Re: Elena G. de White, mensajera del Señor
Estimado Ernesto. Saludos cordiales.
Encuentro muy interesante tu pregunta, pero antes de responderla, quiero mencionar un error que cometiste en el link 451 de este tema, no te lo comento hoy, para no desvirtuar mi respuesta.
Ernesto dice: ¿Estás insinuando que la perfección de Miguel era mayor que la del Señor y por eso le dejó ese trabajo a El?Gabriel responde: ¡No! Cuando asistí a un curso dado por la I.C. para preparar maestros de religión, hace muchos años atrás, un sacerdote hacía la diferencia entre Yavé y Eloím, diciendo que uno era cruel, déspota, tirano, etc... y el otro dulce, amoroso, comprensivo tolerante, etc... No termine ese curso interdenominacional, por razones obvias, que no vienen al caso mencionar.
Miguel es uno de los tantos nombres de Jesús. Y Jesús es Dios, perfecto y Todopoderoso, pero al vestirse de la humanidad, es que aprendió obediencia relacionado con la perfección del carácter.
Para mi: “Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por los siglos.” Hebreos 13: 8; “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el Todopoderoso.”Apoc. 1: 8.
El comentario bíblico de Scott que puse, lo inserte, por el hecho que lo escribió una persona que no tiene nada que ver con Ellen White, y es un punto digno de destacarse.
Ahora bien, nuestro Señor tuvo que tomar la naturaleza humana, y esto no lo hizo como un acto de improvisación, fue un plan concertado previamente, fíjate: “Y la adoraron todos los moradores de la tierra cuyos nombres no estaban escritos en el libro de la vida del Cordero que fue inmolado desde el principio del mundo.” Apoc.13: 8. Juan lo reconoce como el cordero que quita el pecado del mundo, “Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y habiendo sido perfeccionado, vino a ser autor de eterna salvación para todos los que le obedecen; y fue declarado por Dios sumo sacerdote según el orden de Melquisedec” (He 5:7-10).
Él adquirió en los días de Su carne, cuando aprendió obediencia por las cosas que sufrió. Aunque Él era Hijo de Dios, estuvo aquí abajo como hombre, y de ahí toda esta amarga experiencia a la que se hace alusión, cuando ofreció oraciones y súplicas, con gran clamor y lágrimas, a Aquel que podía librarle. En un capítulo anterior se nos dice que Él sufrió, siendo tentado (He. 2:18); y de nuevo que fue tentado en todo según nuestra semejanza —pecado aparte (jôris hamartias); pero aquí la referencia es primariamente a Su conflicto en el huerto de Getsemaní, cuando Satanás apremiaba sobre Su alma el poder de la muerte, y cuando en espíritu descendió a las honduras de la muerte; y cuando, en consecuencia, Su angustia era tan grande que Su sudor era como grandes gotas de sangre que caían al suelo (Lc. 22:44). Así, Él, como hombre, bebió esta amarga copa, y por ello fue tentado como nosotros —aparte del pecado, y con ello aprendió por Su propia experiencia lo que era sufrir, siendo tentado, para poder socorrer a los que son tentados. Aprendió obediencia por lo que padeció; porque siendo Hijo de Dios no supo lo que era obedecer hasta que tomó sobre Sí la forma de siervo, y, siendo hallado en semejanza de hombre, se humilló a Sí mismo, y se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Fil. 2:7, 8). Así, todo lo que Él sufrió, lo sufrió en obediencia: estaba haciendo la voluntad de Dios (He 10), y la hizo a la perfección, según la perfección de los pensamientos de Dios. Por ello, cuando clamó, en Su amargo dolor, a Aquel que podía librarle de la muerte, fue oído a causa de Su temor reverente, o de Su piedad (apo tês eulabeias): Dios respondió al clamor de Aquel que así le glorificó en Su perfecta obediencia.Pero el punto aquí es que, al pasar a través de este amargo dolor y agonía, en obediencia a la voluntad de Dios, Él fue «perfeccionado». ¿Cómo? No moralmente, por cuanto Él fue siempre perfecto —Aquel en quien Dios tenía toda complacencia; pero Él fue hecho perfecto en cuanto a Su idoneidad para Su oficio, y así vino a ser el Autor de eterna salvación para todos los que le obedecen, constituido por Dios Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. ¡Qué bienaventuranza saber que Él, por tanto, no es alguien que no pueda compadecerse de nuestras debilidades; que por Sus experiencias aquí abajo Él ha sido capacitado para entrar en y simpatizar con nosotros en nuestras debilidades y dolores, y que consiguientemente Él sabe cómo presentar nuestro caso delante de Dios, discerniendo exactamente lo que necesitamos. Los que están a nuestro alrededor pueden entender mal, y desengañarnos al no mostrarnos sus simpatías; pero Él nunca, porque Él ha caminado la misma senda, y conoce cada paso de nuestro camino. ¡Bendito sea Su Nombre!
