Les comparto éste relato que es parte de los Apotegmas de los Padres del Desierto:
Decían acerca de abba Juan: «Una joven perdió a sus padres y quedó huérfana; su nombre era Paesia. De su casa hizo un hospicio para recibir a los Padres de Escete. Perseveró de esta manera durante mucho tiempo, hospedando y atendiendo a los Padres. Después de un tiempo, cuando hubo gastado sus bienes, comenzó a pasar necesidad. La buscaron hombres perversos y la alejaron del buen propósito, y después comenzó a obrar mal, hasta prostituirse. Los padres lo oyeron y se entristecieron mucho, y acudieron a abba Juan Colobos, diciendo: “Hemos oído acerca de aquella hermana, que vive mal, y mientras pudo ejercitó la caridad con nosotros. Mostrémosle ahora nosotros caridad a ella, ayudándola. Ve a verla, y dispón las cosas según la sabiduría que Dios te ha dado”. Fue abba Juan adonde estaba ella y dijo a la vieja portera: “Anúnciame a tu señora”. Le respondió diciendo: “Primero consumieron lo que era suyo, ahora es pobre”. Le dijo abba Juan: “Dile que le traigo algo muy útil”. Sus servidores le dijeron, burlándose: “¿Qué le darás, que quieres estar con ella?”. Él les respondió, diciendo: “¿Cómo pueden saber lo que quiero darle?”. Subió la vieja y anunció su venida. Dijo la joven: “Estos monjes van siempre hasta el Mar Rojo, y allí encuentran perlas”. Adornándose, dijo: “Tráelo”. Mientras subía, se adelantó ella y se echó sobre la cama. Entró abba Juan y se sentó cerca suyo. Mirándola en el rostro le dijo: “¿Qué tienes que reprochar a Jesús para llegar a esto?”. Al oírlo, ella se conmovió, y abba Juan, con la cabeza inclinada, comenzó a llorar abundantemente. Ella dijo: “Abba, ¿por qué lloras?”. Levantó él la cabeza, y la volvió a inclinar, llorando, y dijo: “Veo a Satanás jugando en tu rostro, ¿no he de llorar?”. Al oírlo, dijo ella: “¿Hay penitencia, abba?”. Le respondió: “Sí”. Dijo ella: “Llévame adonde quieras”. Él le dijo: “Vamos”. Ella, levantándose, lo siguió. Abba Juan vio que no dispuso ni ordenó nada acerca de su casa, y se admiró. Cuando estaban llegando al desierto atardecía. Hizo una pequeña almohada en la arena, y haciendo la señal de la cruz, le dijo: “Duerme aquí”. Hizo lo mismo para sí, a poca distancia, y cuando concluyó sus oraciones, se acostó. Hacia la medianoche despertó, y vio un camino luminoso que bajaba desde el cielo hasta donde estaba ella, y vio a los ángeles de Dios que llevaban su alma. Levantándose, fue y la tocó con el pie. Cuando advirtió que estaba muerta, se echó rostro en tierra rogando a Dios. Y oyó que una hora de su penitencia había valido más que la penitencia de muchos que habían pasado en ella largo tiempo, pero que no habían mostrado el ardor de la suya».
Éste relato nos enseña que sólo Dios conoce el interior de los corazones.