Re: judíos cristianos y los otros
El contexto del rechazo de las costumbres judías
Un planteo adecuado sobre este punto nos obliga a hacer algunas consideraciones históricas.
En la Iglesia primitiva, inicialmente constituida por judíos cristianos que conservaban las tradiciones judías, surge la novedad de la conversión de los paganos, y la particular insistencia de Pablo hace que los Apóstoles se adapten a la situación de los nuevos conversos, permitiéndoles reducir a unas pocas exigencias el cumplimiento de las tradiciones judías (Hch. 15, 28-29). Pablo, en su primera carta a los Corintios, demuestra su preocupación por hacer cumplir –explicándolas a su modo– esas pocas normas (1 Cor. 8, 7-13; 10, 23-31), procurando “no escandalizar ni a judíos ni a griegos” (1 Cor. 10, 32). Por eso no coincido con la demasiado rápida afirmación de J. L Segundo cuando sostiene que Pablo no hace caso a lo pactado en el “Concilio de Jerusalén”.
Pero la adaptación a la situación de los paganos, que se permitía a Pablo, no implica que los Apóstoles de Jerusalén hayan reducido sólo a esas pocas normas la continuidad con las tradiciones judías en Jerusalén. Más bien queda claro que en Jerusalén se mantenía el estilo cristiano de la línea Mateo-Santiago, que continuaba con la circuncisión y con muchas otras costumbres del judaísmo sin ver la necesidad de una ruptura con esas tradiciones, puesto que la valoración de esas costumbres no implicaba para ellos que ocuparan el lugar de Cristo o que de ellas se obtuviera la justificación, como reprochaba Pablo (Gál. 2, 15-21). Pablo mismo jamás pretende exigir a los judíos cristianos de Jerusalén que abandonen las costumbres judías, pero defiende con todo tipo de argumentos el derecho de los paganos convertidos a no atarse a esas costumbres para poder vivir como cristianos. De esta manera, Pablo optaba por llevar a los paganos a la experiencia de lo más valioso y central del judaísmo, relegando, para ese fin, los signos externos como la circuncisión y otras costumbres judías.
Por otra parte, hasta San Justino, en su áspero diálogo con el judío Trifón, manifestaba que no tenía “ninguna objeción sustancial contra los que siguen observando las prescripciones judías”. [14] En este sentido podemos admitir, discrepando parcialmente con Von Balthasar, que un judío que ingresa al cristianismo puede seguir siendo judío. [15] Pero además podemos afirmar que “aquel judeocristianismo es para siempre la forma generadora del cristianismo... Y los mismos gentiles no serán completamente hijos de la Iglesia mientras no hayan aceptado todas las lecciones que el primer Pueblo elegido de Dios –y nunca rechazado– tiene todavía que hacerles entender”. [16]
Continuidad y profundización de la Ley
Ahora demos un paso más para llegar al fondo de esta cuestión y evitar confrontaciones estériles. Hay que advertir que la “Ley” puede entenderse de muchas maneras tanto en el cristianismo como en el judaísmo. Y hay un modo de entenderla en consonancia con la doctrina paulina. Es imprescindible, por ejemplo, mencionar que algunos textos veterotestamentarios y muchos textos judíos extrabíblicos manifestaban una religiosidad de la confianza en el amor de Dios e invitaban a un cumplimiento de la ley movilizado desde el interior del corazón por la acción divina (Jer. 31, 3.33-34; Ez. 11, 19-20; 36, 25-27; Oseas 11, 1-9, etc.). La “emuná”, actitud de profunda confianza que moviliza al auténtico cumplimiento de la Ley, “está en el corazón mismo de la exigencia de toda la Torá”; y es interesante advertir que el texto de Habacuc 2,4, que en la tradición judía expresa esta actitud básica, es de hecho citado por San Pablo al hablar de la justificación por la fe en Gál. 3, 11 y en Rom. 1, 17. [17]
Cabe indicar aquí que las afirmaciones de Pablo sobre una “caducidad” de la Ley podrían situarse también en el contexto de “la doctrina rabínica de los eones”, según la cual al final de los tiempos el instinto del mal sería erradicado de los corazones humanos y la ley externa ya no sería necesaria. Pablo precisamente creía vivir en los últimos tiempos y esperaba un retorno inminente del Mesías: “Pablo era un fariseo convencido de vivir en el tiempo mesiánico”. [18]
Por eso ahora podemos decir que lo que Pablo buscaba en primer lugar no era en realidad que se suplantara la circuncisión y otras prácticas judías por las normativas morales del Nuevo Testamento, por una moral centrada en el modelo de Cristo, o por un puritanismo cristiano. Porque en realidad lo que Pablo decía de la circuncisión también podría haberlo dicho, y seguramente lo diría hoy, de cualquier precepto del Nuevo Testamento y de cualquier norma eclesiástica. No podemos ignorar aquí la profundísima interpretación de Agustín de Hipona y de Tomás de Aquino sobre la teología paulina de la ley nueva, según la cual la esterilidad de una ley externa sin la gracia divina no es sólo una característica de las leyes judías, sino también de los preceptos que el mismo Jesús nos dejó:
Eso que Pablo percibió a partir de su encuentro con Jesús, hizo que, permaneciendo plena y profundamente judío, alcanzara en el cristianismo la madurez de la vocación misionera que lo tomaba por entero.
