Apreciado Melviton
Apreciado Melviton
Respuesta a Mensaje # 523:
1 – Te solidarizas con las repeticiones de Alfageme (como si nada hubiésemos dicho) en cuanto a una prohibición inexistente: introducir sangre al cuerpo. De nada sirve que seguidamente expliques: “por la boca como el único medio acostumbrado de entonces”, pues con eso no borras el hecho real de que el mandamiento era el de no comer la sangre; en la práctica habitual de los israelitas: no comer la carne con su sangre.
Dado que al Eterno en su omnisciencia nada lo toma de sorpresa, si Él hubiese querido incluir las transfusiones de sangre que actualmente se practican, sencillo le fuera haber expresado el mandato en la forma que Alfageme se atrevió a decirlo en más de un post:
-No meterás sangre en el cuerpo.
Siendo que no fue así que lo dijo, ni en hebreo, griego, latín, castellano o guaraní, es muy osado acomodar Sus palabras a conveniencia.
2 – No he sido yo sino el Eterno quien en su soberana voluntad equiparó a la sangre con la perpetua prohibición de comer la grasa (Lv 3:16,16).
Si traje lo de la grasa a colación no fue para desmerecer la sangre sino para dejar las cosas en el mismo nivel que Dios las puso sin destacar una para menoscabar otra.
Se hace muy difícil para nuestra razón que califiquemos de “sobresaliente importancia” la conferida a la sangre por sobre el resto de las partes del animal sacrificado, en base a la prohibición de su ingesta, ya que eso también atañe a la grasa. Vemos sí su especial importancia en relación con la expiación.
La sangre derramada sobre el altar debía ser esparcida o aplicada por el sacerdote, y la grasa quemada. Ambas no debían ser comidas: “Toda la grasa es del Eterno” (Lv 3:16) y la sangre interactuaba entre el Dios santo y el hombre pecador (Heb 9:22).
3 – Es muy cierto que yo seguiré ignorando muchas evidencias del registro bíblico, ¿pero qué haces tú con pleno conocimiento del mismo al adjudicar gratuitamente diferencias jerárquicas dentro de la “maquinaria” de la creación, de modo que el que tengan una misma fuente en común no signifique “que toda la “creación” contenga dentro de sí misma una igualdad y un mismo nivel de “santidad” que para nada se distingan?
Caso que el Creador discrimine entre sus obras, criaturas y partes constituyentes de las mismas; desigualdades, y diferentes niveles, está en su derecho, si así lo quiere. ¿Pero cómo podrías hacerlo tú o cualquier otra criatura recordando su limitada comprensión? (Isaías 55:8,9)
-¡La Biblia lo dice! –dirás- Y ahí te di lo de las estrellas (1Co 15:41).
-Pues yo te contrapongo –diré- los diferentes miembros del cuerpo y la paradójica preferencia de unos sobre otros, contraria a lo aparente (1Co 12:14-26).
Dios es un Dios de orden, y que Él así lo haya establecido no significa que esté en nuestra potestad determinar lo menos o lo más valioso.
No concierne a nosotros valorar nada, en menos o en más, dado que todo depende de la función que tiene y su cometido en el propósito divino.
El sol luce en el azul del cielo más que todas las estrellas juntas al grado de hacerlas invisibles, no por ser más grande que ellas, sino porque siendo una estrella enana nos es la más cercana. Si viajando a la velocidad de la luz en un par de años nos ponemos a mitad de camino de Alfa Centauro, su brillo nos deslumbraría y al sol no lo distinguiríamos.
Aunque esté la vida en la sangre, ella no es racional, sino el alma del ser humano a la que Dios le otorgó raciocinio, sentimiento y voluntad.
Podrías valorar al hombre más que a la mujer, ya que esta de aquel fue tomada. Sin embargo Dios puede tomar a una mujer y prescindir del hombre para que de ella nazca un varón, ¿pero cómo podría un hombre aunque se preñase dar a luz?
El orden de Dios en la creación, la sociedad, la iglesia y la familia es una sabia disposición que no implica superioridad ni mayor valor o importancia de unos sobre otros.
