En vista del giro que está tomando el temario en este foro, me veo en la necesidad de aportar datos importantes sobre los “famosos hombres prehistóricos” que, al parecer, tienen muchos admiradores y cuentan con toda la atención de los seguidores nominales de la evolución biológica de los seres vivos.</SPAN>
SEGUNDA PARTE
¿Existió el hombre "prehistórico"?
Durante muchos años ha habido informes de que se han encontrado los restos fósiles de humanos parecidos a simios o monos. La literatura científica abunda en los conceptos artísticos de tales criaturas. ¿Son estas las transiciones evolutivas entre las bestias y el hombre? ¿Son unos “hombres-monos” nuestros antecesores? Los científicos evolucionistas afirman que sí. Por eso, con frecuencia leemos expresiones como este título de un artículo de una revista científica: “Cómo se convirtió en hombre el antropoide”[SUP]1[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP].
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Es verdad que algunos evolucionistas no creen que sea correcto llamar “antropoides” o “monos” a estos antecesores teóricos del hombre. Con todo, otros evolucionistas no son tan exigentes de precisión[SUP]2[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP]. Stephen Jay Gould dice: “La gente [...] evolucionó de antepasados simiescos”[SUP]3[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP]. Y George Gaylord Simpson declaró: “El antepasado común ciertamente sería llamado antropoide o mono en el habla popular por cualquier persona que lo viera. Puesto que los términos antropoide y mono son términos definidos por el uso popular, los antepasados del hombre fueron antropoides o monos”[SUP]4[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP].</SPAN>
¿Por qué es tan importante el registro fósil en el esfuerzo por documentar la existencia de antecesores simiescos o parecidos a monos para la humanidad? Porque en el mundo viviente de hoy no hay nada que apoye tal idea. Hay una enorme laguna entre los humanos y todo animal existente hoy, incluso la familia de los monos antropomorfos, o antropoides. Por eso, puesto que el mundo viviente no suministra un eslabón entre el hombre y el antropoide, se esperaba que el registro fósil lo hiciera.</SPAN>
Desde el punto de vista de la evolución, la obvia laguna que existe entre el hombre y el antropoide hoy es extraña. La teoría evolucionista sostiene que, a medida que los animales progresaron en la escala de la evolución, se hicieron más capaces de sobrevivir. Entonces, ¿por qué está todavía en existencia la familia “inferior” de los antropoides, pero no hay ningún representante de las presuntas formas intermedias, que supuestamente habrían de ser más adelantadas en el proceso evolutivo? Hoy vemos chimpancés, gorilas y orangutanes, pero no vemos “hombres-monos”. ¿Parece probable que cada uno de los más recientes y supuestamente más adelantados “eslabones” entre las criaturas simiescas y el hombre moderno hubieran de haberse extinguido, pero no los antropoides, que serían inferiores?</SPAN>
A juzgar por los relatos que se dan en la literatura científica, en las exhibiciones de los museos y en la televisión, parecería que de seguro debería haber abundante prueba de que los humanos hubieran evolucionado desde criaturas semejantes a monos. ¿Es realmente cierto eso? Por ejemplo, ¿qué prueba fósil había de esto en el tiempo de Darwin? ¿Fue prueba de esa índole lo que lo estimuló a formular su teoría?
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La publicación The Bulletin of the Atomic Scientists (El boletín de los científicos atómicos) nos informa: “Las primeras teorías de la evolución humana son en realidad muy extrañas, si se examinan con detenimiento. David Pilbeam ha descrito las primeras teorías como ‘infósiles’. Es decir, se trataba de teorías sobre la evolución humana de las cuales uno pensaría que requerirían alguna prueba fósil, pero en realidad había o tan pocos fósiles que no ejercían influencia alguna en la teoría, o ningún fósil en absoluto. De modo que lo único que había entre los supuestos parientes más cercanos al hombre y los primeros fósiles humanos era la imaginación de unos científicos del siglo XIX”. Esta publicación científica muestra por qué: “La gente quería creer en la evolución, la evolución humana, y esto afectó el resultado de su obra”[SUP]5[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP].</SPAN>
Después de más de un siglo de búsqueda, ¿cuánta prueba fósil hay de los “hombres-monos”? Richard Leakey declaró: “Los que trabajan en este campo tienen tan poca prueba sobre la cual basar sus conclusiones que frecuentemente se les hace necesario cambiar de conclusiones”[SUP]6[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP]. La revista New Scientist comentó: “A juzgar por la cantidad de prueba sobre la cual se funda, el estudio del hombre fósil difícilmente merece ser más que una subdisciplina de la paleontología o de la antropología. [...] tan atormentadoramente incompleta es la colección, y tan fragmentarios y tan poco convincentes suelen ser los especímenes mismos”[SUP]7[/SUP][SUP]</SPAN>[/SUP].
