonces que del fruto del árbol que Eva compartió con Adam, ella conservó las semillas con la idea de hacerse un adorno, pues no eran ellas menos bonitas que el árbol que tanto agradó a sus ojos.
Expulsados del Edén, eligieron luego un buen lugar para su residencia. Al ver Adam como Eva procuraba hacerse un collar o una pulsera con las semillas, le sugirió que quizás podían hacer un juego de mesa con ellas, para entretenerse cuando estuvieran aburridos. Así que las conservaron.
Recordemos que Adam vivió 930 años, por lo que tuvo tiempo de sobra no solamente para estudiar la naturaleza, sino para aprender a usarla como recurso conveniente para reponerse de golpes, heridas, quemaduras, picaduras de insectos y otras alimañas. Halló que algunas plantas tenían propiedades curativas, ya fuera frotándose con ella la piel o bebiendo una infusión de sus flores, semillas, hojas y hasta la corteza y raíces de los árboles.
Uno de los problemas mayores era la picadura de cierta especie de alacranes, por el insoportable ardor que les causaba. Lo extraño, era que aunque siempre les picaban en los pies, una línea roja se extendía desde allí hasta donde sentían palpitar su corazón, formándose una mancha del tamaño y forma de un huevo de gallina. Adam no hallaba remedio para tal mal.
Cierta vez, Eva, que ya estaba harta que Adam le ganara al juego del ta-te-ti que había inventado con las semillas, decidió hacerse el collar con el que siempre había soñado. Cuando perforó una semilla, también se pinchó un dedo comenzando a gotear sangre, mientras una sustancia líquida de la semilla se esparció por la yema de su pulgar izquierdo. Al llegar Adam de ordeñar las vacas, encontró a Eva presa de la desesperación por el dolor en su dedo que se le había hinchado. Como una línea roja parecía subir por la mano de Eva hasta su brazo, la siguió hasta el mismo corazón de su mujer. Lo insólito era que una roncha roja del tamaño y forma de un huevo de gallina lucía sobre el pecho de su mujer ¡igualita a la de la picadura del alacrán!
Pensamos que Adam era un hombre mucho más inteligente que nosotros, pues por más que su caída en el pecado le causara tremenda ruina, todavía seguía siendo el primer hombre creado a la misma imagen y semejanza de Dios. Luego de guardar las semillas para no perder ni una sola de ellas –tuvo que inventarse otros juegos para entretenerse con Eva-, puso a germinar dos de ellas, pues convenía que al menos un nuevo árbol pudiera proveerle para el futuro del antídoto contra las molestas picaduras de aquellos alacranes.
La próxima vez que Adam volvió a ser víctima de un alacrán, frotó una semilla sobre el sitio de la picadura, pero para su mal, nada consiguió.
En otra ocasión. Adam vio como un alacrán picaba a Eva sin llegar él a tiempo de impedirlo. Gritó ella de dolor, y ambos, resignados, esperaban los molestos ardores que ahora a ella la acometerían. Sin embargo, esta vez la molestia fue tolerable.
Ni corto ni perezoso, Adam fue atando cabos. Aquel poco de la sustancia de la semilla que había afectado a Eva, seguramente ahora la preservaba de las peores consecuencias que él tan bien conocía.
Tras pasarse pensando toda una noche, a la mañana se levantó inspirado.
Tomó la mitad del montón de semillas, las abrió, y en un pequeño recipiente depositó la sustancia algo líquida que contenía.
Consiguió luego un tallito hueco y punzante. Con la ayuda de Eva, primero sorbió por un extremo de la cañita la sustancia de la semilla, y se perforó con la punta una vena soplando la sustancia para introducirla en aquella. En cuanto retiró la cañita, Eva vendó la herida y Adam permaneció recostado con el brazo en alto. Entonces se produjo entre ambos el siguiente diálogo.
-Adam, no estoy segura si habremos hecho bien. Por causa de haber comido del fruto de ese árbol pecamos y fuimos expulsados del Edén.
-¡Tranquila Eva! El Señor me había dicho “no comerás de él” y desobedecimos porque comimos. Que ahora hayamos descubierto esta aplicación de la sustancia de las semillas, la que entrando en nuestra sangre nos preserva de las consecuencias de las picaduras de alacranes, sin duda que es una ayuda de la providencia divina.
-¿Pero cómo podríamos estar seguros de no haber vuelto a contravenir su mandamiento?
-¡Muy sencillo! –repuso Adam- La próxima vez que me pique un alacrán, si no siento los efectos será porque Dios así lo dispuso. Si volvimos a equivocarnos, probablemente muera.
Adam volvió a ser picado por algún tiempo por alacranes; luego no le picaron más y él vivió todavía unos cuantos siglos más.