Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
SIGAMOS
A pesar del fracaso de los concilios del siglo XV, los anhelos de reforma se centraban todos en la convocatoria de un concilio, el cual era aun considerado como el método más natural para llevar a cabo la tan esperada renovación de la Iglesia. En la dieta de Nuremberg, los estados que la formaban, habían informado al papa Adriano VI (5 de febrero de 1523) que "el único remedio, a su juicio, era un concilio libre y cristiano". El emperador Carlos V tenía prisa en que se llegase a una pronta reconciliación entre protestantes y católicos y pedía insistentemente un concilio general; no cesó nunca de urgir -como escribió él mismo en sus memorias- "por si mismo o por sus ministros , la celebración de un concilio ecuménico, lo mismo en todas las entrevistas con los papas Clemente y Pablo que en todas las dietas del Imperio que celebró en todo tiempo y circunstancia". Cuando fue coronado en 1530, por el papa Clemente VII en Bolonia, obtuvo de éste la promesa de convovar un concilio si no se llegaba a un acuerdo en las negociaciones que se estaban celebrando en Augsburgo. Estas fracasaron, pero con todo el papa no cumplió su palabra. Ni él ni la curia podían considerar la posibilidad de un concilio sin alarmarse. Un concilio les impondría muchos sacrificios. Podía ocurrir como en Constanza y Basilea, que la asamblea conciliar una vez reunida se declarase superior al papa.
(O sea que, lo que aquí rechazan los papanatas -encabezados por LFP, con pretensiones apologetas sobre la historia- lo aceptaron como un hecho, tanto el papa como la curia Vaticana. Y mirad si estaba por encima del papado que se cargaron a tres y nombraron -repito por enésima vez- al cuarto)
Y, en todo caso, la reforma que propugnaría mermaría sus fuentes de ingresos. ¿A donde irían a parar las reservas, los indultos, las excenciones, y demás privilegios de todo el sistema que la curia y los papas habían fraguado para convertir la llamada Santa Sede "en una gran máquina de extraer dinero de todo rincon de la Europa Occidental". como observa Lindsay?; cualquier reforma por suave y moderada que fuese cortaria alguna alguna fuente de recursos.
Centenares de humanistas italianos, de abogados curiales, de prelados y demás beneficiarios que, en muchos casos, habían invertido sus ahorros para comprar puestos en la Curia se verían reducidos a penosa situación. Los ingresos de los príncipes de la iglesia se verían notablemente menguados. Toda la maquinaria de la cancillería vaticana sufriría un desarreglo que los italianos no querían presenciar. Al solo rumor de una posible convocatoria de concilio, los puestos de la Curia (que se obtenían mediante compra) experimentaban un gran descenso en su valor. (Cito a Pallavicini Storia del Concilio di Trento, III. VII. I) Clemente VII, sin embargo, tenía además razonses muy personales para temer un concilio; su ilegítimo nacimiento y el pecado de simonía del que era justamente acusado. (Sigo citando a Pallavicini Storia II, X. 2-4)
¡Ah, y se le llamaba Santidad!
SIGAMOS
A pesar del fracaso de los concilios del siglo XV, los anhelos de reforma se centraban todos en la convocatoria de un concilio, el cual era aun considerado como el método más natural para llevar a cabo la tan esperada renovación de la Iglesia. En la dieta de Nuremberg, los estados que la formaban, habían informado al papa Adriano VI (5 de febrero de 1523) que "el único remedio, a su juicio, era un concilio libre y cristiano". El emperador Carlos V tenía prisa en que se llegase a una pronta reconciliación entre protestantes y católicos y pedía insistentemente un concilio general; no cesó nunca de urgir -como escribió él mismo en sus memorias- "por si mismo o por sus ministros , la celebración de un concilio ecuménico, lo mismo en todas las entrevistas con los papas Clemente y Pablo que en todas las dietas del Imperio que celebró en todo tiempo y circunstancia". Cuando fue coronado en 1530, por el papa Clemente VII en Bolonia, obtuvo de éste la promesa de convovar un concilio si no se llegaba a un acuerdo en las negociaciones que se estaban celebrando en Augsburgo. Estas fracasaron, pero con todo el papa no cumplió su palabra. Ni él ni la curia podían considerar la posibilidad de un concilio sin alarmarse. Un concilio les impondría muchos sacrificios. Podía ocurrir como en Constanza y Basilea, que la asamblea conciliar una vez reunida se declarase superior al papa.
(O sea que, lo que aquí rechazan los papanatas -encabezados por LFP, con pretensiones apologetas sobre la historia- lo aceptaron como un hecho, tanto el papa como la curia Vaticana. Y mirad si estaba por encima del papado que se cargaron a tres y nombraron -repito por enésima vez- al cuarto)
Y, en todo caso, la reforma que propugnaría mermaría sus fuentes de ingresos. ¿A donde irían a parar las reservas, los indultos, las excenciones, y demás privilegios de todo el sistema que la curia y los papas habían fraguado para convertir la llamada Santa Sede "en una gran máquina de extraer dinero de todo rincon de la Europa Occidental". como observa Lindsay?; cualquier reforma por suave y moderada que fuese cortaria alguna alguna fuente de recursos.
Centenares de humanistas italianos, de abogados curiales, de prelados y demás beneficiarios que, en muchos casos, habían invertido sus ahorros para comprar puestos en la Curia se verían reducidos a penosa situación. Los ingresos de los príncipes de la iglesia se verían notablemente menguados. Toda la maquinaria de la cancillería vaticana sufriría un desarreglo que los italianos no querían presenciar. Al solo rumor de una posible convocatoria de concilio, los puestos de la Curia (que se obtenían mediante compra) experimentaban un gran descenso en su valor. (Cito a Pallavicini Storia del Concilio di Trento, III. VII. I) Clemente VII, sin embargo, tenía además razonses muy personales para temer un concilio; su ilegítimo nacimiento y el pecado de simonía del que era justamente acusado. (Sigo citando a Pallavicini Storia II, X. 2-4)
¡Ah, y se le llamaba Santidad!