Hechos 21: 15 al 26
Comentario a la Biblia por Mathew Henry, revisado por Francisco Lacueva. Ed Clie
Pgs 1553-1554
Versículos 15-26
1. Para demostrar que estaban dispuestos a correr la misma suerte que Pablo (comp. con Jn. 11:16), no sólo Lucas y los demás que le habían seguido hasta Cesarea, sino incluso algunos de los discípulos de Cesarea (vv. 15, 16), tomaron sus bagajes, sin servirse de mozos de cuerda, y se fueron con él a Jerusalén. Parece como si el gran denuedo del apóstol hubiera envalentonado a todos los demás. Consigo llevaron también a un creyente antiguo, es decir, de los primeros que habían creído, natural de Chipre, Mnasón (mejor, Mnason) de nombre, en cuya casa, al parecer amplia, se iban a hospedar (v. 16). Este chipriota demostró su bien probada fe al dar alojamiento en su casa a tan numerosa compañía. Con discípulos así, bien puede un creyente hospedarse con gozo y gratitud al Señor, que da tales dones a los hombres.
2. La acogida que tuvieron en Jerusalén (v. 17): (A) Los hermanos los recibieron con gozo. El vocablo para «recibir» es el mismo de 2:41. La NVI lo vierte así: «nos prodigaron una calurosa acogida»; esto muestra que, a pesar de que la delegación incluía muchos creyentes de extracción gentil, «los guías espirituales (de Jerusalén) reconocían con alegría la gran obra que Pablo realizaba como apóstol de los gentiles»(Trenchard). (B) Por su parte, los delegados (y Pablo con ellos) giraron al día siguiente (v. 18) una visita a Jacobo, o Santiago, el hermano del Señor y presidente de la comunidad de Jerusalén, como vimos en el capítulo 15. Lucas hace notar que, con él, se hallaban presentes todos los ancianos de la iglesia.
3. El informe que Pablo dio de su labor entre los gentiles a los líderes de la «iglesia madre» (v. 19): «les contó una por una las cosas que Dios había hecho entre los gentiles por medio de su ministerio». No da su informe a Jacobo como a un superior jerárquico, sino como a un colaborador (v. el comentario al Co. 3:9). Su informe fue bien detallado a fin de que apareciese más gloriosa la gracia de Dios en circunstancias tan variadas como habían sido las de los viajes misioneros del apóstol. Y así como Pablo atribuía todo a Dios que había hecho aquellas cosas por medio de Pablo, ellos glorificaron (v. 20), no a Pablo, sino a Dios, pero, con esto mismo, mostraban que no tenían envidia a Pablo, a pesar del gran prestigio que ganaba entre los creyentes de todos los lugares.
4. La petición que los ancianos de Jerusalén (se incluye tácitamente a Jacobo) hicieron a Pablo de que diese satisfacción a los judíos creyentes al mostrar públicamente que no iba contra la Ley de Moisés, según se rumoreaba (vv. 20b-25). Esta porción requiere un cuidadoso análisis por los malentendidos que ha suscitado.
