Re: Apreciado Melviton
Re: Apreciado Melviton
Poética y exquisita explicación para describir algo que no hacía falta detallarlo con tan delicada dialéctica para aceptar la realidad de lo que aquí bien resaltas, fue el acto más sublime de la creación terrenal en el principio de los tiempos.
Continúas enunciando ese acto divino de la creación magistral estampada en una criatura que recién veía la belleza de la vida como dádiva sublime para su disfrute e inmediato ejercicio de su derecho recibido. No obstante el hilo elegante de tu refinada prosa no logra, para nada, esclarecer de forma contundente con el ejemplo de Adán y su futuro, la forma en que en el griego original se escribía la maravillosa y sorpresiva promesa del Señor al ladrón arrepentido, escogiendo la opción que a ti te agrada como si fuera la única alternativa viable que tienes para probar el concepto de la inmortalidad inherente del alma humana. Creo que la elegante y limpia forma de escribir no es suficiente para ocultar las pruebas contundentes de una no muy clara forma escritural tan característica del idioma griego, que debe analizarse más allá de una simple y bella descripción narrativa que empleemos para darle color, a tus muy evidentes habilidades escriturales a las que nos tienes acostumbrados.
Que en su propio caso en particular tenía claro que al sobreestimar la advertencia, se acarrearía de inmediato el tener que volver –todo su ser– al seco polvo de donde había sido formado.
Por cuya "separación" entendió Adán a cabalidad, que de hacerse el desentendido de la única advertencia recibida, volvería de nuevo a las sombras de la inexistencia como justa retribución por su rebelde y desagradecido gesto al no mostrar el debido agradecimiento al Poder y Majestuosidad de su Magnífico Creador. Y sí, Adán se decidió por la “mediocridad” al escoger entre el “bien y el mal”. Justamente estaba en el medio de la contienda y pagó el precio con su vida; la única que tenía y en el lugar que le correspondía: regresar al polvo, su materia prima, no a un submundo confuso y cruel, esperando “vivo” y sin estarlo en realidad, que en un futuro incierto nuevamente su Creador se acordara de él y le devolviera de nuevo su “cuerpo” para que junto a su espíritu "guardado" en el Cielo, pudiera recobrar de nuevo la actividad que antes no pudo prolongar cuando vivía como hombre. Esto, como cuento que entretenga tiene su atractivo, como realidad, es una ofensa a Dios y un desvirtuar de manera volitiva, la prístina y sencilla enseñanza que nos transmite el primer libro de la Biblia.
La alternativa puesta al hombre como única posibilidad era el “vivir” contra el “morir”. Jamás se le dijo al hombre, menos se le insinúa, que una eventual rebeldía lo llevaría al verdadero refugio de quienes son creados y llevados por el Ser Inmortal –por haberle insuflado un hálito sagrado de imperecedera actividad– a un “submundo” confuso y de inseguro destino. Esto me recuerda aquél encargado de guiar a las “sombras errantes de los difuntos” de un lado a otro del río Aqueronte, contando únicamente con un “óbolo” que pagaba su viaje al otro lado, razón por la cual en la antigua Grecia, los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua. Aquellos que no podían pagarlo, tenían que vagar “cien años” por las riberas del Aqueronte, que tiempo después Caronte accedía a portearlos sin pago alguno. Me pregunto, ¿Quién pondría entre la lengua de Adán el “óbolo” requerido para que pudiera hacer el viaje a lo desconocido mientras la ira del Todopoderoso se volviera a su lugar de origen? Esto me hace recordar la contraorden hecha por satán. Fue él quien colocó dicho óbolo. Por lo tanto, sí veo en la “contraorden” dada por la serpiente un “término medio” que hacía totalmente innecesaria la que recibió del Creador. Dios le dijo que moriría (al hombre total, no a una parte de él). “La serpiente” le dijo que “no moriría” (por lo que defiendes, a una “parte de él”). Ante órdenes tan contrarias e inciertas, el “término medio” aflora, renace y grita: “¡Tú Adán, ni morirás del todo ni vivirás tampoco!” ¡La similitud con la mitología griega no es natural, es intencional!
