La ley mosaica está abolida para el cristiano
La ley mosaica está abolida para el cristiano
Despues de las diversas promociones de la doctrina adventista del septimo día sobre la cuestion, y para los interesados me permito invitarles a visitar la página
http://www.geocities.com/alfil2_1999/contenido.html en la que encontrará interesante información sobre la historia y doctrina de este grupo.
A la vez, aconsejo de forma especial la lectura del libro "El Cristiano y la Ley", magistralmente escrito por el pastor Domingo Fernandez Suarez hace ya más de 50 años, y cuyo ejemplar podeis encontrar en
http://www.geocities.com/alfil2_1999/el_cristiano_y_la_ley.html.
El capítulo relativo al tema que nos ocupa, es el siguiente:
LA LEY ABOLIDA PARA EL CRISTIANO CONVERTIDO
Esto de “la ley abolida” suena muy sospechoso en los oídos aun de muchos que no son adventistas. Sin embargo, esto es el corazón de toda la discusión. Si la ley está en vigor, los adventistas están en lo cierto, y los que los combaten están equivocados, porque “la ley dice...”, y el adventista pretende ó procura hacer, mientras que si la ley dice y el evangélico no hace ó procura hacer nada, ¿cómo será justificado? Si no pudiera demostrar que la ley está abolida para mí, entonces voy a empezar a guardar el sábado y los demás detalles, porque en la ley está mandado que se guarden.
Yo sé que los principios morales de Dios no cambian, ni se abrogan, pero estos principios de la moral Divina, no fueron patrimonio exclusivo del pueblo judío. El privilegio del pueblo judío fue que Dios les dio una ley donde estos principios estaban escritos, pero el resto de los pueblos de la tierra tenían estos elementos de moral grabados en la conciencia, desde la creación. Los gentiles no tenían ley escrita en tablas ó en pergaminos, pero Pablo afirmó que la tenían escrita en sus corazones. (Véase Romanos 2:14,15).
El conocido comentador G. H. Lacy, está en lo cierto cuando dice: “La substancia de la parte moral de la ley de Dios, ha estado en vigor desde la eternidad, y sus obligaciones siempre pesaban en la vida de los hombres aun cuando no tuviesen todavía la forma de esta ley dada en el Sinaí. El niño tiene obligaciones respecto a sus padres, aun antes de estar instruido en ellas. Así la ley moral dada en el Sinaí, fue instrucción dada a Israel en cuanto a sus obligaciones que siempre habían existido. La ley es susceptible de cambio, modificación ó abolición; pero sólo por el legislador, Dios”. Y más adelante, páginas 70 y 71, añade: “En la muerte de Cristo murió la letra de la ley, siendo cumplida y abolida. La substancia (moral) de ella se expresó no en tablas de piedra que se podían romper, sino que espiritualmente queda escrita en los corazones de los de la fe. Estas nuevas tablas están para siempre seguras en poder de Cristo”.
“Entonces los que quieren estar debajo de la letra de la ley escrita en tablas de piedra, no están en Cristo, no pueden estarlo”. Esta es la opinión del Dr. Lacy acerca de la ley.
Dice Juan C. Varetto en su libro “Refutación del Adventismo”, página 90: “La ley moral es aquella que Dios ha escrito en el corazón de cada hombre, pero en esta ley no está escrito que se debe descansar la séptima parte del tiempo, ni mucho menos que esa parte tenga que se necesariamente el sábado”.
“El salvaje que roba o mata siente que su conciencia le acusa de haber hecho mal, aunque nada sabe del Decálogo. ¿Por qué? Simplemente porque el Creador ha grabado en lo más íntimo de su ser los mandamientos que dicen: No matarás, no codiciarás. Son preceptos morales que los conoce por la luz de la conciencia sin que nadie se los haya enseñado. Pero jamás la paz de un salvaje ha sido perturbada por no guardar el sábado. Este asunto no ocasiona conflictos de conciencia sino entre judíos y sabatistas. De ahí se deduce que la ley sabática no es de carácter moral, sino religioso y ceremonial”.