(A) Desean que Pablo se percate del éxito que la predicación del Evangelio ha tenido en la propia Palestina. El cómputo suena un poco a hipérbole: «Contemplas, hermano, cuántas miríadas (decenas de mil) hay entre los judfos de los que han creído» (lit). Le llaman «hermano», a pesar de ciertas diferencias de opinión, y parecen animarle a .
glorificar a Dios por unas conversiones mucho más numerosas que todas las que Dios había obrado por medio de Pablo en todos sus viajes misioneros; esto, sin duda alguna, había de alegrar a Pablo, quien tampoco tenía envidia al guna de los éxitos ajenos, ya que el éxito y el fruto eran, al fin y al cabo, en todos los casos, de Dios. Pero dicho «cómputo hiperbólico» lleva una intención determinada, como se ve por el contexto (todo el análisis de estos versículos es obra del traductor).
(B) Le hacen ver que, a pesar de ser tan numerosos los convertidos, todos son celosos por la ley}, es decir, todos observan fielmente los preceptos de la ley mosaica. M. Henry y el propio 1. S. Chafer, cometen un error garrafal al pensar que esto lo decían con tristeza, como lamentándose de «la debilidad prevaleciente entre los judíos creyentes» (M. Henry). Bastaría la lectura de Gálatas 2:12 y ss. para percatarse de tal equivocación. Sin llegar a ser propiamente «judaizantes»(como se ve por el v. 25), la mayoría de la comunidad de Jerusalén, con Jacobo a la cabeza, eran partidarios de la observancia de la Ley, aunque no como «yugo»,sino como norma válida de conducta (comp. con Stg. 1:25; 2:10-12 y el énfasis, no la doctrina, de Stg. 2:14-26). En el otro extremo del «espectro», siempre cristiano, estaba Pablo con su énfasis sobre la nulidad, y hasta los efectos relativamente dañosos, de la Ley. En el medio, algún tanto fluctuante, vemos a Pedro, como se palpa en las respectivas intervenciones en el sinodo de Jerusalén (cap. 15) y en el incidente de Gálatas 2:12 y ss.
(C) Le informan del desafecto que le habían cobrado aquellos miles de judíos creyentes, a causa de cierta información tendenciosa que se les había dado (v. 21): «que enseñas a todos los judíos que están entre los gentiles a apostatar de Moisés, diciéndoles que no circunciden a sus hijos ni observen las costumbres». Este informe era totalmente falso, pues Pablo había hecho circuncidar a Timoteo (16:3) y a ningún judío había prohibido observar las costumbres de sus padres. El mismo se portaba como judío observante.
(D) Le proponen que, para demostrar que es falso el cargo que se le hace, acompañe a cuatro hombres que tienen que cumplir un voto, se purifique con ellos y les pague el gasto de rasurarse la cabeza (vv. 23, 24). Puesto que el voto de nazareo había de cumplirse, según la tradición (no hay precepto bíblico acerca del tiempo), en treinta días como mínimo, la mención de siete días en el versículo 27 ha desconcertado a muchos exegetas, pero Lucas no dice que eran siete los días del cumplimiento del voto, sino de la purificación (comp. con Nm. 6:9); ése era el plazo en que había de terminarse el ceremonial.
(E) Para que esto no pareciese una contravención de lo decretado en el sínodo de Jerusalén (cap. 15), añaden que, en cuanto a los gentiles que han creído (v. 25), se han limitado a transmitirles las instrucciones del citado sinodo (15:20,29). Sabían cuán celoso era Pablo de la libertad de los gentiles convertidos y, por eso, se refieren expresamente a dichas instrucciones para no suscitar la intranquilidad del apóstol.
(F) Pablo no vio en elJo nada contra su conciencia de judío cristiano y accedió por el bien de los demás, como era su norma (Ro. 14:13-23; 1 Co. 8:1-13; 9:20). Él mismo había cumplido un voto similar (18:18). De esta forma, se conseguían tres buenos resultados: (a) La multitud (v. 22) quedaría satisfecha; (b) él mismo quedaría rehabilitado ante la multitud y (c) los líderes de la iglesia se verían descargados de una grave preocupación. Sin embargo, esta medida de «prudencia» iba a tener terribles consecuencias, aunque dentro del plan de Dios sobre Pablo.