Apreciado Melviton
Apreciado Melviton
Respuesta a Mensaje # 1716:
(Estoy de acuerdo con tus observaciones a los indeseables comportamientos de algunos foristas, y a efectos no tanto de criticarlos como de ayudarlos abrí el epígrafe “Cómo debatir sin pelear” y Alfageme también otro sobre cómo encarar la defensa de las propias creencias. En cualquiera de ellos sería provechoso que fueras vertiendo tu experiencia y sugerencias).
De todos modos, mi punto en el Mensaje # 1252 no era la moralidad de los lectores públicos en las sinagogas judías e iglesias cristianas, sino su capacidad que suplía con inteligencia los nuevos recursos que tenemos los lectores modernos.
El hecho de que los antiguos lectores del hebreo y del griego lo hicieran bien, por supuesto que tenía por fundamento su domino de la lengua materna. Pero es un hecho que la inteligencia se azuza ante la carencia de recursos como que parece embotarse con la fácil disponibilidad de los mismos como actualmente sucede. La controversia actual no tanto se debe a las dificultades propias de la lingüística, sino a una pertinaz rebeldía por enmendarle la plana a los antiguos, soslayando una realidad tan grande como que a casi dos milenios de distancia no somos aptos para comprender el pensamiento trasmitido por el lenguaje de los primeros siglos de nuestra era.
Las primeras traducciones, como la Vulgata de Jerónimo, y las obras patrísticas antenicenas, nos dan una buena ayuda, y por supuesto que su entendimiento, al ser más cercano en tiempo y lugar, es más confiable que el de tantos advenedizos como los que proliferaron en el Siglo XIX.
Actualmente nos sorprenden los informativistas profesionales cuando leen las noticias por TV: ¡cómo se equivocan! Falla su inteligencia, habilidad y atención, pues están leyendo desde su lengua nativa.
Resalto lo obvio nada más que para destacar que la dificultad moderna al interpretar los textos antiguos se debe a un empecinamiento de la voluntad en desechar lo conocido y aventurarse en novedosos derroteros.
Desde antiguo se reconoce dificultades obvias para la traducción e interpretación de pocos y determinados pasajes bíblicos. Estos son conocidos desde hace siglos por los entendidos, y los estudiosos tienen aquí un campo fértil para sus investigaciones. Pero esto no puede y no debe hacerse extensivo a lo que la curiosidad o la incredulidad se permitan cuestionar, como si por objetar esto o impugnar aquello se adquiriese status de sabio o erudito, demoliendo errores y restableciendo la verdad soterrada por el polvo de los siglos. Si tus ves como paladines a Russell y Rutherford estás en tu derecho, tanto como yo en preferir a Lutero y Calvino.
Es fácil establecer la presunción de llegarse “a un mejor entendimiento del adverbio “hoy” y que la costumbre de aplicarlo hoy era parecida a la misma forma que se hacía en tiempos bíblicos”, por la imposibilidad a que vengan en tropel desde sus tumbas los antiguos a mostrarles a los modernos el atrevimiento en que han incurrido.
La seriedad de los investigadores está en la libertad y objetividad de su estudio, y no en la tendenciosa manía de hurgar en raros escritos hasta encontrar los que mejor se avengan a una deliberada intención.
La “Perspicacia” puede brillar sobre las tapas de un libro sobre fondo verde, pero por gracia de Dios también alumbra en la mente de no pocos estudiosos consuetudinarios de las Escrituras.
He tenido ocasión no sólo de incursionar en los romances latinos y las lenguas clásicas sino también en otras tan disímiles como pudieran ser el guaraní de Paraguay y el chino mandarín. Mi pasión por la lingüística me llevó a leerme todas las obras disponibles en una de las bibliotecas mejor surtidas de Montevideo: la “Artigas-Washington”. Algo debí aprender.
Sin embargo, ahora vienes tú y me dices: “Esto no es cierto y lo sabes”.