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De manera similar, el libro Origins (Orígenes) confiesa lo siguiente: “A medida que adelantamos por la senda de la evolución hacia los humanos el paso se hace claramente incierto, debido, de nuevo, a la poca prueba fósil”[SUP]8</SPAN>[/SUP]. La revista Science añade: “La principal prueba científica es un conjunto de huesos lastimosamente pequeño del cual construir la historia evolutiva del hombre. Cierto antropólogo ha comparado esa tarea con la de reconstruir el argumento de Guerra y Paz con 13 páginas seleccionadas al azar”[SUP]9</SPAN>[/SUP].
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Precisamente, ¿cuán escaso es el registro fósil en cuanto a los “hombres-monos”? Note lo siguiente. La revista Newsweek: “‘Todos los fósiles se pudieran colocar encima de un solo escritorio’, dijo Elwyn Simons, de la Universidad Duke”[SUP]10</SPAN>[/SUP]. El periódico The New York Times: “Los restos fósiles conocidos de los antepasados del hombre cabrían sobre una mesa de billar. Eso constituye una pobre plataforma desde la cual tratar de penetrar la niebla de los últimos millones de años”[SUP]11</SPAN>[/SUP]. La revista Science Digest: “El hecho sorprendente es que toda la prueba física que tenemos para la evolución humana todavía se puede colocar, con lugar de sobra, ¡dentro de un solo ataúd! [...] Por ejemplo, los antropoides modernos dan la impresión de haber aparecido sin fuente alguna. No tienen ayer, no tienen registro fósil. Y el origen verdadero de los humanos modernos —de seres erguidos, desnudos, hacedores de instrumentos, de cerebro grande— es, si vamos a ser honrados con nosotros mismos, un asunto tan misterioso como ese”[SUP]12</SPAN>[/SUP].</SPAN>
Los humanos de tipo moderno, con capacidad para razonar, trazar planes, inventar, edificar sobre el conocimiento ya adquirido y usar lenguajes complejos, aparecen de súbito en el registro fósil. Gould, en su libro The Mismeasure of Man (El hombre mal medido), señala: “No tenemos prueba de cambio biológico en el tamaño ni en la estructura del cerebro desde la aparición de Homo sapiens en el registro fósil hace unos cincuenta mil años”[SUP]13</SPAN>[/SUP]. Así, pues, el libro The Universe Within (El universo interno) pregunta: “¿Qué hizo que la evolución [...] produjera, como de la noche a la mañana, a la humanidad moderna con su cerebro altamente especial?”[SUP]14</SPAN>[/SUP]. La evolución no puede contestar. Pero ¿pudiera hallarse la respuesta en la creación de una criatura muy compleja y diferente?
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Sin embargo, ¿no han hallado los científicos los “eslabones” necesarios entre los animales simiescos y el hombre? No según la prueba existente. La revista Science Digest habla de “la falta de un eslabón perdido que explique la aparición relativamente súbita del hombre moderno”[SUP]15</SPAN>[/SUP]. La revista Newsweek declaró: “El eslabón perdido entre el hombre y los antropoides [...] es simplemente el más atractivo de toda una jerarquía de criaturas fantasmas. En el registro fósil, los eslabones perdidos son la regla”[SUP]16</SPAN>[/SUP].</SPAN>
Porque no hay eslabones, de una cantidad mínima de pruebas hay que fabricar “criaturas fantasmas” y presentarlas como si en realidad hubieran existido. Eso explica por qué pudiera ocurrir la siguiente contradicción, según el informe de una revista científica: “Los humanos evolucionaron en pasos graduales desde sus antepasados simiescos, y no, como afirman algunos científicos, en saltos repentinos de una forma a otra. [...] Pero, según informes, otros antropólogos, trabajando con más o menos la misma información, han llegado a una conclusión exactamente opuesta a esa”[SUP]17</SPAN>[/SUP].