En la página 47, dice Varetto: “Una larga experiencia ha venido a demostrarme que la abolición de la ley es el punto que más debemos conocer si queremos luchar eficazmente contra las especulaciones de los enemigos de la doctrina de la gracia. Este terreno no lo debemos abandonar bajo ningún concepto, pues el éxito final de la discusión estará siempre relacionado con la fuerza desplegada al exponer esta consoladora doctrina. Todo depende de este punto. Allí debe empezar y allí debe terminar. Salir a otro campo es sólo perder el tiempo. Si la ley está en vigencia, los adventistas tienen razón; en cambio, si como sostenemos, el decálogo no forma parte del Nuevo Pacto, los adventistas están vencidos en toda linea. Aparecen como enemigos de la cruz de Cristo y cae sobre ellos el anatema pronunciado sobre los que causan trastornos contra la sana doctrina”.
Estoy plenamente identificado con esta opinión de Varetto y considero que todo aquel que no lo esté, no puede ni debe combatir a los adventistas por el hecho de que guarden el sábado ó no quieran comer determinadas clases de carne. Ahora bien, si es una cuestión de vida ó muerte el sostenerse en el punto que Varetto señala, no menos importante es que para sostenernos allí, empleemos los mismos argumentos que Pablo empleó, en su tiempo, contra los judaizantes. La epístola a los Gálatas, desde el principio al fin, es el razonamiento encaminado a dilucidar y aclarar el principio, la finalidad y el alcance de la ley y su relación con la gracia. Después de Gálatas está Romanos, donde el asunto de la ley y la gracia son tratados ampliamente.
Vamos a entrar ahora en el corazón del argumento. Dios hizo un pacto con Abrahám y el pacto comprendía UNA promesa. ¿Cuál era ésta? Que en la simiente de Abrahám serían benditas (dichosas, felices) todas las naciones de la tierra. ¿Y cómo recibirían esa bendición, por la fe ó por las obras? La respuesta que da Pablo es que sería por la fe. ¿A qué simiente se refería la promesa de Dios?: A CRISTO (Gálatas 3:16) “Y a tu simiente la cual es Cristo”. El estudiante de la Palabra de Dios debe tener en cuenta que ésta era una promesa hecha por Dios, y basada en la soberanía de su infinita misericordia; no había mediador alguno aquí, porque la promesa no encerraba ninguna condición a la cual ambas partes debían sentirse obligados a cumplir. Aquí Dios promete y el hombre, miserable e indigno recibe. Dios le promete bendecirlo en Cristo, y es Dios quien lo promete y quien lo hará.
Pero ahora dice Pablo, y lo basa en el Antiguo Testamento, que 430 años después de esta promesa dada por Dios a Abrahám, Dios dio el pacto de la ley. (Gálatas 3:17). Pero este pacto no descansaba en la gracia soberana de Dios, sino que había aquí dos partes, y dos partes que estaban en desacuerdo, por lo cual fue necesario UN MEDIADOR (un árbitro), (Gálatas 3:19-29) que fue Moisés.
Este pacto estaba condicionado: Dios lo proponía con las bendiciones y maldiciones inherentes y el pueblo se comprometía a cumplirlo, como bien dice Carroll: “Cada día, cada semana, cada mes, cada año y así repetidas veces”. ¿Cuál fue el resultado? Que Dios cumplió con su parte, pero el pueblo no. El pueblo violó y traspasó el pacto de la ley porque no cumplió con su parte. De esta manera demuestra Pablo en su razonamiento lo frágil del pacto de la ley y lo indisoluble del pacto de la gracia, donde propiamente no había sino una parte, “que era Dios quien por gracia promete libremente”.
