Preambulo
Para conocer las causas que provocaron la convocación del Concilio de Constanza hay que retrotraerse al Concilio de Pisa.
En aquella época existían dos Curias Pontificias, la de Aviñon y la de Roma lo cual hacían dificil una solución al cisma. Cada sede elegía a sus papas, atenta a su propia continuidad. A Urbano VI sucedió Bonifacio IX en 1389 en Roma. En Aviñon, el español Pedro de Luna, con el nombre de Benedicto XIII, sucedía a Clemente VII, en 1394.
Durante 40 años, Europa se vió sumida en este estado de cosas. El vaiven de los intereses políticos hacía que los reyes se inclinaran alternativamente por un papa u otro. Los mismo sucedia con los eclesiásticos. La Universidad de París, sede de la teología y el saber, preocupada por la lamentable condición de la Iglesia, propuso en 1394 que los dos papas abdicasen al unísono y que se procediera a la convocación de un Conclio para soluicionar los problemas que la Cristiandad tenía planteados.
La abdicación de los dos papas no era cosa fácil. Cada cual se aferraba a su puesto y todos los intentos de negociación resultaron fallidos. Pero, a medida que transcurría el tiempo hasta los mismos cardenales de ambas Curias llegaron a sentirse hastiados por la situación imperante. Gracias sobre todo a la presión ejercida por hombres como Gerson, de la Universidad de París, acabó por imponerse la idea concliar y en 1409 se reunía en Pisa un concilio general.
El día 23 de marzo se inauguró el concilio tan esperado y en el que toda Europa tenía puestas sus miradas. La asistencia fué grande y completamente representativa: Veinticuatro cardenales de las dos obediencias (catorce del partido romano y diez del aviñonés); cerca de un centenar de obispos; más de cien procuradores de obispos ausentes; veintisiete abades; los cuatro generales de las órdenes mendicantes; doscientos veinte de abades; varios centenares de doctores en teología y derecho canónico y legados de la mayoría de cortes europeas.
Presidió el concilio el único cardenal creado con aterioridad al Cisma, Guy de Maillesec. El arzobismo de Milán, Pedro Filargi, pronunció el discurso inaugural basado en el texto de Jueces 20:7 "He aquí todos vosotros sois hijos de Israel; dad vuestro parecer y consejo". En la primera sesión se leyó un escrito de citación por el que se requería la presencia de los papas rivales a quienes se llamaba, sin embargo, por tan sólo sus nombres: Pedro de Luna y Angel Corrario. No era más que puro formalismo repetido, no obstante, en todas las sesiones hasta el 30 de marzo en que tanto el pontifice de Roma como el de Aviñón fueron declarados contumaces por no comparecer delante de la asamblea ecuménica. El concilio creó un tribunal para arbitrar en la cuestión del Cisma, hizo la fusión de los dos colegios de cardenales y recusó la obediencia a los dos papas rivales.
Segun Saba-Castiglioni, Historia de los Papas, Vol. II, p. 86 (historiador católico) En las sesiones celebradas el mes de mayo se declaró públicamente la condena de Gregorio XII y Benedicto XIII, acusados de herejía y cisma:
"Pedro de Luna y Angel Corrario, herejes y cismáticos, quedan despojados de todas sus dignidades y excluidos de la comunión de la Iglesia, y los fieles son exonerados de la obediencia a los mismos". Parecía como si, por fin, la cristiandad tuviera resueltos sus problemas. En Pisa no había más que alegría y todos se congratulaban, sinceramente convencidos de que la unidad y la paz de la Iglesia estaban ya logradas. Esta falsa ilusión, sin embargo, en vez de centrarse en la necesaria reforma, malogró todo el esfuerzo conciliar. En lugar de aplicarse a la inmediata búsqueda de medidas reformistas, el concilio solamente actuó con prontitud para elegir un nuevo Papa. Aunque todos los cardenales de Pisa firmaron el documento por el que comprometían a continuar el concilio si salían elegidos, el nuevo papa Alejandro V tuvo prisa en aplazarlo hasta los próximos tres años, con el pretexto de llevar a cabo las reformas tan esperadas y nunca realizadas. Esta medida, de hecho, acabó tanto con el concilio como con la reforma. Y el único resultado de la asamblea de Pisa fue que en vez de dos papas, la Iglesia contaba a partir de entonces con tres, pues ni el aviñonés ni el romano reconocieron las decisiones del concilio
Conclusión:
Lo que resulta ridículo son los alegatos de algunos manuales catolico-romanos al decir que el concilio de Pisa fue ilegal por no haber sido convocado por ningún papa. Entonces -como he remarcado continuamente- con el mismo rigor lógico, deberían tener por ilegales a los ocho primeros concilios generales.
Tampoco es de recibo el reparo de Jedín cuando afirma que "La base jurídica del concilio de Pisa era de lo más insegura por el mero hecho de que por lo menos los cardenales convocantes de una obediencia no podían ser legítimos". De lo que se olvida Jedín es que estos mismos cardenales eligiría luego ( y no solo ellos como veremos más adelante) en Constanza al papa que finalmente acabaría con el cisma y sería reconocido definitivamente por el catolicismo romano. Por otra parte, resulta difícil de justificar la ilegalidad del conclio de Pisa si tenemos en cuenta que al mismo asistieron la mayoría de prelados y representantes eclesiásticos de la Cristiandad, tanto del bando romano como del aviñonés.
Cinco años mas tarde se inauguró el concilo de Constanza, que determinó si el Conclio estaba por encima de los papas o los papas por encima de los concilios.
Continuará.