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Por esto podemos entender mejor la declaración que hizo el respetado anatomista Solly Zuckerman, quien escribió en la publicación Journal of the Royal College of Surgeons of Edinburgh (Revista del Real Colegio de Cirujanos de Edimburgo): “La búsqueda del proverbial ‘eslabón perdido’ de la evolución del hombre, ese santo grial de una secta de anatomistas y biólogos que jamás desaparece, permite que el razonamiento superficial y el mito florezcan hoy tan felizmente como lo hacían 50 años atrás, y más”[SUP]18</SPAN>[/SUP]. Señaló que, con demasiada frecuencia, se pasaban por alto los hechos y, en vez de darles apoyo, se apoyaba lo que era popular por el momento, a pesar de la prueba que lo contradecía.</SPAN>
Como resultado de esto, el “árbol genealógico” que suele dibujarse según la supuesta evolución del hombre desde los animales inferiores cambia constantemente. Por ejemplo, Richard Leakey declaró que un descubrimiento fósil muy reciente “deja en ruinas la noción de que todos los fósiles primitivos pueden ser puestos en una secuencia ordenada de cambio evolutivo”[SUP]19</SPAN>[/SUP]. Y un informe periodístico acerca de ese descubrimiento declaró: “Cuanto libro de antropología hay, cuanto artículo de la evolución del hombre, sí, y todo dibujo del árbol genealógico del hombre, tendrán que ser descartados. Parece que están equivocados”[SUP]20</SPAN>[/SUP].
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El árbol genealógico teórico de la evolución humana está lleno de “eslabones” rechazados que habían recibido aceptación. Un artículo de fondo del periódico The New York Times señaló que la ciencia evolucionista “tiene tanto lugar para la conjetura que las teorías de cómo llegó a existir el hombre tienden a decir más acerca del autor de ellas que de su tema. [...] Muchas veces parece que el descubridor de un nuevo cráneo dibuja de nuevo el árbol genealógico del hombre, y al hacerlo pone su descubrimiento en la línea central que conduce al hombre, y los cráneos de todos los demás en líneas secundarias que no conducen a ningún lugar”[SUP]21</SPAN>[/SUP].</SPAN>
En una reseña del libro The Myths of Human Evolution (Los mitos de la evolución humana), escrito por los evolucionistas Niles Eldredge y Ian Tattersall, la revista Discover declaró que los autores eliminaron todo árbol genealógico evolucionista. ¿Por qué? Después de señalar que “solo se puede adivinar cuáles son los eslabones que componen el conjunto de antepasados de la especie humana”, esta publicación declaró: “Eldredge y Tattersall insisten en que el hombre busca en vano a sus antepasados. [...] Si la prueba estuviera allí, afirman, ‘se pudiera esperar con confianza que a medida que se hallaran más fósiles homínidos la historia de la evolución humana se hiciera más clara. Mientras que, si algo ha pasado, es lo contrario de eso’”.
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La revista Discover llegó a esta conclusión: “La especie humana, y todas las especies, seguirán siendo en cierto sentido huérfanas, pues la identidad de sus padres está perdida en el pasado”[SUP]22</SPAN>[/SUP]. Quizás “perdida” desde el punto de vista de la teoría evolucionista. Pero ¿no ha “hallado” la alternativa de Génesis a nuestros padres como realmente son en el registro fósil... plenamente humanos, tal como lo somos nosotros?
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El registro fósil revela un origen distinto, separado, para los monos antropoides y para los humanos. Por eso la prueba fósil de la conexión del hombre con las bestias simiescas no existe. En realidad los eslabones nunca han estado allí.
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Sin embargo, si los antecesores del hombre no eran parecidos a monos, ¿por qué hay tantos dibujos y reproducciones de “hombres-monos” en las publicaciones científicas y en museos de todo el mundo? ¿En qué se basan estos? El libro The Biology of Race (La biología de la raza) responde: “Para completar los detalles de la carne y el pelo de tales reconstrucciones hay que recurrir a la imaginación”. Añade: “El color de la piel; el color, la forma y la distribución del pelo; la forma de los rasgos; y el aspecto de la cara... de estas características no sabemos absolutamente nada respecto a cualesquiera hombres prehistóricos”[SUP]23</SPAN>[/SUP].</SPAN>
La revista Science Digest también comentó: “La vasta mayoría de las concepciones artísticas se fundan más en la imaginación que en la prueba. [...] Los artistas tienen que crear algo que se encuentre entre un antropoide y un ser humano; mientras más antiguo se diga que es el espécimen, más parecido a mono lo hacen”[SUP]24</SPAN>[/SUP]. Donald Johanson, buscador de fósiles, reconoció: “Nadie puede estar seguro de precisamente qué apariencia presentaba cualquier homínido extinto”[SUP]25</SPAN>[/SUP].