Lo obvio se hace patente cuando se desobedece la orden del Creador. Lo que se deriva tras romperse un jarrón de cristal al estrellarse contra el suelo es una indefinida cantidad de fragmentos en todas direcciones que harían imposible, de nuevo, el recobro a su anterior estado el jarrón como si no hubiese sucedido nada. La declaración “morirás” era general, no detallada; no insinuante y mucho menos significaba una “separación” del favor Divino como única opción, y aunque era lógico así deducirlo con criterio binario, encerraba algo más concreto que ni siquiera daba lugar a un simple pase de “una vida a otra”. Adán no tenía ninguna razón para imaginarse cosas que no estaban en el “menú” original de la única orden recibida para no violentarla. Al hombre Adán no se le insinuó siquiera que “seguiría vivo” en algún lugar del “submundo”, sino que volvería a su anterior estado: la inexistencia en el “polvo de la tierra”; esa sería su pena.
Aquí bien entiendes el principio de esa creación de Dios, sublime, perfecta y absoluta, pero que en nada se parecía a un “ser inmortal camuflado” y sin pleno conocimiento del “don” que el Hacedor le ocultó hasta que otro ser indiscreto (la serpiente), la más “astuta de todos los animales del campo”, quebrantó la lealtad de quien lo había hecho merecedor de cuidar el “jardín de la vida” en el paraíso en la Tierra, poniéndolo al corriente de la “buena nueva” oculta dentro de él, en donde se ocultaba un siniestro “ser” que sería como el “muerto-vivo” de quienes entran a las sombras, no solamente del olvidado “Tártaro”, sino de la “ultratumba” medieval que las infames filosofías paganas han dado vida a las ardientes llamas del implacable infierno que hizo arder la Roma imperial.
Estoy seguro que Adán sí entendió el “mensaje” del Hacedor claro y cristalino, como para no dejarse confundir, cosa que ni la “serpiente” que sedujo a la mujer quiso intentarlo primero con él. Por algo sería. Adán tenía clara la orden recibida. Si obedecía, vivía; si desobedecía, moría. Y aunque congenio contigo en que quizás no tenía claro el panorama detallado de lo que significaba la “muerte”, sí sabía el estado al que volvería en caso de desobedecer la orden de Dios: dejar de existir. La sentencia fue clara: “volverás al polvo de donde fuiste tomado”, porque “polvo eres y a polvo volverás”. ¿Dónde se hallaba él antes de venir del polvo? Adán no era ningún tonto y claro tenía que antes de vivir, simplemente no existía ni estaba consciente de nada; menos en algún lugar del submundo. Eso fue lo que entendió y clarito. No hizo falta nada más. ¡Más claro sería majadería! ¿Especular sobre lo dicho? Eso es precisamente lo que ha mantenido al hombre esclavizado a creencias foráneas a las Escrituras.
Nunca se ha enseñado en las Escrituras una vida y una muerte que no sea la existencia vs inexistencia. Lo demás es filosofía pura; deducciones propias de origen humano que han mantenido al hombre rodeado de la más impresionante ignorancia y confusión espiritual que lo tiene de cara, no al sol de la libertad espiritual, sino de cara al precipicio que no puede medir y lo hará desaparecer del mundo de los vivos; la única realidad que le tocará conocer.
