Re: El Concilio de Constanza y el Mito de la Sucesión Apostólica.
.... recomendaba que se mostrara condescendiente.
La autoridad y el prestigio del papa tocaban sus horas bajas. Fue el momento que los Visconti, desde Milán, aliados a los Colonna de Roma, aprovecharon para desencadenar la gran revuelta. Un ejército, que se presentaba a sí mismo como obrando en nombre del concilio, a las órdenes de dos famosos condottieros, Nicolás Fortebraccio y Francisco Sforza (1401-1466), invadió la marca de Ancona apoderándose de ella. Eugenio pudo comprar a Sforza nombrándole gonfalionero (nota mía: gonfalionero=el que lleva una bandera, estandarte o pendón) de la Iglesia, pero no pudo impedir que estallara un levantamiento en Roma, donde se proclamó la República. El papa se refugió en Santa María del Trastévere y, en circunstancias de extrema necesidad, firmó una bula el 15 de diciembre de 1433 que dejaba en suspenso la disolución y traslado del concilio.
Eugenio tuvo que huir de Roma, perseguido por una muchedumbre, en mayo de 1434. Tendido en el fondo de un bote pudo llegar a Ostia, en donde embarcó en una nave del pirata Vitelio, llegando a Florencia el 22 de junio. Durante un decenio Florencia se convertiría en la capital de la cristiandad; un hecho que influyó en gran medida en que la ciduad del Arno llegara a ser la primera en cuanto al nivel del Renacimiento cultural. La curia se contagiaría de humanismo.
Aparentemente se había logrado la reconciliación entre el papa y el concilio: desde el 26 de abril de 1434 los legados recobraron la presidencia. Pero los conciliaristas entendieron que era la suya una victoria absoluta, sin concesiones, y en la sesión XVIII (26 de junio) exigieron de todos los presentes que prestaran juramento de obediencia reconociendo la superioridad del concilio sobre toda la Iglesia. Pero en agosto de 1434 se incorporó la legación castellana, presidida por Alfonso de Cartagena (1385-1456), que iba a desempeñar un papel importante en favor de la autoridad pontificia: planteó de inmediato dos debates, uno sobre el derecho de preferencia de la nación española sobre la inglesa y el otro sobre los títulos que a su rey correspondían en relación con las Canarias.
Concluída con éxito la negociación con los husitas moderados, que permitiría en breve tiempo liquidar el problema, se pasó a tratar de la unión con los griegos: Juan VIII Paleólogo (1425-1448) urgía porque necesitaba de un gran esfuerza occidental para rescatar la capital de su Imperio prácticamente sitiada por los turcos. Entonces se produjo una división: los conciliaristas exigían de los bizantinos que fueran a Basilea o, en caso necesario, a Ginebra o Avignon; pero el papa había adquirido el compromiso de que el concilio se celebraría en una ciudad de fácil acceso. Las discusiones alcanzaron de nuevo un tono violento: se prensaba en que todo era un pretexto para detener la reforma radical que se estaba intentando: un decreto del 22 de enero de 1435, que privaba de sus beneficios a los clérigos concubinarios, hacía mención expresa de los más altos dirigentes de la Iglesia incluyendo al papa; otro más grave, del 9 de junio, suprimía las anatas (nota mía: anata= impuesto eclesiástico que consistía en la renta o frutos correspondientes al primer año de posesión de cualquier beneficio o empleo) y servicios comunes, privando a la sede romana de su fuente de ingresos. Las protestas que elevaron los nuncios y legados (26 de agosto) fueron sencillamente ignoradas.