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De hecho, la revista New Scientist informó que no hay “suficiente prueba del material fósil para sacar de los campos de la fantasía nuestro teorizar”[SUP]26</SPAN>[/SUP]. Por eso, los dibujos e ilustraciones de “hombres-monos” son, como admitió cierto evolucionista, “en la mayoría de los respectos, pura ficción [...] total invención”[SUP]27</SPAN>[/SUP]. En armonía con eso, en Man, God and Magic (El hombre, Dios y la magia) Ivar Lissner hizo este comentario: “Tal como lentamente estamos aprendiendo que los hombres primitivos no son necesariamente salvajes, así tenemos que aprender a darnos cuenta de que los hombres primitivos del período Glacial no eran ni bestias brutas ni semiantropoides ni cretinos. De ahí la inefable estupidez de todos los intentos por reconstruir al hombre de Neandertal o hasta al hombre de Pekín”.
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En su deseo de hallar prueba de la existencia de “hombres-monos”, algunos científicos han caído en los lazos del engaño directo; por ejemplo, el relacionado con el hombre de Piltdown, en 1912. Por 40 años este fue aceptado como genuino por la mayoría de la comunidad evolucionista. Finalmente, en 1953 se descubrió el engaño cuando las técnicas modernas revelaron que huesos humanos y de antropoides habían sido combinados y tratados artificialmente para que representaran gran edad. En otro caso, en la prensa se presentó el dibujo de un “eslabón perdido” semejante a un antropoide. Pero más tarde se reconoció que la “prueba” consistía en solamente un diente que pertenecía a una forma extinta de cerdo.</SPAN>
Si las reconstrucciones de los “hombres-monos” no son válidas, entonces, ¿qué eran esas criaturas antiguas cuyos huesos fósiles han sido hallados? Uno de estos mamíferos de gran antigüedad de los cuales se alega que están en la línea del hombre es un animalito parecido a roedor del cual se dice que vivió unos setenta millones de años atrás. En su libro Lucy: The Beginnings of Humankind (Lucy: Los principios de la humanidad), Donald Johanson y Maitland Edey escribieron: “Eran cuadrúpedos insectívoros de aproximadamente el tamaño y la forma de las ardillas”[SUP]30</SPAN>[/SUP]. Richard Leakey llamó a este mamífero un “primate parecido a rata”[SUP]31</SPAN>[/SUP]. Pero ¿hay prueba sólida alguna de que estos animalitos hayan sido los antecesores de los humanos? No; en vez de eso, solo hay el razonamiento superficial de los que quisieran que así fuera. Ninguna etapa de transición las ha conectado alguna vez con nada excepto con lo que esas formas eran: mamíferos pequeños semejantes a roedores.</SPAN>
Después en la lista que por lo general se acepta, con una laguna admitida de unos cuarenta millones de años, hay fósiles que se hallaron en Egipto y que fueron llamados egiptopiteco (Aegyptopithecus... simio egipcio). Se dice que esta criatura vivió unos treinta millones de años atrás. Revistas, periódicos y libros han presentado ilustraciones de esta criaturita, con titulares como estos: “Criatura parecida a mono fue nuestro antepasado” (revista Time). “Primate africano parecido a mono llamado antepasado común del hombre y de los antropoides” (periódico The New York Times)[SUP]33</SPAN>[/SUP]. “Egiptopiteco es un antepasado que compartimos con los antropoides vivos” (obra Origins [Orígenes])[SUP]34</SPAN>[/SUP]. Pero ¿dónde están los eslabones entre esta criatura y el roedor que vino antes de ella? ¿Dónde están los eslabones a lo que se coloca después de ella en el alineamiento evolutivo? No se ha hallado ninguno.