Y ahora viene esta muy lógica pregunta de Pablo: ¿De qué, pues, sirve la ley? O en otras palabras: ¿Cuál fue entonces el propósito de Dios al dar la ley? ¿Qué relación guardaba el pacto de la ley con el pacto de la gracia? He aquí el quid de la cuestión. Pero el mismo Pablo responde a esto: La ley fue puesta 430 años después de hechas las promesas, “por causa de las rebeliones”. ¿Con carácter temporal ó eterno? Con carácter puramente temporal. ¿Hasta cuando? “Hasta que viniese la simiente” en quien descansaba la promesa. ¿Quién era esta simiente? Cristo.
Luego, la ley tuvo su principio, y fue 430 años después de las promesas hechas a Abrahám, y en los propósitos de Dios estaba que no sería con carácter permanente sino “hasta que Cristo viniese”. Y la causa que motivó que Dios diese el pacto de la ley, fueron las continuas rebeliones del pueblo de Israel. Y aquí hay otro contraste digno de mención. La promesa dada a Abrahám, incluía una bendición para todas las naciones de la tierra. “Mientras que la ley aunque era con las simientes de Abrahám, según la carne, no tenía que sino con una nación”. (palabras de Carroll).
Y aquí cito nuevamente a Carroll en su comentario acerca de los Gálatas, que considero inmejorable, el cual dice así: “El pacto de la ley fue temporal; no había de durar, como dice el texto, sino hasta que viniese la semiente prometida. Fue transitorio”. El pacto de la ley, por ser inferior (al de la gracia), fue dado por la disposición de ángeles. Fue subsidiario. Ya que uso la palabra subsidiario, mostraré lo que quiero decir. Nuestro texto dice que el pacto de la ley, 430 años después de la promesa, fue añadido. ¿Qué significa añadido? Pues que fue añadido a “algo” que existía antes. ¿Qué fue lo que antes existió? El pacto de la gracia y la promesa del pacto. El pacto de la ley no vino para anular lo que le precedió, sino que vino para serle subsidiario”, para servir de ayuda, de siervo.
Comentando el mismo versículo (Gálatas 3:19) dice el doctor E. Lund; “Fue puesto por causa de las rebeliones: Mejor, “fue añadido por causa de las transgresiones”. ¿Añadido a qué? Como un apéndice temporal al pacto de la gracia establecido (antes) con Abrahám”. “El objeto de la ley no es el de prevenir el pecado, sino el de descubrir el pecado”. El objeto de la ley es condenar y no el de dar vida. “Si la ley dada pudiera vivificar, la justicia sería verdaderamente por la ley”. Pero la ley no podía dar vida. La ley entonces fue como un paréntesis, en el tiempo entre Abrahám y Cristo. Su verdadera misión fue y es convencer al hombre de que es pecador y que impotente para salvarse por sí. Por eso afirma Pablo: “Antes que viniese la fe, estábamos guardados bajo la ley, encerrados”. Y en Romanos 7:6, dice: “Estábamos detenidos”. Así que la verdadera misión de la ley fue y es convencer al hombre de sus pecados, de la imposibilidad en que se halla de salvarse a sí mismo y guiarlo a Cristo. En cuanto a los creyentes del Antiguo Testamento “ellos eran justificados a base de observar la ley de TIPOS previstos por “la ley” hasta que Cristo viniese”.
“De manera que la ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo, para que fuésemos justificados por la fe. Mas, venida ya la fe ya no estamos bajo ayo” (Gálatas 3:24,25).
Lector, fíjate bien en esta conclusión: “La ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo”. La figura está tomada de la costumbre griega. Dice el Dr. Lund: “El ayo, entre los griegos, era el encargado de los menores; un criado u otro de experiencia, llamado paidagogos, de paidos (niños) y gogos (conductor, guiador): Uno que siempre tenía los niños a la vista, vigilándolos, sujetándolos a disciplina y llevándolos a la escuela, donde se los entregaba al maestro”. Pero cuando el niño llegaba al colegio pasaba de la autoridad del ayo a la del maestro, es decir, quedaba sujeto al maestro. La ley fue mi ayo, que me convenció de mis pecados, me guió a Cristo y ahora no estoy bajo la ley, sino bajo la autoridad y gracia de Cristo”.