Yo llevo el cabello corto y mi esposa largo; y en la reunión ella tiene su cabeza cubierta con un velo, mantilla o sombrero, mientras yo la mantengo descubierta, sin gorro ni sombrero alguno.
Pero tal orden “por causa de los ángeles” no implica superioridad ni mayor valor o importancia.
4 – Lo que deduzco al comparar las cosas señaladas expresamente como santas o sagradas en el texto de las Escrituras y cuya transgresión implicaba la muerte, no lleva el rebuscado propósito de restarle importancia a la sangre, sino simplemente desnudarla del realce que tú y la Watchtower le dan, cuando el Eterno y la Escritura no lo hacen.
Es más que obvio que esa sobresaliente cualidad que le asignan no lleva otra intención que la de ponerla fuera del alcance de las transfusiones.
5 – Lo que Dios considera especialmente santo o sagrado es lo que Él considera especialmente santo y sagrado, porque en su Palabra así ha quedado registrado.
No nos compete a nosotros tomar todo lo que es santo y sagrado -porque de Dios procede y a Él pertenece-, y determinar que la sangre lo es especialmente porque el comerla lleva pena de muerte, pues otras cosas literalmente descriptas como santas y sagradas conllevan también igual pena.
6 – Comer la sangre acarreaba muerte por desacato a la Ley de Dios. Que en ella estuviese la vida no recomendaba al hombre que derramara la de su prójimo sino que se abstuviera de hacerlo. A la inversa, no debía comerla junto con la carne del animal, sino que este debía ser degollado y desangrado.
La sangre no era necesaria como alimento al hombre, de ahí que bastándole la carne, debía absolutamente prescindir de aquella.
Con la transfusión al enfermo o herido la situación es al revés: recibiéndola en su organismo se salvará una vida que se está perdiendo. Dándole a comer un churrasco (bistec o chuleta) de animal degollado y desangrado, por mejor que lo digiera eso no le evitará la muerte. No es su estómago que requiere comida. El torrente sanguíneo necesita pronto el suministro del líquido vital.
De ninguna manera se percibe por Escritura alguna que lo que el Eterno nunca quiso fue que la sangre propia pudiese ser reintroducida al organismo, o eventualmente la ajena para vitalizarlo.
La explicación que seguidamente das no tiene nada de fácil y todo de complicada: la idea de que Dios no quería que se introdujese o metiese sangre en el cuerpo es totalmente ajena al texto bíblico, ya que siempre y únicamente se habló de no comerla.
Lo del respeto y el “irrespeto” a este propósito es también ajeno a la Biblia.
Únicamente sirve a la Watchtower para convencer a su propia gente, ya que todos son proclives a aceptar lo que provenga del CG como entendimiento del EFD.
Como ya lo dije, con no menor facilidad que la de Alfageme podría el Eterno en su presciencia haber optado por el “no meterás en el cuerpo” en vez del “no comerás” previniendo las transfusiones de milenios después.
No lo hizo.
¿Por qué rectificarlo sin su autorización?
¿Pensaremos que no lo previó porque jamás imaginó que el hombre inventaría algún método para que su prójimo sobreviviera?
Si tuviéramos tal idea, entonces todavía nada sabemos de Dios.
Hay múltiples maneras en que unos podemos dar la vida por otros.
Lo que hicieron Aquila y Priscila por Pablo es un caso ilustrativo.
En naufragios, hubo héroes que dieron su salvavidas o un lugar en el bote a otra persona para que se salvara de morir ahogada.
Existen muchas maneras.
¿Por qué debería dejarse fuera la de la transfusión de sangre ya que no supone siquiera la pérdida de la vida del donante?
Si otras formas de dar nuestra vida por los hermanos son legítimas, ¿por qué esta no?
-¡Porque eso no está bien visto a los ojos de Dios! –has dicho.
-¿Pero cómo puedes tú saberlo si Él nunca dijo tal cosa? –pregunto.
Con mi más cálido y estival abrazo sureño
Ricardo