REFERENCIAS:
1. Science 81, “How Ape Became Man”, por Donald C. Johanson y Maitland A. Edey, abril de 1981, p. 45.</SPAN></SPAN>
2. Lucy: The Beginnings of Humankind, por Donald C. Johanson y Maitland A. Edey, 1981, p. 31.</SPAN></SPAN>
3. Boston Magazine, “Stephen Jay Gould: Defending Darwin”, por Carl Oglesby, febrero de 1981, p. 52.</SPAN></SPAN>
4. Lucy, p. 27.</SPAN></SPAN>
5. The Bulletin of the Atomic Scientists, “Fifty Years of Studies on Human Evolution”, por Sherwood Washburn, mayo de 1982, pp. 37, 41.</SPAN></SPAN>
6. Spectator, The University of Iowa, abril de 1973, p. 4.</SPAN></SPAN>
7. New Scientist, “Whatever Happened to Zinjanthropus?”, por John Reader, 26 de marzo de 1981, p. 802.</SPAN></SPAN>
8. Origins, por Richard E. Leakey y Roger Lewin, 1977, p. 55.</SPAN></SPAN>
9. Science, “The Politics of Paleoanthropology”, por Constance Holden, 14 de agosto de 1981, p. 737.</SPAN></SPAN>
10. Newsweek, “Bones and Prima Donnas”, por Peter Gwynne, John Carey y Lea Donosky, 16 de febrero de 1981, p. 77.</SPAN></SPAN>
11. The New York Times, “How Old Is Man?”, por Nicholas Wade, 4 de octubre de 1982, p. A18.</SPAN></SPAN>
12. Science Digest, “The Water People”, por Lyall Watson, mayo de 1982, p. 44.</SPAN></SPAN>
13. The Mismeasure of Man, por Stephen Jay Gould, 1981, p. 324.</SPAN></SPAN>
14. The Universe Within, por Morton Hunt, 1982, p. 45.</SPAN></SPAN>
15. Science Digest, “Miracle Mutations”, por John Gliedman, febrero de 1982, p. 91.</SPAN></SPAN>
16. Newsweek, “Is Man a Subtle Accident?”, por Jerry Adler y John Carey, 3 de noviembre de 1980, p. 95.</SPAN></SPAN>
17. Science 81, “Human Evolution: Smooth or Jumpy?”, septiembre de 1981, p. 7.</SPAN></SPAN>
18. Journal of the Royal College of Surgeons of Edinburgh, “Myths and Methods in Anatomy”, por Solly Zuckerman, enero de 1966, p. 90.</SPAN></SPAN>
19. National Geographic, “Skull 1470”, por Richard E. Leakey, junio de 1973, p. 819.</SPAN></SPAN>
20. The Boston Globe, “He’s Shaking Mankind’s Family Tree”, por Joel N. Shurkin, 4 de diciembre de 1973, p. 1.</SPAN></SPAN>
21. The New York Times, 4 de octubre de 1982, p. A18.</SPAN></SPAN>
22. Discover, reseña por James Gorman del libro The Myths of Human Evolution, por Niles Eldredge y Ian Tattersall, enero de 1983, pp. 83, 84.</SPAN></SPAN>
23. The Biology of Race, por James C. King, 1971, pp. 135, 151.</SPAN></SPAN>
24. Science Digest, “Anthro Art”, abril de 1981, p. 41.</SPAN></SPAN>
25. Lucy, p. 286.</SPAN></SPAN>
26. New Scientist, reseña del libro Not From the Apes: Man’s Origins and Evolution, por Björn Kurtén, 3 de agosto de 1972, p. 259.</SPAN></SPAN>
27. The Neck of the Giraffe, por Francis Hitching, 1982, p. 224.</SPAN></SPAN>
28. Man, God and Magic, por Ivar Lissner, 1961, p. 304.</SPAN></SPAN>
29. Missing Links, por John Reader, 1981, pp. 109, 110; Hen’s Teeth and Horse’s Toes, por Stephen Jay Gould, 1983, pp. 201-226.</SPAN></SPAN>
30. Lucy, p. 315.</SPAN></SPAN>
31. Origins, p. 40.</SPAN></SPAN>
32. Time, “Just a Nasty Little Thing”, 18 de febrero de 1980, p. 58.</SPAN></SPAN>
33. The New York Times, “Monkeylike African Primate Called Common Ancestor of Man and Apes”, por Bayard Webster, 7 de febrero de 1980, p. A14; “Fossils Bolster a Theory on Man’s Earliest Ancestor”, por Bayard Webster, 1 de enero de 1984, primera sección, p. 16.</SPAN></SPAN>
34. Origins, p. 52.</SPAN></SPAN>
Continuará...</SPAN>