Que no consideres los sabios consejos del otrora Rey y Siervo de Jehová como oportuno escritor dentro del canon aceptado de las Escrituras, cuyo final fue ruinoso por apostatar de la adoración pura de su Dios, no lo descalifica –no al menos desde la opinión más valiosa de la Divinidad– para habernos compartido sus sabios e inspirados conceptos que sobre la muerte, Jehová le había transmitido para instrucción vital de las futuras generaciones. ¿Ahora hasta nos damos el lujo de dudar de quienes establecieron el canon de la Biblia como el que hoy podemos contar como inspirado por el Creador? Me parece una cómoda y penosa salida con tal de no tener que lidiar con lo que allí el “sabio” nos instruye acerca de la verdadera condición de los que han partido del mundo de los vivos. Que su “lucha por la vida” haya tenido un triste final no desmerece la sabiduría que reflejó durante el tiempo en que se dejó guiar por el Todopoderoso. Todos los consejos que Dios aprobó e inspiró para que se registraran como enseñanzas fundamentales del más sabio Rey humano que existió antes de Cristo, no cambia para nada la verdad que transmite la sabiduría que recibió de su Creador y Dios, solo para no tener que aceptar lo que tan claro el Sabio arremete contra la vanidad impropia del hombre, al creerse que es más que el simple “polvo de la tierra” de donde fue tomado, defendiendo infructuosamente, con orgulloso ahínco, lo que cree fue el privilegio por herencia otorgado por el Dios Bendito cuando fue creado: la inmortalidad inherente. ¡Nada más lejos de la verdad!
Tomas como realidades las simples analogías y simbolismos propios de los Escritos Sagrados revolviéndolos como si fueran hechos indiscutibles de una realidad que jamás estuvo entre la primera advertencia con la que Jehová revela a su criatura recién formada, lo único que necesitaba saber sobre la verdad de su destino. En cuanto a la concepción dantesca sobre el tormento en los “infiernos” llevada al fresco, la diferencia es de “forma”, no de fondo”. La misma iglesia que “inspiró” a Dante, inspiró a la iglesia protestante al darle idénticos matices a la mitología griega pagana para maquillar, de manera sobresaliente e infame, lo verdadero de la enseñanza bíblica. El “infierno de Dante” es un fiel reflejo de las filosofías herejes de quienes se opusieron a la interpretación sencilla de la Biblia y añadieron, a ellas, sus propias imágenes contaminadas que complicaron aún más el futuro del hombre y su relación con el Creador. La obra de “Dante”, en “más o en menos”, es una réplica del concepto del latín “infernus” que la mente del hombre ha corrompido con la única intención de ofender –como ha sido costumbre y voluntad en su transitar por la vida– la Justicia y la Gloria del Creador.
Pues temo decepcionarte mi querido amigo sureño. ¡Ni Jesús tuvo el privilegio que caprichosamente haces tuyo! Él tuvo que esperar más de dos días y tú pretendes que, de inmediato, te llamen a la “Puerta Grande” para una amena plática con el “buen ladrón”. Yo te deseo larga vida para que la disfrutes y para que aproveches tu tiempo en el “mundo de los vivos”, porque esa será tu porción en el “reino de los vivientes”. Te aseguro que ni vas a “ver al ladrón en ningún paraíso” cuando ese día llegue, ni vas a ir al “cielo” ¡Eso te lo asegura Dios! El cielo ya tiene ocupados sus campos y, créeme, nosotros no somos candidatos que reunamos los requisitos para tan privilegiada recompensa. ¡El privilegio de poder “departir” con el arrepentido ladrón del madero dependerá de nosotros mismos si aceptamos, eso sí, la Voluntad expresa del Dios de todo consuelo y, contrario a lo que hizo Adán, escojamos la vida, no la muerte. Nuestro glorioso dechado nos prometió la única vida que existe, sea para vivirla como criatura espíritu o bien, como humano renovado, pero solo si nos mantenemos fieles hasta la muerte, que es cuando el Señor promete entregarnos, como justa retribución por el esfuerzo demostrado, la merecida “corona de la vida”.
Conclusión: No respondiste de manera directa a lo que al final de mi anterior aporte propuse para su análisis en base a las Escrituras, no al análisis religioso de credos milenarios retocados por opiniones que, aunque respetables y muy personales, a veces nos avocamos a sentenciar desde nuestros puntos de vista personales, muy por encima de la enseñanza que Dios nos ha manifestado. Aquí los pongo de nuevo a su consideración, si me lo permites:
1. El “cuerpo” regresará al polvo de donde provino.
2. El “espíritu” de vida regresará a Dios (de todos, buenos y malos).
3. El “alma” (la vida como tal) humana se desvanece porque es formada por los dos “elementos” anteriores que ya tienen su destino establecido.