Fue entonces cuando, afirmada su posición en Florencia, el papa se decidió a plantar batalla. El 1 de junio de 1436 envió a los príncipes cristianos un escrito acusando al concilio de abusos inaceptables, de destruir en la Iglesia el principio de autoridad -algo que a ellos también afectaba- y, especialmente, de impedir el logro más importante de los objetivos, esto es, la unión con los griegos. Las negociaciones para esta unión databan de 1422 y los bizantinos habían dado su conformidad en aceptar una fórmula de fe que fuese elaborada por un concilio. Siendo imposible reunirlo en Constantinopla (primera opción) se pensó en alguna de las ciudades accesibles desde Venecia, destinada a ser puerto de enlace. Eugenio IV estableció de nuevo la necesidad del traslado. El concilio se encrespó: el 7 de mayo el cardenal Luis de Alemán, dirigiendo la mayoría, presentó una especie de conminación para que el papa compareciera en término de sesenta días so pena de deposición. La respuesta del papa fue la bula Doctoris gentium del 18 de septiembre del mismo año 1437, trasladando las sesiones a Ferrara. Todos los miembros del concilio debían hallarse en esta ciudad antes del 8 de enero de 1438.
El 1 de octubre de 1437, en una sesión que presidía Jorge, obispo de Viseo, Eugenio IV fue declarado contumaz. Este gesto se volvió contra los conciliaristas. Todos los cardenales, salvo Luis Alemán, se colocaron de lado de Eugenio IV. La legación inglesa abandonó el concilio antes de que éste, el 24 de enero de 1438, suspendiera al papa en sus funciones declarando dogma de fe tres decretos: superioridad del concilio sobre el papa, prohibición de disolverlo, prorrogarlo o trasladarlo salvo con acuerdo del mismo y definición de herejía para cualquier oposición a estas tres verdades. Inmediatamente hizo lo mismo la nación española, formada entonces únicamente por los embajadores castellanos. La muerte de Segismundo, a quien sucedió Alberto II de Austria (1438-1440), privó a la nación alemana, única en quien podían confiar los conciliaristas, de su principal apoyo: la Dieta, reunida en Frankfurt (17 de marzo de 1438), acordó recomendar la neutralidad en el conflicto entre concilio y pontificado. Carlos VII de Francia reunió en Bourges una asamblea del clero (1 de mayo a 7 de junio de 1438) y en ella se acordó mantenerse en la obediencia a Eugenio IV, pero después de haber incorporado a una Pragmática Sanción de 23 artículos (7 de agosto de 1438) los decretos de reforma aprobados por el concilio que permitían el refuerzo de la autoridad del rey sobre la Iglesia. Siguiendo "las laudables costumbres de la Iglesia galicana" se suprimían las reservas de beneficios, debiendo conferirse esto a quienes de iure correspondiese, se sustituían las anatas y rentas comunes por una indemnización, y se limitaban las apelaciones a Roma.
Las monarquías habían conseguido sus objetivos y ahora abandonaban al concilio a su suerte. Éste siguió adelante: declaró vacante la sede romana y procedió a designar una comisión que, sustituyendo al colegio, hiciera la elección de un nuevo papa (25 de junio de 1439). El 5 de noviembre del mismo año sería proclamado Amadeo VIII, conde de Saboya y prior de los Caballeros de San Mauricio. En una muy curiosa conversación con Luis de Alemán y Eneas Silvio, el antipapa, que tomó el nombre de Félix V, pidió explicaciones acerca de la falta de recursos a que le condenaban, pues no estaba dispuesto a sacrificar sus propios bienes, que eran el patrimonio de sus hijos. Una de sus primeras decisiones consistió en nombrar a Alemán, cardenal de Arles, presidente del concilio. En ese preciso momento Eneas Silvio decidió abandonarle para volver al servicio de Eugenio IV.
Desde finales de 1438 Eugenio IV estaba en Ferrara presidiendo las sesiones con notable éxito. El 15 de febrero hizo que se pronunciara la excomunión contra los que seguían reunidos en Basilea. Todas las grandes figuras de la primera etapa, como Cesarini, Juan de Torquemada, Nicolás de Cusa, estaban ya a su lado. En marzo llegaron Juan VIII, su hijo, y el patriarca de Constantinopla, José II. La voz de los que se se oponían a la unión estuvo a cargo de Marcos Eugenicos, metropólita de Éfeso. Los unionistas contaban con dos figuras extraordianarias, Besarión (1402-1472), metropolita de Nicea, y el teólogo Gemistos Pleton. Hubo discusiones prolongadas y falta de dinero: los griegos viajaban con cargo a la sede romanna.....
Continuará