Su Nombre es el único nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos. Hechos 4:12. Cristo mismo declaró que ningún hombre puede venir al Padre sino por Él. Juan 14:6. Dijo a Nicodemo: "Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del Hombre sea levantado, para que todo el que crea en Él, tenga vida eterna." Juan 3:14,15. Este "levantar" a Jesús, si bien hace referencia primariamente a su crucifixión, abarca más que el mero hecho histórico; significa que Cristo debe ser "levantado" por todos los que crean en Él como el Redentor crucificado, cuya gracia y gloria son capaces de suplir la toda necesidad humana; significa que debe ser "levantado" en toda su inmensa hermosura y poder como "Dios con nosotros," para que su atractivo divino pueda entonces llevarnos a Él. Ver Juan 12:32.
Momentos antes a su crucifixión, oró: "Ahora Padre, glorifícame a tu lado con la gloria que tuve junto a ti antes que el mundo fuera creado." Juan 17:5. Y más de setecientos años antes de su primer advenimiento, su venida fue predicha por la palabra inspirada: "Pero tú Belén Efrata, pequeña entre los millares de Judá, de ti saldrá el que será Señor en Israel. Sus orígenes son desde el principio, desde los días de la eternidad." Miqueas 5:2.
"Dios poderoso" es uno de los títulos legítimos de Cristo. Mucho antes del primer advenimiento de Cristo, el profeta Isaías habló estas palabras para reconfortar a Israel: "Porque un Niño nos es nacido, Hijo nos es dado, y el gobierno estará sobre su hombro. Será llamado Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de Paz." Isa. 9:6.
Estas no son simplemente las palabras de Isaías; son las palabras del Espíritu de Dios. Dios, en alusión directa al Hijo, lo llama por el mismo título. En el Salmo 45:6 leemos estas palabras: "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre. Cetro de justicia es el cetro de tu reino." El lector casual pudiera tomar esto como la simple alabanza del Salmista; pero cuando vamos al Nuevo Testamento, encontramos que es mucho más. Encontramos que es Dios el Padre quien habla, y que se está refiriendo al Hijo. Y lo llama Dios. Ver Heb. 1:1-8.
Cuando Felipe le dijo a Jesús, "Muéstranos el Padre y nos basta," Jesús le dijo: "¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices muéstranos al Padre?" Juan 14:8,9. Esto tiene la misma contundencia que la declaración: "Yo y el Padre somos uno." Juan 10:30. Tan completamente era Cristo Dios, incluso estando todavía aquí entre los hombres, que cuando le pidieron que mostrara al Padre, le bastó con decir, 'miradme a mí'. Y eso trae a la mente aquella frase en la que el Padre introduce al Unigénito: "Adórenle todos los ángeles de Dios." Heb. 1:6. No fue solamente cuando Cristo estaba compartiendo la gloria con el Padre antes que el mundo fuera, que era digno de homenaje, sino que cuando se hizo un bebé en Belén, aun entonces se ordenó a todos los ángeles de Dios que lo adoraran.(Continuará)