“La ley fue nuestro ayo para llevarnos a Cristo” y allí terminó la misión a ella encomendada, nada más puede hacer, nada más se le demanda a aquellos que están en Cristo, “Ya no estamos bajo el ayo”. ¿Quiéres algo más claro que esto? Pocas cosas hay en la Escritura más claramente determinadas. “Al venir el objeto de la fe (Cristo), los herederos de la fe, ya no están bajo la ley. No estamos bajo el ayo”. En muchas partes Pablo arguye contra cualquier recaída en el judaísmo. Todo el libro de Hebreos está escrito sobre este asunto. Carroll.
“Un anciano predicador dijo una vez que enviaba a Moisés a traer el pecador, y que cuando Moisés lo hubiese derribado una vez ó dos, estaría pronto para aceptar a Cristo como Salvador”.
Resumiendo el pasaje de Gálatas 3:19-25, diremos:
1. La ley era para antes que viniese la fe y por tanto de carácter temporal.
2. La misión de la ley fue convencer, encerrar bajo convicción de pecado a todos, con el propósito de salvarnos por la fe en Cristo.
3. Que la ley fue para llevarnos a Cristo, pero una vez en Cristo, nada tenemos que ver con la ley.
Con esto concuerdan las palabras de Pablo dadas en Romanos 10:4: “Porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree”. Esto como quiera que se mire, dice que la ley termina en Cristo. ¿Dónde termina la ley de Moisés? En Cristo. ¿Qué fin persigue la ley de Moisés? Llevarnos a Cristo, para que creyendo en él seamos justificados. No hoy otra interpretación posible a este pasaje terminante. Léase en conexión con Gálatas 3:19, 24-25, Lucas 16:16 y Mateo 17:1-8.
“CRISTO ES EL FIN DE LA LEY”
Comentando estas palabras dice Varetto: La palabra griega “telos”, en castellano “fin”, tiene en ambos idiomas un sentido doble. Así cuando decimos: el fin que me propongo es bueno, la palabra fin significa “objeto”. Si decimos el fin del mundo, la palabra en este caso significa “término ó conclusión”.
“Comentadores de la talla de San Agustin, Lutero, Meyer, De Wtte, Godet y tantos otros, dan a la palabra, en este caso, no el sentido de “objeto”, sino el de “termino y conclusión”, pues el tema que San Pablo está desarrollando obliga al interprete serio a darle esa significación”. Robinson en su diccionario de griego, dice: “Con Cristo el poder de la ley llegó a su fin”. Juan de Valdés, comentador español del siglo XVI dice: “La ley feneció con Cristo. Si la ley viviera con Cristo, fuera necesario para la salvación, que con la fe estuviera el cumplimiento de la ley (exactamente el punto de vista de los judaizantes y de los adventistas) mas siendo muerta la ley, basta la fe para la justificación, y basta la justificación para la salvación. De manera que sea lo mismo decir el fin de la ley es Cristo, que decir: el fin del hombre es la muerte”.
Ahora volvamos a Gálatas 2:19. Dice allí Pablo: “Porque yo por la ley soy muerto a la ley, para vivir a Dios”. Y “con Cristo estoy juntamente crucificado”.
Hablando un día con un adventista, le cité este pasaje y le dije: ¿Está usted muerto con Cristo ó no? No quería decir nada en concreto, pero le exigí una respuesta y al fin me dijo: “Si, estoy muerto”. Entonces le dije. Si yo tengo un pistola y hago una descarga y mato a un hombre, ¿qué me hace la ley? “La ley lo castiga y según ella usted debe sufrir el castigo”. Muy bien, le dije, pero supongamos que hago la descarga, mato a un hombre, me doy cuenta de lo que me espera y seguidamente vuelvo el arma contra mí, me doy un balazo y me mato. ¿Qué me hace la ley? El hombre no pudo contestar ni tampoco esquivar la fuerza del argumento, basado en la Palabra de Dios.
