Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
De los papas Zósimo y Honorio a Pío IX
No hay duda que la revolución francesa marcó un hito histórico en el devenir de los pueblos de Europa. En realidad fue el principio del fin del absolutismo que en lo político tuvo se apogeo con Luis XIV de Francia (1643-1515) que lucho por imponer el predominio galo sobre el continente europeo. A estas pretensiones se opusieron Inglaterra y Holanda que defendían su supremacía naval y “ante la Francia absolutista y católica”, oponían un régimen parlamentario y una ideología protestante; de otro lado, las grandes potencias continentales, Austria en primer lugar, y en segundo plano el Reich alemán y España.
La iglesia romana se puso al lado del absolutismo. Ella misma gobernaba los estados pontificios a la manera absolutista. Pero tuvo que pagar un alto precio. Las grandes potencias católicas, absolutistas, quisieron sucesivamente dominar no sólo en el ámbito de la política sino también en el de la religión. Así, resucitaron, cada una a su manera nuevas formas de cesareopaismo. En Francia, tomó la forma de lo que se conoce por galicanismo y en Austria mediante el llamado josefismo. Ambos pretendían además de una gran autonomía de las iglesias nacionales con respecto de Roma, el convertir a las mismas en meros departamentos de religión del estado. Los fundamentos ideológicos a que apelaban (las ideas conciliaristas y la tradición de la Iglesia antigua) eran válidos pero el uso que los gobiernos trataban de hacer de los mismos iba ciertamente más allá de lo que estas doctrinas implicaban.
Hay que tener presente que el galicanismo era una amalgama de los antiguos principios conciliaristas con las nuevas formas del absolutismo político, hecho más en beneficio de éstas que de aquellos.
Siguiendo el hilo de este epígrafe el conciliarismo vio su triunfo en Constanza y Basilea y tuvo su aplicación práctica en la Francia de Carlos VII, quien promulgó la Pragmática Sanción de Bourges en 1438. Por la misma, entraron en vigor en el país galo las resoluciones de los citados concilios y contra la voluntad de Martín V y Eugenio IV que no tuvieron más remedio que someterse a la voluntad conciliar. Así, el clero y el gobierno de Francia fueron más consecuentes que nadie, pues no hicieron más que poner en práctica lo acordado por los padres de Basilea en 1431, a saber: que los obispos debían ser elegidos por los Capítulos catedrales; los abades por sus monjes; Arzobispos y Ordinarios. Antes de apelar a Roma, debían ser consultados todos los tribunales intermediarios de la nación. Quedaban suprimidos los impuestos del papa, reservándose el clero francés la fijación de su contribución económica a los gastos de la Iglesia universal.
Continuará
De los papas Zósimo y Honorio a Pío IX
No hay duda que la revolución francesa marcó un hito histórico en el devenir de los pueblos de Europa. En realidad fue el principio del fin del absolutismo que en lo político tuvo se apogeo con Luis XIV de Francia (1643-1515) que lucho por imponer el predominio galo sobre el continente europeo. A estas pretensiones se opusieron Inglaterra y Holanda que defendían su supremacía naval y “ante la Francia absolutista y católica”, oponían un régimen parlamentario y una ideología protestante; de otro lado, las grandes potencias continentales, Austria en primer lugar, y en segundo plano el Reich alemán y España.
La iglesia romana se puso al lado del absolutismo. Ella misma gobernaba los estados pontificios a la manera absolutista. Pero tuvo que pagar un alto precio. Las grandes potencias católicas, absolutistas, quisieron sucesivamente dominar no sólo en el ámbito de la política sino también en el de la religión. Así, resucitaron, cada una a su manera nuevas formas de cesareopaismo. En Francia, tomó la forma de lo que se conoce por galicanismo y en Austria mediante el llamado josefismo. Ambos pretendían además de una gran autonomía de las iglesias nacionales con respecto de Roma, el convertir a las mismas en meros departamentos de religión del estado. Los fundamentos ideológicos a que apelaban (las ideas conciliaristas y la tradición de la Iglesia antigua) eran válidos pero el uso que los gobiernos trataban de hacer de los mismos iba ciertamente más allá de lo que estas doctrinas implicaban.
Hay que tener presente que el galicanismo era una amalgama de los antiguos principios conciliaristas con las nuevas formas del absolutismo político, hecho más en beneficio de éstas que de aquellos.
Siguiendo el hilo de este epígrafe el conciliarismo vio su triunfo en Constanza y Basilea y tuvo su aplicación práctica en la Francia de Carlos VII, quien promulgó la Pragmática Sanción de Bourges en 1438. Por la misma, entraron en vigor en el país galo las resoluciones de los citados concilios y contra la voluntad de Martín V y Eugenio IV que no tuvieron más remedio que someterse a la voluntad conciliar. Así, el clero y el gobierno de Francia fueron más consecuentes que nadie, pues no hicieron más que poner en práctica lo acordado por los padres de Basilea en 1431, a saber: que los obispos debían ser elegidos por los Capítulos catedrales; los abades por sus monjes; Arzobispos y Ordinarios. Antes de apelar a Roma, debían ser consultados todos los tribunales intermediarios de la nación. Quedaban suprimidos los impuestos del papa, reservándose el clero francés la fijación de su contribución económica a los gastos de la Iglesia universal.
Continuará