Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
XXVII Entrega
Las falsificaciones de los Dominicos y sus consecuencias.
Ignaz von Döllinger. El Papa y los Concilios. Cap. III. Sec. 18.-
Mediante falsificaciones y ficciones penetró profundamente el principio de que las decisiones de Roma eran inmutables e infalibles, ya en el siglo XII. Y podemos constatarlo mediante el obispo francés Ivo el cual insertó una copiosa cantidad de los tales documentos espúreos en sus “Decretum”. Su lógica, repetida luego infinidad de veces, se resume simplemente así: los Papas han afirmado que tal o cual prerrogativa les pertenece, debemos pues, creer que realmente la poseen. Observa con gran ingenuidad: “nos enseña la Iglesia romana que nadie puede poner en entredicho sus decisiones, por consiguiente debemos volar hacia ella para refugiarnos de ella misma, es decir: debemos simplemente someternos”; y en consecuencia le resulta claro que contradecir una ordenanza papal es herejía. Esto implica que un obispo es ortodoxo si se somete al yugo papal, aunque esté convencido de que es perjudicial para la Iglesia; y será herético si se opone al incipiente abuso o usurpación. Este punto de vista ha tenido grandes consecuencias; ha desarmado a la Iglesia; ha sido la causa de la negligencia del primer principio de prudencia moral y política que aconseja resistir los abusos en sus comienzos, de modo que convirtió en incurable la corrupción de la Iglesia, y en demasiada tardía su reforma cuando fue llevada a cabo finalmente.
A mediados del siglo XIII se realizó una nueva y amplia fabricación espúrea, que en sus resultados no fue menos decisiva que las seudo─isidorianas, aunque en sentido distinto. Así como una sirvió para transformar la constitución y la ley canónica de la Iglesia, la otra penetró su teología dogmática y gobernó las universidades.
En el siglo XII y en la primera mitad del trece, los teólogos no se ocuparon de la doctrina de la autoridad de la Iglesia, y, en algunos casos, eludieron manifiestamente el pronunciarse sobre la posición del Papa en la Iglesia. Hugo y Ricardo de San Víctor, los recopiladores de las “sentencias” , Roberto Pulleyn, Pedro de Poitiers , Pedro Lombardo y después de ellos Ruperto de Deutz , Guillermo de París , y Vicente de Beauvais, se abstuvieron en absoluto de tocar este tema. Los verdaderos padres del escolasticismo ─Alejandro de Hales, Alanus de Ryssel, y aun Alberto Magno, el más fértil de todos los teólogos de aquel periodo─ se abstuvieron igualmente de investigar este punto. Solamente en un pasaje, al explicar la conocida oración de Cristo por Pedro en el evangelio de Lucas, observa Alberto que ello implica que un sucesor de Pedro no puede, completa y finalmente, perder la fe.
La controversia con los Griegos, que la presencia de los Dominicos en Oriente trajo de nuevo a la superficie, dio ocasión para nuevas invenciones. A los griegos les era completamente desconocido e incomprensible el Papado Isidoro─Gregoriano, que los dominicos presentaban ante ellos como la única y genuina y salvadora forma de gobierno de la Iglesia. En Constantinopla no se había siquiera prestado atención a tales pretensiones cuando fueron sostenidas por Nicolás I, y en forma más desarrollada por León IX y Gregorio IX, en sus cartas a los emperadores y patriarcas, ni parece tampoco que se enviase respuesta. A juicio de Oriente, “el patriarca de la antigua Roma era desde luego el primero de los patriarcas, a quien pertenecía la primacía en la Iglesia, a condición de que no se hiciera indigno de ella por heterodoxia, pero la monarquía absoluta que predicaban los emisarios de Roma era algo completamente diferente. Sostenían los orientales que los actos del Papa estaban limitados por el consentimiento de los otros patriarcas, en todos los sentidos importantes que afectaran a la Iglesia en general; no podían concebir ningún poder arbitrario y autocrático en la Iglesia.
Continuará