El razonamiento de Pablo en Romanos 7 es como sigue: “Y hallé que el mandamiento intimado para vida, para mi era mortal: Porque el pecado tomando ocasión, me engañó por el mandamiento, y por el me mato. ¿Por qué fue que el mandamiento que era para vida, vino precisamente, a convertirse en lo contrario para Pablo, en instrumento de muerte? ¡Ah!, el mandamiento era santo y bueno, pero “Pablo era carnal vendido a sujeción del pecado”. Y lo que era dado para vida, vino a obrar la muerte, porque el hombre no lo podía obedecer, aunque quisiera y esto nos lleva otra vez a la misión de la ley, la cual no era salvar, sino lo contrario, descubrir el pecado. “La ley empero entró” ¿Para qué?, ¿para hacer santos a los hombres?, al contrario. “La ley entró para que el pecado creciese”. (Romanos 5:20). Y dice Pablo que “la ley obra ira”. Así que el hombre bajo la ley estaba siempre contemplando la ira que la ley quebrantada atraía sobre su cabeza; los truenos del Sinaí, jamás se dejaban de oír, y el hombre bajo la tutela de aquella ley de fuego era un pobre y miserable esclavo, que no podía gozar de paz de conciencia siempre que creyese en la veracidad de la ley. Por eso Pablo pudo decir: “El pecado no se enseñoreará de vosotros”. ¿Por qué? Porque “no estáis bajo la ley sino bajo la gracia”.
La ley obra ira y obra muerte, pero la gracia perdona, liberta y ayuda, y esto es muy importante que sea bien comprendido. La ley es como un amo déspota y sin misericordia. Aquellas tablas de piedra del Sinaí, no tenían corazón, no tenían lágrimas para verterlas por el pobre pecador perdido y extraviado, no tenían misericordia del caído, no tenían brazos para tenderlos y levantar del fango al pecador; no tenían poder para ayudarle al hombre a vencer la tentación, pero la gracia tiene todo cuanto el hombre necesita para acercarse a Dios y para amarlo. Y lo que digo en cuanto a la ley, no mengua la misericordia de Dios, al contrario, la ayuda y la enaltece, porque Dios no dio la ley para manifestar por ella su amor. La ley manifiesta la santidad de Dios y su odio, hablando en lenguaje humano, al pecado. Dios, mediante la ley, hace que el hombre se humille y reconozca sus pecados, como el Publicano, para que entonces se pueda manifestar el imperio de su amor misericordioso. La ley abate, la gracia ensalza. Pero nos hemos apartado de nuestro asunto.
Volviendo a él decimos: “Yo por la ley soy muerto a la ley” y “con Cristo estoy juntamente crucificado”. Comentando estas palabras dice G. H. Lacy, lo que sigue: “En el caso de Pablo y de todos los cristianos esta sentencia fue cumplida en Cristo cuando él murió. Pablo por la fe se unió a Cristo en esta muerte y así murió por la condenación de la ley y satisfizo todas sus demandas”.
“La ley no puede exigir ninguna cosa más allá de la muerte. De esta manera Pablo cumplió la ley en la muerte de Cristo y salió de su servidumbre en unión de Cristo. En su resurrección espiritual con Cristo se presentó vivo y justificado delante de Dios, como hijo suyo sin el peligro de volver a ser condenado. La ley condena y exige muerte. Por lo tanto el que muere cumple la ley, y en su cumplimiento alcanza la libertad de ella. Pablo murió en Cristo y así logró la libertad de la ley. También en Cristo resucitó, y así él vive para con Dios”.
Teniendo bien en cuenta esta doctrina de que el creyente, mediante la fe, está muerto con Cristo, (Gal. 6:14) porque Cristo murió por todos y así como en Adán, todos hemos pecado, así mismo en Cristo estaba representada la raza humana íntegra, aunque los beneficios de la muerte vicaria de Cristo los recibe sólo el que tiene fe.
