Respuesta a Mensaje # 782:
Ya que te has manifestado dispuesto a ser instruido -y creo alcanzar a llenar la medida del “alguien” que pueda tomarse tal trabajo-, te diré que “vana palabrería” generalmente se entiende como la abundancia de palabras vanas y ociosas, repetitivas y sin agregar nada nuevo a lo dicho.
1 – Que dejes a un lado la propuesta que desde otro epígrafe (iglesia…no cristiana) dio origen a este (iglesia judía) obtendrá el tácito acuerdo de cualquier visitante que recién se asome, pues sabe que aquella primera iglesia en Jerusalem no era samaritana, griega ni romana, si a composición étnica nos atenemos. Por supuesto que no era gentil sino judía. Todos sabemos que no fue eso lo que se discutió sino su identidad cristiana, y no como un ente similar a lo que pudiera ser cualquier sinagoga judía.
2 – Es una osadía decir que la iglesia en Jerusalem en tiempos de las iniciativas de Jacobo estaba “fuera de orden”, como si ya no fuese lo que era desde Pentecostés (Hch 2) hasta la consulta en Hch 15 cuando todavía Pedro es quien conduce y Jacobo quien comienza a proponer.
3 – Si es que en tales reuniones algunos llevaban aquellos pesados rollos con los libros de la Ley, los Salmos y los Profetas, eran esas las Sagradas Escrituras de las que se habla en todo el NT pues otras todavía no existían. ¿Es que podríamos pensar acaso que Tito (instruido por Pablo) de visita en Jerusalem ardía en deseos de prenderlas fuego o arrojarlas a la basura? Tal disparate jamás fue sugerido –que sepamos-, y ahora somos forzados a formularlo nada más que para mostrar lo absurdo de lo que se pretende. Cuando los nobles judíos de Berea escuchan en la sinagoga a los apóstoles, cada día escudriñaban esas mismas Escrituras para confirmar la verdad de lo que ellos decían (Hch 17:10,11). Gracias a que en la sinagoga estaban estos rollos les era posible certificar la verdad del Evangelio. Apolos mismo no hubiera logrado refutar a los judíos si por las mismas Escrituras no les hubiera demostrado que Jesús era el Cristo (Hch 18:28). Ellas eran las que daban testimonio del Señor Jesús (Jn 5:39). Tampoco era cosa de diseccionar la Palabra de Dios, preservando los rollos de los Salmos y los Profetas y deshaciéndose de los del Pentateuco (la Ley). Tal locura hubiera sido un escandaloso impedimento a la extensión del Evangelio por Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra. Todos hemos hurgado en las páginas de Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio y hallado hermosísimos retratos de nuestro Señor Jesucristo y su obra a nuestro favor. ¿Cómo cerrar nuestros ojos a la Ley? ¿Cómo negarnos a descubrir las inescrutables riquezas de Cristo siendo celosos por la Ley? El famoso escritor de las Asambleas, C.H.M. se hubiera visto privado de compartirnos sus inspiradores estudios sobre el Pentateuco.
4 – Nadie está diciendo que nuestro “celo por la Ley” esté en el guardar puntillosamente todas aquellas disposiciones que distinguían a los judíos de los demás pueblos del mundo, sino en nuestro amor a la Palabra de Dios cuando por iluminación del Espíritu Santo nos comunica cosas de Cristo. Que aquellos judíos de la iglesia en Jerusalem las siguieran guardando, fue cosa de ellos durante aquella época de transición. Si algunos se equivocaban creyendo que con guardarlas podrían justificarse, allí estaban los apóstoles para corregirles y enseñarles que solamente por la gracia del Señor Jesús serían salvos (Hch 15:11 y epístolas a los Romanos, Gálatas, Efesios y Hebreos, principalmente).
5 – La iglesia en Jerusalem jamás fue “la asamblea de Jacobo”, y escribirlo como si eso fuese cierto constituye una afrenta grave a la Palabra de Dios.
Ricardo.