¿Qué queda entonces para ser “torturado” en el “infierno de Dante”?
Recibe, como siempre, mi más profundo respeto.
Re: Apreciado Melviton
Dios no tuvo que pensar mucho para darse cuenta que si le hablaba a aquel “estuche vacío” -muñeco de barro recién moldeado de entre sus dedos-, no tendría cómo empezar una conversación. Así que al soplar sobre sus orificios nasales, algo que salió de Dios penetró y llenó su ser de modo que pasó a ser un conjunto de carne, piel, vello, huesos, nervios y el torrente sanguíneo, con todo lo que hace a la anatomía de nuestro organismo. Hecho ya un ser viviente dentro de aquel capullo físico, material y tangible, se identificó luego con el caracol y la tortuga, que caminan lento por llevar su casa a cuestas.
Poética y exquisita explicación para describir algo que no hacía falta detallarlo con tan delicada dialéctica para aceptar la realidad de lo que aquí bien resaltas, fue el acto más sublime de la creación terrenal en el principio de los tiempos.
Hecho entonces el hombre a imagen y semejanza de Dios, pudo El Eterno entablar conversación con él, previniéndole que de contrariar su mandamiento, ese mismo día moriría.
Continúas enunciando ese acto divino de la creación magistral estampada en una criatura que recién veía la belleza de la vida como dádiva sublime para su disfrute e inmediato ejercicio de su derecho recibido. No obstante el hilo elegante de tu refinada prosa no logra, para nada, esclarecer de forma contundente con el ejemplo de Adán y su futuro, la forma en que en el griego original se escribía la maravillosa y sorpresiva promesa del Señor al ladrón arrepentido, escogiendo la opción que a ti te agrada como si fuera la única alternativa viable que tienes para probar el concepto de la inmortalidad inherente del alma humana. Creo que la elegante y limpia forma de escribir no es suficiente para ocultar las pruebas contundentes de una no muy clara forma escritural tan característica del idioma griego, que debe analizarse más allá de una simple y bella descripción narrativa que empleemos para darle color, a tus muy evidentes habilidades escriturales a las que nos tienes acostumbrados.
Directa y únicamente de Dios podía adquirir Adam conceptos tan trascendentales como los de la vida y la muerte.
Que en su propio caso en particular tenía claro que al sobreestimar la advertencia, se acarrearía de inmediato el tener que volver –todo su ser– al seco polvo de donde había sido formado.
De un maestro perfecto, aprendió el hombre a la perfección nociones claras que le evitarían quedar separado de su Creador. Por supuesto, no había “término medio” como tampoco había mediocridad alguna en toda aquella exuberante naturaleza, donde todo era bueno en gran manera.
Por cuya "separación" entendió Adán a cabalidad, que de hacerse el desentendido de la única advertencia recibida, volvería de nuevo a las sombras de la inexistencia como justa retribución por su rebelde y desagradecido gesto al no mostrar el debido agradecimiento al Poder y Majestuosidad de su Magnífico Creador. Y sí, Adán se decidió por la “mediocridad” al escoger entre el “bien y el mal”. Justamente estaba en el medio de la contienda y pagó el precio con su vida; la única que tenía y en el lugar que le correspondía: regresar al polvo, su materia prima, no a un submundo confuso y cruel, esperando “vivo” y sin estarlo en realidad, que en un futuro incierto nuevamente su Creador se acordara de él y le devolviera de nuevo su “cuerpo” para que junto a su espíritu "guardado" en el Cielo, pudiera recobrar de nuevo la actividad que antes no pudo prolongar cuando vivía como hombre. Esto, como cuento que entretenga tiene su atractivo, como realidad, es una ofensa a Dios y un desvirtuar de manera volitiva, la prístina y sencilla enseñanza que nos transmite el primer libro de la Biblia.