Ahora bien, teniendo en cuenta que el creyente está muerto con Cristo veamos otro pasaje importante de las cartas de Pablo (Romanos 7:1-6). Dice el Apóstol: ”¿Ignoráis, hermanos, (porque hablo con los que saben la ley) que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que vive”? Ahora Pablo pasa a ilustrarlo tomando como ejemplo el matrimonio. “Porque la mujer que está sujeta a marido, mientras el marido vive está obligada a la ley; más si su marido muriese, es libre de la ley; de tal manera que no será adultera si fuere de otro marido”. Ahora viene la aplicación que Pablo da a su argumento, y ésta es que así como por la muerte del marido la mujer quedó libre de la ley, ¡“así también vosotros, hermanos míos, estáis muertos a la ley por el cuerpo de Cristo”!.
Por la muerte del marido la mujer queda libre de la ley del matrimonio y por la muerte de Cristo en la cruz, el hombre de fe en Cristo queda muerto a la ley, por “con Cristo estoy juntamente crucificado” y ahora “vive Cristo en mí”. Por eso Pablo dice: “Mas ahora estamos libres de la ley, habiendo muerto a aquella en la cual estábamos detenidos”.
Querido lector, si no has comprendido bien estas lineas, vuelve a leer Romanos, capítulo 7 y hazlo tantas veces como necesites hasta que puedas gozarte en esta bendita verdad, de que si has sido crucificado con Cristo, estás libre, libre completamente de la ley, porque has pasado a ser de “otro”. ¿De quién?, del que resucitó de los muertos”.
Con pena vemos a veces que dentro del campo evangélico hay confusión en estos asuntos y muchas dudas al considerar la ley, siendo, sin embargo, un asunto tan claro que está abolida para el cristiano, porque éste está muerto para la ley a todos sus efectos. “¿Estamos libres de la ley?”. ¿Es verdad ó es mentira? “Estamos libres de la ley”. Está escrito en Romanos 7:6. Los adventistas cuando les parece, dicen: “Aquí está hablando de la ley moral”, y cuando es al revés dicen: “Aquí es la ley ceremonial”. Vuelvo a decir que espero que se señale el primer versículo donde tal diferencia sea hecha en la palabra de Dios.
Estamos muy acostumbrados a oír y a leer ambos términos: “Ley moral y ley ceremonial”, pero cuando en la Biblia se habla de “la ley” tenemos que ser lógicos, honrados y consecuentes; la ley se entiende, en sentido limitado todo cuanto Dios ordenó a Moisés en el monte Sinaí, de lo cual las dos tablas de piedra eran su cetro y a manera de resumen, y la finalidad de las tablas era que ellas daban testimonio de que las leyes que ellos tenían habían sido dadas por Dios. ¿No se les llama precisamente así, las tablas del testimonio? (Véase Exodo 31:18, 32:29)
¿Qué quiere decir las tablas del testimonio? (Véase Génesis 21:30 y Josué 22:26-27). Testimonio es algo o alguien que habla a favor de... ¿Qué testimonio daban aquellas dos tablas de piedra escritas por Dios y colocadas en el tabernáculo del testimonio? Ellas hablaban al pueblo de que aquella ley que ellos tenían, había sido dada por el mismo Dios y la prueba de que era así, eran las mismas tablas. Por esa razón se llaman también “Tablas del pacto” (Deuteronomio 9:9). Era que Dios y el pueblo habían hecho un pacto, del cual Moisés era el mediador, y el pueblo de Israel dijo que haría todo cuanto Jehová había mandado, y como algo que les hablaba a los ojos, tenían las dos tablas.
En un sentido más amplio, y el más empleado en todo la Biblia, el término “ley” comprende los cinco libros de Moisés; y en unos cuantos versículos del Nuevo Testamento el término ley comprende todo el Antiguo Testamento como ya hemos visto anteriormente. Hecha esta advertencia, creemos que Pablo usó el término ley en Romanos, cap. 7, en el sentido de referirse a lo que Moisés escribió, sin que estuviese pensando en una sección particular de la ley. Pero en todo caso, el adventista tiene que admitir que lo que él llama ley moral, está incluido en la ley de la cual Pablo viene hablando y de la que dice que estamos libres. Sí, ¡libres! ¿Cómo lo sé? Pues porque Pablo, después de hablar de la ley en general, nos da una cita de la ley es precisamente del llamado “Decálogo”, y corresponde precisamente al último mandamiento: “No codiciarás” (Romanos 7:7). Así que está bien claro que la ley a la que Pablo hace referencia, incluye el decálogo y dice que estamos libres de ella.
