Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
"El éxito de las sectas demuestra por una parte que hay sed de Dios, una sed de religión y que las personas quieren estar cerca de Dios. Nosotros, en la Iglesia católica, tenemos que ser más misioneros, más dinámicos para ofrecer respuestas a esta sed y ser consciente de que la gente y los pueblos quieren tener a Dios cerca de sus hermanos".
"Tenemos que ayudarles a encontrar las condiciones de vida adecuadas, tanto a nivel económico como en las situaciones concretas, y todas las exigencias de las justicia"¸ concluyó el Obispo de Roma.
HAY SED DE DIOS, Y POR ESO LUCHO, CON LA FUERZA QUE CRISTO ME HA DADO, A FIN DE QUE LLEGUEMOS, POR FE, A SER UNO, COMO EL SEÑOR LO DESEA. ¡BENDICIONES!
III.- Triunfo del conciliarismo
El 16 de noviembre de 1414 quedó inaugurado el Concilio de Constanza el cual según K. S. Latourette, en la obra citada, afirma que fue “el más ampliamente representativo de la Iglesia jamás reunido en la Europa Occidental”. Se dieron cita en el mismo más de 18.000 clérigos y gran número de príncipes, nobles y profesores de universidades. Además de los 29 cardenales, acudieron 150 obispos, 33 arzobispos, 3 patriarcas y 300 doctores en teología con sus séquitos respectivos. El Emperador Segismundo asumió la representación de las naciones europeas, inclusive la del Emperador de Constantinopla, Manuel II Paleólogo.
Pedro d’Ailly y Juan Gerson fueron el alma del concilio. En la base de todas sus decisiones colocaron los cimientos de las doctrinas conciliaristas. Lograron imponer como principio general que el concilio era supremo en todos los aspectos y competente por lo tanto para destituir a los tres papas si era necesario. El papado debía quedar ligado y sujeto al concilio, pasando a ser éste, como en la Iglesia episcopal antigua, la suprema autoridad eclesiástica. Se trataba de introducir en la Iglesia Occidental el antiguo derecho conciliar, todavía vigente en Oriente pero que pugnaba con las más modernas teorías papales. Gerson, d’Ailly, Zarabella y otros conciliaristas denunciaron la acumulación de autoridad y privilegios perpretada por la sede romana. Sostenían que era imposible cualquier reforma de la Iglesia si el papa continuaba apropiándose los derechos de los metropolitanos, de los sínodos, de las iglesias nacionales, y de los antiguos poderes de los emperadores y reyes francos.
“A consecuencia de la avaricia de los clérigos, de la simonía, y del afán insaciable de poder de los papas ─afirmaba Gerson─ la autoridad de los obispos y de los sacerdotes ha desaparecido completamente. Se han convertido en meras figuras de la iglesia, casi superfluas. (Citado por Döllinger, El papa y los Concilios. P. 180 ─version inglesa─)
Se adoptó el sistema de votación por naciones. Los representantes de cada uno de los grupos de países se reunían previamente y deliberaban en asambleas separadas, llevando a las sesiones plenarias las resoluciones acordadas. Este procedimiento tendía a evitar la preponderancia de los obispos italianos, principales partidarios del sistema papal absoluto. Cabe tener presente que la corrupción de la Iglesia había penetrado en Italia con más fuerza que en ninguna otra parte y era sabido de todo el mundo que los obispos italianos se distinguían por su oposición a cualquier medida de reforma.
Y ahora una de las mayores novedades de aquel concilio: La concesión de voto tanto a los laicos como a los eclesiásticos. Eso se debió a la influencia de las universidades. Pero no es menos cierto que la concesión de voto a los laicos representó una verdadera democratización. Así se muestra que este fue un principio basado en las teorías conciliares.
Juan XXIII se percató que, con aquellas novedades, su esperanza de ver ratificada su dignidad papal se esfumaba totalmente. La propuesta de la abdicación de los tres papas tenía cada vez más partidarios y si a eso le añadimos que estaba saliendo a la luz su pasado y su presente de vergüenzas inconfesables lo tuvo claro. Si bien es cierto que prometió abdicar si los otros papas hacían lo mismo, no es menos cierto que todos captaron lo forzado de su declaración.
Supo que la tormenta caería sobre su cabeza y el 20 de marzo de 1415, usando un disfraz, huyó de Constanza.
Refugiado en el ducado de Austria, con cuyo señor había concertado un pacto, Juan XXIII denunció la validez del concilio. La conmoción fue épica y la reacción del emperador, rápida. Tan solo tres días después de la deserción de Juan XXIII, Gerson y con el amparo de Segismundo pronunció un vibrante discurso en el que afirmó de manera inequívoca que el concilio era representativo de la Iglesia entera y que, consecuentemente, todos los fieles incluyendo al papa, debían prestarle obediencia. Así, el concilio no puede ser disuelto arbitrariamente por el papa sin el consentimiento de los padres conciliares, pues la unión de Cristo con su Iglesia, decía, representada en el concilio, es indisoluble; no así la del papa.
Continuará
"El éxito de las sectas demuestra por una parte que hay sed de Dios, una sed de religión y que las personas quieren estar cerca de Dios. Nosotros, en la Iglesia católica, tenemos que ser más misioneros, más dinámicos para ofrecer respuestas a esta sed y ser consciente de que la gente y los pueblos quieren tener a Dios cerca de sus hermanos".
"Tenemos que ayudarles a encontrar las condiciones de vida adecuadas, tanto a nivel económico como en las situaciones concretas, y todas las exigencias de las justicia"¸ concluyó el Obispo de Roma.
HAY SED DE DIOS, Y POR ESO LUCHO, CON LA FUERZA QUE CRISTO ME HA DADO, A FIN DE QUE LLEGUEMOS, POR FE, A SER UNO, COMO EL SEÑOR LO DESEA. ¡BENDICIONES!