No leo yo que la serpiente inventase un “término medio”, pues su “No morirás” era una negación concluyente a lo que Dios había dicho.
La alternativa puesta al hombre como única posibilidad era el “vivir” contra el “morir”. Jamás se le dijo al hombre, menos se le insinúa, que una eventual rebeldía lo llevaría al verdadero refugio de quienes son creados y llevados por el Ser Inmortal –por haberle insuflado un hálito sagrado de imperecedera actividad– a un “submundo” confuso y de inseguro destino. Esto me recuerda aquél encargado de guiar a las “sombras errantes de los difuntos” de un lado a otro del río Aqueronte, contando únicamente con un “óbolo” que pagaba su viaje al otro lado, razón por la cual en la antigua Grecia, los cadáveres se enterraban con una moneda bajo la lengua. Aquellos que no podían pagarlo, tenían que vagar “cien años” por las riberas del Aqueronte, que tiempo después Caronte accedía a portearlos sin pago alguno. Me pregunto, ¿Quién pondría entre la lengua de Adán el “óbolo” requerido para que pudiera hacer el viaje a lo desconocido mientras la ira del Todopoderoso se volviera a su lugar de origen? Esto me hace recordar la contraorden hecha por satán. Fue él quien colocó dicho óbolo. Por lo tanto, sí veo en la “contraorden” dada por la serpiente un “término medio” que hacía totalmente innecesaria la que recibió del Creador. Dios le dijo que moriría (al hombre total, no a una parte de él). “La serpiente” le dijo que “no moriría” (por lo que defiendes, a una “parte de él”). Ante órdenes tan contrarias e inciertas, el “término medio” aflora, renace y grita: “¡Tú Adán, ni morirás del todo ni vivirás tampoco!” ¡La similitud con la mitología griega no es natural, es intencional!
La muerte inmediatamente se verificaría con la salida de la presencia de Dios, imposibilitándole obtener por sí mismo la vida eterna, y con el tiempo la separación de la persona humana del cuerpo que habitaba, que iría a corrupción y se convertiría en polvo.
Lo obvio se hace patente cuando se desobedece la orden del Creador. Lo que se deriva tras romperse un jarrón de cristal al estrellarse contra el suelo es una indefinida cantidad de fragmentos en todas direcciones que harían imposible, de nuevo, el recobro a su anterior estado el jarrón como si no hubiese sucedido nada. La declaración “morirás” era general, no detallada; no insinuante y mucho menos significaba una “separación” del favor Divino como única opción, y aunque era lógico así deducirlo con criterio binario, encerraba algo más concreto que ni siquiera daba lugar a un simple pase de “una vida a otra”. Adán no tenía ninguna razón para imaginarse cosas que no estaban en el “menú” original de la única orden recibida para no violentarla. Al hombre Adán no se le insinuó siquiera que “seguiría vivo” en algún lugar del “submundo”, sino que volvería a su anterior estado: la inexistencia en el “polvo de la tierra”; esa sería su pena.
La muerte sobreviene a la persona humana y no a una parte de la misma. Ella equivale a lo que el propio Adam fue cuando no era más que una vacía vasija moldeada con barro, sin contener todavía el hálito de vida que al soplo de Dios la volviera una persona o individuo humano.
Aquí bien entiendes el principio de esa creación de Dios, sublime, perfecta y absoluta, pero que en nada se parecía a un “ser inmortal camuflado” y sin pleno conocimiento del “don” que el Hacedor le ocultó hasta que otro ser indiscreto (la serpiente), la más “astuta de todos los animales del campo”, quebrantó la lealtad de quien lo había hecho merecedor de cuidar el “jardín de la vida” en el paraíso en la Tierra, poniéndolo al corriente de la “buena nueva” oculta dentro de él, en donde se ocultaba un siniestro “ser” que sería como el “muerto-vivo” de quienes entran a las sombras, no solamente del olvidado “Tártaro”, sino de la “ultratumba” medieval que las infames filosofías paganas han dado vida a las ardientes llamas del implacable infierno que hizo arder la Roma imperial.