En Gálatas 4:4, dice: “Dios envió a su Hijo, hecho de mujer, hecho súbdito a la ley”. ¿De qué ley fue hecho súbdito Cristo? ¿No es lógico admitir que Cristo fue hecho súbdito de toda la ley? Con esto están de acuerdo todos los comentadores que he consultado. ¿Para qué se hizo Cristo súbdito a la ley? La respuesta viene en el verso cinco del pasaje citado: “Para redimir a los que estaban debajo de tal ley”. ¿Debajo de qué ley? De la ley ritual, dice el adventista. Pero, ¿por qué le hemos de dar al término ley un alcance general en el verso cuatro y limitado en el cinco, cuando ambos presentan las mismas características? Hacer otra cosa implicaría una interpretación caprichosa. El término ley tiene el mismo sentido en ambos versículos. Cristo fue obediente y cumplió la ley, pero toda la ley, y él se hizo súbdito a la ley para redimirnos, librarnos de la ley, de toda la ley.
Dice Lacy, comentando este versículo, “al judío de la ley de Moisés y al gentil de la ley escrita en sus conciencias”. (Romanos 2:14). Por esto es que Pablo pudo escribir que él ya no estaba sujeto a la ley (1ª Corintios 9:20). Quiere decir a la ley del Sinaí, pues ahora tenía algo mejor, “la ley de Cristo”.
Vamos ahora a hacer referencia a otro pasaje, uno de los más claros en este sentido; me refiero a 2ª Corintios 3:3-13, donde nos dice que la ley abolida incluye el decálogo y que en este pasaje se tomó el decálogo como resumen representativo de toda la ley, lo cual está de acuerdo con el criterio que vengo sosteniendo, que toda la ley es una ampliación del “decálogo”.
En el verso tres, del pasaje anteriormente citado, tenemos un contraste entre las “tablas de piedra” del Sinaí y los corazones de los hombres, donde la ley de Cristo es ahora grabada. En el verso seis y siguientes, leemos: “El cual asimismo nos hizo ministros suficientes de un nuevo pacto. No de la letra, más del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica. Y si el ministerio de muerte en la letra grabado en piedras, fue con gloria... ¿Cómo no será más bien con gloria el ministerio del espíritu? Porque si el ministerio de condenación fue con gloria, mucho más abundará en gloria el ministerio de justicia... Porque si lo que perece tuvo gloria, mucho más será en gloria lo que permanece... para que los hijos de Israel no pusiesen los ojos en el fin de lo que había de ser abolido”. ¿Qué les parece?.
Tengo a la vista un folleto adventista que un amigo me acaba de entregar, titulado: “Diferencia entre la ley Moral y la ley Ceremonial”. Después de leerlo encuentro que no solo no tengo que revisar mis estudios, porque no tienen un solo argumento bíblico que pruebe lo que afirman y dicen creer. Sus mayores argumentos los sacan de una falsa interpretación que dan a ciertos pasajes de los sermones de Juan Wesley. De todas maneras no nos responsabilizamos de ideas particulares. Pero en la página 11 del folleto afirman que la ley de Dios “es eterna”. Veamos el pasaje que estamos tratando para ver si es así. Dejamos sentado que se habla de las tablas de piedra, de esas tablas que tanto cacarean los adventistas que fueron escritas con el “dedo de Dios”, y que no les decimos lo contrario. “Y si el ministerio de muerte en letras grabado en piedras”. Que esto se refiere a las dos tablas de la ley nadie lo puede negar. Solo los diez mandamientos fueron escritos en piedra. El lector comprenderá cómo para la mente de Pablo todo el ministerio de la ley estaba justamente representado en las dos tablas del pacto de la ley escritas por Dios.
