Miguel, Héctor y Pericles... muy bien. Entre los tres estáis extrayendo poco a poco la esencia de Romanos 7 y 8.
Hay un versículo en esos dos capítulos que si los cristianos tuvieran delante de su corazón todos los días cambiaría su mundo... les liberaría de tantas cargas pesadas que la religión impone. Hay un secreto enorme a descubrir en un versículo concreto en todo el discurso de Romanos 7 y 8. Es un versículo que resume todo el discurso, y que, por un detalle concreto, lo hace muy especial. Es un versículo que, cuando lo entiendes, entiendes todo el discurso. Es lo que el lector ávido de ungüento va buscando desde que empieza el discurso en Romanos 7 y el dolor de las heridas empieza a supurar.
En ese versículo se mece el misterioso discurso, donde se plantea la solución a todos los dilemas de la "carne corrompida" que Salmo tiene en la cabeza y al dolor del fracaso que debe enfrentar cada día el cristiano honesto. Es un versículo que, cuando lo entiendes y lo crees, incluso es capaz de explicar con sencillez muchas otras enseñanzas de la Biblia. ¡El versículo es una llave en sí mismo! Practicando ese versículo, lo tienes todo. Pero, cosas curiosas de la fe, estoy seguro de que si os señalara el versículo, la gran mayoría de vosotros seguiría sin ver el mensaje liberador. Casi estoy por apostar que la mayoría de vosotros, aunque lo leyerais, no lo entenderíais.
Y es curioso porque no es un versículo "de difícil interpretación" (los hay de muy difícil o imposible interpretación sin revelación). Pero este no. Es curioso que el versículo que explica el discurso entero de Romanos 7 y 8 SÓLO REQUIERE LEER LO QUE DICE. Creerlo y practicarlo es otra cosa, pero entenderlo es fácil. Este es uno de esos "versículos mágicos" que tiene la Biblia, y que sólo puede descubrirlo el que de verdad está viviendo las Escrituras en su interior.
El que lea este discurso de Romanos 7 y 8 con honestidad desde el principio, identificándose en su espíritu con la enorme honestidad de Pablo, y no dejando de buscar la solución y la respuesta prometida al terrible dilema del "hombre carnal", lo hallará tarde o temprano.
Amor,
Ibero
Hay un versículo en esos dos capítulos que si los cristianos tuvieran delante de su corazón todos los días cambiaría su mundo... les liberaría de tantas cargas pesadas que la religión impone. Hay un secreto enorme a descubrir en un versículo concreto en todo el discurso de Romanos 7 y 8. Es un versículo que resume todo el discurso, y que, por un detalle concreto, lo hace muy especial. Es un versículo que, cuando lo entiendes, entiendes todo el discurso. Es lo que el lector ávido de ungüento va buscando desde que empieza el discurso en Romanos 7 y el dolor de las heridas empieza a supurar.
En ese versículo se mece el misterioso discurso, donde se plantea la solución a todos los dilemas de la "carne corrompida" que Salmo tiene en la cabeza y al dolor del fracaso que debe enfrentar cada día el cristiano honesto. Es un versículo que, cuando lo entiendes y lo crees, incluso es capaz de explicar con sencillez muchas otras enseñanzas de la Biblia. ¡El versículo es una llave en sí mismo! Practicando ese versículo, lo tienes todo. Pero, cosas curiosas de la fe, estoy seguro de que si os señalara el versículo, la gran mayoría de vosotros seguiría sin ver el mensaje liberador. Casi estoy por apostar que la mayoría de vosotros, aunque lo leyerais, no lo entenderíais.
Y es curioso porque no es un versículo "de difícil interpretación" (los hay de muy difícil o imposible interpretación sin revelación). Pero este no. Es curioso que el versículo que explica el discurso entero de Romanos 7 y 8 SÓLO REQUIERE LEER LO QUE DICE. Creerlo y practicarlo es otra cosa, pero entenderlo es fácil. Este es uno de esos "versículos mágicos" que tiene la Biblia, y que sólo puede descubrirlo el que de verdad está viviendo las Escrituras en su interior.
El que lea este discurso de Romanos 7 y 8 con honestidad desde el principio, identificándose en su espíritu con la enorme honestidad de Pablo, y no dejando de buscar la solución y la respuesta prometida al terrible dilema del "hombre carnal", lo hallará tarde o temprano.
Amor,
Ibero
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