No se puede entonces decir que tras la muerte sobreviva algo del individuo, pues lo que él es como persona (alma y espíritu) nada sabe de extinción ni aniquilamiento posible, pues la separación del cuerpo es temporal, en espera de la primera resurrección de los bienaventurados, o la segunda de los desventurados que tras el juicio final son lanzados al tormento eterno en el lago que arde con fuego y azufre.
Estoy seguro que Adán sí entendió el “mensaje” del Hacedor claro y cristalino, como para no dejarse confundir, cosa que ni la “serpiente” que sedujo a la mujer quiso intentarlo primero con él. Por algo sería. Adán tenía clara la orden recibida. Si obedecía, vivía; si desobedecía, moría. Y aunque congenio contigo en que quizás no tenía claro el panorama detallado de lo que significaba la “muerte”, sí sabía el estado al que volvería en caso de desobedecer la orden de Dios: dejar de existir. La sentencia fue clara: “volverás al polvo de donde fuiste tomado”, porque “polvo eres y a polvo volverás”. ¿Dónde se hallaba él antes de venir del polvo? Adán no era ningún tonto y claro tenía que antes de vivir, simplemente no existía ni estaba consciente de nada; menos en algún lugar del submundo. Eso fue lo que entendió y clarito. No hizo falta nada más. ¡Más claro sería majadería! ¿Especular sobre lo dicho? Eso es precisamente lo que ha mantenido al hombre esclavizado a creencias foráneas a las Escrituras.
La conciencia más activa y despierta que nunca en los que han muerto, no implica vida alguna, sino el estado glorificado de unos en el cielo, y el perdido en tormentos de otros en el infierno.
Nunca se ha enseñado en las Escrituras una vida y una muerte que no sea la existencia vs inexistencia. Lo demás es filosofía pura; deducciones propias de origen humano que han mantenido al hombre rodeado de la más impresionante ignorancia y confusión espiritual que lo tiene de cara, no al sol de la libertad espiritual, sino de cara al precipicio que no puede medir y lo hará desaparecer del mundo de los vivos; la única realidad que le tocará conocer.
Siendo que los cristianos en tema tan importante como este no nos guiamos por el parecer del alicaído Salomón en el Eclesiastés, sino por la revelación de Jesucristo en su Evangelio y los escritos de los apóstoles, no nos hacemos los problemas propios de los que habiéndose descarriado en un punto se extraviaron también en todos los demás.
Que no consideres los sabios consejos del otrora Rey y Siervo de Jehová como oportuno escritor dentro del canon aceptado de las Escrituras, cuyo final fue ruinoso por apostatar de la adoración pura de su Dios, no lo descalifica –no al menos desde la opinión más valiosa de la Divinidad– para habernos compartido sus sabios e inspirados conceptos que sobre la muerte, Jehová le había transmitido para instrucción vital de las futuras generaciones. ¿Ahora hasta nos damos el lujo de dudar de quienes establecieron el canon de la Biblia como el que hoy podemos contar como inspirado por el Creador? Me parece una cómoda y penosa salida con tal de no tener que lidiar con lo que allí el “sabio” nos instruye acerca de la verdadera condición de los que han partido del mundo de los vivos. Que su “lucha por la vida” haya tenido un triste final no desmerece la sabiduría que reflejó durante el tiempo en que se dejó guiar por el Todopoderoso. Todos los consejos que Dios aprobó e inspiró para que se registraran como enseñanzas fundamentales del más sabio Rey humano que existió antes de Cristo, no cambia para nada la verdad que transmite la sabiduría que recibió de su Creador y Dios, solo para no tener que aceptar lo que tan claro el Sabio arremete contra la vanidad impropia del hombre, al creerse que es más que el simple “polvo de la tierra” de donde fue tomado, defendiendo infructuosamente, con orgulloso ahínco, lo que cree fue el privilegio por herencia otorgado por el Dios Bendito cuando fue creado: la inmortalidad inherente. ¡Nada más lejos de la verdad!