¿Cómo le llama Pablo al ministerio de la ley?, “Ministerio de muerte”. “Ministerio de condenación”. ¿Qué había de pasar con este ministerio de muerte y condenación? Había de perecer (verso 11). Había de ser abolido (verso trece). ¿Qué había de ocupar el lugar de ésta ley? “El ministerio del espíritu” y “El ministerio de justicia”.
El adventista que pretende eternizar los mandamientos de las dos tablas de piedra, ¿tiene en cuenta este pasaje? Evidentemente que no, porque aquí se afirma que aquello era temporal, que había de ser “abolido”. Encontramos que los adventistas siguen predicando un “ministerio de muerte y condenación”. A ellos “hasta el día de hoy les queda el mismo velo no descubierto en la lectura del Antiguo Testamento, el cual por Cristo es quitado” (2ª Cor. 3:14).
Dice el comentarista Massie: “La gloria física y decadente en el rostro de Moisés, el ministro, es símbolo de la gloria moral de la dispensación antigua... que fracasó en la transformación de los hombres a ella misma, mientras la gloria permanente de la nueva dispensación transforma a los hombres de gloria en gloria, como por el Espíritu del Señor”.
Y el comentarista A. B. Rudd, dice: “La gloria que iluminaba el rostro de Moisés en esta ocasión, iba desvaneciéndose, indicación de que el ministerio que él representaba no había de ser permanente. No así Pablo; tiene él en contraste con Moisés, la seguridad de que su ministerio era permanente, que la gloria del nuevo pacto jamás se acabaría”. Los que no puedan ver la abolición de toda la ley en este pasaje, como dice Varetto, harán bien en procurar despojarse del velo que se lo oculta.
Un pasaje más y daremos fin a este extenso capítulo. Gálatas 4:21-31. La famosa alegoría de Pablo: “Abrahám tuvo dos hijos, uno de la sierva y otro de la libre”. Uno nació según la carne y otro de la promesa. Pero estas dos mujeres representan dos pactos, el de la promesa, el hijo de la libre, y el de la servidumbre, el hijo de la esclava.
La esclava Agar, simbolizaba la ley del Sinaí. “El pacto de obras, de muerte y condenación con su centro en los diez mandamientos, el que quedó cumplido en la obra expiatoria de Cristo por el cual abrió las puertas de la libertad”. Lacy.
Tu no puedes ser hijo de Sara e hijo de Agar; no puedes ser Isaac e Ismael. Tiene que ser uno ú otro, pero uno solo. No puedes tener un pie en Sinaí y otro en el Calvario. ¿Qué eres? ¿Libre o esclavo?
Creo haber demostrado que la ley está abrogada para el creyente que ha confiado en Cristo y que ha sido regenerado por el Espíritu Santo. Pero al decir que la ley está abrogada quizá no he dicho toda la verdad; porque la verdad es que Cristo, como representante de toda la raza humana cumplió la ley, toda la ley. La ley pedía la muerte de toda criatura y Cristo murió, el Justo por los injustos. Cristo al someterse como substituto a las justas demandas de la ley, vindicó esta y de hecho, por medio de la muerte coloca a los que en él creen, completamente fuera de la jurisdicción de la ley. Por eso dice el Dr. Lund, en su comentario acerca de Gálatas, página 115, lo siguiente: “La ley de Moisés fue cumplida y abolida”.
Ahora bien, el que no sea convertido, regenerado, no puede afirmar ni atenerse a esto. Si es judío sigue bajo los truenos del Sinaí y si no lo es, está bajo las acusaciones de la ley escrita en su conciencia.
Solamente el que ha muerto al pecado y vive en Cristo, es el que está completamente libre de la ley. Al inconverso yo seré el primero en señalarle la ley para mostrarle que está perdido; pero lo que yo no haré es decirle al convertido, guíate por la ley y guarda los mandamientos. Para el convertido la ley está muerta y él muerto para ella, en la muerte de Cristo en la cruz. (Romanos 7:6).