Los diversos usos que pudiera tener el “hoy” en el texto hebreo o actualmente en el habla común en Israel, no desvirtúa en absoluto el entendimiento lógico y natural de Lc 23:43 y el practicado desde siempre en todas las lenguas del mundo. No podemos forzar a nadie a que hable mal, y así se hace en la TNM y la versión adventista Nueva Reina – Valera.
Ahora que traes el ejemplo del texto apretado como chorizo, me haces acordar de ese ejercicio que aparece en las revistas junto a los crucigramas: la sopa de letras. En las más disímiles posiciones aparecen apretadas frases que hay que descubrir. Compitiendo con mi esposa ella siempre me gana pues las descubre casi que de inmediato. A mí en cambio me cuesta mucho, y hasta algunas nunca consigo leerlas. Hay alguna habilidad innata en cada persona que le permite hacer más pronto y mejor lo que a otro le lleva más tiempo y esfuerzo.
Los ejemplos actuales y usuales en nuestro idioma que pones son correctos, ya que yo mismo los uso.
Lo que nunca diría es:
-En verdad te digo hoy: estás guapísima.
-En verdad te veo hoy, mejor que ayer.
-Te veo: más guapa que nunca.
-Hoy, te veo guapísima.
Tu último ejemplo es igualmente correcto en la redacción que le das, pues equivaldría a que Jesús le hubiera dicho al malhechor:
-Oye lo que te estoy diciendo hoy, para que cuando venga en mi Reino recuerdes que te prometí que estarías conmigo.
Sabemos que no fue así como Jesús le habló y siempre la promesa se entendió como un reencuentro inmediato.
La lógica deductiva me lleva a mí a pensar que efectivamente Jesús estuvo ese mismo día en el Paraíso o seno de Abraham en el Hades, el que tras su ascensión llevara al cielo (Ef 4:8); adonde también estuvo Pablo (2Co 12:4); y que también reaparece en la nueva Jerusalem celestial (Ap 2:7; 21:9-22:5). Por supuesto, tú no aceptarás esto porque no se ajusta al puzle donde deben encajar bien las piezas de peculiares doctrinas. El malhechor sí estuvo ese mismo día en el Paraíso en el interior de la Tierra, y luego fue trasladado al cielo donde ahora está.
Un correcto ejemplo que ahora pongas del buen decir (“Te lo digo hoy para que lo entiendas mañana”) convendría a la forma de Lc 23:43:
-Te digo hoy para que mañana cuando venga en mi Reino entiendas mi promesa que estarías conmigo en el Paraíso.
Nuevamente: no fue así como Jesús habló, Lucas lo escribió y los cristianos desde antiguo lo entendieron.
Soy de la idea que lo más fuerte del dicho de Jesús al malhechor no estuvo en el “hoy” ni en el “Paraíso” sino en el “conmigo”. Por lo menos, a cada uno de nosotros nada nos cae mejor que el estar con Jesús, cuándo sea y dónde sea. Si Jesús no quiso diferir el reencuentro hasta cuando viniera en su Reino, sino otorgarle al moribundo el colmo del consuelo a tan sólo pocas horas ¿quién se lo impediría?
No hay desavenencia alguna entre el “hoy” al tiempo de la promesa con el “hoy” al tiempo de su cumplimiento en el encuentro de ambos, pues es el mismo “hoy” separado apenas por pocas horas.
Todo cuanto puedas traer a colación con la “la infinidad de textos que hablan claramente de la promesa futura…” ilustra maravillosamente lo que nos aguarda a los hijos de Dios en la nueva Jerusalem celestial, y a los justos de Israel y las naciones durante el reino Milenial, pero en modo alguno afecta a la específica promesa recibida por el moribundo malhechor cuando se aferra de Jesús y sus palabras.
(Esforcémonos en afianzar nuestra amistad desde ahora, pues si no ¿qué quedará para Junio próximo en Brasil cuando se enfrente Costa Rica con Uruguay?).
Saludos cordiales