En el infierno de Dante quedaron para ser torturados los que el autor de la Divina Comedia quiso, y en el infierno real todos los impenitentes que rechazaron con el Salvador una salvación tan grande.
Tomas como realidades las simples analogías y simbolismos propios de los Escritos Sagrados revolviéndolos como si fueran hechos indiscutibles de una realidad que jamás estuvo entre la primera advertencia con la que Jehová revela a su criatura recién formada, lo único que necesitaba saber sobre la verdad de su destino. En cuanto a la concepción dantesca sobre el tormento en los “infiernos” llevada al fresco, la diferencia es de “forma”, no de fondo”. La misma iglesia que “inspiró” a Dante, inspiró a la iglesia protestante al darle idénticos matices a la mitología griega pagana para maquillar, de manera sobresaliente e infame, lo verdadero de la enseñanza bíblica. El “infierno de Dante” es un fiel reflejo de las filosofías herejes de quienes se opusieron a la interpretación sencilla de la Biblia y añadieron, a ellas, sus propias imágenes contaminadas que complicaron aún más el futuro del hombre y su relación con el Creador. La obra de “Dante”, en “más o en menos”, es una réplica del concepto del latín “infernus” que la mente del hombre ha corrompido con la única intención de ofender –como ha sido costumbre y voluntad en su transitar por la vida– la Justicia y la Gloria del Creador.
Si yo muero hoy, quizás al rato ya esté conversando con el malhechor arrepentido en el cielo. Si a él el Señor Jesús cumplió su promesa, conmigo también la cumplirá.
Recibe tú también mi amigable abrazo.
Pues temo decepcionarte mi querido amigo sureño. ¡Ni Jesús tuvo el privilegio que caprichosamente haces tuyo! Él tuvo que esperar más de dos días y tú pretendes que, de inmediato, te llamen a la “Puerta Grande” para una amena plática con el “buen ladrón”. Yo te deseo larga vida para que la disfrutes y para que aproveches tu tiempo en el “mundo de los vivos”, porque esa será tu porción en el “reino de los vivientes”. Te aseguro que ni vas a “ver al ladrón en ningún paraíso” cuando ese día llegue, ni vas a ir al “cielo” ¡Eso te lo asegura Dios! El cielo ya tiene ocupados sus campos y, créeme, nosotros no somos candidatos que reunamos los requisitos para tan privilegiada recompensa. ¡El privilegio de poder “departir” con el arrepentido ladrón del madero dependerá de nosotros mismos si aceptamos, eso sí, la Voluntad expresa del Dios de todo consuelo y, contrario a lo que hizo Adán, escojamos la vida, no la muerte. Nuestro glorioso dechado nos prometió la única vida que existe, sea para vivirla como criatura espíritu o bien, como humano renovado, pero solo si nos mantenemos fieles hasta la muerte, que es cuando el Señor promete entregarnos, como justa retribución por el esfuerzo demostrado, la merecida “corona de la vida”.
Conclusión: No respondiste de manera directa a lo que al final de mi anterior aporte propuse para su análisis en base a las Escrituras, no al análisis religioso de credos milenarios retocados por opiniones que, aunque respetables y muy personales, a veces nos avocamos a sentenciar desde nuestros puntos de vista personales, muy por encima de la enseñanza que Dios nos ha manifestado. Aquí los pongo de nuevo a su consideración, si me lo permites:
1. El “cuerpo” regresará al polvo de donde provino.
2. El “espíritu” de vida regresará a Dios (de todos, buenos y malos).
3. El “alma” (la vida como tal) humana se desvanece porque es formada por los dos “elementos” anteriores que ya tienen su destino establecido.
¿Qué queda entonces para ser “torturado” en el “infierno de Dante”?
Recibe, como siempre, mi más profundo respeto.